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El rostro del Amor: Misericordia, perdón y Vida
El rostro del Amor: Misericordia, perdón y Vida
El rostro del Amor: Misericordia, perdón y Vida
Libro electrónico235 páginas2 horas

El rostro del Amor: Misericordia, perdón y Vida

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¿Dónde estaba Dios durante las matanzas en Auschwitz? ¿Por qué permaneció callado? Son preguntas que reflejan el estupor del hombre ante el sufrimiento y la injusticia, los horrores de la guerra, las persecuciones y las calamidades naturales.

Con motivo del Jubileo de la Misericordia, y de manera incisiva pero siempre diáfana, el autor reflexiona sobre el acercamiento del hombre a Dios a través de la compasión. Nuestra limitación para afrontar el dolor y las contradicciones de una realidad a menudo cruel llevan al ser humano a la indignación frente a lo divino. Sin embargo, la grandeza del amor a Dios y al prójimo, manifestada en obras, únicamente puede ser expresada a través de la justicia y el perdón.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 ago 2016
ISBN9788432146534
El rostro del Amor: Misericordia, perdón y Vida

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    El libro presenta los argumentos fundamentales para responder a la pregunta siempre actual, ¿Es realmente Dios misericordioso, si lo que vemos a nuestro alrededor es dolor, injusticia, tragedias, etc.?

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El rostro del Amor - Pablo Marti del Moral

PABLO MARTI DEL MORAL

EL ROSTRO DEL AMOR

Misericordia, perdón y Vida

EDICIONES RIALP, S. A.

MADRID

© 2016 by PABLO MARTI DEL MORAL

© 2016 by EDICIONES RIALP, S. A.

Colombia, 63, 8.º A - 28016 Madrid

(www.rialp.com)

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Realización ePub: produccioneditorial.com

ISBN: 978-84-321-4653-4

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

INTRODUCCIÓN

1. EL ECLIPSE DE LA MISERICORDIA

2. EL TRIUNFO DE LA MISERICORDIA

3. EL MISTERIO DEL MAL Y LA MISERICORDIA: MISERIA, PECADO, DIOS

4. CLAVES DE LA MISERICORDIA

5. UNA ENCRUCIJADA CULTURAL: LA PERSONA COMO SER PARA LOS DEMÁS

PARTE PRIMERA. EN MEDIO DEL CAMINO: MISERIA Y MISERICORDIA

I. EL EVANGELIO DE LA MISERICORDIA

1. EL BUEN SAMARITANO

2. DIOS ESTÁ EN LOS NECESITADOS

II. LO ESPECÍFICO DEL AMOR CRISTIANO

1. AMOR AL PRÓJIMO Y AMOR A DIOS: LA DIGNIDAD HUMANA

2. AMOR CON OBRAS

III. EL HOMBRE Y LAS OBRAS DE MISERICORDIA

1. OJOS DE MISERICORDIA: LO PRIMERO, LA ACTITUD

2. LAS OBRAS DE MISERICORDIA MATERIALES Y ESPIRITUALES

3. LA OPCIÓN POR LOS POBRES. LAS INSTITUCIONES Y EL VOLUNTARIADO

IV. ¿ESTA MISERICORDIA ES SUFICIENTE?

1. LA FAMILIA

2. EL TRABAJO

PARTE SEGUNDA. VUELTA A CASA: EL PECADO Y EL PERDÓN

I. LA PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO

1. EL HIJO PRÓDIGO: EL PECADO

2. EL HIJO PRÓDIGO: LA CONVERSIÓN

II. PECADO Y PERDÓN

1. ¿SOMOS CULPABLES?

2. LA PÉRDIDA DEL SENTIDO DEL PECADO

3. ¿SOMOS CAPACES DE PERDONAR?

