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El León de Zora
El León de Zora
El León de Zora
Libro electrónico370 páginas8 horas

El León de Zora

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Durante la era del caos y el olvido anterior al tiempo, hubo un gran conflicto celestial en el que se enfrentaron los siervos de Yahvé contra aquellos que se rebelaron siguiendo a Lucifer, éstos casi fueron victoriosos gracias al poderoso demonio Leviatán, cuya fuerza solamente Dios mismo pudo derrotar, y a quien tras la más grande batalla de todos los tiempos, otorgó la oportunidad de redimirse protegiendo a aquella creación que casi exterminó, naciendo bajo el nombre de: Sansón.

En esta novela, inspirada en la mitología semítica, Romanus Isaac Almeida explora los tormentos más despiadados en el alma destrozada de quien fuera el sol destructor, el hombre más fuerte del antiguo testamento, y nos ofrece un relato brutal y apasionante sobre la culpa, los demonios y la redención.  

Esta novela, que nos adentra en los desafíos emocionales de la condición humana y su vínculo con la divinidad, es del autor Isaac "Romanus" Almeida, quien ha sido distinguido con las preseas: "Voz de Oro" y "Ray Tico internacional", entre otras.

IdiomaEspañol
EditorialZIMZO
Fecha de lanzamiento26 feb 2016
ISBN9781386140689
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    El León de Zora - Isaac Almeida Saavedra

    LEVIATÁN

    L A M E N T O  D I V I N O

    ___________________________________________

    Almeida Saavedra

    © Zimzo Ediciones presenta:

    El León de Zora

    (Leviatán, el lamento divino)

    Zimzo Producciones

    ZimzoMx

    Isaac Almeida Saavedra

    Director de ZIMZO Ediciones

    Akna Zavi

    Dirección Editorial

    Jorge Almeida Saavedra

    Dirección de Diseño Editorial

    Portada e ilustraciones interiores

    Isaac Almeida Saavedra

    Copyright 2020 Almeida Saavedra

    Impreso en México

    Todos los derechos reservados

    Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida por cualquier medio sin permiso del propietario del Copyright.

    El contenido de esta obra es mayormente ficción, e interpretación del autor basado en las sagradas escrituras, por lo que se recomienda amplio criterio en su lectura. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, situaciones y lugares, son mera coincidencia.

    En honor a mi familia y amigos más cercanos.

    A quienes estuvieron y a quienes aún no están...

    DRAMATIS PERSONAE

    Israelitas:

    Sansón: Protagonista del drama, dotado de una enorme fuerza sobrehumana, temperamental e imparable, tiene la misión de guiar y proteger a una nación que le desprecia y teme.

    Manoa: Padre de Sansón, originario de la tribu de Dan.

    Sara: Madre de Sansón, originaria de la tribu de Judá.

    Filisteos:

    Ranin: Esposa de Sansón, nacida en Timnat, de humilde origen filisteo.

    Dalila: Una prostituta filistea originaria de Soreq, prima de Ranin.

    Otros:

    Bahamud: Uno de los tres demonios con mayor jerarquía y potencia en el Seol, o abismo de la muerte, se manifiesta por medio de las fieras salvajes y los elementos. Representa la mentira, el caos y las bajas pasiones. Durante la rebelión de Lucifer, manipuló a su hermano Leviatán, para que atacara a Dios.

    Leviatán: Durante la última era divina, Mikaelvs derrotó a Satán, pero cayó vencido al enfrentarse contra el demonio Leviatán, sólo Dios en cuerpo y alma pudo doblegar su fuerza incomparable, y debido a que Leviatán fue víctima de argucias, Dios le ofreció una oportunidad de redimir su alma.

    En el principio de lo eterno sólo había oscuridad...

    Negrura...   

    Vacío...

    Caos.

    Celestiales almas suspendidas en el éter...

    Sin rumbo.

    Sin principio ni final...

    Sin razón de ser...

    ––––––––

    Y Yahvé, el más grande entre todos, dijo:

    —¡Hágase la luz!—

    ––––––––

    Y la luz fue hecha.

