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El Pescador de Almas
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El Pescador de Almas
Libro electrónico473 páginas5 horas

El Pescador de Almas

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El Pescador de Almas es una novela de época, que se desarrolla durante los trágicos panoramas de la segunda persecución de los cristianos, ocurrida en el año 65, cuando el Emperador Nerón, tras haber prendido fuego a Roma, con la intención de reconstruir una nueva ciudad - más moderna y más rico que la anterior -, es acosado por sus enemigos políticos y por el pueblo y decide, entonces, culpar del monstruoso incidente - provocado por él y sus secuaces - a los seguidores del cristianismo naciente, logrando, de esta manera, excusar asumió la responsabilidad de la terrible tragedia que había victimizado a miles y miles de ciudadanos romanos.
Además del impecable relato que hacen los hechos, el distinguido espíritu Monseñor Eusébio Sintra, también acompaña el desarrollo de una trama bien tejida en la que participan personajes que, presionados por pruebas sumamente duras, se dejan tocar por el dulce y consolador mensaje del Evangelio de Jesús, traído a Roma por incansables misioneros de los primeros tiempos del cristianismo, como Pedro, el valiente apóstol de Jesús, a quien se le suplicia en la colina del Vaticano, crucificado boca abajo, que dé ejemplo de cómo se debe morir por Jesús, antes de la terrible persecución que había desatado la furia del Emperador Nerón contra ellos.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 ene 2023
ISBN9798201243388
El Pescador de Almas

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    El Pescador de Almas - Valter Turini

    Romance Mediúmnico

    EL PESCADOR DE ALMAS

    Valter Turini

    Por el Espíritu

    Monseñor Eusébio Sintra

    Traducción al Español:       

    J.Thomas Saldias, MSc.       

    Trujillo, Perú, Octubre 2022
    Título Original en Portugués:

    O Pescador de Almas

    © VALTER TURINI, 2006

    World Spiritist Institute       

    Houston, Texas, USA       
    E–mail: contact@worldspiritistinstitute.org

    Del Traductor

    Jesus Thomas Saldias, MSc., nació en Trujillo, Perú.

    Desde los años 80's conoció la doctrina espírita gracias a su estadía en Brasil donde tuvo oportunidad de interactuar a través de médiums con el Dr. Napoleón Rodriguez Laureano, quien se convirtió en su mentor y guía espiritual.

    Posteriormente se mudó al Estado de Texas, en los Estados Unidos y se graduó en la carrera de Zootecnia en la Universidad de Texas A&M. Obtuvo también su Maestría en Ciencias de Fauna Silvestre siguiendo sus estudios de Doctorado en la misma universidad.

    Terminada su carrera académica, estableció la empresa Global Specialized Consultants LLC a través de la cual promovió el Uso Sostenible de Recursos Naturales a través de Latino América y luego fue partícipe de la formación del World Spiritist Institute, registrada en el Estado de Texas como una ONG sin fines de lucro con la finalidad de promover la divulgación de la doctrina espírita.

    Actualmente se encuentra trabajando desde Peru en la traducción de libros de varios médiums y espíritus del portugués al español, habiendo traducido más de 160 títulos así como conduciendo el programa La Hora de los Espíritus.

    Sinopsis

    El Pescador de Almas es una novela de época - siglo I de la era cristiana - un período en el que los seguidores de Jesús fueron perseguidos por el Emperador Nerón, el pirómano de Roma, que vio, en los prosélitos del cristianismo naciente, las víctimas perfectas para tapar su abominable crimen contra los propios patricios. Acosado por enemigos políticos y el pueblo, Nerón imputó a los cristianos por toda la culpa de la monstruosa tragedia y los hizo suplicar sin piedad en el Circus Maximus, con refinamientos de crueldad.

