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La extinción del neandertal y los humanos modernos: Entre el síndrome de Frankenstein y el dilema de la Morsa y el Carpintero
La extinción del neandertal y los humanos modernos: Entre el síndrome de Frankenstein y el dilema de la Morsa y el Carpintero
La extinción del neandertal y los humanos modernos: Entre el síndrome de Frankenstein y el dilema de la Morsa y el Carpintero
Libro electrónico842 páginas9 horas

La extinción del neandertal y los humanos modernos: Entre el síndrome de Frankenstein y el dilema de la Morsa y el Carpintero

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La extinción de los neandertales ¿fue causada por los cambios medioambientales o por la llegada de los humanos modernos? Estos homininos representan para la ciencia uno de los grandes retos del conocimiento más cercano a nuestros sentimientos como especie, y seguramente, ese sea el motivo por el cual tras siglo y medio de debate aún quedan por contestar preguntas más allá de meras especulaciones envueltas en ciencia.

En esta obra se analiza el papel desempeñado por la ciencia al interpretar cómo se produjo la extinción de los neandertales y cómo numerosos autores han buscado, desde diversas perspectivas, patrones que pudiesen explicar dicha desaparición en relación con la llegada de los primeros Humanos Anatómicamente Modernos a Europa a finales del Pleistoceno.

La extinción del neandertal y los humanos modernos cierra la trilogía dedicada al Hombre de Neandertal en la que se analizan todas las investigaciones que se han ido realizando en los dos últimos siglos hasta los hallazgos y teorías más recientes.

De su obra se ha dicho: [La conspiración del neandertal] «Sin lugar a dudas un libro que gustará a quienes disfruten de la historia de la ciencia como historia de los errores y los aciertos de las personas que hacen ciencia.» Francisco R. Villatoro, Naukas.com
IdiomaEspañol
EditorialLid Editorial
Fecha de lanzamiento23 jun 2020
ISBN9788418205934
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    La extinción del neandertal y los humanos modernos - Antonio Monclova

    PARTE I

    El mito de Frankenstein

    1

    Introducción

    Una cuestión de serlo, no de creerlo

    El suceso en el cual se fundamenta este relato imaginario ha sido considerado por el doctor Darwin¹ y otros fisiólogos alemanes como no del todo imposible. En modo alguno quisiera que se suponga que otorgo el mínimo grado de credibilidad a semejantes fantasías.../...²

    Frankenstein o el moderno Prometeo Mary Shelley, 1818

    Ya sea como obra narrativa o como película, casi todo el mundo conoce al personaje de ficción apodado monstruo de Frankenstein, aunque sean bastantes menos los que han leído la novela Frankenstein, or the modern Prometheus (Figura 1), escrita hace ya dos siglos por Mary Wollstonecraft Godwin, más conocida por su nombre de casada: Mary Shelley³. Con más formato de cuento que de novela, esta obra supera al terror propio de la llamada novela gótica para reunir las características que fundamentan el moderno género literario de terror. He querido iniciar esta introducción con las mismas palabras con que comienza el prólogo de la obra de Shelley, citando al médico y filósofo británico Erasmus Darwin⁴, demostrando la influencia que pudo ejercer sobre la obra de Shelley las ideas del abuelo del mismísimo Charles Darwin.

    Igual que otros, opino que en la autora de Frankenstein⁵ influyeron los postulados pseudocientíficos de su época, incluidos los que expresa Erasmus Darwin en obras como Zoonomia y The Temple of Nature⁶, algunos de los cuales avalaban ciertos aspectos expuestos en la trama de la novela. Mary Shelley solo tenía seis años cuando murió el abuelo de Darwin por lo que no llegó a conocerle, pero las propuestas e ideas del erudito británico fueron conocidas por casi todos los intelectuales de la época e influyeron en muchos de ellos, incluido por supuesto Percy Bysshe Shelley, marido de la autora y autor del prólogo, motivo por el cual lo cita al pensador británico.

    Descripción: + FIGURA 0 Portada Frankenstein 1831

    Figura 1. Portada de la edición de 1937 de la novela de Mary Shelley.

    Muchos de los postulados del abuelo de Darwin se basan en meras suposiciones, como la de que la Creación ocurre gracias a la interacción dinámica entre los opuestos polares (las fuerzas de la vida y la muerte), o la de que existe una vitalidad espontánea en los animales microscópicos. Pero otras de sus propuestas preconizaron en cierta forma la futura teoría evolutiva de su nieto Charles, como la referente al origen de la vida en los lodos marinos⁷. Otro aspecto de Erasmus Darwin que seguramente influyó en el relato de Shelley fue su relación con los experimentos sobre galvanismo⁸ y regeneración vital por acción de la corriente eléctrica, tan populares en su época.

    En el mencionado prólogo también se hace referencia a fisiólogos alemanes de la época⁹, a los cuales alude de forma mucho menos directa a como lo hace con Darwin. Actualmente se sabe que el marido de Shelley pudo conocer el trabajo del anatomista alemán Johann Friedrich Blumenbach, porque su médico personal, William Lawrence, tradujo al inglés una de sus obras en 1807¹⁰. Otra prueba de la influencia de la ciencia en la obra de Shelley es que años después, en el prefacio de la edición de 1831, la propia autora manifestó su interés por la forma como la electricidad actúa sobre los seres vivos, señalando que llegó a presenciar a su marido y al poeta Byron conversando sobre cómo Erasmus Darwin retornaba a la vida el fragmento de un gusano muerto.

    La trama de Frankenstein aparenta querer dar visos de realidad a una ciencia que es totalmente imaginaria en un escenario poco plausible, por lo cual muchos consideran a esta obra como la primera novela de ciencia ficción que se haya escrito. En cuanto a las opiniones científicas aludidas en su prólogo, podrían tener un propósito aleccionador, ya que, aunque parecen referirse solo al contenido de la obra, leídas desde una perspectiva más amplia manifiestan una cierta intención de asociar la ciencia con la fantasía, aunque separándolas mediante la tenue barrera que diferencia lo posible de lo creíble.

    En este libro analizare el papel desempeñado por la ciencia al interpretar cómo se produjo la extinción de los neandertales y cómo numerosos autores han buscado desde diversas perspectivas patrones que pudiesen explicar dicha desaparición en relación con la llegada de los primeros humanos anatómicamente modernos (humanos modernos a partir de ahora) a Europa a finales del Pleistoceno. Dicha búsqueda ha generado un problema interpretativo al mezclar la ciencia con lo que no lo es, dando lugar a lo que he denominado síndrome de Frankenstein, como la consecuencia de establecer símiles interpretativos entre el mensaje que transmitiría la novela de Shelley y nuestra la visión de los neandertales. Este síndrome se manifestaría en la forma como en el estudio de estos homininos¹¹ ha influido la imaginación, la opinión y los prejuicios interpretativos, dando lugar a una situación que comenzó hace más de un siglo recreando visiones extravagantes del hombre de Neandertal y continua hoy día con investigadores que elaboran modelos de su forma de vida casi imposibles de comprobar por la ciencia.