    ––––––––

    Y muchos de aquellos seres celestiales, a quienes el hombre llamaría ángeles, vieron que la luz de Yahvé era buena, y le alabaron admirados...

    Muchos de ellos...

    ––––––––

    Otros no.

    Los ángeles nombraron Génesis a aquella nueva estructura universal, y con ellos, Dios creó los firmamentos... Nuevamente cantaron admirados, pero aún faltaba la obra más sublime. Juntos separaron los mares de la tierra, creó a las grandes bestias y vio que eran buenas, y sobre ellas decidió crear al hombre para que las nombrase y controlase, otorgando a sus nuevos hijos, nacidos del barro, un amor desmedido; regalándoles la creación entera, por el mero hecho de existir sin merecerla.

    Opinaron muchos, así que algunos celestiales renegados proclamaron: —¡Hágase la guerra!— Y la guerra se hizo. Bahamud, Belcebú, Astaroth, y otros millones de celestiales caídos de los cielos, se aliaron al orgulloso Lucifer, en un pacto para volver a la vieja oscuridad...

    Mikaelus guió la defensa de los hijos de Yahvé, quien debilitado descansaba después de la creación universal. Juntos los hijos de la luz, vencieron a las huestes de la noche eterna, hasta que Lucifer convenció de entrar en la disputa al más ingenuo y poderoso de los adversarios: Leviatán.

    Por cientos, los ángeles fueron destrozados, ni siquiera Mikaelus con su rayo flamígero pudo hacerle frente, todo estaba perdido. Pronto los rebeldes, abrieron un oscuro abismo de caos, tal como en el viejo reino de las sombras, al que llamaron Seol; el abismo que crecía poco a poco devolviendo todo a la nada. Firmamentos, soles, y mundos vivos se desvanecieron como susurros ahogados en los ecos del silencio. Pronto el mundo predilecto, correría la misma suerte.

    Entonces Dios despertó encolerizado, y sólo el creador pudo lo que nadie más, crear el todo de la nada, vencer lo invencible, realizar los imposibles, incluso enfrentar a Leviatán. Siglos o milenios después de aquella eternidad, terminó el brutal combate del que finalmente Dios saldría victorioso, y sin embargo, en medio de su furia omnipresente, Yahvé se negó a matar a los adversarios.

    El exilio en el abismo creado por ellos mismos, parecía suficiente, excepto para el orgulloso Lucifer y el arrepentido Leviatán. El primero fue maldecido eternamente, destinado a arrastrarse por el mundo al que odiaba tanto, mientras el segundo, tendría la oportunidad de redimirse, protegiendo a los humanos que había tratado de matar, renaciendo de ellos y entre ellos, para servir a ellos...

    Para cuando terminó la guerra celestial, los hombres habían cambiado, su mundo se había vuelto más hostil... Lucían diferentes. Los pueblos y los hijos de los hombres hacían la guerra, olvidando a su creador, inventando nuevos dioses, héroes y demonios. Sólo un primitivo pueblo incomprendido, recordó a Yahvé... Había que proteger y guiar a sus tribus.

    Ahí nacería, como un rayo del alba, igual que el sol destructor de las tinieblas...

    En aquel lugar, el demonio buscaría la redención.

    PRÓLOGO

    ❖❖

    Dios... La era de las bestias y gigantes termina e inicia la era de los Hombres. Los viejos dioses y sus credos se niegan a caer, pero ni ellos tienen la fuerza suficiente para dominar el todo eterno que tú eres... He visto caer al viejo mundo poco a poco, y resurgir de las cenizas uno nuevo y diferente, quisiera decir que mejor que el anterior, pero la razón y suspicacia de las que me precio siempre, murmuran a mi alma que es vana mi esperanza, porque no termina, no terminará jamás... La única certeza, el único fin que me resulta claro, es el de mi propia vida. Las articulaciones punzan cual navajas afiladas, mi corazón ya se siente lento, y por mucho vigor que trate de ostentar, las largas canas en mi cabellera, barba y cejas, me dictan que es hora de ceder el cetro, dejar atrás la corona que alguna vez fue de mi padre, para entregarme a la reflexión, lectura y escritura, en tu nombre, en tu gloria, Dios.

