Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Iluminando la evolución humana: Ciento cincuenta años después de Darwin
Iluminando la evolución humana: Ciento cincuenta años después de Darwin
Iluminando la evolución humana: Ciento cincuenta años después de Darwin
Libro electrónico436 páginas8 horas

Iluminando la evolución humana: Ciento cincuenta años después de Darwin

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

"Parecía merecer la pena probar hasta qué punto el principio de la evolución vertía luz en algunos de los problemas más complejos de la historia natural del hombre. [...] La principal conclusión a la que se llega en este libro [es] que el hombre desciende de alguna forma de organización inferior..." (Charles Darwin: 'El origen del hombre', 1871). Con motivo del 150 aniversario de "El origen del hombre y la selección en relación al sexo", obra en la que Darwin aborda de manera explícita el origen natural de nuestra especie, se presentan una serie de perspectivas actuales sobre la evolución humana desde la psicología, la lingüística, la genómica, la anatomía, la paleontología, la arqueología o la etología. Se ofrece, además, el contexto histórico e ideológico de la que se suele considerar la segunda gran obra de Darwin después de 'El origen de las especies'.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 oct 2021
ISBN9788491348689
Iluminando la evolución humana: Ciento cincuenta años después de Darwin

Relacionado con Iluminando la evolución humana

Títulos en esta serie (48)

Ver más

Libros electrónicos relacionados

Biología para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Iluminando la evolución humana

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Iluminando la evolución humana - Publicacions de la Universitat de València

    1. EL CONTEXTO HISTÓRICO

    DE EL ORIGEN DEL HOMBRE DE DARWIN

    Janet Browne

    Janet Browne es Aramont Professor en el History of Science Department, Harvard University.

    Darwin publicó El origen del hombre y la selección en relación al sexo en 1871 como una importante contribución al debate victoriano sobre los orígenes evolutivos de la humanidad. Gran parte de ese debate comenzó tras la publicación de El origen de las especies en 1859; sin embargo, Darwin había excluido deliberadamente a los seres humanos de esta obra. El origen del hombre incluye su larga investigación sobre los orígenes animales de las características humanas y varias teorías nuevas importantes, como la selección sexual. La teoría de la selección sexual constituye el núcleo de su propuesta de explicación de la diversificación de las razas humanas. Se analizan los motivos de su publicación y se sitúa el libro en el contexto social contemporáneo del siglo XIX.

    La principal conclusión a la que se llega en este libro, es decir, que el hombre desciende de alguna forma de organización inferior, será, lamento pensarlo, muy desagradable para muchos. Pero apenas caben dudas de que descendamos de bárbaros.

    DARWIN, Descent

    En The Descent of Man, and Selection in Relation to Sex (Descent a partir de ahora), Charles Darwin se ocupó de lo que denominó «el problema más elevado e interesante para el naturalista». Publicado por primera vez en inglés, en Londres, en las primeras semanas de 1871, Descent fue una exposición exhaustiva de la teoría de la evolución de Darwin aplicada a los seres humanos: en ella describió lo que sabía sobre los orígenes animales del hombre, las características físicas de los distintos pueblos, la aparición del lenguaje y el sentido moral, las relaciones entre los sexos en los animales y en los seres humanos, y un sinfín de temas similares que desdibujaban los límites entre nosotros y el mundo animal. Su objetivo era demostrar que los seres humanos habían evolucionado gradualmente a partir de los animales y que las diferencias eran solo de grado y no de tipo. Sus conclusiones eran audaces:

    Hemos de reconocer, según me parece, que el hombre, con todas sus nobles cualidades, con la simpatía que siente por los más envilecidos, con la benevolencia que extiende no solo a los demás hombres sino al más insignificante de los seres vivos, con su intelecto divino, que ha penetrado en los movimientos y la constitución del sistema solar… Con todas esas capacidades enaltecidas, el hombre todavía lleva en su estructura corporal el sello indeleble de su humilde origen (Darwin, 1877a: 619).

    Ha sido un largo proceso el que ha llevado a Darwin a este punto. Doce años antes, en Origin of Species (Origin a partir de ahora), había escrito con cautela que, si se aceptaban sus opiniones, «se iluminarían los orígenes del hombre y su historia» (Darwin, 1859: 488). En realidad, había mantenido deliberadamente a los seres humanos fuera de Origin: desde el principio de sus investigaciones había reconocido que el tema pondría en peligro cualquier consideración tranquila de su argumento. Aunque en Gran Bretaña un número cada vez mayor de personas rechazaban la verdad literal de la historia bíblica del origen, todavía había suficientes creyentes como para que Darwin fuera cauto con lo que escribía (Lightman, 1987). La propia definición de la humanidad en Occidente se basaba en la antigua creencia en la existencia de un sentido moral especial otorgado a los seres humanos por el creador divino. Los acalorados debates que siguieron a la publicación de Origin se centraron explícitamente en la cuestión de los orígenes humanos y el papel creador de una fuerza divina (Bowler, 2007; Livingston, 2001). La controversia fue tan agitada y destemplada como Darwin había temido, aunque se había asegurado de que no se mencionara a la humanidad en el texto.¹