    El Pescador de Almas es una novela de época, que se desarrolla durante los trágicos panoramas de la segunda persecución de los cristianos, ocurrida en el año 65, cuando el Emperador Nerón, tras haber prendido fuego a Roma, con la intención de reconstruir una nueva ciudad - más moderna y más rico que la anterior -, es acosado por sus enemigos políticos y por el pueblo y decide, entonces, culpar del monstruoso incidente - provocado por él y sus secuaces - a los seguidores del cristianismo naciente, logrando, de esta manera, excusar asumió la responsabilidad de la terrible tragedia que había victimizado a miles y miles de ciudadanos romanos.

    Además del impecable relato que hacen los hechos, el distinguido espíritu Monseñor Eusébio Sintra, también acompaña el desarrollo de una trama bien tejida en la que participan personajes que, presionados por pruebas sumamente duras, se dejan tocar por el dulce y consolador mensaje del Evangelio de Jesús, traído a Roma por incansables misioneros de los primeros tiempos del cristianismo, como Pedro, el valiente apóstol de Jesús, a quien se le suplicia en la colina del Vaticano, crucificado boca abajo, que dé ejemplo de cómo se debe morir por Jesús, antes de la terrible persecución que había desatado la furia del Emperador Nerón contra ellos.

    ÍNDICE

    Palabras del autor espiritual

    Capítulo I  Una victoria más

    Capítulo II  El regreso al hogar

    Capítulo III  La fiesta de Nerón

    Capítulo IV  Por primera vez, Jesús

    Capítulo V  El nuevo templo.

    Capítulo VI  Conociendo a Jesús

    Capítulo VII  En la Seara del Maestro

    Capítulo VIII  Terrible tragedia

    Capítulo IX  Roma en llamas

    Capítulo X  El terrible holocausto

    Capítulo XI  El inicio del dolor

    Capítulo XII  Pedro el apóstol

    Capítulo XIII  Los terrores de la prisión

    Capítulo XIV  El terrible tormento

    Capítulo XV  La caza

    Epílogo

    Jesús le dijo a Simón: No temas: de ahora en adelante serás pescador de hombres.

    Lucas 5-10.

    Palabras del autor espiritual

    En los primeros días del movimiento cristiano, el hombre común sin duda se encontraba en situaciones aun peores que en la actualidad, a pesar de la triste observación, después de considerar seriamente que la evolución ha progresado muy poco o casi nada, durante el transcurrir de este lapso de más de dos mil años de historia. Sin embargo, ¡los que piensan así se equivocan...! Es muy posible que la tiranía y la villanía hayan tomado un poco más suave la cortesía disfrazada, enmascarando el sentido real de su frialdad y crueldad, pero, si comparas las dos épocas, puedes ver fácilmente que una buena parte de la humanidad ya está muy alejada de la brutal nivelación que antes alcanzaba a la inmensa mayoría de las criaturas.

    Si, en el gran panorama del mundo, el hombre sigue siendo el gran sufridor - ¡víctima de su propia negligencia y necedad! -. Por otro lado, el avance de los logros sociales en el ámbito de la seguridad y la asistencia social, aunque incipiente, ya es algo palpable, especialmente en los países ricos, hecho que demuestra el avance real hacia el hermanamiento de todos los hombres, suavizando de ahí, igualmente, la brutal desigualdad social, principal causa de segregación y prejuicio racial.

    En la antigua Roma, panem et circenses - pan y circo - para engañar y desviar la atención de la masa ignorante y estúpida; ¡hoy, la esclavitud moderna utiliza artilugios y subterfugios no menos ingeniosos y efectivos para extender, en la medida de lo posible, el oscuro imperio de la ignorancia, que genera una serie de ventajas para quienes aspiran a estar a costa de la sangre humana! Sin embargo, Jesús, el distinguido Señor de la Luz, permanece fiel a Su promesa de ser un Consolador del mundo y, aunque ha pasado tanto tiempo desde Su paso por las tierras de Palestina, Su mensaje de paz y consuelo aun no ha perdido su sentido y vigencia: permanece más evidente y activa que nunca, reconfortando los corazones afligidos y dando esperanza que la vida no termine bajo la fría lápida de una tumba; que sigue, que va más allá, para develarse en diferentes regiones, para recibir al hombre, según las obras que ha hecho en el mundo, y no dándole más promesas estúpidas y simplistas de un cielo de contemplación, basado en la inmovilidad ociosa, sino, sí, del trabajo constante, a favor de la evolución misma, y la búsqueda del conocimiento infinito, según la grandeza del Creador; o incluso la amenaza del infierno aterradora y asombrosa, que arroja al hombre a la condenación