    Bendito seas tú, que me has enviado a caminar entre los grandes reyes de la tierra, a ser testigo de proezas imposibles, y a seguir el camino de mi padre, quien a su vez siguió el camino valeroso de Sansón... La paz sea con él,  a quien llamaron unos Zimzo, otros Sham´Ahsh y Shemesh Sol destructor, a él, que otros aseguraban, era la encarnación del mismo Leviatán, luchando por expiar las blasfemias cometidas en tu contra, Dios, durante la rebelión de aquel cuyo nombre es maldito entre malditos...

    En lo personal debo decir que es una historia apasionante, humana y divina al mismo tiempo, una historia de valor y esperanza... Dios, ahora que comienzo a escribirla, me sigue conmoviendo tanto como la primera vez que mi padre me habló de Sansón, aquel humano que ostentó en vida la fuerza incomprensible de Leviatán. Recuerdo que todo comenzó en un pueblo llamado... Zora...

    ❖❖

    Zora, tribu de Dan, en Israel.

    Ibzán, Elón y Abdón fueron nombres con los que el pequeño Manoa creció y sobre todo aprendió a honrar. "Los jueces de Israel son más que simples héroes mortales", decían sus padres, son enviados de Dios que sirven como gobernantes y guías espirituales. No entendía mucho acerca de este Dios, pero lo que sí comprendía perfectamente era que cada cinco segundos alguien terminaba por colarle en alguna frase u oración. ¿No hay algo que no debamos al Señor?, preguntaba a sus tiernos siete años con frecuencia, y miraba el semblante recio de su padre acompañado de las protestas habituales: Niño irrespetuoso, si sigues cuestionando a Dios, él nos castigará y será tu culpa. Decía con el ceño fruncido mientras le jalaba las patillas. Manoa lloraba como cualquier niño lo habría hecho, pero pronto su padre le recriminaba: Dios no quiere a los llorones, entre dientes escapaba una pequeña risa maliciosa y seguía sus labores. Si Dios exige obediencia sin razón y nos castiga, entonces es igual que los filisteos, decía a sus adentros, Dios ha de ser un filisteo.

    ––––––––

    II

    No era fácil ser un niño israelí. Su única verdad era un mundo gobernado por los filisteos venidos del mar, y por un poderoso Dios encolerizado capaz de destruir el mundo con su enojo; un Dios que poco a poco comenzó a percibir como una figura imaginaria creada por su ahora fallecido padre. ¿Crees que esté parado frente a su creador?, preguntaba a su madre con frecuencia a medida que se convertía en hombre. Y pese a toda esta confusión que muchos en sus tiempos compartían, su ímpetu y curiosidad por ese antiguo Dios de los desiertos desapareció al conocer a Sara. Una buena mujer es aquella que sabe orar y respetar a su marido, decía su madre. Sara era una mujer de talla diminuta y tez apiñonada, ojos grandes, expresivos y una sonrisa compasiva; una joven intachable de buena familia. Por primera vez en su existencia, Manoa se sentía parte de algo. Lejos de las dudas, su mente se ocupaba en sueños de amor, esperanza y paternidad; un sueño compartido incluso por su ahora anciana madre. Manoa, mi niño, Sara, niña, denme un nieto o una nieta qué cargar, les dijo el día de su boda y él, lleno de ilusiones, asintió emocionado.

    ––––––––

    III

    Pero los días se convirtieron en semanas, las semanas en meses y estos a su vez en años. Dame un varón, me haces quedar mal, comenzaba a recriminarle a su esposa, he hecho una promesa a mi madre... Y la promesa no pudo ser cumplida. Sara se sentía traspasada por la mirada de Manoa durante los funerales de la madre. Me casé con una mula estéril, reprochó entre llantos.

    —Yo no soy un pecador, así que si Dios nos está castigando debe ser por culpa de tus faltas, así que dime Sara, ¿has robado?— Preguntaba iracundo. —¿Cometiste adulterio?— Y la lista se fue agrandando en la misma medida en que la dignidad de Sara se desvanecía como un grano de arena en el desierto. Conforme los años pasaban, su repudio se hacía más evidente al grado que llegó a golpearla por no tener la cena lista.