    Es significativo que, desde que se descubrieron los primeros restos de Neandertal, los investigadores prefirieron ignorar todo posible parecido o parentesco con nuestros antepasados, llegando a vilipendiar y acusar de embaucadores, a los que proclamaban la existencia de tal relación. Esta actuación muestra cierto paralelismo con la que acontece en la novela de Shelley cuando Víctor Frankenstein plantea que crear vida a partir de la materia muerta no nos afectaría como seres humanos. Cuando comenzaron a encontrar las primeras osamentas neandertales más o menos completas, los investigadores se mostraron partidarios de atribuirlas a unos seres deformes y de naturaleza inferior a la nuestra¹², de manera parecida a como Frankenstein aborrece a su criatura cuando esta es consciente y decide tomar las riendas de su vida.

    La repulsa que hace más de un siglo muchos mostraron ante el aspecto del neandertal se asemeja a la que mostraban los que conocían a la criatura en la novela de Shelley. Esta reacción del público ante los neandertales no se comprendería en los científicos, aunque durante décadas la inhumanidad de esos homininos se paseó por los escenarios de la ciencia mientras que la del monstruo lo hacía por los de la ficción. De forma parecida a como la criatura de Frankenstein se convirtió en víctima de una sociedad en la que no encajaba, muchos prehistoriadores convirtieron a los neandertales en víctimas de humanos modernos con capacidades supuestamente muy superiores a las suyas. Una propuesta que al final se ha reducido a establecer que las propias características de los neandertales y de sus entornos fueron las responsables de que la superioridad cognitiva de nuestros ancestros pudiese influir en su extinción.

    Obviamente es imposible establecer un paralelismo absoluto entre la novela de Shelley y el tratamiento dado a la desaparición de los neandertales, a pesar de que ahora les consideremos más cercanos a nosotros, pues la sombra de unos humanos modernos superiores aún pende sobre su extinción como el castigo justificado lo hace sobre la criatura de Frankenstein, a pesar de que ahora reconozcamos su condición de víctima.

    Podríamos culpar a muchos prehistoriadores de que sus especulaciones en libros, artículos, documentales y conferencias han permitido a los neandertales pasar de una marginación absoluta a ser considerados casi hermanos de sangre de nuestros ancestros. Pero de lo peor que podríamos culparles es de que, para explicar su extinción, casi siempre han empleado modelos que difícilmente asimilables a los que explican desde el punto de vista biológico casos semejantes en otras especies. Si una criatura formada por restos de cadáveres hubiese vivido en el mundo real, su naturaleza habría estado destinada a morir de mil formas, pero en la novela de Shelley eso nos habría privado del encanto aleccionador y la tristeza reflexiva que rodean a su muerte. De forma similar, si desde un principio los investigadores hubiesen intentado explicar la extinción de los neandertales centrándose únicamente en aspectos que la ciencia pudiese evaluar, era probable que el asunto no hubiese alcanzado tanta popularidad ante el público.

    El carácter mediático que rodea a todo lo que tenga que ver con los neandertales no se debe solo a su anatomía o a su forma de vida, su popularidad se debe especialmente a que desaparecieron justo después de que llegasen a Europa nuestros ancestros, abriendo así la posibilidad a que su extinción se relacionase con la coincidencia de ambos.

    ***

    Reconozco ser un enamorado de los libros antiguos, lo cual es un buen motivo para que comience nuestro recorrido en los estantes de mi biblioteca. Hace ya unos años conseguí un antiguo manual de prehistoria titulado Men of the old stone age¹³, escrito por el renombrado paleontólogo norteamericano Henry Fairfield Osborn y publicado en el año 1924, un texto clásico de contenido amplio, aunque lógicamente anticuado, que he elegido citar aquí porque en él hay casi tres páginas dedicadas a lo que su autor denomina desaparición de la raza neandertal¹⁴. Tras reproducir algunas atrevidas opiniones de Marcelline Boule y Alex Hrdlicka, Osborn aventura la posibilidad de que tras llegar a Europa los humanos modernos entablaron verdaderas batallas campales con los neandertales. Aunque parezca increíble, lo cierto es que tamaña incongruencia no me sorprendió, pues no era la primera vez que me tropezaba con la idea de que ambos homininos se enfrentaron. Lo que me sorprende es que quede algún investigador que considere seriamente la propuesta de Osborn. Tras haberla leído, decidí recopilar el mayor número posible de atrevimientos y disparates (científicos o no) difundidos en torno a cómo fueron y como desaparecieron los neandertales.

    En este libro establezco el estado actual de esta cuestión, revisando para ello las opiniones y argumentos que los prehistoriadores han dado durante más de un siglo, las cuales conforman el hilo conductor que nos permitirá interpretar la posible relación entre neandertales y humanos modernos. Hay muchos indicios de que ambos homininos homínidos contactaron. Para determinar lo que sucedió habrá que interpretar ese encuentro evitando considerarlo como la única causa posible de la extinción de los neandertales. Está claro que para ello es fundamental tratar lo acontecido como un proceso natural.

    En la novela de Shelley Víctor Frankenstein se vale del poder que parece poseer la electricidad para revitalizar órganos procedentes de seres muertos. En su preocupación por insuflarle vida a su criatura se despreocupa de las consecuencias que se puedan derivar del resultado de su experimento. Es evidente que en la época en que fue escrita la novela y con los conocimientos de los Shelley hubiese sido imposible teorizar sobre cómo conferir la vida (hoy también lo veo ciertamente difícil), pero si hay algo que siempre se ha sabido es que la principal característica intrínseca que posee la vida es que una vez arraiga despliega todas sus capacidades para prevalecer. Tales capacidades de supervivencia las poseía la criatura como ser vivo, pero además como ser humano su inteligencia y sentimientos se sumaban a ellas, por el cual Frankenstein debería haber previsto que, cuando intentase destruir su creación, esta se revelaría exaltando su derecho a existir con todas las consecuencias inherentes a su humanidad. Personalmente siempre dudé de si el motivo por el cual todos consideran un monstruo a la criatura es por sus diferencias con nosotros o por parecérsenos en sus comportamientos más horribles.

    Hace un siglo, mientras el paleontólogo francés Marcelline Boule dotaba al neandertal de una imagen con una base científica deficiente, Osborn, desconociendo el entorno de su extinción, la interpretaba como un proceso de enfrentamiento o competencia con los humanos modernos. Ambos investigadores propusieron hipótesis que eran lo más parecido a creaciones literarias como la de Shelley, resultado de la carencia de los conocimientos necesarios para dar explicaciones científicas fidedignas. Por desgracia la cuestión es que la comunidad científica elevó a la categoría de ciencia muchas de las hipótesis fruto de la especulación de investigadores afamados, porque los respaldaban autoridades cuyo conocimiento a veces no era mayor que sus intereses.

    A principios del pasado siglo los métodos aplicados al estudio de los homininos fósiles no facilitaban mucho unas conclusiones científicas rigurosas, y por ello para los más puristas comparar moldes encefálicos de diferentes especímenes se convirtió en un método fundamental para relacionarlos evolutivamente. El hecho de que varios de los primeros hallazgos fósiles incluyesen restos craneales favoreció este procedimiento, aunque con frecuencia la imperfección de los moldes endocraneales obtenidos a partir de ellos no favorecía su interpretación morfológica, ocasionando que las conclusiones que se extraían de las comparaciones craneales fuesen a menudo muy discutibles.

