El único conflicto: Conflictos universales, #4
Por Lorena A. Falcón
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¿Se puede vivir cuando llevas el infierno dentro?
Hugo solo quería resolver el problema, pero a nadie le gusta que descubran sus enigmas. Si tan solo pudiera obtener respuestas claras...
Ahora él y su amiga Tamara deben caminar entre ángeles y demonios, y conseguir que la Tierra no se transforme en un infierno.
Algunos conflictos están siempre allí. Y Hugo ya no sabe cómo manejarlos.
Adéntrate en esta lucha ancestral y elige con quién quieres estar en el más importante de todos los conflictos.
Comienza a leer ya mismo el cuarto y último libro de la serie Conflictos universales.
Lorena A. Falcón
📝 Creadora de libros diferentes con personajes que no olvidarás. 🙃 Soy una escritora argentina, nacida y radicada en Buenos Aires. Amante de los libros desde pequeña, escribo en mis ratos libres: por las noches o, a veces, durante el almuerzo (las mañanas son para dormir). Claro que primero tengo que ser capaz de soltar el libro del momento. Siempre sueño despierta y me tropiezo constantemente. 📚 Novelas, novelettes, cuentos... mi pasión es crear. Me encuentras en: https://linktr.ee/unaescritoraysuslibros https://twitter.com/Recorridohastam https://www.instagram.com/unaescritoraysuslibros http://www.pinterest.com/unaescritoraysuslibros
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EL ÚNICO CONFLICTO
Saga Conflictos Universales
Libro IV
Lorena A. Falcón
Copyright © 2021 Lorena A. Falcón
Primera edición.
Todos los derechos reservados.
Diseño de tapa: Alexia Jorques
Capítulo I
—Debemos acceder por el lado oeste —informó el teniente, quien estaba a cargo del grupo al cual había sido asignado Hugo.
Este lo miró con expresión vacilante. Sin dudas, él conocía mejor su pueblo. El soldado podría poseer entrenamiento militar; sin embargo, Hugo era capaz de moverse por toda la región con los ojos cerrados. Además, necesitaba encontrar a su familia antes de que llegaran los ángeles, incluso previo a lo que activara Tamara. Precisaba explicarles lo que había ocurrido.
Apretó los puños.
—Nos movemos en cinco minutos hacia…
—¿Y las bestias? —preguntó Hugo—. ¿No vamos a esperarlas?
—Desconocemos cuáles son sus objetivos en este momento. Nuestra prioridad es rescatar a los civiles, ¿no es eso lo que querías?
—Sí. —Hugo apretó los dientes—. Pero si aparecen ángeles…, estaremos en una mejor posición con las bestias a nuestro lado.
El teniente sonrió con suficiencia.
—Créeme, estamos entrenados para manejar este tipo de situaciones. Quédate detrás de nosotros.
Hugo no contestó.
Después de un breve intervalo, el teniente los dirigió hacia la parte del pueblo donde, según los informes, retenían a la mayor parte de la población. Corrieron agachados por calles vacías.
Si bien no se cruzaron con ningún ángel, Hugo no tenía dudas de que se hallaban en las proximidades, tanto Edmundo como Dalila. Y las bestias… Aunque no habían dicho, exactamente, en qué lugar se hallarían, debían de estar igual de cerca.
Atravesaron una de las vías principales del poblado y una sombra cayó del cielo.
Hugo retrocedió un paso y jadeó.
Era uno de los ángeles.
Al instante, lo inundó el deseo de saltar sobre él. Cerró los ojos y se mordió los labios. Debía contenerse. Tal vez, debería ya haber tomado la dosis, como le había insistido Tamara. Ahora, quizás no tendría tiempo de hacer efecto.
Oyó los disparos y los gritos de los militares.
—¡Por aquí! —dijo alguien junto a él y lo empujó.