    —Dios, Yahvé —. Oró Sara una tarde en que Manoa estaba fuera de casa. —No soy nada en tu todo, ni soy digna de pedirte algo, pero sé que no soy una mala mujer, no merezco los golpes del hombre que amo, no merezco sus repudios ni maltratos por razones que ni siquiera puedo controlar—. Su voz se quebró volviéndose un lamento ahogado mientras la fuerza abandonaba sus piernas y le hizo caer de hinojos. —Señor, Yahvé, acuérdate de mí, sólo esta vez, fortaléceme, por favor permíteme darle un hijo que haga grandes cosas, permítele al vientre estéril de esta pobre mujer ser útil una sola vez—. Se mordió el nudillo reprimiendo el llanto y permaneció de rodillas hasta que un enérgico golpeteo en la puerta le hizo ponerse de pie y acomodarse el cabello. Aunque humilde, la esposa de Manoa debe lucir digna y respetable, se dijo mientras caminaba hacia la puerta que nuevamente resonaba.

    —Ya no llores—. Fue lo primero que escuchó al abrir la puerta. El muy desgraciado seguro ha espiado y viene a hacerla de salvador, pensó y se disponía a reclamarle al extraño de piel negra pero se detuvo al ver que sólo era un anciano.

    —¿Qué desea?—

    —Ya no llores—. Repitió. —Darás a luz un niño fuerte y sano—. Dijo dando media vuelta, y apoyándose en su cayado torcido, comenzó a alejarse.

    —Espera, ¿qué has dicho?—

    —Que darás a luz un niño fuerte y sano, fuerte como el mismo sol que aleja las tinieblas en el alba—. Sara palideció cual mármol y con un hilo de voz temblorosa quiso formular tantas preguntas a la vez, pero antes de lograrlo, el anciano de piel negra nuevamente habló:

    —Ahora pues Sara, no tomes vino ni sidra, ni comas cosa inmunda—. Finalmente Sara pudo formular su pregunta.

    —¿Quién eres tú?—

    —No es importante. A tu hijo, que será varón, jamás le deberás pasar navaja sobre la cabellera, pues Nazareo será desde su nacimiento—.

    —Nazareo—. Repitió haciendo eco del anciano.

    —Y mientras Nazareo sea, no servirá a otro que al mismo Dios, para gloria de éste y libertad de sus hermanos... Habrán de nombrarlo Sansón—.

    —Sansón—. Nuevamente repitió Sara llevándose los dedos a la boca, como impidiendo que escapase otra pregunta mientras observaba al anciano perderse en el horizonte.

    ––––––––

    IV

    Al llegar a casa, Manoa encontró a su esposa llorando sentada sobre un pequeño banco.

    —¿Qué te pasa mujer?— Preguntó preocupado, pues a pesar de los golpes, jamás la había dejado de querer. Sara volvió el rostro lentamente mostrando una dulce sonrisa apenas dibujada en la comisura de sus labios; ya no podía confiar en él. Era un hombre tan distinto al que había desposado, tan violento ahora, que le había abofeteado cuando ella apenas le decía: Un varón vino a nuestra casa, quizá debió empezar con la palabra anciano...

    —¿Por eso tu sonrisa? ¡Sabía que Dios secaba tus entrañas como castigo por tus adulterios!—

    —Dios bendijo mi vientre—. Intentó explicar cuando el segundo manotazo le impactó en el rostro haciéndola caer. —¡Te digo la verdad, vino un varón, un anciano enviado por Dios!—

    Miraba a su esposo sin cubrirse el rostro; sin temor a recibir otro golpe.

    —¡Dios tiene un plan para nosotros!—

    —¿Un hombre de Dios? ¿Un profeta?— Preguntó. —¿Cómo era este profeta tuyo? ¿Qué nombre tenía?— Vociferó incrédulo.

    —No sé, no le pregunté su nombre, tampoco me lo dijo—.