    Mientras los paleoantropólogos estudiaban los primeros restos fósiles de hominino que se descubrían, los arqueólogos describían las industrias líticas halladas junto a ellos, estableciendo secuencias culturales mediante un procedimiento semejante al utilizado por los taxónomos: describir, comparar y clasificar. Esto permitió a los prehistoriadores disponer de auténticos catálogos gracias a los cuales cualquier objeto lítico con indicios de talla podía ser rápidamente categorizado y asignado a una de las culturas que existieron durante el Paleolítico. Pronto se aplicó a determinados elementos líticos el término de fósiles guía a semejanza de como se hacía en paleontología, describiéndolos como parte del contexto estratigráfico donde se encuentren. La consecuencia inmediata fue que cada tipo de industria se asoció sistemáticamente a un determinado hominino incluso si no aparecen sus restos fósiles, permitiendo distribuirlo en el plano espacio temporal y discriminando los momentos de su aparición o extinción. Al principio la utilización conjunta de hallazgos fósiles y culturales para establecer cronologías les pareció suficiente a los prehistoriadores, seguramente porque era el único método disponible, aunque su validez no implica necesariamente que sea suficiente.

    La novela de Frankenstein parte de que, como la electricidad puede avivar el movimiento de un trozo de gusano muerto o del músculo de un cadáver, debe ser capaz de devolver la vida, un logro imposible desde el punto de vista científico por mucho que se adorne de ciencia. La coincidencia entre la desaparición de la industria lítica musteriense (léase neandertales) y la aparición de las atribuidas a humanos modernos no implica necesariamente que lo uno sea consecuencia de lo otro. Recordemos la no tan sutil diferencia entre lo creíble y lo posible, por lo cual, aunque ver algo no implique necesariamente creérselo, demostrarlo científicamente sí.

    Aunque hay pruebas apuntando que a finales del Pleistoceno neandertales y humanos modernos contactaron e interaccionaron, eso no es suficiente para asegurar que la llegada a Eurasia de nuestros ancestros estuvo directamente relacionada con la extinción de los neandertales. Para comprender dicha extinción, además de interpretar el registro fósil y arqueológico, también habría que analizar el papel que desempeñaron los parámetros ambientales y culturales que rodearon al proceso.

    ***

    Cada una de las dos partes que integran este libro las he dividido en apartados, en torno a los cuales agrupo a los que considero los aspectos principales que han influido en el desarrollo de los estudios sobre la relación que pudo haber entre humanos modernos y neandertales, así como sobre las diversas interpretaciones de los resultados obtenidos en esos estudios, destacando especialmente los relacionados con su extinción.

    El primer apartado, «El atrevimiento de la ignorancia», trata principalmente sobre cómo el aspecto físico de los neandertales influyó en cómo los investigadores han planteado el estudio de su relación con los humanos modernos. Esto ocurrió en una época en la cual aún no se disponía de los conocimientos morfológicos suficientes para certificar la relación evolutiva entre los dos homininos, lo cual convirtió en un atrevimiento a las muchas especulaciones que se hicieron sobre el posible parentesco entre neandertales y humanos modernos, así como a las supuestas pruebas que se aportaron sobre el contacto entre ambos. Lo tratado en este apartado nos llevará más allá de las propias diferencias existentes entre los dos homininos, adentrándonos en aspectos que afectan al propio origen de los primeros humanos modernos. Veremos cómo hace más de un siglo los escasos conocimientos y la influencia de los prejuicios causó que arraigase entre los investigadores la opinión de que los primeros humanos modernos pudieron haber aparecido y evolucionado dentro del territorio europeo a partir de ciertas formas ancestrales cuyo último representante fue denominado presapiens.

    El papel de la taxonomía, clasificando y estableciendo pautas para construir la filogenia del género Homo, no siempre ha facilitado unas respuestas acordes con las propuestas de los prehistoriadores, dado que las semejanzas morfológicas y genéticas que hay entre neandertales y humanos modernos han dificultado tanto su adscripción a taxones diferentes como la demostración de que se hibridaron entre sí.

    El segundo apartado, «La osadía de la soberbia», se centra en la dificultad que supone para los investigadores asimilar el papel que juegan la similitud morfológica y de comportamiento entre neandertales y humanos modernos, cuando se compara el grado de desarrollo de sus capacidades simbólicas analizando los restos materiales que aporta el registro arqueológico (conchas manipuladas, grabados y pinturas), algunos de ellos aún por determinar definitivamente en el caso de los neandertales. Los resultados obtenidos solo han permitido establecer algunas posibles diferencias cognitivas que a duras penas desempeñarían algún papel a la hora de comprender cómo se relacionaron entre sí. Además, aunque conocer las capacidades cognitivas de los neandertales sea un aspecto importante de la investigación, por ahora no parece haber ayudado a aclarar de una forma definitiva el papel que desempeñarían tales capacidades en su desaparición en contraposición a la de sus supuestos rivales los humanos modernos.

    El tercer apartado, «El ingenio del hambre», juega con la conocida frase el hambre agudiza el ingenio, y pasa revista al estudio de los modos de subsistencia, un campo que desde sus inicios ha aportado muchos datos cuantificables que han ayudado a establecer los modos de vida de neandertales y humanos modernos, posibilitando la comparación entre ellos. Con la intención de relacionar este apartado con el anterior (las capacidades cognitivas) analizaré los métodos de caza que utilizaron los neandertales para obtener parte de sus alimentos, centrándome en el armamento de caza y la captura de grandes presas, aspectos que implican en buena medida poseer unas capacidades cognitivas relativamente elevadas, dada la complejidad asociada a tales prácticas cinegéticas.

    El último apartado, «La fuerza de la costumbre», revisa las características del entorno que rodeó a las poblaciones neandertales en más meridionales de Europa y analiza el papel jugado por esos territorios en la persistencia de sus últimas poblaciones. También trata sobre cómo influyó el comportamiento alimentario en el éxito adaptativo de los neandertales, así como sobre la posibilidad de que su dieta se relacionase con la permanencia en el sur de Europa hasta extinguirse. Nos trasladaremos a los territorios habitados por neandertales y sus antepasados preneandertales, prestando especial interés a los aspectos biogeográficos puestos de relieve en los cambios faunísticos acontecidos desde el Pleistoceno Medio hasta finales del Superior. También se analiza cómo los cambios ambientales del Pleistoceno afectaron a la distribución de las poblaciones neandertales en sus territorios y las consecuencias que tuvo en su posterior extinción.

    Terminaré con alguna puntualización sobre el posible papel de los humanos modernos en la extinción de los neandertales, no solo por la rivalidad cultural derivada de capacidades cognitivas diferentes, sino por sus diferentes dinámicas poblacionales en condiciones ambientales similares, sin descartar la competencia entre ellas.

    ***

    Los que hayan leído mis anteriores libros saben que hay aspectos del mundo neandertal a los que aplico la frase «nada es lo que parece», especialmente a las interpretaciones especulativas que algunos prehistoriadores adornan de ciencia para hacerlas creíbles. Gracias a multitud de datos, ejemplos y razonamientos, a lo largo de este libro constataré cómo la citada frase ha cobrado mayor sentido en los últimos años y como los nuevos descubrimientos junto a los resultados obtenidos con nuevas técnicas de investigación, han revolucionado la interpretación de la relación entre los diversos homininos del Pleistoceno Superior y por qué todos ellos menos uno desaparecieron.

    EL ATREVIMIENTO

    DE LA IGNORANCIA

    2

    Primeros pasos hacia la tragedia: cuando casi todo valía

    Hacia una propuesta no tan

    disparatada como incómoda

    .../...he tenido que dejar de lado la cuestión de los procesos que el Autor del mundo debió emplear para producir el panorama de cambios que nos muestra la paleontología. Este estudio de los procesos es lo que se denomina darwinismo.../... Sin duda este es un tema digno de la atención de los naturalistas que examinan las causas de los cambios de las cosas. Pero, sobre ese tema, reconozco mi ignorancia.

