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Los Cuatro Órdenes
Los Cuatro Órdenes
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Libro electrónico320 páginas4 horas

Los Cuatro Órdenes

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La historia de Los Cuatro Órdenes se desarrolla en un mundo imaginario, con personajes irreales, pero con aspectos que bien podemos observar en nuestra sociedad hoy en día como la ambición, el egoísmo, pero también la amistad, la capacidad de superación…
Los personajes lucharán por superar aquellas cualidades negativas que los inundan y transformarlas en valores positivos y comunes a todos los seres de los órdenes. Vivirán toda una serie de aventuras y se enfrentarán a miles de retos para lograr su objetivo. En definitiva, un relato lleno de acción y personajes fantásticos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 oct 2019
ISBN9788418129339
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    Los Cuatro Órdenes - Mercedes Soriano Trapero

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Mercedes Soriano Trapero

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Diseño de portada: Jesús Soriano Ortiz.

    ISBN: 978-84-18129-33-9

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

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    .

    Para los que de verdad están ahí:

    mis padres, principio y fin

    de mi vida;

    y Javi, principio y fin

    de mis pensamientos…

    PRÓLOGO

    La historia de Los Cuatro Órdenes se desarrolla en un mundo imaginario, con personajes irreales, pero con aspectos que bien podemos observar en nuestra sociedad hoy en día como la ambición, el egoísmo pero, también, la amistad, la capacidad de superación… Los personajes de la historia lucharán a lo largo de la misma por superar aquellas cualidades negativas que los inundan y transformarlas en valores comunes a todos los seres de los órdenes. Vivirán toda una serie de aventuras y se enfrentarán a miles de retos para lograr su objetivo.

    Los nombres de los cuatro órdenes, así como de los personajes, están relacionados con el orden al que representan y basados en nuestra lengua madre: el latín. Al final del libro, aparece un glosario de nombres que puede ser de utilidad para familiarizarnos con ellos y seguir las aventuras de forma más cómoda.

    Comienza la lectura y sumérgete en un mundo nuevo, dejando a tu cabeza e imaginación recrear los espacios, tiempos y personajes que se describen. Sin duda, a partir de la segunda página formarás parte de ellos.

    INTRODUCCIÓN

    El viento del norte soplaba de nuevo enfurecido. No daba tregua a los habitantes de Eolum que, para sobrevivir, debían refugiarse en las cuevas bajo las montañas; aquel que se atrevía a salir no volvía jamás. Los vientos así lo habían predestinado y no quedaría nadie, si era necesario, hasta que los cuatro órdenes estuvieran completamente restablecidos.

    Dentro de su refugio, los pocos lugareños que quedaban subsistían pasando penurias. Habían perdido todas sus posesiones, lo poco que tenían e, incluso, la vida de muchos de ellos. Ni siquiera los dracos les podían ayudar, porque ellos también sufrían la ira de los vientos si se atrevían a salir. Su especie, igualmente, había sido mermada considerablemente.

    El desánimo, por tanto, era generalizado…, solo una pequeña eolu mantenía la esperanza, no solo por su actitud positiva, sino también porque en la palma de su mano tenía una marca de nacimiento: una estrella con la inicial de cada orden en cuatro de sus puntas, y cuando ella preguntaba a su draco qué significaba, él siempre le contestaba lo mismo: algún día lo sabrás, no seas impaciente….

    Pero Stell, que así se llamaba la pequeña, estaba cansada de no poder salir al exterior; cansada de ver morir a tantos, cansada de ese sonido infernal que los vientos provocaban…, así que, aprovechando un descuido de su draco Galmam, se ató a una piedra enorme que había en la entrada de la cueva y salió al exterior.

    Apenas podía abrir los ojos, no solo el viento del norte soplaba enfurecido, sino también el viento del sur. Ambos unían sus fuerzas formando remolinos. No podía avanzar, si se movía saldría volando… No lo pensó dos veces y lanzó, a esos vientos, un gran grito con todas sus fuerzas. Sorprendentemente, ambos pararon momentáneamente. Stell abrió los ojos y vio que nada se movía a su alrededor, ni siquiera ella, por lo que, de nuevo, volvió a gritar diciendo:

    ―¡Basta ya! ¡Estamos cansados! ¡Esto no conduce a ninguna parte!

    Y, mientras gritaba, alzaba sus manos gesticulando fuertemente y dejando al descubierto la marca de su mano (que siempre llevaba escondida por recomendación de Galmam).