    ¡Eterno, sin la más mínima posibilidad de perdón y rehabilitación...! ¿Qué Dios sería ese?... ¿Qué Padre de Infinita Misericordia condenaría a sus propios hijos a tal exilio, sin posibilidad alguna de volver a sus brazos...? ¡Ni el más malvado de los hombres relegaría a su descendencia a tal castigo...!

    ¡Afortunadamente, el despertar de la Nueva Era se está produciendo en el horizonte de la Tierra...! La ciencia, aliada indiscutible de la verdad, apunta sin duda hacia arriba, desvelando los secretos del cosmos infinito y, al mismo tiempo, hacia abajo., revelando la intimidad de lo infinitamente pequeño, y ¡ay de quienes, de ahora en adelante, intenten amordazarlo...! Llegó finalmente la libertad de expresión, como palanca indispensable para la evolución de la humanidad, y la verdad emergerá, cantando la inmaculada glorias del Creador de todas las cosas!

    Tupi Paulista, otoño de 2006.

    Eusébio Sintra

    Capítulo I

    Una victoria más

    Cayo Petronius Tarquinius, desde lo alto de su montura, observa con tristeza el campo de batalla, lleno de cadáveres. Una saliva espesa, cargada de un fuerte sabor amargo, invade su boca y escupe una y otra vez. Un galardón más para depositar a los pies de ese monstruo, piensa, mientras siente que se le vuelve a llenar la boca de esa baba de absenta, y le llega una insuperable necesidad de vomitar, que le hace inclinarse, bruscamente, sobre la silla de su caballo, para presionar el vientre. La voz de uno de sus ordenanzas lo saca de esa posición tan extraña en la que se había colocado.

    - ¿Alguna orden más, general?

    - No, hijo - responde débilmente -. Que suene el toque de retirada y levanta la bandera de descanso. Que se distribuyan raciones de agua y pan. Dentro de dos horas vamos a recoger a nuestros muertos y se les dará honrosas sepulturas.

    - ¿Está bien, comandante...? - Pregunta el joven oficial al darse cuenta que el otro estaba excesivamente pálido -. ¿Quiere que le traiga un médico?

    - Hazlo, Valerius - dice Cayo Petronius Tarquinius -. Llama a Cesonius, que lo esperaré en mi tienda.

    Poco después, el anciano general se tendió en el catre cubierto de pieles y el médico examinó su abdomen con cuidado y meticulosidad.

    - ¿Duele aquí, comandante? - Pregunta el facultativo, palpándolo, con fuerza, a la derecha del abdomen superior.

    - ¡Sí, allí, Cesonius....! - Contesta, con un gemido, y retorciendo sus rasgos en una mueca dolorosa -. ¡Exactamente ahí donde apretaste...!

    - ¡Tiene el hígado roto, comandante...! - Dice el doctor mirándolo. Y prosigue, muy preocupado:

    - Por la palpación pudo comprender que el órgano es bastante grande; ¡la congestión del hígado es obvia!

    El otro se limita a mirarlo, esperando que le dé el resultado de la anamnesis¹.

    - Por ahora, poco puedo hacer por usted; salvo prescribir infusiones de matricaria y absenta, y frugalidad en la comida y, también, abstinencia total de vino. Sin embargo cuando llegue a Roma, necesita consultar a los sacerdotes de Aesculapius², uno lo antes posible - dice el médico.