    Albert Gaudry (1878)¹⁵

    El paleontólogo francés Albert Gaudry fue maestro de Marcelline Boule, además de su predecesor al frente del Museo de Ciencias Naturales de Paris. Quizás como consecuencia de lo primero le transmitió unas ideas ciertamente curiosas sobre la importancia de conocer los procesos naturales. He comenzado este capítulo con la cita que hace Loring Brace¹⁶ de lo que opinaba Gaudry sobre la importancia de los procesos evolutivos, reconociendo que en cierta forma estarían organizados por un ser superior y distanciándose de la necesidad de conocer una explicación científica de las causas que los impulsan. La frase «describir lo que se tiene delante» resumiría la labor que desarrollaron la mayor parte de los paleontólogos y taxónomos decimonónicos, cuyas interpretaciones no solían ir más allá del marco establecido por los postulados de la anatomía comparada, según los cuales el estudio morfológico de un fósil constituía el único y fundamental medio posible para poder interpretarlo en el contexto de la evolución biológica. Gaudry además de evolucionista era darwinista¹⁷ y Arnaud Hurel, gran especialista en la historiografía prehistórica francesa probablemente acierta al señalar que en el trabajo de Boule debió influir la visión restrictiva que tuvo Gaudry sobre el papel del paleontólogo ante los fenómenos causales¹⁸.

    En efecto, los estudios realizados por los paleontólogos de fines del siglo xix y principios del xx a menudo se basaban solo en describir y comparar los caracteres morfológicos de los restos fósiles, lo cual pone de manifiesto un problema interpretativo a la hora de establecer qué procesos evolutivos impulsaron las morfologías que estaban analizando. En su monografía sobre los mamíferos fósiles del Mioceno tardío de Pikermi (Grecia), Gaudry incluyó por primera vez árboles filogenéticos como el de los proboscidios¹⁹, en los cuales representa a los taxones ancestros y descendientes en sus respectivos marcos geológicos, teniendo en cuenta además las divisiones, los cambios graduales y las extinciones. A pesar de que finaliza este trabajo apuntando que es fundamental identificar las transformaciones entre las especies como el mecanismo que las origina, no puede explicar la forma en como estas se producen.

    Una prueba de la dificultad que existe para comprender los mecanismos que subyacen en la transformación de las especies podemos apreciarla más de medio siglo después de que Gaudry publicara su monografía sobre Pikermi, cuando el paleontólogo norteamericano Henry Fairfield Osborn publica su extensa y fundamental monografía sobre la evolución de los proboscidios²⁰, en la cual tampoco logra explicar los mecanismos evolutivos a pesar de que incluye en su estudio casi un centenar de taxones fósiles de estos grandes mamíferos (Gaudry incluyó en el suyo una docena). A pesar de ello, y sin disponer de unas pruebas claras, Osborn propuso el mecanismo evolutivo de la aristogénesis²¹, basado en la secuencia temporal con la que aparecen en los fósiles determinados caracteres morfoanatómicos, pero pasó por alto como los procesos acontecidos mientras aparecían esas características afectaron a su desarrollo y origen. Es curioso cómo en las décadas posteriores este problema se generalizaría conforme se desarrolló la paleoantropología, a pesar de lo cual los prehistoriadores consideraron que los trabajos de los paleontólogos de la época constituían la mejor forma para conocer muchos aspectos de cómo vivieron los homininos.

    Aquí debe haber un error: creando el monstruo

    En libros anteriores traté con cierta profundidad los acontecimientos y actuaciones que generaron la imagen de los neandertales y la conceptualización derivada de ella durante el pasado siglo²². Ahora analizaré cómo algunas de aquellas interpretaciones se podrían categorizar como errores cuyas consecuencias crearon parte del cimiento sobre el cual se ha construido la posible relación entre neandertales y humanos modernos.

    A principios del pasado siglo los fósiles de un hominino hallados en la localidad francesa de La Chapelle fueron entregados para su estudio al paleontólogo Marcelline Boule, el cual los atribuyó a la tipología neandertal y los presentó al público junto a una reconstrucción que supuestamente mostraba la apariencia que tuvo en vida, una imagen simiesca ajena a la realidad. Los acontecimientos mediáticos acaecidos en los años posteriores determinaron que Boule alcanzase una fama científica que, como no podía ser de otra forma, sirvió para consagrar el valor de una reconstrucción que contribuyó a mostrar durante años a los neandertales como seres netamente inferiores a los nosotros.

    No sería descabellado pensar que Gaudry transmitió a su discípulo Boule su desinterés por conocer la explicación de los procesos que forman las nuevas especies, aunque nunca tendremos certeza sobre este particular. Lo que sí sabemos es que Boule, como buen paleontólogo, al interpretar la morfología de la especie Neandertal a partir del esqueleto de La Chapelle, no se planteó la posibilidad de que aquellos huesos tuviesen anomalías, un tipo de error que ha ocasionado a veces que algún paleontólogo determinara una nueva especie a partir de fósiles deformes de otras ya conocidas. El ya mencionado Arnaud Hurel señala que Boule actuó como un «simple traductor de los hechos observados», algo que se ve claramente en la forma como sus conclusiones parecen fluir directamente desde tales hechos. Por otro lado, aunque Boule se propuso tratar los restos de La Chapelle como los de cualquier mamífero (esa es otra historia²³), es evidente que esto no impidió que su primer veredicto constituyese por sí mismo una forma de condenar al hombre de Neandertal, como se aprecia en la conferencia en la cual presentó los hallazgos ante la Academia de Ciencias Francesa a finales de 1908:

    Lo que parece igualmente cierto es que, con todos sus caracteres, el grupo de Neandertal-Spy-La Chapelle-Aix-Saints es un tipo inferior más cercano a la mayor parte de los Simios antropoides que a cualquier otro grupo humano. Morfológicamente parece detenerse exactamente entre Pithecanthropus de Java y las actuales razas más inferiores, que, me apresuro a decir, no implica, en mi mente, la existencia de vínculos genéticos directos.²⁴

    Aunque con sus palabras el paleontólogo francés se estaba refiriendo al conjunto de características presentes en varios especímenes neandertales, sus conclusiones pivotaban especialmente sobre el conocimiento que le había proporcionado de primera mano el estudio de los restos de La Chapelle. Su interpretación teórica queda inicialmente reflejada en la conocida ilustración que realiza Frantisek Kupka²⁵, en la cual aparece el neandertal como una criatura de aspecto brutal, agazapado para atacar y cuyo porte encorvado sería más que suficiente para alejarla perentoriamente de cualquier referencia humana²⁶. Habría que ver la cara que pondrían los parisinos el 20 de febrero de 1909 al encontrarse cara a cara en la revista L’Illustration²⁷ con el detallado dibujo de Kupka que representaba a doble página el aspecto que debió tener el neandertal que habitó en tierras francesas (Figura 2A). En aquel ambiente de exaltado patriotismo prebélico los que siempre soñaron con que Francia fuese la cuna de la humanidad se horrorizaron por la apariencia de aquel ser y seguramente se alegraron de que los neandertales se originaran en Alemania. A los creyentes la reconstrucción de Kupka les recordaba a Caín, mientras que para los evolucionistas era la prueba definitiva que alejaba la imagen de nuestros ancestros de la de su supuesto Creador. Lo cierto es que era difícil quedar indiferente ante un monstruo cuyo aspecto debió causar una inquietud no muy diferente a la que provocaría la criatura de Frankenstein.

