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Michael taylor
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Libro electrónico275 páginas4 horas

Michael taylor

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Michael Taylor es un ser mitológico, pero no de nuestro mundo, tendrá que derrotar al malvado Shaetani, viajará al espacio entre espacios.
La Regente Su han, sacerdotisa de la logia Aklan ha enviado a su guerrera, Elara, alias Tiara Sung, a resguardar la salvación de todos. Sus amigos Roger y Blake lo acompañan, junto con profesor Morgan y Harker Allen al escape de la dimensión.
¿Lograrán que el joven por fin salga de este mundo y llegue por fin a Heliópolis Primera?
El Juego Universal llegó a nuestro mundo.
Acompáñanos a vencer el mal.


¿Quieres ir a un viaje?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 nov 2022
ISBN9788411443388
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    Michael taylor - L. A. Markz

    1500.jpg

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © L. A. Markz

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1144-338-8

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)». .

    .

    DEDICATORIA

    A todos los que buscan la verdad más allá de lo visible,

    que usan su imaginación para crear un mundo mejor para todos.

    ***

    Prólogo

    Los humanos sin saberlo participamos en un Juego universal que pocos conocen, no se nos ha permitido verlo, pero llegó la hora, nuestro mundo al fin conocerá sus compañeros, en este Juego entre el bien y el mal, no seremos peones, seremos los jugadores. La realidad es más fantástica que la ficción. Los viajes al espacio son en realidad entre dimensiones, la manera más rápida de viajar entre mundos que se entrelazan con el nuestro, en muchos puntos e infinidad de realidades. Me he unido a la Multinave Eleuther once, nave interdimensional grado agua, además están el grado fuego que vuelan dentro de la más extrema calor y grado Tiamat que puede atravesar las capas internas de los mundos hasta su núcleo existiendo también las naves que están en un nivel secreto de existencia. Como la elogian x de la flota Altariana.

    Ahora me encuentro viviendo la utopía, que es para mí, vivir en un mundo acuoso. Sí, oíste bien, me he convertido en una criatura marina, mi ser, ya no es el humano al cual me acostumbré.

    He tenido que pasar por muchas experiencias, vidas y cuerpos para alcanzar este nivel de consciencia.

    Todo lo que existe es energía, absolutamente todo; nuestros cinco cuerpos etéreos estando conectados, y conociéndolos, son solo la punta del iceberg. La teletransportación como medio de transporte usa las partículas subatómicas, que enlazadas a nuestra conciencia pueden hacer cosas maravillosas, la frecuencia y vibración al máximo poder. Hay realidades, mundos, dimensiones y consciencias. Esto me llevó a narrar mis vivencias, a vivir una gran aventura.

    Compartiré contigo los misterios de nuestra mente, la historia verdadera de nuestro mundo, no olvides, la verdad está a la vista, si puedes imaginarlo existe, la mente es el arma para liberar nuestro potencial.

    Para seguir esta aventura, abre tu mente, y que tu imaginación vuele.

    ¿Quieres ir a un viaje?

    ***

    Capítulo I

    Elara a la Tierra

    Todo empezó con el nacimiento de un niño común, en un pequeño planeta llamado Tierra se preguntarán cómo sé esto. Ya lo verán—.

    Año dos mil cincuenta y dos, Sri Lanka, un país asiático en el Golfo de Bengala… El pronóstico del Servicio Meteorológico anunció una gran tormenta que se acercaba a la ciudad costera de Colombo.

    Eran las dos de la tarde, el mercado local estaba abarrotado de personas, que realizaban sus actividades; era un día normal de trabajo. Dos jóvenes corrían compitiendo por ganar la apuesta que minutos antes habían acordado. En un callejón cercano a unas instalaciones en ruinas, observaron atónitos cómo un enorme y grueso rayo golpeó el suelo.

    El paso rapidísimo del meteoro estremeció el lugar. Los jóvenes quedaron congelados por un momento, impresionados frente lo que a sus ojos había ocurrido. Uno de ellos, motivado por la curiosidad, se dirigió rápidamente hacia el lugar del impacto. El segundo fue más cauteloso, no se apresuró. Decidió seguir los pasos de su compañero lentamente. Al llegar al final del callejón, descubrió a su amigo parado frente a lo que parecía la impresionante forma de una nave.

    Esta levitaba suavemente a un metro sobre el suelo. Comenzó a encender una serie de destellos; Rashid, con los ojos bien abiertos, exclamó un grito contenido:

    —¡Arka, Arka!