    Cayo Petronius Tarquinius respira hondo y no dice nada. Luego, con un gesto de la mano, despide al médico, que se aleja, inclinándose levemente. Su cabeza comienza a martillarle en las sienes y el sabor amargo de su boca es insoportable. Acostado boca arriba sobre el catre forrado de pieles mira con desánimo el techo de la tienda. Estaba en orden. Sabía que el final era furtivo, cruel. Escupe una saliva espesa y amarga, y el olor a carne asada que se preparó en el campamento invade el aire, provocando aun más náuseas. Oye la risa y el alboroto de los jóvenes soldados, sus ordenanzas, que bebían vino y jugaban a los dados, emocionados, en el gran patio, frente a la tienda. Ah, la juventud..., piensa, mirando las rayas azules y blancas de la cúpula de la carpa. ¿Qué le depara a este joven...? Sabía que al pueblo romano no le esperaba un buen futuro. ¡Tanta gloria, tanta riqueza...! ¡Los dueños del mundo...! El águila volaba soberanamente por los cuatro rincones de la tierra. Sin embargo, ¿no estaba allí, en la Galia, para sofocar el fin de más una rebelión? ¿Cuántas no habían pasado ya...? Cierra los ojos y presiona fuerte. Estaba cansado. Recuerda a su esposa y una profunda emoción lo invade. ¡Ah, Drusilla, que falta me hace tu cariño y tus consejos...! ¿Habrá, en todo el Imperio, criatura más sabia que tú...? - piensa y esboza una sonrisa.

    Solo el recuerdo de la mujer que amaba para hacerle olvidar, de manera temporal, el disgusto que le había estado afectando durante un largo tiempo. Siempre has sido inmensamente perfecta, durante todos estos años; solo has pecado en una cosa, mi dulce Drusilla: ¡no me diste el heredero ansiado, el fruto de nuestro amor...!

    - ¡Ahora, doscientos sestercios...!

    - ¡No, es demasiado...!

    - ¿Tienes miedo?

    Desde afuera llega la sana arenga y los gritos efusivos de los soldados, celebrando los resultados de los juegos de dados. Esto le hace preguntarse sobre el futuro de esos chicos y pensar en su propia vida. ¡Cómo deseaba tener un hijo...! Sin embargo, los dioses permanecieron insensibles a sus ruegos, aliados a los de su amada Drusilla Antónia, quien tampoco se cansó de suplicar a los inmortales, atendiéndoles con insistencia los diversos templos, esparcidos por todas partes. ciudad, e incluso había ido en peregrinación a santuarios extranjeros, famosos por los milagros allí concedidos. ¡Todo en vano...! ¿Cuántos oráculos no habían consultado...? ¡Se habían hecho tantos sacrificios en honor de tantos y tantos dioses diferentes...! ¡Había tantas arúspices...! Y la respuesta era siempre e invariablemente la misma: ¡Tendrás muchos hijos...!" Ha pasado el tiempo, y tanto él como Drusilla Antónia han envejecido, ¡sin haber recibido la gracia de engendrar al heredero tan soñado...! ¡Y, con qué pena llevaban el eterno dolor ver frustrado el sueño eternamente acariciado y nunca realizado, con cada día que pasa, culminando, finalmente, en la vejez de ambos y en la cruel comprensión que lo que tan fervientemente deseaban nunca se realizaría...! ¡Quizás, es que se encariñó tanto con aquellos jóvenes, hijos de sus compatriotas, que insistieron en ponérselos en sus manos, para que les enseñara a ser verdaderos hombres...! ¡Toda Roma sabía que el general Tarquinius trataba a sus hombres como si fueran todos sus hijos...!