Hugo corrió con el resto del grupo, sin estar muy seguro de hacia dónde iba. Más sombras cayeron desde el cielo. Había demasiados ángeles. Se suponía que debían estar en el sector de Tamara. Si tan solo las bestias también estuvieran allí…
La mitad del escuadrón se refugió en un local vacío. La otra parte se rezagó para hacerles frente a los ángeles.
Los alaridos cesaron poco después.
—¿Teniente? —preguntó uno de los soldados a su líder, quien miraba lo que sucedía en la calle con ojos agrandados.
—Mmm —vaciló.
—¿Cuáles son nuestras órdenes?
—Debemos rescatar a la gente que vive aquí —intervino Hugo, que se sentía más tranquilo.
—¿Viste eso? —preguntó el teniente a la vez que señalaba a los ángeles, ahora estaban reunidos en el centro de la avenida.
Hugo echó un vistazo. Si estaban hablando, no se alcanzaba a oír lo que decían.
—Claro que sí, pero creí que estaban preparados para este tipo de situaciones, ¿no? —Enseguida se arrepintió de ese comentario; él no solía ser tan agresivo. Inspiró y se inclinó para observar mejor la escena. Había algo extraño en esos ángeles, no estaban completos… —¿Puede ser…? —musitó.
—Debemos retirarnos —decidió el teniente.
—¿Qué? —Hugo se volvió hacia él—. No, no podemos hacer eso.
—Ya perdí a la mitad de mis hombres, no voy a arriesgar al resto.
—La vida de muchas más personas está en juego.
—Sobrevivirán. Hasta ahora lo han hecho, ¿no? Los ángeles no han demostrado, por el momento, deseos de exterminar…
—¡Esos no son los ángeles!
El teniente se echó hacia atrás.
—¿Y qué te parece que son con esas alas?
—Creo que…, que son los híbridos que están con Dalila.
—Como sea, no podemos combatir contra ellos.
—¿En serio? —Hugo se irguió.
—Mantente cubierto —ordenó el teniente.
—Si no pueden luchar contra estos, ¿qué harán cuando aterricen las naves que están viniendo?
El resto de los soldados se movió, incómodo, a su alrededor. El sargento, que se había mantenido cerca de Hugo, miró a su superior con una expresión difícil de leer.
—No lo sé —murmuró el teniente al fin—. Debíamos tener a las bestias de nuestro lado, pero no están aquí.
—Eso no lo sabemos —dijo Hugo—, no las buscamos siquiera.
—¿Y quién va a salir a la calle ahora a hacerlo?
—Yo —se ofreció el sargento.
El teniente se volvió hacia él con sorpresa.
—No voy a obligar a ningún hombre a que te acompañe.
—No hace falta —intervino uno de los soldados—; para eso vinimos: estamos aquí para proteger a los civiles y también al resto del planeta.
—Una vez que hallemos a las bestias —explicó Hugo—, estaremos en mejor condición de enfrentar esta situación. Ellas pueden mantenerlos ocupados mientras nosotros nos escurrimos para llegar hasta la gente.
El sargento asintió y luego escudriñó la avenida.
Después de unos minutos, ya tenían el plan para salir de su refugio y reencontrarse más tarde. Tendrían que correr entre los edificios para que los ángeles no los vieran. Podrían utilizar uno de ellos para atravesarlo por dentro y acceder a la calle siguiente. Habría una breve ventana donde estarían al descubierto; en ese momento, el reacio teniente debía crear una distracción.
—Solo debes lanzar una granada —expuso el sargento, en cuya voz ya se notaba un deje de desprecio.
—Si lo hago, sabrán la ubicación desde la cual se arrojó —explicó el hombre, sin dejar de echar nerviosos vistazos hacia los ángeles.
Uno de ellos levantó vuelo y el teniente se echó hacia atrás.
—Puedes correr luego —masculló el sargento.
—Yo lo haré, señor —anunció uno de los soldados más jóvenes con la voz temblorosa.
El suboficial apretó los labios y luego asintió.
Hugo, el sargento y tres más se prepararon para abandonar su escondite.
Los ángeles restantes seguían reunidos en el centro de la avenida. Lucían como si discutieran y, cada tanto, se empujaban unos a otros.