    La primera raza alienígena contactada por seres humanos… No se sabía mucho de los Arka… El muchacho apretaba un pequeño símbolo que colgaba en su pecho. Susurraba en voz baja una especie de oración. Su nivel de convicción y fe eran fuertes, la tecnología creada por nuestra especie con la ayuda de la gente de otros mundos ha llevado a niveles insospechados a la humanidad. La ciencia es la nueva religión predominante en la Tierra, su mensaje de lógica, su símbolo universal es una lanza atravesada por un signo de átomo.

    Su mano temblaba mientras se aferraba con fuerza a su símbolo religioso. Su amigo asustado dijo:

    —Vamos, salgamos de aquí, rápido. —Lo tomó por su camisa, quiso halarlo, pero el joven estaba literalmente congelado:

    —Espera, cálmate, no seas infantil. ¿Acaso eres un niño? —balbuceó.

    Su compañero de aventura no compartía su curiosidad, salió huyendo de aquel lugar. Solo quería alejarse lo más pronto posible, poco le importó lo que sucediera con su amigo.

    La lluvia comenzó lentamente, las gotas empezaron a caer sobre la ciudad.

    La nave apagó sus luces, la oscuridad invadió el lugar. Se oyó un escaso zumbido casi imperceptible, luego una luz brilló mientras una compuerta se abría, daba paso a una rampa energética que tocaba el suelo.

    La luz del interior de aquella máquina estelar era tan intensa que el joven no tuvo otra opción que cubrirse el rostro con sus manos. Solo alcanzo a ver unas letras desconocidas a un lado del fuselaje de la nave parecía el nombre del transporte estelar. Eleuther pareció por un momento haber leído.

    Las sombras comenzaron a apoderarse de la luz. Se dibujó una silueta alargada que se veía bajar despacio, casi levitando sobre la rampa; sus pasos apenas se distinguieron al llegar al suelo. Era una mujer de aspecto Arka, cayó de rodillas tomándose el cuello. La atmósfera terrestre la asfixiaba.

    El joven Rashid, se apresuró a auxiliarla, pero justo cuando estaba a punto de tocarla vio una mano extenderse, sintió una ráfaga que lo empujó hacia atrás. Fue tan fuerte el golpe que voló por los aires, golpeando el suelo a unos cuantos metros de distancia de la extraña visitante.

    Quedó sin aire, tendido en el suelo mojado, sobre un charco, que la lluvia momentos antes había creado. La forastera espacial, conteniendo la respiración, tocó su brazalete que despedía unas pequeñas luces color violeta. Con sus dedos tomó una cápsula fluorescente, la puso en su boca, la mordió, despidiendo una luz, reanimándola al instante.

    Rashid, se puso de pie sin dejar de observar con detenimiento. Ágilmente, en un abrir y cerrar de ojos se abalanzó frente al asustado joven. La capucha de su traje le cubría el rostro, ella la descubrió un poco, se inclinó frente a Rashid, y clavando su mirada en el muchacho preguntó:

    —¿Quién eres, dónde estoy? —Dejando ver claramente su aspecto Atmurense. Unos ojos grandes y azules, una nariz respingada una piel sedosa color rosada, que la hacían ver como un ser de un reino mágico, y unas orejas en punta cual súbdito del imperio elfo.

    Él joven maravillado, tembloroso con el rostro lleno de gotas de lluvia derramándose por sus labios respondió titubeante:

    —Soy Rashid… ¿Qué eres tú, una Arka?

    Ella, sin mover sus labios, con telepatía contestó:

    —Soy un hada del agua Atmurense, de muchas.

    —¿Tienes nombre?

    —Me llamo Elara.

    —¿Me dejaras vivo? ¿Qué buscas? —dijo con temor a morir.

    —Vivirás, pero si llegas a saber a quién busco, tendría que destruirte, entiendes bien lo que digo —contestó.

    Escaneó su brazalete, eligió un fotograma, el aparato tecnológico mimetizó la imagen transfiriéndola a Elara, para los demás era su nueva apariencia, una joven ataviada con la distintiva vestimenta hindú, solo era un espejismo. El muchacho, retrocedió preguntando:

    —¿Acaso esto es verdad, está pasando realmente?

