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Johnny Wood, el hombre árbol
Johnny Wood, el hombre árbol
Johnny Wood, el hombre árbol
Libro electrónico180 páginas2 horas

Johnny Wood, el hombre árbol

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Información de este libro electrónico

Johnny Wood, el hombre árbol es un libro del género de aventuras. Es la historia de un joven que nace con un cuerpo mixto de humano y árbol. Viajando por diferentes épocas, desde las primeras colonias en Alaska hasta nuestros días, lucha por el bien, pero su vida de humano es limitada, debe siempre regresar a su árbol Madre. Una vez que ha retomado fuerzas, persiste en seguir cuidando de la naturaleza, pero ya han pasado muchos años y sus enemigos siempre son diferentes: piratas, mammuts, monstruos.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento8 feb 2018
ISBN9781480093461
Johnny Wood, el hombre árbol

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    Johnny Wood, el hombre árbol - Miguel F. Callejas

    JOHNNY WOOD

    HOMBRE DEL ÁRBOL

    MIGUEL F CALLEJAS

    Copyrigth©2013 Miguel Fernandez Callejas.

    All Right reserved

    Titulo: Johnny Wood

    Autor: Miguel Fernández Callejas

    Edición y Maquetación: Armando Nuviola

    Corrección: Jorge Carrigan

    Ilustración de portada e interiores: Miguel F. Callejas

    ISBN-10: 1480093467

    ISBN-13: 978-1480093461

    ediciones

    www.unosotrosculturalproject.com

    infoeditorialunosotros@gmail.com

    A mi hija Ilene, a mi nieto Juan Miguel, a Alicia mi amiga del alma y a la madre naturaleza

    INDICE

    ANTECEDENTES

    CAPITULO I

    CAPITULO II

    CAPITULO III

    CAPITULOIV

    CAPITULO V

    CAPITULO VI

    CAPITULO VII

    CAPITULO VIII

    CAPITULO IX

    CAPITULO X

    EPILOGO................................................  189

    7

    ANTECEDENTES

    EL CIELO HABÍA TORNADO un color violáceo, a medida que los días pasaban, luego de que aquella luz cegadora y ardiente apareciera en el firmamento.

    Kohnta recordaba que, unos minutos después de surgir aquel resplandor, un ruido sordo, pero monstruosamente poderoso, estremeció durante casi diez minutos la colina. Allí había estado él, sentado junto a la arboleda, contemplando los campos sembrados con «vegetales inferiores».

    Aquel espantoso resplandor duró largo rato y paulatinamente, fue desapareciendo en el horizonte, por el mismo punto cardinal por el cual apareciera anteriormente: el Sur, después, el cielo se había puesto rojo y oscuras nubes se habían desplazado hacia esta zona y sobre la ciudad de Evergreen.

    Kohnta había mirado hacia la entrada de la cueva, donde dormía plácidamente Karah, su compañera. Habíaido en su busca y cuando ambos emergieron más tarde de la pequeña gruta, una sombra de angustia cubrió el rostro de ella, al mirar al firmamento con sus ojos profundamente verdes.

    Tomados de la mano y sin apartar sus miradas del sobrecogedor espectáculo que ofrecía el cielo, regresaron; colina abajo, hacia la ciudad, dando por terminado su día de descanso al aire libre.

    2

    La Ciudad de Evergreen se alzaba con sus copulas de cobre y mármol, bien delineada y con un gran sentido de la planificación funcional, en el territorio en que hoy se encuentra el estado de Luisiana, en Norteamérica. Era la prehistoria del mundo y Kohnta y Karah, dotados del divino don del raciocinio, comprendían que algo malo sucedería en Evergreen. Los días habían pasado. Kohnta, con el rostro sombrío, miraba por la ventana hacia el violáceo cielo.

    —¿Por qué no descasamos un poco? —le preguntó Karah, con voz que trataba de ser normal, sin conseguirlo. Él la miró con un mezcla de amor y lástima; luego se sentó a su lado y tomándole una mano le dijo:

    —Tu dormías en la cueva, querida, y no viste ni escuchaste lo que sucedió: era una luz que cegaba y que quemaba la piel y un estremecimiento, como si la Tierra fuera a estallar desde su corazón. Su voz se hizo ronca, se puso de pie y eludió a mirada de su compañera, mientras agregaba.—Además, vino de allá, del sur. Ella sonrió amargamente y le reprocho con cariño.