    Figura 2. Representaciones contradictorias del hombre de Neandertal. A. De Frantisek Kupka en L’Illustration, febrero de 1909. B. De Amédée Forestier en The Illustrated London News, mayo de 1911.

    Además de haber tenido un notable maestro, Boule no era un paleontólogo novato cuando estudió los fósiles de La Chapelle, por lo que sí aceptó una reconstrucción tan nefasta del neandertal fue sencillamente porque se correspondía con la morfología anatómica de los restos que estaba estudiando. Bien adiestrado en interpretar las características anatómicas. El error de Boule no fue por ignorancia, sino porque, como apunta Hurel, simplemente tradujo los hechos que observaba en los huesos que tenía delante, y que por desgracia eran de un individuo viejo con deformaciones óseas.

    Para muchos de los que han analizado esta situación los hechos exculparían al científico, por lo cual suele hablarse del «error de Boule» al referirse a su interpretación ciertamente errónea de los restos de La Chapelle. Yo personalmente no sé si sería correcto tratar como un error a lo que aconteció, pero no dispongo de pruebas que puedan demostrar que Boule dio aquel aspecto al hombre de Neandertal con alguna intención, aunque desde luego tampoco creo que fuese del todo inocente.

    Si desde el principio se hubiesen dado cuenta de que el esqueleto de La Chapelle pertenecía a un anciano achacoso y lleno de deformidades, no solo habría mejorado la imagen que contribuyó a apartar a los neandertales de nuestra línea evolutiva, sino que paradójicamente habría sido la mejor prueba para reivindicar que lejos de ser brutales los neandertales debieron formar grupos sociales bien cohesionados, dado que un individuo así solo sobreviviría mediante la ayuda solidaria del grupo.

    ***

    Aunque no sabemos hasta dónde pudo llegar la inteligencia de los neandertales, lo cierto es que se desarrolló lo suficiente como para poder sobrevivir en un medio hostil rodeado de grandes fieras y cazando con instrumentos rudimentarios. Probablemente no fueron tan distintos de los humanos modernos, los cuales ocuparon sus territorios en pocos milenios, y desde luego sin ser tan primitivos como se les consideró al principio, ni tan inferiores y opuestos a ellos como justificar las guerras de exterminio étnico que propuso Osborn. Pero la cuestión es que, si ambos homininos no fueron tan diferentes, surge la interesante cuestión de por qué aún no han demostrado si realmente existió algún motivo para que nuestros ancestros no sucumbiesen junto a unos neandertales con los cuales habrían compartido tantos aspectos morfológicos y quizás comportamentales. Estoy convencido de que se está cerca de demostrar que, si bien la extinción de los neandertales pudo deberse a algún fenómeno que no afecto igualmente a los humanos modernos, el proceso no tuvo por qué relacionarse necesariamente con la superioridad o actuación directa de estos últimos. Aunque no pueda descartarse.

    Ninguna idea es compartida por todos y las opiniones contrarias a las de Boule no tardaron mucho tiempo en dar la cara. En 1911 el antropólogo británico Arthur Keith ofreció al público una nueva visión del neandertal de La Chapelle en la revista The Illustrated London News²⁸ (Figura 2B). La imagen del Neandertal con apariencia más humanizada, adornado con un collar y sentado apaciblemente tallando una piedra, iba acompañada de un texto de Keith destacando las características modernas de su cráneo y expresando sus dudas sobre que la estructura ósea de sus extremidades indicase una forma de caminar diferente a la de los humanos más modernos. Con esta imagen Keith apoyaba su propia teoría de que los neandertales fueron la fase evolutiva precursora de los humanos modernos y no un linaje lateral²⁹, situando de paso al hombre de Piltdown como ancestro de ambos³⁰, algo muy importante para un investigador británico.

    Aunque la representación de Keith no alcanzó la aceptación que tuvo la de Boule, ambas evidencian que las reconstrucciones de los homininos propiciadas por los investigadores poseen un papel indiscutible a la hora de fundamentar sus propuestas. Por desgracia, en casos como La Chapelle o Piltdown prevalecieron las hipótesis sobre los hechos propiciando situaciones engañosas que cambiaron el árbol evolutivo humano de forma ciertamente artificiosa. Hace un siglo, el conocimiento del comportamiento de nuestros ancestros solía basarse solo en las industrias líticas y el de sus modos de vida, subsistencia y relación con el entorno apenas si tenía en cuenta los datos relativos a la fauna, perdiéndose así buena parte del sentido interpretativo.

    Desde la perspectiva del tiempo transcurrido, los fallos cometidos al representar por primera vez al neandertal de La Chapelle no dejan de ser producto de los limitados conocimientos morfológicos y los recursos de los que por entonces se disponía para reconstruir el aspecto físico de un hominino³¹. Si dicho aspecto físico y la morfología cerebral (como ya dije) de un hominino se interpretan erróneamente en un espécimen, aunque posean valor un taxonómico diferente, ambas son causantes de la reconstrucción incorrecta. Así, en el caso de La Chapelle, además de omitirse el papel de las deformaciones esqueléticas ya señaladas, su molde endocraneal se analizó sin tener en cuenta el modelo de desarrollo craneofacial relativo a su proceso evolutivo, por lo cual aquellas interpretaciones taxonómicas están siendo objeto de profundas revisiones³².

    Actualmente el conocimiento de cómo afectan las enfermedades y las lesiones al esqueleto junto con los avances en el estudio de los moldes endocraneales mediante modelos de integración morfológica aplicados al desarrollo craneal, están aportando novedosas e interesantes formas de relacionar las características morfológicas de los neandertales y los humanos modernos. Algunas de estas aportaciones seguramente permitirán dar nuevos enfoques al estudio de las capacidades cognitivas y a la relación que pudieron mantener ambos homininos si es que llegaron a coexistir³³.

    Figura 3. A. Reconstrucción del neandertal de La Chapelle realizada por Joanny Durand en 1921, bajo la dirección de Marcelline Boule. B. Reconstrucción del neandertal de La Chapelle realizada en la década de 1950, por el arqueólogo ruso Mikhaïl Mikhaïlovitch Guerassimov.

    Finalmente, a comienzos de la década de 1920, Boule dirigió una reconstrucción del neandertal de La Chapelle siguiendo un criterio más científico, encargando al escultor francés Joanny Durand la elaboración de un busto en el cual destacan aspectos anatómicos de la musculatura superficial del cráneo y la cara (Figura 3A). En 1921 esta reconstrucción se convirtió en la que oficialmente se atribuye a Boule, el cual la incluyó como Figura 151 en la primera edición de su obra Les hommes fósiles³⁴.

    Cualquier imagen representando el aspecto que pudo tener un hominino transmite en sí misma la síntesis interpretativa del investigador que la elaboró, siendo por lo tanto un documento dirigido a la comunidad científica. En la nefasta reconstrucción de Boule prevaleció una propuesta teórica sobre los hechos, confundiendo a una generación de investigadores cuando aparece el imaginario hombre de Piltdown. Es indiscutible que hay reconstrucciones que deberían relegarse a un papel meramente ilustrativo.