    Ella dijo:

    —Me complace que mi brazalete sirva, que entiendan mi lenguaje. —Percatándose de su nueva forma adquirida, se acercó al joven, tocó su frente, de inmediato se desmayó. Elara lo sujetó, colocó suavemente su cabeza en el suelo.

    Contempló su reflejo en el agua, tocó su rostro, vio sus manos con incredulidad, impresionada, no se reconocía a sí misma… La intensidad del viento aumentó. Por momentos, la lluvia se tornaba agresiva. Se apresuró y caminó en medio de la tormenta en busca de alguien importante para ella, era necesario encontrarlo para terminar su misión.

    En el Hospital Nacional de Sri Lanka se encontraba una hermosa joven, estaba a punto de dar a luz a su primer hijo. Había anhelado por mucho tiempo la llegada de su bebé. Su nombre era Mary Taylor.

    Eran tiempos difíciles para la humanidad.

    Las guerras habían asolado a miles de millones de personas, la hambruna había hecho estragos también en una deteriorada población mundial. Las constantes contracciones económicas producían grandes incertidumbres. La fragilidad de los sistemas políticos en los que se había puesto plena confianza quedaba en evidencia. Eran muchas las personas que padecían. Sin duda, era una época de adversidad.

    Joe Taylor estaba en uno de los sectores más vulnerables de Sri Lanka. Él formaba parte de una brigada de médicos que salían en misiones de rescate y ayuda con los más necesitados. Mary, también era colaboradora, pero, por su situación de embarazo se vio obligada a quedarse con Dan, su cuñado.

    Tenían una excelente relación… Como un favor personal, Joe pidió a su hermano que se quedara con su esposa. No habría nadie que la pudiera asistir, estaban en un país desconocido. Además, no había ser óptimo en el cual confiar a ciegas. Joe decidió volar en línea comercial, pues se había marchado una semana antes. Planeaba regresar a tiempo para estar con ella y ser testigo del nacimiento de su primogénito.

    Mary esperaba que Dan llegara al hospital. Pasaban las horas y aún no aparecía. No paraba de tener contracciones. Una enfermera vestida del clásico uniforme blanco, zapatillas del mismo color con un curioso gorrito redondo (como de panadero, pero aplastado), se acercó, preguntando:

    —Señora Taylor ¿está lista?

    —¡¿Es en serio?! ¡Claro que no! ¿Quién está lista para sentir cómo sale una sandía por el orificio del tamaño de un limón?

    La enfermera sonrió, sus dientes blancos contrastaban con su piel, trigueña oscura. Con la sonrisa todavía en el rostro dijo:

    —El sentido del humor es una muy buena señal, al menos esperaremos a que dilate un poco más, de allí pasará a la sala de labor y parto. Si gusta, puede esperar aquí o puede salir en la silla de auxilio, aguardar en el pasillo…

    —Prefiero el pasillo. ¿Por qué estos lugares siempre están fríos? —dijo Mary que se sujetaba el vientre con una mano mientras con la otra hacía fricción sobre su hombro izquierdo.

    Las contracciones de Mary poco a poco iban en aumento. Llamó a la enfermera con un intento de grito que ni ella misma entendió. El dolor empezaba a ser más que incómodo. Una vez dentro de la sala de espera empezó a apretarse con fuerza su abultado vientre, mientras el sudor le cubría la frente.

    Una hermosa joven hindú estaba sentada en una silla de espera. Elara la observaba, su mirada era penetrante. Mary, alertada por su presencia dijo:

    —¿Hablas mi idioma, niña?

    Ella asintió con la cabeza sin decir palabra. Elara preguntó:

    —¿El dar a luz es muy doloroso?

    Al consultarle esto puso una mirada que fue cambiando a una apesarada. Se quedó esperando una respuesta. Mary pensó, ella es una pequeña para comprenderlo. Siguió resoplando un poco a la espera de la próxima contracción. Elara se acercó a Mary con una expresión de alegría más que común, aseguro:

    —¡Él ya quiere estar con nosotros!

    Mary se sentía abatida, pues de alguna forma podía sentir una gran corriente de energía que salía del centro de su vientre hacia todas sus extremidades. Elara vio hacia la izquierda, luego a la derecha, se acercó un poco al pálido rostro de Mary, con voz suave, susurró:

    —Si me lo permites, te puedo ayudar con el dolor. —Quería su autorización.