    Cayo Petronius Tarquinius gime de dolor e intenta darse la vuelta en el catre, buscando una mejor posición. Roma... Lo que hicieron las legiones ahora fue sofocar rebeliones; hubo revueltas en casi todas las provincias. El Emperador³  no lo sabía: incluso había abandonado Hispania y Britania. ¡Las legiones con base allí se habían disuelto y se habían pasado al lado enemigo...! El sinvergüenza simplemente se dignara en decretar que los comandantes de guarnición con base en esas regiones, de ahora en adelante, serían considerados traidores al país y los aborreció públicamente. ¡En otros tiempos, semejantes insubordinaciones habrían parecido intolerables y se habrían ahogado en un mar de sangre...! ¡Quién lo diría...! ¡Simplemente, ese imbécil aborrecía públicamente a los insurgentes y decretaba que no eran más que traidores y enemigos de la patria...! ¡Había hecho tales cosas, de manera espectacular, frente al Fórum y se fue al teatro a tocar la lira y cantar para una manada de aduladores...! ¿Será que todos estaban ciegos...? ¿No vieron que el trono estaba ocupado por un monstruo...? ¡Un monstruo parricida...! ¡Había pruebas contundentes que él mismo había mandado a envenenar a su padre adoptivo...! Claudio⁴ tenía una salud envidiable cuando murió. ¿Y Agripina, su madre...? ¡Hacía un año que había muerto, y todos sabían que había ordenado que la matasen, alegando un supuesto crimen lesa-majestad...! ¿A ese punto había llegado...? Y la Emperatriz ¿Octavia...? Al no repudiarla, como pretendía, bajo la acusación de adulterio, ya que su esposa siempre le había sido fiel, sobornó a su pedagogo, Anicetus, quien terminó confesando haber abusado de la infortunada mujer, condenándola, por tanto, ¡al repudio y la muerte!

    - Su medicina, comandante.

    La voz del herbanarium lo saca de sus reflexiones. Con cierta dificultad, se sienta en el catre, toma el cáliz que el otro le tiende y toma su bebida a grandes sorbos.

    Solo de nuevo, se acuesta sobre el lecho cubierto con pieles. El recuerdo del ex Emperador le hace sonreír. ¡Claudio había creado un monstruo peor que él...! ¿Qué maldición caería sobre la familia Domicia...? Se sabía que procedían de dos de las ramas más valiosas de familias muy distintas del patriciado romano, los Calvinus y los Enobarbus; sin embargo, ¡la locura los atacaba constantemente, uno tras otro...! ¡Ahora, el que tenía la corona, era más cruel e inhumano que todos sus predecesores juntos...!

    Afuera, la tarde caía lentamente y los chicos se habían calmado. Seguramente estarían comiendo y, justo a lo lejos, se oían algunas risas.

    - ¿Le traigo su almuerzo, comandante? - Pregunta uno de los cocineros, entrando en la tienda.

    - No, no quiero nada - responde y se levanta, un poco tambaleante.

    Sale, y la luz del sol le hace presionar los ojos, para acostumbrarlos a la fuerte luz. Los guardias que mantenían la puerta de su tienda empezaron a subir hasta su paso, golpeando los talones de las caligae⁵ entre sí. Da unos pasos frente a la carpa y observa la inmensidad de carpas cuadradas que se estaban montando, en la ligera pendiente del campo que se extendía hacia abajo, hacia el verde valle. El campamento estaba en silencio; los soldados posiblemente tomaban una siesta. Todavía tenía una tarea que hacer antes de regresar a casa: necesitaba enterrar a los muertos de esa batalla final. Les había dado a los enemigos restantes una tregua para recoger los cadáveres de los suyos; ahora era necesario para él recoger a los suyos. Estaba cansado de eso, ya no sentía el placer, el placer indescriptible de la victoria. Seguramente sería aclamado por los patricios y plebeyos por y recibido más de un ostentoso triumphus⁶ e innumerables honores por... ¡Cómo me disgustó...! Le disgustaba hasta pronunciar su nombre. ¡Un príncipe...! ¡Hasta dónde había llegado...! ¡Y decir que había luchado para ponerlo en el trono...! Debería haberse unido a los que querían matarlo...! ¡Oh, cómo se arrepintió de defenderlo...! ¡Ahora, poco podía hacer para desalojar a esa bestia y echarlo del palacio real...! Se sentía débil, ¡ese gusano había engañado a todos...! En los primeros cinco años de su gobierno, había sido tan humano, tan amigable en sus tratos... Había relegado a su praeceptore⁷, Séneca⁸, y su madre, Agripina, los asuntos gubernamentales más importantes; se llamó a sí mismo el eterno aprendiz de ambos, escuchándolos y tomando sabios consejos de ellos. Sin embargo, algunos tomaron que la bestia que en él dormitaba revelaba las mandíbulas más horrendas que uno pudiera imaginar... Muy rápidamente trató de liberarse de sus dos alter egos más preciados: la madre y el maestro; a aquella, después de innumerables intentos de matarla, simulando accidentes de los que milagrosamente logró salir ilesa, se encontró finalmente atrapada en una infame intriga, tejida por su hijo que, para ese momento, ya se había aliado a los peores tipos de personas que puedan existir, pudiendo así justificar su repugnante asesinato, mediante un inexistente crimen de lesa majestad; al profesor, amigo y filósofo, que tan espléndidamente lo había iniciado en las artes del buen gobierno, le había imputado el delito de alta traición, junto con el poeta y escritor Petronius⁹ incluyéndolos en la lista de los que tomaron parte en la conspiración de Pisón, que pretendía asesinarlo. A Séneca, lo condenó a suicidarse; al gran poeta Petronius, lo condenó a muerte por decapitación.

