¡VOLANDO ALTO!
Cómodamente instalado en su aislado asiento, separado del siguiente por una mampara transparente para evitar cualquier posible contagio, el pasajero disfruta de una amplia visibilidad gracias a su ventanilla delantera. Es uno de los muchos privilegiados de clase business que dispone de sitio en primera fila, a lo largo de casi toda la envergadura de la aeronave. Delante de él puede observar cómo se retiran los vehículos de carga de equipaje y de aprovisionamiento, así como los varios puentes de embarque que han permitido un acceso rápido y con medidas de aislamiento social a los viajeros. Las personas de las filas traseras pueden tener las mismas vistas gracias a sus monitores individuales. Poco después, la flamante ala voladora se retira del edificio terminal y se desplaza hacia la pista de despegue, por la que ya se desliza otro aparato similar que enseguida alzará el vuelo, alejándose en total silencio del aeropuerto.
Los pasajeros saben que su transporte apenas hará más ruido que el que generen sus hélices porque sus motores, situados en la parte trasera, son eléctricos. Están asimismo tranquilos porque la huella ecológica que dejará su viaje es prácticamente nula, y recuerdan los tiempos no demasiado lejanos en que los activistas verdes maldecían el transporte aéreo por el perjuicio que ocasionaba al medioambiente. Aunque apenas ha transcurrido una década desde 2020, el año de la pandemia, cuando la aviación sufrió un aparatoso descalabro, esta ya es sostenible y
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