    ¿Por qué, entonces, Darwin decidió finalmente escribir un libro como Descent? Los archivos indican que estaba profundamente interesado en toda la cuestión de los orígenes y la diversificación humana desde la época del viaje del Beagle, 1831-1836 (Hodge y Radick, 2009; Barlow, 1958).² En ese viaje se encontró con muchos grupos indígenas diferentes y se preguntó sobre las relaciones de estos con su propia sociedad británica. Incluso antes del viaje, expresó su ardiente apoyo a los movimientos antiesclavistas que se estaban organizando en Gran Bretaña, ya que sentía que todos los seres humanos son iguales bajo la piel (Desmond y Moore, 2009). Creía claramente que el ser humano era una parte esencial del mundo natural y que debía incluirse en cualquier interpretación de los orígenes que elaborara; sin embargo, excluyó deliberadamente a los humanos en su Origin (1859). Durante la década de 1860 hubo una serie de factores que contribuyeron a que cambiara de opinión. Principalmente, Darwin se dio cuenta de que aumentaba la influencia de las historias alternativas. El evolucionismo creativo del duque de Argyll estaba ganando terreno en el Reino Unido. Principles of Biology de Herbert Spencer y sus Essays: Scientific, Political and Speculative integraban conceptos evolutivos seculares con ideas políticas y sociales reformistas que ya resultaban atractivas para sus contemporáneos. Ernst Haeckel se ocupaba de describir la ancestralidad de los simios a sus lectores alemanes. El libro anónimo de Robert Chambers sobre la transmutación, Vestiges of the Natural History of Creation, publicado por primera vez en 1844, seguía circulando ampliamente, incluyendo ahora varias traducciones a idiomas europeos (Greene, 1959).

    Así mismo, los científicos más cercanos a Darwin empezaban a publicar sus propias opiniones sobre la evolución de la humanidad: Charles Lyell, Thomas Henry Huxley y Alfred Russel Wallace elaboraron cada uno de ellos importantes estudios que desarrollaban diferentes aspectos de la ascendencia humana. En 1863, Charles Lyell publicó Antiquity of Man, donde exponía la historia geológica humana. Hasta entonces, la escasez de artefactos humanos tempranos, como los de sílex trabajados y herramientas, había sugerido que la humanidad era muy reciente en términos geológicos. La suposición común era que los seres humanos solo aparecieron cuando la Tierra llegó a su estado moderno, lo que se suponía que era después del periodo glacial –o para aquellos que creían en el diluvio bíblico, en el momento en que las aguas se retiraron–. Lyell hizo retroceder el origen de los seres humanos más allá de esta línea divisoria acuosa, hacia el pasado geológico profundo. Aunque apenas había restos fósiles humanos que estudiar, fue el primer libro importante después de Origin que sacudió la visión contemporánea de la humanidad.

    Evidence as to Man’s Place in Nature, de Thomas Henry Huxley, se publicó unas semanas después del libro de Lyell. Huxley no adoptó totalmente las ideas de Darwin, pero defendió con entusiasmo el derecho de este a proponer explicaciones naturalistas del mundo viviente. En este breve y polémico libro, demostró que la humanidad debe, por motivos biológicos, ser clasificada con los simios. Los lectores comprendieron este punto, pero no necesariamente lo aceptaron. Un crítico observó secamente: «Todavía no estamos obligados a ir a cuatro patas con el profesor Huxley».

    Poco después llegó Alfred Russel Wallace, que había formulado de forma independiente el principio de la evolución por selección natural. En la década de 1860, Wallace escribió dos artículos convincentes sobre la evolución humana. En el primero, sostenía que la selección natural era la fuerza principal en la transformación de los simios en personas. En el segundo artículo, publicado en 1869 en la revista Quarterly Review, dio marcha atrás y declaró que la selección natural parecía insuficiente para explicar el origen de las extraordinarias capacidades mentales de la humanidad. Estaba de acuerdo con Darwin en que la selección natural empujó a nuestros ancestros simios al umbral de la humanidad, pero dedujo que en ese momento la evolución física se detuvo y el poder de la mente humana tomó el relevo. Esta siguió avanzando, argumentaba, a medida que los imperativos culturales cambiaban y se desarrollaban.

    Darwin quedó muy sorprendido. «Espero que no haya asesinado del todo al hijo suyo y mío», exclamó sorprendido a Wallace.³ Fue en parte la alarma de ver el artículo de Wallace lo que le animó a expresar íntegramente sus propias opiniones en Descent. No podía estar de acuerdo con Wallace en que una fuerza externa –Wallace creía que era un poder espiritual– nos había convertido en lo que somos.