    —No seas tonto, esposo mío. No creas en las leyendas de los viejos. Todo eso no es más que inventos de mentes febriles de viejos charlatanes.

    Kohnta la atrajo a su lado y mientras ambos miraban por la ventana, el trató de explicar sus temores contándole, por milésima vez, la extraña historia de los seres del hemisferio sur.

    —Cuentan que son animales racionales los que gobiernan, dijo él lentamente y continuó. —Dicen que hablan y que piensan, que aparentemente son como nosotros, pero son animales.

    Karah no podía menos que angustiarse; verdad o mentira, cualquiera que fuera la naturaleza del fenómeno ocurrido.Kohnta estaba muy preocupado con aquel asunto y ella no debía contribuir a angustiarlo más aun; de manera que trataba de darle animo con su charla.

    —¿No comprendes que eso carece de lógica? —decía ella, tratando de sonreír y continuaba, señalando para unos animales domésticos que dormían a la sombra de una cobija.

    —¿No te das cuenta de que la vida de un animal es tan corta, que no tendría tiempo para acumular los conocimientos que se requieren para convertirse en un ser racional maduro?

    Él la miró; su rostro estaba tenso y una sombra confusa opacaba sus ojos grises. Con voz que pasaba trabajosamente por su garganta, le dijo.

    3

    —Eso es lo malo, querida mía, que su ciclo de vida es muy corto y no tienen tiempo de aprender. ¿Te imaginas que el mundo sea gobernado por seres racionales inmaduros y con ansias de poder?. Ella se volvió un tanto molesta, comprendiendo que en vez de aliviar los temores de Kohnta, le estaba dando base para nuevas angustias, y le dijo, mientras se alejaba hacia la cocina

    —Si estas convencido de que una desgracia se cierne sobre Evergreen, lo mejor que hacemos es irnos. Cuando así lo decidas, siempre estaré a tú lado.

    Los días que se sucedieron, fueron catastróficos para el mundo, muy al sur de Evergreen, la tierra calcinada e hirviente, fue devorada por el océano, transformando completamente la geografía de Occidente. Lo que antes había sido todo un enorme continente, fue separado en dos grandes extensiones territoriales, unidas únicamente por una sola y estrecha franja de tierra firme y alguna que otra isla. Nacía la gigantesca ensenada que hoy llamamos Golfo de México. Enorme maremotos arrasaron las costas del sur del nuevo continente y la vida desapareció en miles de millas a la redonda, tanto en el mar como en la tierra.

    EVERGREEN SE RESQUEBRAJABA por una larga y completa sequía. El caudaloso río, que cruzaba junto a la ciudad, se había convertido en una débil corriente de menos de dos metros de ancho, de aguas contaminadas. Los animales, morían de una extraña enfermedad que les drenaba el líquido de sus cuerpos y les secaba hasta dejarlos en el hueso.

    Kohnta parecía haber envejecido muchos años. Su pelo se había tornado áspero y gris, había comenzado a caérsele. Karah no estaba deteriorada físicamente, pero sufría los efectos de la falta de alimentos sanos. Ambos estaban de pie, en la terraza de su vivienda y miraban al campo, donde no había una planta, ni un animal, nada que indicara que allí había existido la vida anteriormente. Ella lo abrazó fuertemente, mientras le decía con voz quebrada.

    —Ya no hay nada que hacer, Kohnta; hemos esperado casi hasta el final. Marchémonos de aquí, si es que aún hay tiempo.

    Él no la miró. Miraba al cielo; aquel cielo, del cual había venido la muerte para sus tierras, sus animales y sus mejores amigos. Ella, comprendiendo sus pensamientos, le dijo:

    —El cielo no tiene la culpa, amor mío. Fueron, tal vez, los hombres.

    Él la miro con un débil brillo en sus cansados ojos, desde el fondo de unas cuencas que comenzaban a ennegrecerse.