    - Morbi animi perniciosiores sunt quam morbis corporis...¹⁰ - murmura suavemente y sonríe. Luego continúa, lleno de amargura:

    - ¡Tengo un cuerpo podrido, y él, un alma...!

    -¡Comandante...!

    Cayo Petronius Tarquinius se despierta un poco irritado con los tres muchachos que estaban allí antes que él, mirándolo con aprensión. Apenas, se había quedado dormido hacía unos minutos y soñaba con Drusilla Antónia. En el sueño, estaba en su villa, acostado en el triclinius, apoyando su cabeza en el regazo de su esposa, y ella acariciándole, suavemente, el cabello, y que se sentía alegría, con la suavidad de tacto de su mano.

    - ¡Hemos oído que está enfermo, comandante...! - dice uno de los muchachos, preocupado.

    - No es nada grave, Antonino - él dice mintiendo, levantándose de la cama.

    - ¡De hecho, su apariencia no es la más agradable, comandante! - Nota otro de los muchachos.

    - Sí, general - dice el tercer joven - ¡su piel está un poco verdosa!

    - ¡Creo que exageras, Silverius...! - Exclama el viejo comandante, apenas disimulando la irritabilidad que lo afectaba. Y continúa, después de beber largos y muchos sorbos de un cuenco de agua:

    - Solo una leve indisposición. ¡No hay razón para preocuparse tanto!

    Los muchachos se miraron unos a otros, apenas convencidos de la veracidad de las palabras del viejo general.

    - "¡Nullus locus est domestica sede iucundior!¹¹" - exclama Cayo Petronius Tarquinius, esforzándose por cambiar el humor ácido que lo había invadido -. ¡Vámonos a casa, nuestra misión aquí ya se cumplió...!

    Julius Vindex sigue siendo el vicepretor de la Gaula Cisalpina, ¡y no tenemos nada más que hacer aquí...!

    Los chicos se miran y sus ojos brillan de alegría.

    -¡Levantemos el campamento y enrumbemos a casa...! - Ordena resuelto Cayo Petronius Tarquinius.