    Tal vez parecía haber llegado el momento de finalizar su investigación sobre la humanidad y hacerla pública. Había acumulado un gran archivo de información desde su viaje en el Beagle. Además, ahora podía recurrir a las investigaciones de destacados anatomistas y antropólogos favorables a una visión secular y biológica de la humanidad, como Ernst Haeckel, Pierre Paul Broca, Jean Louis Armand de Quatrefages, Édouard Claparède y Carl Vogt, y podía consultar a colegas científicos como Francis Galton, John Lubbock y Edward B. Tylor. Su inmensa red de corresponsales –generada durante los años de Origin– pudo ayudar a localizar especialistas que le guiaran en áreas relativamente desconocidas, como los probables inicios del lenguaje humano. Al final del proceso, incluso pidió a su hija Henrietta, de 28 años, que actuara como correctora editorial, corrigiendo sus errores gramaticales y ayudando a la claridad del texto. Pronto Darwin reunió tanto material que se sintió obligado a reservar parte de él para otro libro. Este material adicional se refería a la expresión de las emociones en los animales y los seres humanos, y se publicó en 1872, un año después que Descent, con el título de The Expression of the Emotions in Man and Animals. Estos dos libros constituyen los análisis más importantes de Darwin sobre la evolución y la biología de la humanidad.

    EL LIBRO DESCENT OF MAN

    A su manera, Descent puede considerarse como la mitad que le faltaba a Origin. Fue escrito con el mismo estilo personal que Origin, con la misma claridad, la misma modestia cortés, los mismos montones inagotables de pruebas y el mismo racionalismo explícito. Y aunque el formato parece ahora arcaico; la información, decididamente anticuada, y los puntos de vista sociales, pasados de moda, los argumentos centrales han conservado su poder para inspirar y estimular. Hay atisbos fascinantes de la comprensión de Darwin sobre la base biológica de las jerarquías raciales victorianas y las relaciones de género. El término «evolución», utilizado por primera vez en su sentido moderno, aparece en la página 2 del volumen 1. Darwin también utilizó la expresión «supervivencia del más adaptado», que adoptó de Herbert Spencer en 1868. Hay que reconocer que el contenido de Descent es mucho más complejo de entender que los argumentos de Origin. No obstante, el primero es una publicación excepcional que marca un hito en la historia de la humanidad y que proporciona una gran visión de la profundidad y la escala de la revolución del pensamiento generada por la teoría evolutiva.

    El libro se imprimió en dos volúmenes y fue publicado por John Murray, la empresa londinense que había editado antes Origin. Se publicaron 2.500 ejemplares en las primeras semanas de 1871 (Freeman, 1977). Ese mismo año aparecieron otras tres tiradas, con lo que el número de ejemplares disponibles para los lectores ascendió a 8.000. Darwin introdujo pequeños cambios en el texto en cada reimpresión. Para los bibliófilos, hay algunas variantes interesantes. El propio ejemplar de Darwin, por ejemplo, estaba listo en diciembre de 1870 y tiene esa fecha impresa en su portada. En 1874 se publicó una segunda edición con correcciones y enmiendas. En 1877, los editores ingleses declararon haber publicado un total de 11.000 ejemplares. La empresa estadounidense D. Appleton and Co. publicó simultáneamente Descent en Nueva York en 1871, e igualó las ediciones inglesas. En Europa, la guerra franco-prusiana parecía entorpecer cualquier perspectiva de ediciones y traducciones en lenguas extranjeras; sin embargo, sorprendentemente en vista de la situación política, especialmente durante el asedio de París y los terribles acontecimientos en torno a la Comuna, el libro de Darwin fue traducido al neerlandés, francés, alemán, ruso e italiano en 1871, y al sueco, polaco y danés poco después, lo que evidencia la fortaleza de los colegas europeos de Darwin y el interés general por los asuntos evolutivos.

    El texto era extenso y, a ojos actuales, serpenteante y verboso. Estaba dividido en dos partes. En la primera, Darwin quiso relacionar a animales y seres humanos lo más estrechamente posible. Comenzó describiendo los numerosos rasgos anatómicos incontrovertiblemente comunes a ambos. Luego dio paso a las facultades mentales, afirmando con decisión que «no existe diferencia fundamental entre el hombre y los mamíferos superiores en sus facultades mentales» (Darwin, 1871, vol. 1: 35). Después presentó observaciones sobre la cognición animal, desde caballos que conocían el camino a casa hasta hormigas que defendían su propiedad, chimpancés que utilizaban ramitas como herramientas, pájaros jardineros que admiraban la belleza de sus nidos y gatos y perros caseros que aparentemente soñaban con conejos mientras dormían. El carácter doméstico de las observaciones de Darwin en este ámbito, las grandes dosis de antropomorfismo voluntario, inspiraron a Frances Power Cobbe a llamarlas «estos cuentos de hadas de la ciencia» en una reseña publicada en 1872. Estas anécdotas sobre la actividad mental de los animales probablemente sirvieron para ablandar a los lectores antes de enfrentarse al choque de ver a los simios en su árbol genealógico.