    Sus gritos alertaron a todos que se asomaron a la entrada de la cueva, junto con Galmam, justo en el momento en que ambos vientos rodeaban a la pequeña, la alzaban suavemente al cielo manteniéndola allí, mientras los demás instaban al draco Galmam para que fuera a ayudarla, temiéndose lo peor. Galmam los miró con frialdad diciendo:

    ―Su destino ha llegado…

    En ese momento, Stell aterrizaba en el suelo divertida y los vientos se retiraban completamente. Corriendo hacia su draco, gritaba:

    ―¡Se marchan, Galmam! ¡Se marchan! ¡Los vientos se marchan!

    ―Tranquila, pequeña, tranquila ―dijo Galmam con ternura.

    ―Me han dicho que me obedecerán y que harán siempre lo que yo diga… ¿por qué lo dicen, Galmam?

    ―Ven, tengo que explicarte algo.

    Stell no lo sabía, pero ella era la elegida, la única que podría pacificar los cuatro órdenes. Había nacido con ese fin y ahora había llegado el momento de contárselo.

    1ª PARTE:

    TENEBRIS.

    TENEBRIS –29

    Doscientos cincuenta plenum antes, los cuatro órdenes convivían pacíficamente en sus respectivos territorios con sus elementos como amos y señores de cada zona. Tierra, fuego, agua y aire mantenían el poder establecido desde tiempos inmemoriales y sus habitantes, sometidos a su criterio, cuidaban y respetaban la zona en la que les había tocado vivir, adaptándose a sus rigores y peculiaridades.

    El orden Tellus era una zona abrupta; llena de rocas, pedruscos, simas, montañas… La vida era difícil en ella, pero existían unos habitantes duros y fuertes como rocas: los tellurianos. Medían más de dos metros y todo su cuerpo presentaba el aspecto de una roca, tanto por fuera como por dentro. Su cabeza era minúscula y los ojos se vislumbraban entre cada una de las grietas que componían las rocas de su cara. Sus manos se descomponían en tres alargadas protuberancias que hacían las veces de dedos. Toda esa mole de rocas se sostenía sobre dos enormes piedras que aplastaban, al mismo tiempo, todo lo que encontraban a su paso.

    Apenas sabían hablar, lo único que emitían era sonidos guturales y gritos estrepitosos con los que provocaban desprendimientos de rocas cada vez que esto ocurría. Tenían mal carácter por naturaleza y siempre había pequeñas trifulcas entre ellos. Por suerte, y para frenar estas guerrillas, convivían con ellos unos seres más inteligentes que vivían en las zonas altas de las montañas: los aruoles. Seres con aspecto de árbol, con ramas que sobresalían de la parte alta de su tronco y de la parte media, a modo de brazos y manos; grandes raíces los sostenían a pesar de su gran peso debido a la corteza que los protegía. Su gran cabeza albergaba el intelecto más cruel, despiadado y vil que existía. Manejaban a su antojo a los tellurianos y estos, sin voluntad aparente, se dejaban manejar aun a sabiendas de que algo que hicieran les pudiera perjudicar. Ambas razas convivían en ese orden, con poco o casi nulo contacto con el exterior de sus fronteras; afortunadamente, la paz se mantenía entre ellos y, salvo los juegos peligrosos de los tellurianos, a los que le gustaba tirarse piedras, la concordia estaba plenamente establecida.

    Al sur de Tellus, cuando las montañas se convertían en volcanes, aparecía Ignis: la zona del fuego, la menos habitada de los cuatro órdenes. Su territorio era un continuo ardor, las llamas salían del interior de la tierra alzándose, a veces, hasta varios metros por encima del suelo. La lava de fuego formaba ríos incandescentes que recorrían el lugar sin dejar que ningún elemento vivo se pudiera asentar allí. No obstante, había unas criaturas, nacidas del mismo fuego, conocidas como los igneos: seres incandescentes, llamas vivientes cuyo único fin era propagar el fuego en los lugares del orden en el que se hubiera extinguido, manteniéndolo dentro de su propio orden. No tenían contacto con ninguno de los otros territorios, ya que no podrían sobrevivir fuera de su zona. Las relaciones entre ellos eran cordiales, a pesar de su condición destructiva, amaban su vida y el orden establecido en la misma. Eran inteligentes y comprendían el poder que cada elemento les otorgaba, a ellos y al resto de seres de los cuatro órdenes.

    Vivían en constante movimiento, oscilando como una llama, pues si se paraban demasiado tiempo podrían apagarse. A veces, dos de ellos se fundían en uno solo, su fuego los unía para siempre en un vínculo de amor y pasión indescriptible. No necesitaban hablar, sus espíritus estaban conectados y a través de ellos se comunicaban; y de igual manera lo hacían si tenían la obligación de comunicarse con algún ser de los otros órdenes. Era la zona más inhóspita, pero con los seres más bondadosos y vulnerables.