    4

    _Pic27 —Entonces... ¿Ahora crees que los hombres existen? ¿Ya no crees que sean una fantasía de mentes calenturientas? Ella le miró y en sus ojos brilló una lágrima.

    —Hombres o animales. —dijo—. Pero la muerte salió del agua, de la tierra; solo que nosotros estábamos en su camino y nos ha bañado con su aureola inclemente.

    Él la tomó por el talle y le dijo dulcemente:

    —La maldita luz no te tocó a ti, Karah; esa es mi esperanza.

    Se volvieron de espaldas al sur. Comenzaron a caminar rumbo al noroeste, muy despacio al principio, y más rápido a medida que comprendían que habían perdido mucho tiempo.

    Y mientras, sin saberlo, avanzaban hacia los grandes desiertos que son hoy Nuevo México, Arizona y Nevada, Kohnta dijo a su compañera.

    —Tenemos que ser fuertes. Nuestros hermanos han perdido la razón y se aferran a las tierras muertas de Evergreen; sólo nosotros dos hemos decidido buscar suelos fértiles, más al norte. No sé si estamos a tiempo, pero debemos intentarlo. Debemos tratar de hacer que nuestra raza perdure. No es el momento de debilidades; debemos comportarnos a la altura de las circunstancias. Es una gran responsabilidad la que el destino ha puesto sobre nuestros hombros.

    Debemos preservar nuestra especie. Dentro de muy poco, seremos los últimos «Árboles racionales» que queden con vida sobre el planeta Tierra.

    5

    CAPITULO I

    EL CÍRCULO BLANCO-BRILLANTE del sol, suspendido en el centro de un cielo amarillo, cocinaba lentamente la superficie árida de las infinitas arenas. Dos largas e interminables hileras de cansadas huellas, se prolongaban desde el lejano horizonte, hasta al lugar donde, a cada paso, Kohnta y Karah avanzaban más lentamente.

    La penosa jornada se había prolongado por muchos meses. Ningún ser humano hubiera sido capaz de intentarlo siquiera. Estos seres, supervivientes de una raza de vegetales inteligentes a punto de extinguirse, eran de una resistencia extraordinaria. Los rostros de Kohnta y Karah mostraban claramente las huellas del esfuerzo realizado. Arrastrando sus pasos sobre las candentes arenas, Kohnta se volvió hacia su compañera y mirándola desde el fondo de sus resecas y enrojecidas pupilas, exclamó con un hilo de voz:

    —Lo conseguiremos, querida mía. Aún nos queda vida para continuar adelante.

    Ella oprimió el brazo con el que Kohnta la ayudaba a sostenerse y consiguió una triste mueca, al intentar sonreír.

    —Lo sé, esposo mío. —decía con vehemencia, mientras continuaba, al tiempo que miraba la arena que arrastraba bajo sus pies.

    —Yo sé que llegaremos a tierras fértiles, donde nuestros organismos se recuperen y nuestros retoños crezcan saludables.

    Él alzó la vista hasta el sol candente. Ni la más remota sombra de una nube

    —Es todo lo que necesitamos para continuar.

    —Dejó escapar la frase, con voz lastimera, mientras sus piernas, en otros tiempos poderosas, iban dejando un pesado rastro sobre el desierto ardiente.

    Un aire caliente dejaba al descubierto las lejanas y ásperas rocas, y como un enjambre de invisibles avispas, la arena castigaba los rostros cetrinos de Kohnta y Karah.—El terreno comienza a cambiar. —apuntó Kohnta, con un leve destello de esperanza en los ojos, cada vez más hundidos en sus cuencas.

    Karah cayó al suelo, lentamente, como doblada por la fuerza del ventarrón, incapaz de sostenerse ya sobre sus piernas. Él, sin soltarla, se inclinó a su lado; le miró el rostro, y casi en tono de súplica le dijo:

    —No abandones la lucha, Karah. Recuerda que tu eres nuestra última esperanza. Tu dormías en lo profundo de la cueva, cuando la maldita luz bañó a Evergreen. Tú estás débil por la falta de alimentos, pero no estás contaminada.

    Acarició con ternura el áspero pelo de su amada y la ayudó a incorporarse trabajosamente.

    —Tus semillas, saludables y fuertes, germinarán, querida mía.

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