    * * * * *

    Drusilla Antónia paseaba por los floridos callejones del viridarium¹² en su villa. Esa mañana se había despertado feliz; había soñado con Cayo Petronius y estaba aun más emocionada, pues estaba segura que su marido regresaba a casa. Sabía que últimamente no le había ido bien, e incluso se había quejado con ella, varias veces, de los fuertes y constantes dolores que sentía en el abdomen. Tienes el hígado obstruido. ¡¿Por qué no vas al templo de Aesculapius...?! ¿Quizás no te darán un remedio...? Dijo, preocupada. ¡No tengo tiempo para eso ahora, querida mía...! Primero, ¡el deber me llama...! Los infames galos, una vez más, nos están dando dolores de cabeza y tenemos que mostrarles quién es ese jefe...! Respondió, riendo de sus preocupaciones. ¡Por eso lo amaba y lo admiraba tanto...! ¡Siempre pensaba en su país y en los demás, sobre todo...! Drusilla Antónia sonríe, llena de ternura, al recordar sus queridos rasgos. ¿Cuántas veces no había rechazado las cosas que tanto le gustaban, solo para satisfacer sus más pequeños caprichos...? ¡Y ella se sintió halagada cuando lo vio adulándola y cubriéndola, siempre, de mimos y eternas caricias...! ¡Ah, ni siquiera el tiempo, que lo erosiona todo, había logrado disminuir su amor...!

    - Domina, un mensajero del noble senador Cornélius Helvetius acaba de traerle un mensaje - dice una doncella, acercándose y sacándola de estos pensamientos y extendiendo la correspondencia, con leve reverencia, envuelta en un lienzo blanco.

    Dulcina Antónia lee nerviosamente las palabras garabateadas en la cera de la tabula¹³ en una caligrafía que ya conoce bien, y su semblante está llena de preocupación.

    -¡Dulcina, rápido, manda a Iustus a preparar la litera...! - Ordena a la criada. Y continúa encaminándose, rápidamente, hacia adentro de la casa:

    - ¡Voy a salir en media hora...! ¡Vamos, apúrate, sin demora, que tengo mucha prisa...!

    Poco después, mientras recorría los pocos kilómetros que separaban su casa de la espléndida residencia de su viejo amigo de la familia y moviéndose, levemente, en los pasos de los porteadores de su litera, Drusilla Antónia se preguntó qué querría Cornélius Helvetius para haberla llamado, así, de prisa.

    -¡Salve, Drusilla querida...! - La recibe el venerable tribuno en el atrio de su mansión.

    -¡Salve, noble Cornélius...! - dice ella, abrazando tiernamente a su amado amigo. Y prosigue, mientras se dirigían al tablinum¹⁴, todavía descansando, cariñosamente, con los brazos alrededor del cuello del viejo senador:

    - ¡No me digas que te has empeorado...!

    - ¡Ah, Drusilla, Drusilla...! - Exclama Cornélius Helvetius, besándola tierna y respetuosamente en su rostro -. ¡Me alegro que hayas venido, respondiendo a mi llamada...!

    Una vez sentado en el tablinum, descansando en cómodas sillas con un lazo retorcido y servido con bandejas de bocadillos, que los serviciales sirvientes acostados en una rica mesa baja, tallada en madera dura, con incrustaciones en marfil y oro, continúan la conversación.

    - Dime, Cornélius, ¿qué es lo que hace que tu cabeza luzca así? – Pregunta Drusilla, mirándolo amorosamente a los ojos, como era su costumbre7.

    - ¡Ay, mi buena amiga...! - Exclama el viejo senador, con voz llena de ternura por esa mujer, a la que había aprendido a amar y respetar, como a una hermana, y que, casualmente, era la esposa de su mejor amigo y compañero durante tantos años. Y continúa, con la voz ahogada por la emoción:

    - ¡Tú y Cayo Petronius siempre han sido tan buenos amigos y siempre han estado a mi lado, en los buenos y también en los malos momentos de mi vida...! – Y se calla, un momento, con la voz reprimida por la fuerte emoción. Drusilla Antónia simplemente lo mira, también conmovida por las palabras de su amigo.

    - No es ningún secreto que me encuentro muy enfermo, querida.... - prosigue al fin el viejo senador, tras un fuerte esfuerzo por reprimir las emociones que lo invaden -. Sin embargo, eres tú y tu cónyuge a quienes debo encomendar mis últimos deseos...

    - ¡Oh, Cornélius...! ¡Deja de decir tonterías...! - Exclama la matrona, regañando, cariñosamente, con su amigo -. ¡No creo que me hayas llamado aquí para tales cosas...!