    Al término del orden, dos fuerzas contrapuestas luchaban por imponerse: fuego y agua se retaban continuamente por adentrarse en el territorio contrario; misión imposible porque siempre uno de los dos se imponía en cada zona. Y cuando ya el fuego desaparecía completamente, surgía el orden Aquam, la zona del agua. Un gran territorio donde solo había agua, un agua cristalina, pura, en la que se veía el fondo con nitidez y el mundo subterráneo que albergaba. Los acuarianos eran sus moradores, seres con escamas, aletas y un sistema respiratorio capaz de permanecer en el agua y en la superficie, ya que sus aletas eran a la vez alas para poder volar por el cielo o planear sobre el agua. Cielo y agua se confundían en Aquam y los acuarianos nadaban o volaban indistintamente.

    Eran seres fríos, pero de alma noble. Les gustaba recorrer su orden constantemente, eran valientes, intrépidos y curiosos, lo que les había llevado a más de un problema en multitud de ocasiones. No obstante, su elemento, les recordaba quién mandaba allí y a quién debían lo que tenían, así que de vez en cuando surgía algún remolino traicionero que les advertía de que algo no estaban haciendo bien.

    Por su espíritu aventurero, intentaban relacionarse con los seres de los otros órdenes, aunque algunas veces no eran bien recibidos. Conocían muy bien cada uno de los otros territorios y sus habitantes, así como sus valores y limitaciones.

    Su aspecto físico les permitía casi todo lo que se propusieran: eran pequeños, escurridizos y sus escamas podían tornarse del color que pretendiesen. Sus grandes ojos veían lo que quisieran y más y, aquello que se les escapaba, lo suplían con los conocimientos de magia que tenían. Las manos y pies se podían transformar a su antojo en aletas para nadar, para andar o para volar: grandes cualidades que les hacían ser los más preparados de los cuatro órdenes.

    Su mundo subterráneo se dividía en cuevas donde vivían formando familias jerarquizadas. Tenían muy buena relación entre ellos, manteniendo siempre un clima de cordialidad.

    Por encima de Aquam, las aguas se secaban dando paso a una extensa llanura flanqueada por montañas, algunas de las cuales servían de frontera natural con Tellus también. En este vasto territorio se encontraba Eolum, el último de los cuatro órdenes, el menos agreste y el más habitado. Los eolus sobrevivían allí a pesar de los grandes vientos que de vez en cuando aparecían, afortunadamente leves, gracias al buen trato recibido por su elemento: el viento.

    Eran seres sencillos, sin pretensiones, humildes, vivían por y para los suyos únicamente. Sus hogares estaban fabricados con un material resistente, al menos a los vientos aplacados. Tenían una estatura media y en sus manos y pies contaban con membranas que les permitían nadar y volar sin problema. En la espalda, su columna estaba compuesta por una serie de anillos de los cuales salían unas pequeñas alas que en raras ocasiones utilizaban, pues preferían andar. Vestían largas túnicas con capucha para protegerse del viento.

    Mantenían relaciones cordiales con los acuarianos, pues se adentraban en sus territorios para recoger agua, el bien más preciado para ellos, pues la necesitaban para subsistir y en su orden no existía.

    Conviviendo con ellos estaban los dracos, animales alados recubiertos de escamas, duros como piedras y que escupían fuego por la boca. En ellos se condensaban las características de los cuatros elementos de la creación. Eran animales con múltiples cualidades mágicas, protectores del orden establecido y gobernadores de Eolum sobre todo, pero también de los otros tres órdenes. Si alguno de los seres de los otros territorios los necesitaban, viajaban allí donde fueran precisados. Eran sabios y justos, y llevaban más tiempo en los órdenes que cualquiera de sus habitantes.

    Los dracos avisaban a los eolus de cualquier tipo de peligro. Curaban con sus dotes mágicas aquellas heridas que tenían mala solución, siempre y cuando el elemento correspondiente les diera permiso para hacerlo. Sus enormes garras les permitían mover grandes objetos, siendo así los constructores de las moradas, tanto de los eolus como de los acuarianos.

    Solo necesitaban para subsistir, además de la comida que los eolus les preparaban a base de vegetales, algo de sol para que sus escamas siguieran siendo fuertes. El sol, aunque débil, abastecía a los cuatro órdenes, nunca desaparecía, manteniéndose siempre en el mismo sitio, a la derecha de Eolum y Aquam, los que más lo necesitaban. A Tellus e Ignis llegaba oblicuamente, pero estos territorios, por sus características, no lo requerían tanto.