    Arreglando el equívoco

    La interpretación errónea que Boule hizo de las malformaciones de un esqueleto neandertal no fue la primera. Suele citarse al anatomista y antropólogo alemán Rudolf Virchow, que interpretó que los primeros fósiles neandertales hallados en Alemania en 1856 eran los restos de un humano actual víctima de raquitismo, artritis y traumatismos, opinión que repitió en relación con los hallazgos del mismo tipo que se realizaron en 1886 en una cueva de la aldea belga de Spy. La opinión de Virchow pesó mucho sobre la de los investigadores de su época, por lo cual para no volver a confundir a los neandertales con humanos modernos enfermos estos necesitaban mostrar unas diferencias anatómicas claras con respecto a nuestro antepasado más próximo, un cromañón casi idéntico a nosotros, por lo cual los investigadores ya se esperaban que los neandertales no se pareciesen demasiado a nosotros. Según este razonamiento las imágenes simiescas de principios del pasado siglo representaban bien el papel.

    A finales de los años cuarenta, el paleontólogo francés Camille Arambourg sufrió un accidente que le causó una lesión en el cuello. Viendo las radiografías de sus vértebras cervicales dañadas le resulto curioso el parecido que guardaban con las del esqueleto de La Chapelle³⁵. Esto le llevó a reinterpretar el aspecto que debió tener aquel neandertal y lo presentó en la Academia de Francia ya en la década de 1950³⁶. Se dice que esto causó que la ciencia reconociese que el esqueleto de La Chapelle presentaba deformaciones ante mortem. Pero, para cuando Arambourg expuso sus conclusiones, otros investigadores ya estaban reinterpretando las conclusiones de Boule. En 1957 los norteamericanos William Straus y Alexander Cave publicaron un estudio³⁷ del esqueleto de La Chapelle demostrando que su morfología no era la que de normal presentaría un individuo del tipo neandertal, porque las malformaciones en su columna vertebral y extremidades fueron causadas por raquitismo y artritis reumatoide. Lo que Straus y Cave no hicieron fue decir que era un humano actual, como hizo Virchow con el fósil de Neander. También a mediados de los años cincuenta, el forense y arqueólogo ruso Mikhaïl Guerassimov, guiándose por criterios puramente anatómicos, realizó una novedosa escultura del busto del neandertal de La Chapelle (Figura 3B), cuya apariencia es notablemente más realista y humanizada que la que se elaboró cuatro décadas antes.

    Casi tres décadas después de que Straus y Caves explicasen el encorvamiento del neandertal de La Chapelle, el norteamericano Eric Trinkaus apuntó la posibilidad de que el error de Boule no hubiese sido tan solo un malentendido interpretativo³⁸, sino una forma intencionada de mostrar al público un neandertal de aspecto claramente primitivo, sabiendo que su apariencia simiesca se debía a deformaciones patológicas.

    A mediados de los años ochenta, Jean Louis Heim, paleoantropólogo del Musée Nationale d’Histoire Naturelle de París, revisó la reconstrucción que Boule hizo del cráneo de La Chapelle, reposicionando varios huesos de la cara y el cráneo, y el agujero situado en la base de este³⁹. En la nueva reconstrucción se alargó y estrechó la cara mostrando un claro prognatismo y una importante neumatización, a la vez que un mejor ajuste entre el frontal y el parietal generan un cráneo menos aplanado (dolicocéfalo), ligeramente alargado, menos ancho y disminuya ligeramente su volumen hasta 1600 centímetros cúbicos. En el esqueleto de La Chapelle, Heim describe una deformidad en la cadera izquierda, un dedo de un pie aplastado, una costilla rota, una fuerte artritis en las vértebras del cuello y piezas dentales pérdidas o deterioradas, a pesar de todo lo cual aquel viejo neandertal habría podido caminar con cierta cojera y comer si le preparaban los alimentos antes de ingerirlos. Otro detalle interesante es que parece probable que lo enterrasen, lo que no implica necesariamente que hubiese un rito. Estamos ante una imagen de los neandertales muy alejada del ser brutal que nunca desmintió Boule.

    Todo error tiene su consecuencia

    Desde que se iniciaron los estudios sobre los neandertales, las consecuencias de especular sobre si fueron objeto de enterramientos y si se cruzaron con los humanos modernos han repercutido especialmente en las interpretaciones actuales.

    A pesar de ser los descubridores de los fósiles de La Chapelle, en 1908 Boule aparta de la autoría de sus trabajos⁴⁰ a los abates Jean y Amédée Bouyssonie, que publican por su cuenta la existencia de enterramientos en el yacimiento. El posible carácter simbólico de la propuesta se escapaba a la interpretación que hace Boule por lo cual en 1912 expresar sus dudas sobre el carácter intencional de la fosa en que yacía el Neandertal⁴¹, adjudicándose así un protagonismo científico claramente independiente de toda interpretación espiritual, aunque en realidad escondía su interés personal por impedir cualquier intento para humanizar a su criatura. Llegados aquí conviene señalar que entre los paleoantropólogos que precedieron a Boule persistió la idea de que en las poblaciones humanas actuales hay ciertos rasgos atávicos de neandertales⁴², aunque para él los restos de La Chapelle no apoyaban esa idea porque pertenecían a una especie arcaica desaparecida y totalmente separada de los humanos modernos más arcaicos⁴³.

    Las propuestas de Boule influyeron en interpretaciones posteriores como la ya mencionada de Osborn, el cual se valió de ellas para establecer el posible papel de nuestros ancestros en la extinción de los neandertales, encajándoles dentro de su propio discurso sobre el progreso evolutivo el cual consideraba un aspecto fundamental a la variación morfológica mostrada por los fósiles neandertales conocidos por entonces. En relación con esta variación, el antropólogo norteamericano Alex Hrdlicka llegó a plantear que tal circunstancia podría constituir la prueba de que los neandertales evolucionaron en parte de las razas más arcaicas o inferiores del Homo sapiens, convirtiéndose así en los ancestros de muchas de las razas más primitivas del Paleolítico Superior, tales como las de Brünn o Predmost⁴⁴, además de haber podido contribuir a la conformación de la raza más superior de Cromañón, e incluso quizás a ciertos tipos europeos modernos⁴⁵. Osborn manifestó su desacuerdo con la opinión de Hrdlicka, adhiriéndose por el contrario a las de Marcelline Boule y Gustav Schwalbe⁴⁶, los cuales consideraban que los neandertales habrían formado una rama lateral a la de la raza humana actual, que ya estaba totalmente extinguida. Para el norteamericano los sitios conocidos con enterramientos del Paleolítico Superior evidenciarían que no persistieron los neandertales por ser repentinamente sustituidos por razas como las de Brünn o Predmost, las cuales, en contra de la teoría de Hrdlicka, no parecen constituir el resultado de la mezcla de los Homo sapiens con los neandertales que hubiesen sobrevivido. Al igual que Boule y Schwalbe, Osborn también opinaba que los supuestos rasgos neandertales que a veces aparecen en las razas modernas no superarían un análisis minucioso. Además, desde el punto de vista geológico, la sustitución racial se habría completado hace entre 25.000 y 20.000 años, y tras ella no hay indicios de que quedase algún rastro de los neandertales ni de la presencia de sus caracteres en los humanos modernos que les sucedieron en Eurasia (todo cambiaría con la llegada del ADN).