    —Créeme, solo hasta que nazca se termina —contestó Mary, su mirada se alejó perdida por el pasillo, donde un grupo de doctores marchaba con un café en las manos. Recordó que no tenía hambre, tal vez un poco de sed.

    Elara se colocó frente a ella, susurró unas palabras, trasladando los restos del dolor hacia sí misma. Mary enmudeció. Se encontraba en shock. Elara se quedó de rodillas junto a la silla de la parturienta. Los pacientes pasaban cual zombis a su alrededor, sedados a causa de los efectos de los medicamentos. Los televisores permanecían en las paredes sin señal alguna a causa del clima que imperaba. La tormenta proseguía. Mary sin ocultar su felicidad, exclamó:

    —¿Cómo hiciste esto? Dime. ¿Qué fue, magia, o qué?

    —Poco de todo, en cada lugar y en diferentes épocas recibe nombres distintos; es lo que ustedes llaman chispas de inmortalidad. Ahora podrás dar a luz sin dolor, disfrutar de tu hijo mientras lo tengas. —Elara hizo una breve pausa y continuó—. Escucha Mary, la única razón por la que estoy en este plano es a causa de tu hijo, él es un ser más que único ¡Tienes que cuidarlo! No permitas nunca que alguien le haga daño. Te advierto que serás madre de un jovencito digno de un destino peculiar.

    —¿Quién eres, verdaderamente? —interrogó Mary.

    —Eso, por ahora no es importante —aseveró Elara.

    —¿Es esto real? ¿Me están jugando una broma, cierto? —dijo sonriendo con desconcierto la futura y joven madre, al mismo tiempo rascándose con suavidad la barbilla.

    Elara toco su sien derecha, recibió una comunicación telepática alertando de un peligro latente. Su camuflaje estaba inestable, la debilidad que sentía al respirar la atmósfera terrícola, literalmente la estaba matando. Elara, poniéndose en pie, tomó las manos de Mary, diciendo:

    —Todo estará bien, el bebé estará bien, nosotros también lo cuidaremos. Me quedaré un poco más, pero no me verás. —Retrocedió unos pasos, giró desapareciendo entre los pasillos que se encontraban en esa sala.

    Capítulo II

    Heliópolis primera

    Dimensión Arka, conglomerado Altara.

    Kaled, agente del consejo de los Eltar, se encontraba de pie en lo alto de la torre, observaba una lejana montaña. Un destello llamó su atención.

    Lo que había buscado durante mucho tiempo. Una de las siete diosas Sirianas. Kaled tenía información recién llegada de un lugar que nunca escuchó, pues ni siquiera sabía de su existencia hasta unos días atrás… Se repetía mentalmente Tiamat, Tierra, no quería olvidarlo. La torre del edificio donde se encontraba era muy alta, desde ahí se podía observar la estratósfera de Heliópolis Primera, uno de los mundos en una de las dimensiones más cercanas a nuestro mundo. Heliópolis era un compendio de domos, a los cuales les asignaban distintos nombres. Ciudades y ciudades creadas a partir de tecnología Siriana.

    Jhade, la estrella portal del sector destellaba cada vez que una nave la atravesaba, uno de sus usos más común.

    Un portal interdimensional que perfectamente podría usarse para viajar en el tiempo. Todo era espectacularmente, maravilloso.

    El edificio, hecho de piedra blanca, de apariencia caliza, de fachada antigua, era parte de los más emblemáticos en Heliópolis Primera, lo llamaban: la Casa de los Eltar. Allí se resguardaba la mayoría de los conocimientos adquiridos en millones de mundos (reunidos por muchas razas con sus registros Akashicos).

    Kaled, un humano adolescente, se dirigió hasta un habitáculo de cristal que estaba en uno de los siete pisos superiores. Su intención era bajar a la primera planta. El ascensor energizado se cerró de golpe, pero no hizo ningún ruido. Un haz de energía blanca lo atravesó llevándolo en tan solo fracciones de segundo hasta el lobby del edificio.

    Filamentos de energía se veían de vez en cuando en casi todas las paredes del lugar. La conciencia colectiva también se proyectaba en el recinto. Kaled sabía muy bien, tenía que llegar a la montaña donde había divisado la luz misteriosa que apuntaba a la siguiente pista de su misión. Tendría que hacerlo sin usar sus conocimientos mentales, porque no le era permitido.

