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Visita infatigable los hospitales de guerra y lee sin descanso día y noche a los heridos y mutilados de guerra. Las atrocidades que percibe este espíritu frágil, melancolizado y sensible las va anotando meticulosamente en unos cuadernos. Una señora de cierta edad, una «vieja señorita», llama su atención. Ayuda como enfermera y henchida de satisfacción no duda en manifestarle vehemente el orgullo, la realización personal y la enorme felicidad que le produce el ayudar en ese «glorioso» momento.