    En los últimos tiempos las consecuencias de la posibilidad de que hubiese ritos de enterramientos en neandertales y de que algunos de sus rasgos morfológicos aparezcan en determinados humanos modernos ha provocado que la línea de separación entre ambos homininos se torne menos nítida para los especialistas, adquiriendo a la vez ciertos tintes de invisibilidad ante el gran público. Es evidente que las morfologías y capacidades cognitivas son factores diferenciales fundamentales para categorizar los tipos de homininos, pero esto no ha tenido consecuencias en las formas como durante el último siglo los investigadores han ido modificando sus hipótesis para explicar la relación entre neandertales y humanos modernos. Aquí nos centraremos en el estado actual de la cuestión (remito al lector a mis libros anteriores para el análisis del pasado).

    Aproximar ciertos aspectos cognitivos de neandertales y humanos modernos favorecería las propuestas de los que opinan que las diferencias entre la humanización de ambos no constituye más que una cuestión de grados cognitivos adquiridos en función de las oportunidades que ofrecieron sus respectivos contextos ambientales. Para ellos esto quedaría corroborado cuando ambas razas se fusionasen tras su encuentro y los menos humanizados neandertales fueran lógicamente absorbidos por nuestros ancestros. Por otro lado, la idea de que los neandertales poseyesen cualidades humanas también favorecería a los que proponen que los dos homininos forman parte de una misma rama evolutiva florecida en dos direcciones, pero con los mismos frutos.

    Hay investigadores que, manejando un concepto de nicho ecológico que no tengo claro, plantean que los homininos ocuparon nichos eco-culturales al evolucionar sus respectivas capacidades cognitivas en función de sus entornos adaptativos, culminando con la superioridad de nuestros ancestros. Otros investigadores han propuesto que en el Paleolítico Superior se produjo en Europa una revolución de la modernidad⁴⁷, durante la cual el desarrollo cognitivo de neandertales y humanos modernos convergió hasta adquirir determinadas capacidades como consecuencia de sus respectivos procesos de desarrollo cerebral y con independencia de los entornos ambientales que ocuparon, pero cuando al final interaccionaron nuestros ancestros se vieron favorecidos por sus mayores capacidades cognitivas. Por último, hay investigadores planteando que las capacidades cognitivas de neandertales y humanos modernos fueron en buena parte un producto de corrientes cognitivas evolutivamente convergentes que interactuaron con las variaciones medioambientales a lo largo de sus historias evolutivas y poblacionales. Así, como nada impide que las poblaciones de cada hominino pudieran desarrollar una capacidad cognitiva semejante en sus contextos ecológicos y poblacionales, mientras los componentes de las poblaciones neandertales fueron adaptándose a los sucesivos cambios ambientales en Eurasia y Oriente Medio, los de las poblaciones de humanos modernos lo habrían hecho a los de África, Oriente Medio y finalmente Eurasia.

    Las dos últimas propuestas para establecer cómo se desarrollaron las capacidades cognitivas de neandertales y humanos modernos se diferencian en que en una el desarrollo cerebral mediatiza totalmente al de la capacidad adaptativa⁴⁸, mientras la otra se parece más a la explicación de la historia evolutiva y poblacional de cualquier mamífero, donde su éxito evolutivo (y por tanto su persistencia a lo largo del tiempo) depende de la interacción de muchos factores espaciotemporales.

    Basta con mirar a nuestro alrededor

    El éxito biológico de los primeros humanos modernos (como el de cualquier taxón) dependió de sus capacidades adaptativas para ocupar lo que los ecólogos denominan su nicho ecológico. Así, aunque la capacidad cognitiva y el desarrollo tecnológico de nuestros ancestros pudo darles cierta posición de ventaja ante las condiciones climáticas adversas, cuando llegaron a Europa sus condiciones ambientales diferentes a las de África tuvieron que suponerles un obstáculo para colonizar el continente, especialmente ante los rigores de la glaciación.

    Cuando comparáramos a los neandertales con los humanos modernos tendemos a atribuirles a estos el mérito de haber sobrevivido, pero eso debe matizarse de manera que aleje el concepto de mérito. Lo cierto es que detrás existe todo un complejo proceso socio-ecológico que los investigadores difícilmente podrán analizar y comprender si previamente no reconocen sus limitaciones y actúan consecuentemente.

    En un artículo de 2013, el norteamericano Michael Barton y varios colegas españoles desgranan esta problemática cuando analizaban el poblamiento de la franja ibérico-mediterránea durante el Pleistoceno final, relacionando la distribución de los elementos líticos retocados, restos de grandes herbívoros y parámetros topográficos⁴⁹. Estos autores señalaban que para su estudio sintetizaron un gran conjunto de datos, pero el pequeño número de localidades utilizadas y el sesgo que probablemente cause en la muestra la gran cantidad de ese territorio que ahora está bajo el mar, dificultaban el análisis estadístico para identificar las tendencias espaciotemporales. Para paliar esto aumentaron la representatividad de los materiales excavados comparándolos con colecciones de superficie⁵⁰, aunque reconocen que para caracterizar la dinámica espaciotemporal de los sistemas socio-ecológicos humanos y sus contextos ambientales hay que entender cómo se controla el acoplamiento entre evolución biológica y cultural.

    Barton y sus colegas inciden en que para comprender los sistemas ecológicos humanos a escala regional es imprescindible diseñar muestreos válidos desde el punto de vista estadístico y utilizar métodos de recolección que maximicen la recuperación sistemática de los conjuntos de materiales necesarios, cuyo análisis cuantitativo debe incluir recuentos completos y muestras válidas desde el punto de vista estadístico, no solo identificarlos y describirlos. Igualmente recuerdan que la investigación de la dinámica ecológica humana debe beneficiarse de las nuevas técnicas analíticas y de los datos paleoambientales de alta resolución obtenidos al analizar sedimentos, pólenes, carbones y fauna. Así, esfuerzos para compilar este tipo de datos como el llevado a cabo en el Stage Three Project⁵¹ están sirviendo para elaborar modelos del clima, vegetación y paisaje que permiten representar la dinámica del cambio ambiental en el Pleistoceno.

    Pero me interesa destacar dos indicaciones que hace Burton en su artículo, tan claras como importantes: por un lado menciona explícitamente la necesidad de aplicar las teorías y perspectivas ecológicas en los estudios de la evolución humana, y por otro lado recalca que su modelo basado en análisis de datos arqueológicos tiene que ser probado. Aunque sobre esto último los autores reconocen que modelos computacionales como el suyo son muy útiles para sintetizar los datos indirectos que representan la dinámica ambiental del Pleistoceno, por ser modelos empíricamente derivados no puede probarse contra los datos en los cuales se basa, para hacerlo se necesitaría nuevos datos.

    Estoy de acuerdo con quienes proponen que los homininos del Pleistoceno Superior desarrollaron diferentes corrientes cognitivas de forma paralela y seguramente como resultado de la convergencia adaptativa; pero estoy rotundamente convencido de que los factores medioambientales debieron afectar al proceso de humanización, impidiendo que las capacidades cognitivas fuesen la única clave que propició el éxito alcanzado por humanos modernos y en diferente forma la extinción de neandertales.

    Los aspectos ecológicos que rodearon a los diferentes homininos del Pleistoceno no tuvieron por qué determinar directamente el desarrollo de sus capacidades cognitivas, pero actualmente nadie niega que pudieron influir sobre ellas. Además, como en los demás mamíferos, los procesos de adaptación y supervivencia o extinción en homininos estuvieron supeditados a la dinámica medioambiental, lo que no significa que sus capacidades cognitivas no tuviesen su protagonismo en lo acontecido.