4. HACIA UNA CULTURA DEL PERDÓN

III. MISERICORDIA Y JUSTICIA

1. LA JUSTICIA Y LA MISERICORDIA DE LOS HOMBRES

2. LA JUSTICIA Y LA MISERICORDIA DE DIOS

IV. UN PADRE MISERICORDIOSO: EL SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN

1. EL CENTRO DE LA PARÁBOLA: EL AMOR DEL PADRE Y JESÚS

2. JESÚS Y EL PECADO

3. EL SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN

PARTE TERCERA. EN LA CASA DEL PADRE: UN HOMBRE PECADOR Y UN DIOS MISERICORDIOSO

I. LA MISERICORDIA DE DIOS

1. EL NOMBRE DE DIOS ES MISERICORDIA

2. LA ALIANZA ESPONSAL EN OSEAS

3. ETERNA ES SU MISERICORDIA: LOS SALMOS

4. LOS TÉRMINOS DE LA MISERICORDIA

II. JESÚS, ENCARNACIÓN DE LA MISERICORDIA

1. LA REVELACIÓN DE DIOS RICO EN MISERICORDIA

2. JESUCRISTO Y EL REINO DE DIOS

3. EL MISTERIO DE LA CRUZ, EL SUFRIMIENTO Y EL PECADO

III. UN DIOS PADRE

1. LA RESURRECCIÓN: DIOS PADRE Y JESÚS

2. UN DIOS QUE ES PADRE

IV. LA EUCARISTÍA, PAN DE VIDA ETERNA

1. DE LA MUERTE A LA VIDA

2. LA EUCARISTÍA, NUEVO CULTO A DIOS

3. LA DINÁMICA DE LA EUCARISTÍA: EL AMOR COMO ADORACIÓN

CONCLUSIÓN

BIBLIOGRAFÍA

PABLO MARTI DEL MORAL

INTRODUCCIÓN

Hace muy poco, un papa alemán visitando el campo de concentración de Auschwitz se preguntaba ante el mundo: «¿Dónde estaba Dios en esos días? ¿Por qué permaneció callado?», y terminaba rezando con los Salmos[1]. Poco después, en medio de una crisis internacional de refugiados, un papa argentino lanzaba su mensaje de solidaridad ante el Congreso de los EE.UU. de América, presentándose como «un hijo de inmigrantes»[2]. A veces, la Historia con mayúscula nos hace guiños paradójicos que debemos meditar.

Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia: la relación entre el sufrimiento, la injusticia, Dios y los hombres. Porque, como afirma el papa Francisco, misericordia es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Y por tanto, misericordia es la vía que une a Dios y al hombre[3].

En la vida de la Iglesia, la misericordia es una realidad permanente. Pero hay momentos en los que estamos llamados a fijar la mirada en la misericordia de un modo más intenso. Las vicisitudes de la historia, las experiencias de los santos y la voz de los papas Juan Pablo II, Benedicto XVI y ahora Francisco, lo atestiguan. Así, movido por una necesidad interior, el obispo de Roma ha convocado un Jubileo de la misericordia, entre la solemnidad de la Inmaculada Concepción (8 de diciembre 2015) y la solemnidad de Cristo Rey (20 de noviembre 2016). Su deseo es que los años por venir estén impregnados de misericordia para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios, para que a todos —creyentes o no— pueda llegar el bálsamo de la misericordia como signo del Reino de Dios que está ya presente en medio de nosotros.

La elección de estas fechas guarda un profundo significado. Por una parte, la Inmaculada indica el modo de obrar de Dios desde los albores de nuestra historia. Después del pecado de Adán y Eva, Dios no deja sola a la humanidad a merced del mal[4]. Por esto pensó y quiso a María santa e inmaculada en el amor, para que fuese la Madre del Redentor del hombre. Ante la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón. La misericordia siempre será más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que perdona.

Además, el 8 de diciembre de 2015 se cumplió el 50º aniversario de la conclusión del Concilio Vaticano II. Este acontecimiento ha marcado el paso de la Iglesia actual en los siguientes términos: «La religión de nuestro Concilio ha sido principalmente la caridad. La antigua historia del samaritano ha sido la pauta de la espiritualidad del Concilio. Una corriente de afecto y admiración se ha volcado del Concilio hacia el mundo moderno»[5].

Por otra parte, en la solemnidad litúrgica de Jesucristo Rey del Universo, la Iglesia celebra que Cristo reina sobre el pecado, reina por el amor y reina en el servicio. Y su reinado es un reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz; un reino ofrecido a la Iglesia, la humanidad entera y el inmenso cosmos. Ahora bien, ¿este reino de Cristo está entre nosotros?, ¿en qué medida es posible y real?

1. EL ECLIPSE DE LA MISERICORDIA

Junto a los grandes logros de nuestra civilización, el panorama del mundo contemporáneo presenta también sombras y vacilaciones no siempre superficiales. Porque «los desequilibrios que sufre el mundo moderno están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón humano»[6].

La persona humana como criatura experimenta múltiples limitaciones. Son muchos los elementos que combaten en el interior del hombre. Sin embargo, se siente ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior. Atraído por muchas solicitaciones, tiene que elegir y renunciar. Más aún, como enfermo y pecador, con frecuencia hace lo que no quiere y deja de hacer lo que querría llevar a cabo. Por ello siente en sí mismo la división que tantas y tan graves discordias provoca en la sociedad.

A la vez, la palabra y el concepto de misericordia parecen producir una cierta desazón en el hombre actual. La mentalidad contemporánea tiende a arrancar del corazón humano la idea misma de la misericordia, y se opone de manera especial al Dios de la misericordia.

Las causas de este rechazo son variadas[7]. Sin duda, y quizá de manera principal, los horrores sufridos y vividos en primera persona, tanto de individuos como de pueblos enteros. Las guerras, las persecuciones, las calamidades naturales, la propia destrucción de la naturaleza.