    Doblaban en tamaño, en edad adulta, a los eolus, a los que también transportaban si era preciso. Por desgracia, apenas quedaban diez parejas de dracos; no sabían por qué, pero la especie había ido desapareciendo poco a poco con el paso del tiempo y hacía mucho que no nacía un miembro nuevo.

    El tiempo en los cuatro órdenes era algo relativo, los moradores se guiaban por una estrella de enormes dimensiones (más que el sol), que recorría los cuatro territorios de forma circular cada cierto tiempo, llegando incluso, en algunos momentos, a tapar el sol. Cuando esto ocurría, los habitantes de cada zona se recluían en sus viviendas a descansar. Lo conocían con el nombre de plenum, ya que la estrella, algo más grande que el sol, lo tapaba y sus destellos brillaban alrededor de la misma. Los dracos decían que esos destellos no auguraban buenos presagios. En cambio, para los demás era un fenómeno bonito del que los elementos les dejaban disfrutar, aunque se retiraran a descansar el tiempo en que ocurría.

    En el centro de los cuatro territorios se encontraba el círculo mágico. Un lugar que contaba con las estribaciones finales de cada orden y, en cuyo punto central, se erigía una gran torre con una luz: la torre guía, como todos la conocían. En ella aparecían, igualmente, los cuatro elementos, conservados en unas urnas de cristal que custodiaban los dracos y a la que ningún otro habitante podía entrar. Las urnas contenían unas esferas de cristal brillante y luminoso, cuyo interior albergaba el orden correspondiente. Su unión garantizaba la estabilidad en los territorios y, si alguno se separaba del resto por algún motivo, las cuatro zonas se sumirían en un estado de confusión total amenazando, incluso, la vida de los seres que las habitaban. Esa zona se llamaba el paraíso y el draco Pegasus era el encargado de custodiarla.

    Pegasus vivía allí desde tiempos inmemoriales, solo tenía contacto con los otros dracos, ningún otro ser se aventuraba a pasar por allí, era la única norma que tenían que cumplir. En alguna ocasión, los acuarianos, curiosos por naturaleza, se habían adentrado en ella, recibiendo un serio escarmiento por parte de Pegasus. Sin embargo, en general, su vida transcurría apaciblemente.

    –28

    Los moradores de cada territorio vivían tranquilos y en paz, no necesitaban nada más ni anhelaban cosas que no podían tener. Sin embargo, en Tellus algo se estaba gestando, los aruoles envidiaban a los otros territorios, sobre todo a Eolum por sus cualidades, y deseaban poder vivir allí, alejados de los estúpidos tellurianos y con el sol, más cercano, alimentando sus ramas. Además de que siempre codiciaban, igualmente, el poder de los dracos.

    Theobrom, uno de los más jóvenes, instigaba así al resto:

    ―Nosotros también necesitamos el sol y el agua, nuestras raíces no tendrían que estar buscando constantemente el agua subterránea si viviéramos en Eolum.

    ―Es cierto, y allí no tendríamos que preocuparnos por los desprendimientos o por los lanzamientos de rocas de los tellurianos ―comentaba Mores.

    ―Deberíamos hacer algo ―propuso Theobrom.

    El principio del fin estaba en marcha y los aruoles comenzaron a idear un plan para hacerse con el poder y desterrar para siempre a los elementos y a los dracos de aquellas tierras. Únicamente ellos serían los amos y señores de todos los territorios y el resto de habitantes les rendirían pleitesía.

    Theobrom decidió pedir consejo a Psidium, el más anciano de los aruoles y, por ende, más sabio de todos ellos. Le contó sus planes y, con desgana, pues habían perturbado su descanso, comenzó a hablar:

    ―Os olvidáis de un gran detalle: nuestras raíces no pueden realizar grandes desplazamientos y ya sabéis que recurrimos a los tellurianos para ese fin… ¿cómo llegaréis hasta Eolum?

    ―Pensaba que tú me lo dirías. Eres listo e ingenioso, y muchos de nuestros conocimientos te los debemos a ti, así como nuestros progresos y facilidades ―expuso Theobrom con mucha camaradería, sabía perfectamente cómo manejar a los demás.

    ―Efectivamente Theobrom, pero no me subestimes que yo no soy los otros aruoles con los que tratas.

    ―Lo tengo en cuenta, Psidium, te aprecio y tengo muy presente tu poder.