    —Qué casualidad—. Protestó con una sonrisa irónica. —El sabio sólo vino a visitar a la mujer de Manoa cuando Manoa no está en casa... Mentirosa, seguro lo dices porque algún vecino ya te ha visto, si Dios enviara a un ángel a esta casa, sería para visitarme a mí, soy un hombre celoso de las leyes del señor—.

    —El sabio anciano sólo me dijo que daría a luz un niño fuerte y sano como el sol de la mañana, que comenzaría a alejar las tinieblas y que le pusiéramos Sansón—.

    —¿Sansón?— Preguntó llevándose la mano al mentón. Sol destructor, rayo divino... Tiene muchos significados, dedujo a sus adentros Manoa. —El nombre está relacionado con el sol, creo... Si ese tipo realmente era un enviado de Dios habrá de volver—. Aseguró e intentó orar esperando que Dios le respondiese, enviando al anciano a tocar su puerta nuevamente. Por algún motivo, rezar lo dejaba sin fuerza rápidamente, e iracundo azotó la puerta tras salir de la casa, sin poner atención a Sara, y ésta, acariciando su vientre una y otra vez, recordaba las palabras del anciano, mientras en su mente daba vueltas una sola idea: Sansón, es un nombre fiero; como el nombre de un león.

    —El león de Zora—. Respondió una suave voz a los pensamientos de Sara, quien intentaba controlar su asombro tras volver la vista y encontrar la figura del anciano, ahora dentro de la casa

    —Será Nazareo desde su nacimiento y por su cabeza jamás pasarás navaja alguna, en él inculcarás amor al mundo de los hombres, y amor a la gloria de Dios—.

    —Y habré de llamarle Sansón—. Concluyó la frase mientras caminaba hacia el profeta.

    —Mírame a los ojos y dime que es verdad—.

    —Dios no miente... Nunca—.

    —Mi esposo jamás creerá una sola palabra venida de la boca de una pobre vieja estéril con el vientre seco, cree que es un castigo divino... Me llama adúltera—.

    —Trae a tu esposo Manoa, yo hablaré con él—.

    —Sabes su nombre, sí eres un hombre de Dios—. Dijo haciendo reverencia.

    —Ve por él—. Y ella obedeció entusiasmada, corriendo por calles hasta llegar a un mercadito, en el que lo encontró tratando de vender sus artesanías.

    —¡Manoa, Manoa, amor de mi vida!— Gritó con todas sus fuerzas, casi como si llevara una eternidad sin ver a su marido. —¡Manoa, el profeta volvió y quiere verte!— Y Manoa, ceñudo  la siguió, con una mezcla de emoción y miedo en el corazón. Será uno de esos timadores que leen suertes, o quizá sólo un viejo loco venido desde el país del Nilo, pensaba justo cuando al acercarse a su huerto vio al anciano, negro y harapiento, debe ser un pordiosero de la tierra del Nilo, recalcó.

    —¿Eres tú el que le habla a mi mujer cuando no estoy en la casa?—

    —Yo soy—. Sonrió el anciano.

    —¿Vienes de Kemmeth?—

    —De allí vienen muchos, Manoa—.

    —No me sorprende que sepas mi nombre, cualquier truquero hace esa mierda... Anciano ¿alguna vez conociste a alguien con quien sabes que no debes jugar? Te aseguro que soy esa persona, ahora dime, ¿qué quieres de nosotros?—

    —Se trata de lo que Dios y ustedes desean en común—.

    —¿Y qué deseo podría ser?—

    —Un hijo varón—. Los ojos de Manoa se abrieron y un escalofrío recorrió su cuerpo—.

    —Ya tienes mi atención profeta, ven y cena con nosotros para invitarte vino y asar un cabrito para ti—.

    —No—.

    —Ya... Al menos dime tu nombre para honrarte cuando se cumpla tu palabra—.

    —Ya sabes mi nombre, Manoa, lo conociste por boca de tu padre—.

    —Tienes que explicar eso—. Protestó Manoa.