Vivimos en un mundo lleno de amenazas que nos inquietan. Los medios técnicos hacen temer que cada individuo o comunidad pueda ser víctima del atropello de otros individuos o comunidades. Así pues, junto a la conciencia de la amenaza biológica, crece la conciencia de la amenaza a lo esencialmente humano, la dignidad de la persona, con su derecho a la verdad y a la libertad.

Además, esta violencia se desarrolla sobre el fondo de un gigantesco remordimiento. Junto a hombres y sociedades que viven en la abundancia, no faltan individuos ni grupos sociales que sufren el hambre. El estado de desigualdad entre hombres y pueblos no solo perdura, sino que va en aumento. Por esto, la inquietud moral está destinada a hacerse más profunda. Esta imagen del mundo de hoy explica la inquietud a la que está sujeto el hombre contemporáneo. Tal inquietud es experimentada no solo por quienes son marginados u oprimidos, sino también por quienes disfrutan de los privilegios de la riqueza, del progreso, del poder. Y si bien no faltan quienes buscan reaccionar, sin embargo en lo más profundo del ánimo humano esa inquietud supera todos los medios posibles. Porque esta inquietud está vinculada con el sentido mismo de la existencia del hombre en el mundo.

Desde otra perspectiva, la misericordia también es puesta entre paréntesis por los adelantos tan enormes de la ciencia y de la técnica. El hombre se ha hecho dueño y ha dominado la tierra mucho más que en el pasado. Tal dominio sobre la tierra, entendido tal vez unilateral y superficialmente, parece no dejar espacio a la misericordia. Son la ciencia y el mercado quienes deben proveer a la humanidad, y no un cierto sentimiento arbitrario de compasión.

En todo caso, cuando se percibe la imposibilidad de dar respuesta al mal, al sufrimiento y a la injusticia, no surge la súplica ante el Dios misericordioso, sino una especie de acusación fruto de la indignación. Casi mejor que Dios no exista porque, de lo contrario, ¿qué excusa puede poner a nuestro juicio? Así se completaría un círculo vicioso porque, con palabras de san Juan Pablo II, «el centro del drama vivido por el hombre contemporáneo es el eclipse del sentido de Dios y del hombre»[8]. Parece que Dios no es relevante, y no es relevante porque no puede solucionar nuestros problemas. De una parte no tenemos claro que necesitamos una salvación, pero desde luego la salvación que ofrece la Iglesia de Dios no parece pertinente.

Este oscurecimiento del significado de la misericordia se ha agravado también con la difusión de corrientes de pensamiento que critican la religión del Padre [9], especialmente a partir de las ideas de Freud. Para los autores que siguen esta corriente, la paternidad divina se traduciría en el predominio casi absoluto de lo masculino, con un autoritarismo opresor y una justicia castigadora. En definitiva, presentan a Dios Padre como una amenaza para la libertad humana y para su bien. «El hombre es retado a convertirse en el adversario de Dios»[10], y manipulado para que se dé una confrontación paterno-filial. En otro sentido, la idea de un padre misericordioso, providente y grandioso, sería fruto de un sueño ilusorio que nace de la criatura desvalida, necesitada de seguridad y protección.

Lógicamente, paternidad y misericordia van de la mano. De ahí que, como consecuencia, este oscurecimiento de la paternidad se proyecta en las relaciones con los otros. Cuando anulo la piedad aparece la actitud no compasiva ante el prójimo, ya que se obstruye su origen, que es el amor paterno.

En relación con la pérdida de la conciencia de Dios, algunos se justifican apelando al olvido y la ausencia de Dios ante el sufrimiento de los demás: el dolor, la enfermedad, las catástrofes naturales, las guerras, las víctimas inocentes, etc. Ante ese ocultarse de Dios, según ellos, es lógico que el hombre falto de fe se rebele contra Él, exigiéndole que actúe con su omnipotencia. Si dice que es misericordioso y lleno de amor por los hombres, ¿por qué no actúa? Las experiencias del mal y del sufrimiento se convierten en una vía justificada para apartarse de Dios, poniendo en entredicho su bondad misericordiosa. Otros incluso llegan a ver el sufrimiento como un castigo divino que cae sobre el pecador, deformando aún más la misericordia de Dios.

La consecuencia final de este eclipse de Dios será el rechazo social de la necesidad de acudir al perdón y a la misericordia de Dios. De esta manera, la pérdida del sentido del pecado ha llevado a la pérdida de la necesidad de salvación, y de ahí al olvido de Dios por indiferencia. Pero también a una falsa idea sobre el sentido de la vida, sobre la libertad, verdad y amor, sobre las relaciones entre las personas. En definitiva, ha llevado a una soledad de la persona, incapaz de comunicarse con los demás. La transgresión no es más que el intento desesperado por sentirse vivo, por conseguir emocionarse.