    ―Bien, joven aruol, la impaciencia de la juventud te puede, pero comparto tu plan, hace ya tiempo que tengo pensado hacer algo como lo que propones. Escucha…

    Theobrom, sorprendido, acercó sus ramas todo lo que pudo al sabio anciano y prestó la máxima atención a sus palabras. Psidium prosiguió, midiendo y sopesando cada idea que, por fin, salía de su cabeza.

    ―Lo primero que necesitas son aliados. Nosotros somos pocos y, como te he dicho, con movimientos limitados. Con los aruoles cuentas, obviamente, en cuanto se lo comuniquemos a los demás te seguirán. Con los tellurianos también, porque esos tontos con cabeza de roca no saben nada y harán lo que les digamos. Pero necesitamos más y la única opción posible son los acuarianos; ellos son ambiciosos y curiosos, prometiéndoles que su territorio se ampliará harán lo que les digamos, solo es cuestión de convencerlos convenientemente. Además, tienen ganas de imponerse completamente a los igneos y de extinguir su territorio, esta es una idea que debemos aprovechar. Los igneos son muy peligrosos para nosotros, así que no los necesitamos para nada. Primero acabaremos con Pegasus, robaremos los cuatro elementos de la torre guía y, con ellos a nuestra disposición, ningún draco ni eolu se resistirá.

    ―¿Y cómo acabaremos con Pegasus? Puede leer nuestros planes en nuestros ojos y mente, es difícil acercarse a él ―preguntó Theobrom.

    ―En eso también había pensado y para ello utilizaremos a Plinia. A ella no le contaremos nuestros planes y, como es la que está más aislada de los demás, no notará ni verá nada fuera de lo normal. Cuando llegue el momento de acabar con Pegasus, le diremos que vaya a hablar con él, lo distraerá y en ese momento lo mataremos.

    Parecía que el viejo Psidium había maquinado hasta el mínimo detalle. Theobrom no podía objetar nada al respecto, el plan era perfecto.

    ―Ahora vete y comunica al resto que en el próximo plenum nos reuniremos para comenzar con los planes.

    Theobrom así lo hizo y partió todo lo rápido que sus raíces le permitieron. La estrella terminaba de pasar por Tellus, así que pronto sería plenum.

    –27

    Theobrom avisó al resto, tal y como habían convenido, excepto a Plinia, alertando a los demás de que no le dijeran nada.

    Cuando llegó el plenum, todos se dirigieron hacia la zona en la que estaba Psidium. Este les contó los planes, igual que lo hiciera con Theobrom en su momento. Efectivamente, los demás aceptaron la propuesta, ya estaban cansados del sitio en el que se encontraban.

    ―Por tanto, el paso a seguir será el siguiente: tú, Theobrom, junto con Mores, hablaréis con los tellurianos, no les contéis todos los detalles, únicamente decirles que van a ampliar su zona de recreo hacia Eolum; tampoco necesitan saber mucho más por si dicen algo que no es conveniente. Yo, junto con Salix, contactaremos con los acuarianos ―explicó Psidium.

    ―¿Cómo hablaremos con ellos, Psidium? ―preguntó Salix.

    ―Iremos bordeando el círculo mágico, nos quedaremos en los límites con Aquam, tarde o temprano alguno aparecerá, tienen un olfato impresionante y su curiosidad es irrefrenable. Tendremos mucho cuidado con Pegasus, a ver si está dormido, como siempre, y no nota nuestra presencia. Partiremos en cuanto el plenum acabe.

    Theobrom y Mores decidieron no descansar y buscar a los tellurianos. Posiblemente, aprovechando el plenum, estarían dormitando unos encima de otros como acostumbraban… Y así fue, no tardaron mucho en dar con ellos. Una vez localizados, esperarían a que el plenum acabase, interrumpir su descanso podría irritarlos considerablemente y un telluriano enfadado era muy peligroso.

    Cuando el sol asomó completamente de nuevo, Theobrom se acercó a Surgo, uno de los tellurianos, y lo engatusó diciéndole que si no le gustaría tener más espacio para dormitar a gusto. Surgo asentía bobalicón y el aruol continuaba con sus tretas. No tardaron mucho en convencerlo y tras él al resto que, con sonidos guturales profundos, se alentaban unos a otros emocionados por los falsos planes propuestos por Theobrom, al que seguirían allá donde fuere.

    Mientras, Psidium y Salix comenzaron el camino hacia el círculo mágico y, tal como predijo el viejo aruol, no tardaron en dar con un acuariano que, como siempre, merodeaba alrededor del círculo mágico buscando algo que fuera interesante y, esta vez, lo había encontrado.

    ―¡Vaya, aruoles!

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