    —Eres tú, quien tiene que entender. En este día, mi labor sólo se limita a decirte lo que ya sabes por cuenta de tu esposa—. Dijo en tono más severo. —Toda tu vida has esperado escuchar la voz del espíritu admirable... Ve y mata a la menor de tus ovejas en holocausto a aquel cuyo nombre es honorable—. Manoa seguía sin responder, perdido en sus propios pensamientos. Y casi como si se tratara de una orden más que de una sugerencia, Manoa mató al mejor de sus cabritos y sobre la más alta de las peñas le prendió fuego orando al Creador. —Arrodíllense ante Dios—. Imperó el anciano de piel negra mientras la llama se elevaba cada vez más hacia el cielo mortecino, y así lo hicieron.

    —Anciano blasfemo, ¿tú no te arrodillas ante el altar de Dios?— Preguntó Manoa y éste sonrió diciendo:

    —¿Puede el río calmar su sed bebiéndose a sí mismo,  o el árbol resguardarse bajo su propia sombra? Así mismo no puedo hacer lo que me pides... Toda tu vida creíste que Dios era cruel y despiadado, que exigía tributos sin merecerlos y que su soberbia le impedía mirar siquiera a los mortales... Soñabas Manoa, con tenerlo enfrente para decirle estas, tus verdades, sin pensar que el Padre todo siente, oye y ve...¿Acaso en tus rencores, creíste que podías contarme algo que no supiera de antemano? Todas las tramas de lo que ha sido, es, y será, son parte del que soy ahora, desde siempre y para siempre... Tu hijo debe ser consagrado en Nazareato desde infante, pues su alma es diferente a todo espíritu nacido por mi mano. Nunca deben pronunciar sus labios el nombre inmundo de Leviatán si quiere mantenerse puro—. Dijo el anciano y comenzó a caminar hacia las hambrientas llamas que devoraban al cabrito. Un pánico indescriptible los invadió cuando entró en estas y se elevó al firmamento convertido en fuego.

    —¿Has visto Sara? ¡El viejo era Dios, el viejo era Dios! Me vio, sabe de mis pecados... ¡Moriremos porque vimos a Dios y conoce nuestros corazones!—

    —No temo esposo, porque como ahora ves, no he cometido falta ni pecado alguno—.

    —Pero yo sí... He hecho un par de cosas mal, seguramente moriré—. Entre sus manos, Sara tomó el rostro de su esposo, le besó en la frente y susurrando dijo:

    —Amor mío, tesoro de mi vida, si Dios muertos nos quisiera, muertos seríamos. Dios tiene un plan que tampoco entiendo, pero nos reveló una pista y una guía, y tenemos que cumplirla. Si aceptó tu ofrenda es porque seguramente te ha perdonado—. Le besó en los labios. —Acompáñame al calor de nuestro hogar, bríndame una vez más el fervor de tus besos y caricias—. Y ambos fueron a la intimidad de las paredes de su choza. Nuevamente vinieron días felices en los que se les veía enamorados. La mujer estéril está en cinta, eso sólo puede ser obra de Dios o del diablo, decían las malas lenguas. Sólo envidia, repetía Manoa para calmar a su mujer, pura envidia de que somos los escogidos del Señor, y soberbiamente comenzó a vestir su cuerpo solamente de colores claros, y gustaba de sermonear a los vecinos. En lugar de actuar humildemente como un siervo arrepentido, Manoa se preciaba de decir siempre supe que Dios tenía grandes planes para mí.

    ––––––––

    V

    El hijo continuaba creciendo en sus entrañas, Sara no podía ser más feliz; hacía meses que Manoa, pese a su fanfarronería, actuaba como un esposo amoroso que la consentía y procuraba diciendo a cada instante benditas tus entrañas, y palpaba su vientre para sentir las patadas del pequeño. Sus piernas no son muy fuertes, habrá que alimentarlo bien, dijo un día, Sara no estaba de acuerdo pues sentía que la reventaba en lo profundo a cada sacudida; pero nada podía compararse con el dolor indescriptible que sintió cuando el hijo amado vino al mundo.

    —¡Puja mujer, por Dios puja!— Gritaba Manoa con el rostro enrojecido escurriendo de sudor.