2. EL TRIUNFO DE LA MISERICORDIA

Frente a esta situación, los papas proponen el misterio de la misericordia como vía de la nueva evangelización y de la humanización de nuestra sociedad. La misericordia aparece como la clave para sacar al hombre del pozo donde se encuentra, restableciendo la relación perdida con el Dios de Jesucristo, con los demás hombres nuestros hermanos y con el mundo nuestro hogar.

Para ello necesitamos descubrir la conexión entre la misericordia humana (que todavía emociona y llega hasta el corazón, centro de la persona) y la misericordia divina (de Dios y del cristiano). Y expandir nuestra realidad de la misericordia: desde la atención puntual a las necesidades más urgentes, a la misericordia en cada una de las acciones de la vida cotidiana.

La pérdida de fe en un Dios que es Padre y la desaparición de su rostro misericordioso, arrastran al hombre hacia el peligro de la desesperación y la soledad. La tragedia se hace posible allí donde la fe en un Dios paterno es suplantada por el sentido de un destino inexorable, de un estar abandonados en las manos caprichosas de la diosa fortuna, indiferente a la suerte de cada hombre.

No se encuentra sentido ni a la vida ni a la muerte, ni al dolor ni al sufrimiento. El hombre se ve dominado por una angustia metafísica que penetra en la fuente misma del deseo de vivir, como ya atisbaba Kierkegaard[11]. Este panorama relativista y escéptico toma fuerza en la sociedad actual, alejada de la concepción paterna de Dios. Cuando el rostro de Dios desaparece de la mirada del hombre, surge un vacío existencial y un cansancio vital. Solo Dios es la fuente y el origen del sentido de la vida.

Cuanto más la conciencia humana, sucumbiendo a la secularización, pierde el sentido de la palabra misericordia, cuanto más alejándose de Dios se distancia de este misterio, tanto más la Iglesia tiene el derecho y el deber de predicar el Dios de la misericordia. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. La misión evangelizadora es el anuncio a viva voz que en Cristo crucificado, muerto y resucitado, se realiza la plena y auténtica liberación del mal, del pecado y de la muerte[12]. Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre.

Por eso destaca el ímpetu con que san Juan Pablo II, desde su experiencia vital e histórica —atentado mortal, enfermedades propias y sufrimientos ajenos—, afirma que en la economía divina de la historia humana la misericordia se acaba imponiendo como una frontera infranqueable por el mal: «Es como si Cristo hubiera querido revelar que el límite impuesto al mal, cuyo causante y víctima resulta ser el hombre, es en definitiva la Divina Misericordia»[13]. Ante la fuerza del mal, el egoísmo que vemos en nuestro interior y el miedo que marca nuestras relaciones con los demás, «¡no tengáis miedo!», Cristo ha vencido al pecado y a la muerte. Benedicto XVI recogió el testigo como portavoz de esa verdad que ha de continuar penetrando en las conciencias y en el mundo de hoy[14]. Luego lo ha hecho el papa Francisco convocando el Año de la Misericordia.

El triunfo de Cristo es expresión de su misericordia con el hombre, expresión de que «el amor es más fuerte que el pecado», «más fuerte que la muerte y que todo mal»[15]. «El amor es más grande que el pecado, este amor es definido como misericordia y tiene un nombre: Jesucristo»[16]. Como describe santa Faustina, del corazón de Cristo brota una ola de misericordia que ha de derramarse por todo el mundo, una ola que contrarresta esa otra ola de mal, de iniquidad, que se expande. El mundo solo alcanzará la paz sobre la guerra, la violencia, cuando invoque a la misericordia: «Jesús, en Ti confío»[17].

3. EL MISTERIO DEL MAL Y LA MISERICORDIA: MISERIA, PECADO, DIOS

En este breve apartado queremos dar razón de la estructura sencilla de nuestro estudio. Si como afirma san Juan Pablo II la misericordia de Dios es el límite al mal, entonces el reverso de la misericordia es el mal. Este es el gran problema que se ha planteado la humanidad desde siempre. Hoy día con especial inquietud. Precisamente la existencia del mal es lo que lleva no solo a la negación de Dios, sino a su negación violenta, en cierta manera odiosa.

No es fácil responder a la evidencia del mal en el mundo. Quizá porque el mal no es un problema, sino un misterio. Si lo pensamos como problema, como un fallo técnico en el engranaje del mundo, que puede ser arreglado sin más y externamente, no comprendemos nada. Solo se entiende si lo vemos como un misterio. Un misterio en el que estamos implicados nosotros personalmente. Un misterio que no se resuelve teóricamente, sino con actitudes vitales o existenciales. Pero que, además, no se resuelve, porque la vida no se resuelve sino que se vive, siempre está presente.

El mal, el sufrimiento, el dolor —en el

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