    Se movilizaría a pie, así como lo haría cualquier persona común. Empezó a trotar, cuando de repente, sin que se percatara de su presencia, tropezó con un pequeño sujeto, un ser grisáceo como de un metro de estatura, muy delgado, pero con la cabeza más grande que la de un humano.

    —Ten cuidado Kaled —dijo el pequeño.

    —Lo siento —repitió Kaled mentalmente—. Un momento, ¿me conoces? —dijo extrañado.

    El pequeño ente gris le contestó también telepáticamente:

    —Eres más conocido de lo que supones, mi raza te conoce y a tu querida Elara también, ya vete, por esta vez no te haré daño.

    Una sensación de pesadez se apoderó de Kaled, ¿por qué me haría algún mal? Ni que se tratara de unos de esos leviatanes, argumento. El enanito se alejó dando un salto estupendo de casi diez metros, siguió su camino como si nada. Al joven no pareció importarle.

    Este prosiguió su camino. Iba emocionado mientras corría, gozaba de una felicidad absoluta, pero a la vez, se preocupaba por las noticias de las que era portador. Su informe cambiaría la vida de su mundo.

    La Regente Dival Su Han siempre fue como una leyenda para él, era raro que alguien la hubiera visto en persona; se decía que era terriblemente sabia y poderosa. Su Han siempre ostentó el cargo de Regente grado uno de la logia blanca Aklan, un nivel por debajo de Weade, el líder absoluto de la logia Aklan… Kaled fue contactado la noche anterior por Harryken, hembra de la raza Somera incorpórea, lo visitó durante una de las tantas sesiones de meditación en la Casa de los Eltar… dejando un mensaje:

    —Kaled, la hora ha llegado, debes buscar tú mismo a la Regente Su Han en el monasterio Reknar. Debes hallarla entre tres ciclos pasados, ella estará disponible —dijo Harryken (uno de los tantos mensajeros de la logia Aklan).

    Kaled, que temblaba como una gelatina, no se inmutó en el momento, pero esa noche era especialmente sombría como la calma que antecede a la tempestad… El joven había dedicado su vida a los estudios, las prácticas, los exámenes, todo sobre meditación. Sus padres, desde pequeño le urgieron ir a Heliosfera primera. El planeta nativo de Kaled, llamado Akton, no se encontraba muy lejos del destino (en medida terrestre, se hallaba a veinte mil años luz, pero usando los portales interdimensionales la velocidad luz está obsoleta, solo hay una manera más veloz, la velocidad del pensamiento).

    Esa noche, Kaled salió hacia el balcón de la torre a respirar un poco de aire fresco. Observó las nubes más bajas que el nivel donde se encontraba. Esa era una de las maravillas de la Casa de los Eltar, su gran altura. Arriba yacía el firmamento plateado. Kaled, tocó su sien derecha susurrando:

    —Elara. —Tratando de hacer contacto con una de sus pupilas, mejor amiga y guerrera extraordinaria. Pero no recibió respuesta alguna. Salió del pasillo al interior a su habitación. Cierto desorden en el lugar lo alertó, sacándolo de su estado aletargado y habló con tono fuerte:

    —Ashtar, quiero que dejes este lugar como estaba. —Aparentemente, no había nadie, pero Kaled sabía muy bien que alguien estaba allí. Ashtar se reía a carcajadas. Poco a poco fue apareciendo muy cerca de Kaled, quien dirigía su mirada hacia abajo (pues solo medía un metro de estatura). El pequeño Ashtariano dijo entonces:

    —¿Cuándo aprenderás a relajarte muchacho? Si piensas servir a la casa Eltar y a Su Han, debes ser valiente, pero más importante paciente.

    Kaled, respondió:

    —Es raro escuchar eso de alguien que no hace nada en todo el día. Además, aclárame por qué tengo que alojarme contigo. Yo pedí estar solo… Lo único que haces es comer y dormir.

    —Lo sé, es que debo ayudarte a cumplir tu trabajo —le espetó Ashtar con voz resuelta.

    —¿Tú? ¿Ayudarme? Pero soy yo el que tiene que sacarte a ti de problemas. ¡Por favor, mejor arregla este desastre!

    Luego de una breve pausa, Ashtar, que se sintió regañado como si fuera un niño, quiso defenderse:

    —¡Hey! En mi sistema soy una eminencia, que no te engañe mi apariencia, mi nombre no es Ashtar, me dicen así por el sistema del que provengo. Ashtariano soy.

    Kaled calló, acto seguido, Ashtar

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