    —Hnnnn idiota. ¿No veees que... eeees... toy pu... jaaaandooooooo?—

    Gritó sintiendo que la partían por la mitad. No había pasado, no existía futuro, sólo un presente doloroso en agonía mientras las ancianas mantenían abiertas sus piernas. Hubo tanta sangre y nauseas para suponer que estaba siendo despedazada y que una bestia retorcía sus entrañas abriéndose camino por la fuerza; una fuerza que jamás hubiera imaginado sentir. Una emoción infinita y dulce que opacaba el horror provocado por la sangre y el dolor de los huesos de su cadera destrozada. Sentía que estaba a punto de morir, pero no lo permitiría, no ahora que tenía al pequeño sol llorando en su regazo. Un día te llamarán el rayo destructor, pero hoy eres mi bebé indefenso, y yo voy a protegerte con mi vida o con mi muerte, le susurró y se desmayó.

    —Felicidades Manoa, es un varón—.

    —Mi varón—. Repitió con lágrimas en los ojos. —Mi propio hijo—.

    —¿Cómo habrá de llamarse este pequeño?—

    —Su nombre... su nombre es Sansón—. Dijo y alzó al niño por las axilas para verlo eclipsar al sol.

    INOCENCIA

    No importaba el paso de los días de agonía, poco importaba el indescriptible dolor de sus caderas destrozadas hasta el hueso, ni la sensación quemante al orinar. Ninguna pena podía arrebatarle a Sara la dicha de volver la vista y observar a Manoa tan feliz mientras cargaba a su Sansón. Nuestro hijo será el mejor niño del mundo, le escuchaba decir.

    —Nuestro rayito de sol—. Decía ella con la voz adelgazada a causa del dolor. Tampoco se cubrió los oídos cuando al pequeño le realizaban la circuncisión a los cuarenta días de haber nacido. Ustedes los hombres adultos minimizan el dolor de las criaturas, pero sienten, lloran y aun siendo nazareos sangran como los demás, pero no temas mi rayito, que aquí está tu Sara que te cuidará mientras le quede vida en su pobre cuerpo quebrado, decía sin temores ni rencores enterrados.

    ––––––––

    —No llores Sansón—. Decía Manoa cuando recordó su propia infancia y las burlas de su padre: Dios no quiere a los llorones, los llorones son débiles, tú no puedes ser débil nunca, nunca. —No seas llorón, o vendrá el demonio de melena negra y te llevará—. Repitió al tiempo que sentía la penetrante mirada de su esposa.

    —Es un recién nacido Manoa, por Dios, sólo es un bebé que apenas sabe respirar solito. ¿Por qué asustarlo con cuentos paganos de esos locos filisteos?—

    ––––––––

    II

    ––––––––

    —El dinero escasea, la comida misma se acaba, tu hijo come lo de dos adultos y los malditos filisteos no dejan de cobrar impuestos, nos vamos a morir de hambre—. Dijo una tarde Manoa. —Con esa cadera tullida ya no puedes ayudarme en las labores del campo, mucho menos comerciar como antes hacías con tus amistades de otros pueblos—.

    —Por favor, perdóname—. Respondió apenada tomando un bastón, e intentó caminar unos cuantos pasos, pero desde el nacimiento de Sansón su estado físico iba en deterioro.

    —No amor, no te disculpes, yo lo siento, son sólo las presiones de ser hombre... No te pude dar la vida que soñaste—.

    —Me siento como una carga—.

    —Me siento tan impotente ante la vida, Sara... No me casé para esto. Cuando Dios habló de bendiciones nunca imaginé que tendríamos esta vida, de haber sabido...—

    —Ni siquiera te atrevas a terminar tu frase—. Dijo Sara con los ojos vueltos brasas.

    —Perdón... Pero bueno, tal vez es hora de sacar provecho a esa supuesta bendición—.

    —¿Cómo dices?—

    —Nazareo será de nacimiento y no pasará navaja por su cabellera dijo el viejo, ¿no? Si ha sido enviado para ayudar a su pueblo entero que empiece por nosotros—

    —Sí pero...—

    —Nada de pero, si nuestro hijo es un profeta, un orador o un vidente, es hora de ver qué tal lo hace—. Concluyó, y se llevó a Sansón al vecino pueblo de Estaol, diciéndole al pequeño:

    —Tu

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