    - Sí, Drusilla, sé que este tema puede parecer doloroso, ¡pero de nada sirve posponerlo! - Dice el viejo tribuno, emitiendo un largo suspiro. Y luego, fijando la nada durante mucho tiempo, como ordenando las ideas para lo que iba a exponer, continúa:

    - ¡Tú y Cayo Petronius son, en realidad, los únicos y verdaderos amigos que tengo en este mundo...!

    - ¡No, Cornélius...! - Dice Drusilla -. ¡Tienes a Susanna Procula, tu adorable nieta, y a Iulius Maximus, tu sobrino, hijo de tu hermana Metella...! ¿Por casualidad los olvidas...?

    Cornélius Helvetius fija, durante mucho tiempo, un par de insomnes y vagos ojos en su amiga y abre una sonrisa triste. Luego asiente lentamente con la cabeza y continúa:

    - ¡Ah, querida mía, para que, prematuramente, no concluyas que estoy expirando, déjame exponer lo que pasa...! Antes que te envié a llamar, aquí estaba mi médico, a quien ordené buscar, apresuradamente, después de haber pasado una noche terrible, presionado por dolores insoportables en mi estómago. Cuando, por la mañana, finalmente pude conciliar el sueño, no pude descansar mucho, porque en una hora más o menos me desperté asfixiado por un vómito sanguinolento. Servula y Priscus me ayudaron apresuradamente con una tisana de menta y limón, que favoreció, al menos temporalmente, la hemostasia, según afirmó el médico; sin embargo, no me dejó ninguna ilusión, querida: ¡mi fin está cerca...!

    - ¡Ay, amigo...! - Exclama Drusilla Antónia, con los ojos llenos de lágrimas -. ¡Qué triste noticia me estás dando...!

    - Sin embargo, como sabes, Susanna Procula es todavía una niña de catorce años, y yo he sido su padre y su madre, desde que perdí a los padres, ¡cuando nació el bebé!

    - ¡Sí, amigo...! - Dice Drusilla Antónia, abriendo una leve sonrisa, recordando las dificultades que tuvo que atravesar el abuelo, cuando de repente se encontró con un bebé de pocos días -. ¡Realmente tuviste que abandonarlo todo, para dedicarte a la crianza de tu nieta...!

    - ¡Sí, Drusilla...! ¡Por ella, lo abandoné todo...! - Exclama el anciano, su rostro de repente se iluminó, recordando cosas que, de hecho, le dieron placer en el pasado. Y prosigue, como cobrando un vigor insólito:

    - ¡Y tú, aunque nunca fuiste madre, como me fuiste de ayuda...!

    - ¡Puro instinto maternal, querido...! - Exclama la matrona, riendo. Continúa:

    - Puro instinto maternal... ¡Ya sabes! ¡Que Siempre he estado loca por tener un bebé...!

    - Yo había perdido a mi hijo, Cneius Cornélius, en la guerra, y mi preciosa nuera, Lucília Augusta, era entonces pasado de complicaciones del parto, dejándome el retoño de su amor: Susanna Prócula...!

    ¡Si no hubiera sido por la existencia de mi nieta, posiblemente ya hubiera sucumbido al dolor en ese momento...!

    - ¡Sé que no fue fácil para ti perder a toda la familia, así, de repente, querido...! - dice Drusilla Antónia -. ¡Menos mal que los inmortales te legaron a Susanna Procula, para el consuelo de tu vejez...!

    - Sí, Susanna Procula es la luz de mis viejos tiempos; mientras tanto, la niña traviesa me está dando terribles preocupaciones... - dice el viejo senador, sujetándose la cabeza con ambas manos. Y continúa, en tono de arrebato:

    - Imagina que ahora le intriga la idea que no sabes nada de si misma, que desconoce por completo todo sobre sus padres, que la dejaron incluso cuando era un bebé, ¡y cosas así!..

    - ¡Adolescentia, querido, adolescentia...! -

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