    Es muy complejo interpretar a elementos culturales de los homininos como prueba de avances cognitivos claves para su éxito evolutivo o para su prevalencia a lo largo del tiempo. Esto ha quedado reflejado en casos como las industrias líticas de los pequeños homininos que habitaron la isla de Flores, en el archipiélago de Indonesia. El denominado Homo floresiensis no es lo que solemos denominar un humano moderno, aunque vivió hasta hace solo 17.000 años⁵², cuando aquellos ya poblaban gran parte del planeta. Conocidos popularmente como hobbits, tallaban la piedra utilizando técnicas que luego persistirían en las industrias líticas que fabricaron los humanos modernos que ocuparían la isla en el Holoceno tras desaparecer los hobbits⁵³. Según esto, si la tecnología lítica demuestra una parte de la capacidad cognitiva de los homininos, podríamos pensar que, si la de los hobbits fue útil durante milenios para dos tipos de homininos, no parece muy lógico que su desaparición se debiese a una falta de capacidad tecnológica. En mi opinión es más probable que fuese víctima de las circunstancias locales, relacionadas con factores poblacionales y la propia dinámica ecológica insular.

    No todo vale para explicar un fenómeno tan complejo como la desaparición de una especie. No porque en la extinción de los neandertales muchos decidieran buscar un culpable, sino porque, a la vez que ellos desaparecían los humanos modernos y sus tecnologías se expandían por Europa, aportando un candidato para cargar con la culpa. En el éxito de los modernos y el fracaso de los neandertales influyeron muchos factores, propios y del entorno medioambiental, aunque la capacidad cognitiva de los modernos hubiesen supuesto alguna ventaja sobre los neandertales. Tampoco puede pasarse por alto la posibilidad de que las últimas poblaciones neandertales no lograran superar las consecuencias ecológicas de los cambios climáticos de finales del Pleistoceno. Estas indudablemente también afectarían a los humanos modernos, pero de forma diferente.

    3

    La criatura está libre

    Menos mal que el aspecto dice mucho

    .../... En cada fase y característica de esta restauración he tratado de ser conservador, para seguir solamente la orientación de hechos anatómicos, minimizando mi ecuación personal en el trabajo en la medida de lo posible, y evitando cualquier inclinación para hacer que el resultado sea bestial o noble. Pero la especie neandertal fue humana, no bruta.../...

    J. Howard MacGregor (1926)54

    Cuando Victor Frankenstein repudió a su criatura lo hizo porque no soportaba que no fuese tan humana como esperaba, condenándola así al papel de monstruo, mientras él asumía el de víctima a pesar de ser el verdadero responsable de la situación. Al decir que los humanos modernos sobrevivieron a los neandertales porque poseían una mayor capacidad cognitiva se les está otorgando un papel de superioridad, mientras que a los neandertales se les considera inadaptados a pesar de haber logrado sobrevivir a varias glaciaciones. Desde una perspectiva científica no parece razonable decir que los neandertales perdieron frente a nuestros ancestros solo porque parecían menos humanos.

    El valor del aspecto humano: un plan simple pero efectivo

    Siempre me ha llamado la atención el hecho de que en la película Frankenstein de 1931⁵⁵ la criatura apareciera con una ropa socialmente aceptable para la época. Era como si con aquella raída vestimenta se le pretendiera dar un aspecto más normal, aunque en realidad solo lograba que su comportamiento desconcertante y destructivo le hiciera parecer un loco escapado del manicomio. Cabe mencionar que desde entonces en casi toda la cinematografía y obras gráficas al monstruo se le suele vestir acorde a la época, acentuando así ante el público la idea de que su malignidad tiene un origen humano. Aunque popularmente se diga que el hábito hace al monje, el aspecto de la criatura de Frankenstein difícilmente pasará por el de una persona normal por mucha ropa que se le ponga, y al pretenderlo solo se logra que su imagen empeore aún más.

    ***

    William Straus y Alexander Cave escribieron en 1957⁵⁶ sobre qué ocurriría si un neandertal se pasease por el metro de New York. Esto sería imposible, pero la historieta ha sido muy citada y utilizada para establecer que los neandertales se parecen mucho a nosotros, como cuando Juan Luis Arsuaga cita al neandertal vestido con chaqueta y sombrero que el antropólogo norteamericano Carleton Stevens Coon⁵⁷ representó en 1939 en su libro The races of Europa⁵⁸. Pero lo cierto es que tanto Straus y Cave como Coon en realidad se referían a la escultura del norteamericano J. Howard MacGregor mostrando el aspecto que debió tener el hombre de La Chapelle. Este zoólogo trabajó para el Museo de Historia Natural de Nueva York (dirigido por entonces por Osborn) donde elaboró una serie de esculturas que reconstruían las efigies de diversos homininos a partir de los restos fósiles que se conocían por entonces. La de La Chapelle data de 1919 y en un atractivo artículo publicado en 1926 en la revista del propio Museo MacGregor destaca que el aspecto del neandertal es prácticamente idéntico al de un cromañón. La cita al comienzo de este capítulo es de ese artículo.

    Cabe preguntarse por qué solo entre 1909 y 1919 cambió tanto la imagen que se tenía de la apariencia del neandertal. En 1921 Boule modificó su reconstrucción quizás al conocer la que elaboró MacGregor, y aunque no entraremos en ello, la cuestión de este rápido cambio de imagen continúa sin explicación. Arsuaga no está del todo de acuerdo con la anécdota del metro de New York, porque un colega suyo disfrazado con la cara de un hombre de la Sima de los Huesos⁵⁹ captó en seguida la atención de los transeúntes en una estación del metro de Madrid, aunque creo que tropezar con alguien que llevase esa máscara probablemente inquietase tanto como hacerlo con la criatura de Shelley. Un neandertal llamaría la atención donde fuese tanto como lo haría un aborigen australiano o un pigmeo de las selvas tropicales de África.

    Descripción: + FIGURA 3

    Figura 4. Izquierda: Sir Arthur Keith (modificado de J. Russell & Sons). Derecha: Marcelline Boule.

    Me pregunto por qué para analizar la posible relación entre humanos modernos y neandertales se tiende curiosamente a comparar sus aspectos. Quizás sea para conectarlos físicamente, aunque mientras para algunos el parecerse sería síntoma de la humanidad de los neandertales, para otros solo provocaría inquietud.

    Desde un punto de vista científico comparar el aspecto de dos homininos solo tiene un interés morfológico para relacionarlos en el aspecto evolutivo, ya que la existencia de humanidad no es un rasgo medible por el aspecto del individuo. Cuando MacGregor destacaba el parecido del Hombre de La Chapelle con el de un Cromañón pretendía distanciarse de la inhumana concepción del neandertal brutal que imperaba por entonces. Cuando Carleton Coon representaba al hombre de Neandertal vestido de chaqueta intentaba integrarlo en su peculiar forma de contemplar el desarrollo de las diferentes razas humanas actuales. Cuando Straus y Cave ponían el ejemplo del neandertal en el metro lo hacían tras descubrir que hasta entonces se había pretendido representar a los neandertales por una imagen reconstruida a partir de un esqueleto deforme. Finalmente, Arzuaga señala que el aspecto

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