    Tras ello, Darwin pasaba a tratar el lenguaje, la religión y el sentido moral de la humanidad. El poder del habla era obviamente crucial, ya que la posesión de lenguaje era esencial para todas las definiciones contemporáneas de ser humano y en aquella época se suponía que representaba una barrera insuperable entre los animales y los humanos. Darwin quería rebatir en particular la opinión generalizada de que la capacidad de hablar era un don especial de Dios para los humanos. El gran lingüista y erudito Friedrich Max Müller lo había dicho en la revista Nature en 1870. Darwin llegó a creer que la capacidad de hablar surgió de manera muy diferente, de forma gradual a partir de las vocalizaciones sociales de los simios y se desarrolló en las primeras sociedades humanas mediante la imitación de sonidos naturales.

    También se atrevió a proponer que la creencia religiosa no era, en última instancia, más que un impulso primitivo de otorgar una causa externa a acontecimientos naturales que, de otro modo, serían inexplicables. Al principio, los sueños humanos podrían haber dado lugar a la idea de espíritus, como sugirió el antropólogo Tylor, o al animismo, en el que las plantas y los animales parecen estar imbuidos de fuerzas externas. Darwin sugirió que estas creencias podían convertirse fácilmente en una convicción sobre la existencia de uno o varios dioses que dirigían los asuntos humanos. Propuso que, a medida que las sociedades avanzaban en la civilización, los valores éticos se habían vinculado a esas ideas. De forma audaz, comparó la devoción religiosa con el «amor de un perro por su amo».

    Desde la religión no había más que un pequeño paso hacia el mundo moral. Darwin sostenía que los valores humanos superiores, como la moral, surgieron y se extendieron solo a medida que la civilización humana progresaba. Sugirió que valores como el deber, la abnegación, la virtud, el altruismo y el humanitarismo se adquirieron bastante tarde en la historia de la humanidad y no por igual en todas las tribus o grupos. Algunas sociedades mostraban estas cualidades más que otras, señalaba; y es evidente que pensaba que había habido un progreso paulatino del sentimiento moral desde las primeras sociedades «bárbaras», como la Antigua Grecia o Roma, hasta el mundo civilizado de la Inglaterra del siglo XIX que él habitaba. De este modo, mantuvo, en el imaginario de sus lectores, a las clases medias inglesas como representantes de todo lo mejor de la cultura del siglo XIX. Los valores morales más elevados eran, para él, evidentemente los valores de su propia clase y nación.

    También en la primera parte, Darwin habló de los posibles intermediarios entre el mono y el hombre, y trazó (de palabra) un árbol genealógico provisional que sobre todo se apoyaba en datos de colegas evolucionistas como Haeckel y Huxley. En realidad, a Darwin le resultaba difícil insertar a los humanos un árbol evolutivo real. Aunque para entonces había algunos fragmentos de cráneos neandertales disponibles para su estudio en museos europeos, aún no se había confirmado de forma concluyente que procedieran de ancestros de los humanos. Darwin remontó los humanos a los monos del Viejo Mundo, afirmando que la especie humana debió divergir del tronco original de los monos mucho antes que los simios antropoides, probablemente en un punto cercano a las formas de Lemuridae, ahora extintas. Además, reconoció a los grandes simios como los parientes más cercanos de la humanidad. Para la segunda edición de Descent pidió a Huxley que llenara este vacío con un ensayo actualizado sobre los hallazgos fósiles. Darwin solo podía adivinar las posibles razones por las que los ancestros de los humanos abandonaron los árboles, perdieron su recubrimiento de pelo y se volvieron bípedos. Se basó en los trabajos de Haeckel en este campo para hacer retroceder la línea de los primates a través de los marsupiales, los monotremas, los reptiles, los anfibios y los peces, hasta llegar a las ascidias, abuelas de todos ellos.

    Los primeros antepasados del hombre tuvieron que haber estado cubiertos de pelo, y ambos sexos tenían barba; sus orejas eran probablemente puntiagudas, y capaces de movimiento, y su cuerpo estaba provisto de cola, que poseía los músculos correspondientes. […] Entonces el pie era prensil, a juzgar por la condición del dedo gordo del pie en el feto; y no hay duda de que nuestros progenitores eran de hábitos arborícolas y frecuentaban una tierra cálida y forestada. Los machos poseían grandes dientes caninos, que les servían como armas formidables (Darwin, 1877a:

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1