El grupo se apresuró, entre las sombras, hasta alcanzar la zona donde, sí o sí, quedaría expuesto.
El sargento dio la señal preacordada y, luego de unos segundos, hubo una explosión.
—Ahora —ordenó.
Y todos corrieron, a través del humo, hacia la acera opuesta. Encontraron el edificio cerrado.
—No se puede entrar —informó uno de los militares.
—Demos la vuelta —ordenó el sargento.
—No, por aquí —dijo Hugo—; hay un acceso por este lado.
Los condujo a un pequeño callejón.
—No hay salida —indicó otro soldado, ya dispuesto a retroceder.
—Hay una puerta —insistió Hugo y corrió hacia el fondo.
Lo siguieron de mala gana, hasta que el muchacho despejó unos tablones para descubrir una vieja puerta de chapa. Hugo tiró con ambas manos y logró abrir una rendija. Dos de los hombres se acercaron a ayudarle y, poco después, había suficiente espacio para que atravesaran el umbral.
Los soldados entraron primero y entonces se oyó un gruñido cerca.
Capítulo II
Hugo se giró y saltó sobre la sombra que se movía en el callejón. Al instante, voló por los aires y golpeó contra la pared. Oyó los disparos del sargento.
—¿Así nos reciben? —bramó Dante, quien apareció detrás de la otra bestia. Aun él parecía diminuto contra el tamaño de esta última. Contempló a Hugo durante unos minutos—. Creí que estarían preparándose para la llegada.
—Venimos a rescatar al pueblo —informó Hugo mientras se ponía de pie.
—Tú y tus objetivos para nada lógicos —gruñó Dante.
—No te molestaban cuando te servían a ti.
—Tampoco ahora; sin embargo, no esperes que les brindemos soporte. Ya tenemos bastantes problemas con defendernos nosotros mismos.
—Se supone que tenemos una alianza —intervino el sargento.
Dante se volvió hacia él, el hombre no retrocedió.
—No es tan… estrecha.
—¿Qué están haciendo aquí si no nos van a ayudar? —preguntó Hugo.
Dante volvió a gruñir.
—Si bien no los asistiremos ni los protegeremos, ciertamente, podemos trabajar en conjunto, cada uno detrás de sus objetivos.
—Bien, entonces necesitamos que distraigan a los ángeles mientras nosotros rescatamos a… —comenzó a decir el sargento, pero Dante le dio la espalda.
—No somos tus esclavos.
—Vas a enfrentarlos de todas formas, ¿no? —Hugo se encaró a él tras un echar una ojeada a la otra bestia enorme y a las demás que comenzaban a llenar el callejón—. Dudo que lo que hayas venido a hacer sea furtivo.
—Hay que estar preparado para todo y nunca reaccionar antes de tiempo. —Vaciló—. No obstante, podemos prestarles a un par de los nuestros para que los acompañen; siempre y cuando se dediquen primero a lo que necesitamos nosotros, ayudarlos a ustedes es… colateral.
Hizo una seña a dos bestias pequeñas y abandonó el lugar seguido de las demás. No fue en la dirección en la que estaban los ángeles o, al menos, a Hugo no le parecía.
Las bestias que quedaron con ellos terminaron de abrir la puerta, ya que el espacio no era suficiente para ellas.
—¿Ese es el contacto de Elena? —le preguntó el sargento a Hugo.
Este suspiró.
—Sí, no es muy confiable o… estable.
—Ya veo…, ¿y la otra?
—No es ninguna de las demás —dijo Hugo.
—Bueno, no podemos perder tiempo, debemos aprovechar lo que tenemos. —Le hizo un gesto y ambos se internaron en el edificio.
Desde allí, fue Hugo quien los guio a través de las diferentes estructuras del pueblo hasta el lugar donde estaban recluidos sus habitantes: el ayuntamiento. Había solo dos ángeles custodiando la zona o, por lo menos, eso era lo que se divisaba; sin embargo,