Puede que los tardígrados sean prácticamente invisibles, pero Jazmín García Román sabe dónde se ocultan. Contrario a lo que podría pensarse de los llamados “seres más resistentes del planeta”, no hace falta entrar al cráter de un volcán o viajar a un inhóspito glaciar para encontrarlos. En cambio, marchamos por el Ajusco, un parque nacional al sur de Ciudad de México donde las familias suelen andar en bicicleta o hacer senderismo los fines de semana. Tras menos de una hora de caminata, Jazmín, bióloga del Instituto Politécnico Nacional (IPN), ve el sitio perfecto para colectar estos peculiares microinvertebrados.
Se sienta en el lodo y saca de su mochila una pluma y varios sobres manila. En una de sus caras anota las coordenadas y la altitud. Luego, con naturalidad, comienza a despegar de la tierra colchoncitos de verde y brillante musgo que mete con cuidado en las bolsas de papel. “Aquí viven”, dice.
En definitiva, no es el sitio donde esperaría encontrar al animal que podría revolucionar la exploración espacial. “Los tardígrados pueden reducir su metabolismo o detenerlo por años”, explica Jazmín, mientras con una navaja separa una almohadilla esmeralda bien adherida a una roca y la guarda en otro sobre ya etiquetado; si los científicos descubren cómo funciona este mecanismo, podríamos usarlo para entrar en un estado de suspensión y realizar largas travesías por el Universo.
Pese a lo soso que el musgo pueda parecer, se trata de un hábitat ideal para los tardígrados. Su capacidad para retener agua y resistir a