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La evolución del cerebro y la idea de dios: Los orígenes de la religión
La evolución del cerebro y la idea de dios: Los orígenes de la religión
La evolución del cerebro y la idea de dios: Los orígenes de la religión
Libro electrónico539 páginas9 horas

La evolución del cerebro y la idea de dios: Los orígenes de la religión

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Por medio del estudio comparado de distintas fuentes ?desde la datación de restos funerarios, cráneos y artefactos antiguos, hasta estudios de imágenes cerebrales, primatología y desarrollo infantil?, Edwin Fuller Torrey reúne pruebas de que la aparición de los dioses fue una consecuencia incidental de varios factores evolutivos y describe cómo las nuevas capacidades cognitivas dieron lugar a nuevos comportamientos que desembocaron, por una parte, en la conceptualización y creación de los dioses, y por otra, en la creación de sociedades y de religiones organizadas. Este libro no descarta las creencias, sino que las presenta como un resultado inevitable de la evolución del cerebro. Brindando explicaciones claras y accesibles de la neurociencia evolutiva, La evolución del cerebro y la idea de dios, arrojará nueva luz sobre la mecánica de nuestros misterios más profundos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 abr 2022
ISBN9786071674210
La evolución del cerebro y la idea de dios: Los orígenes de la religión

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    La evolución del cerebro y la idea de dios - Edwin Fuller Torrey

    portada

    Edwin Fuller Torrey (Nueva York, 1937) es un investigador y psiquiatra estadunidense. Actualmente es director asociado de investigación en el Stanley Medical Research Institute (SMRI) en Kensington, Maryland. También es fundador del Treatment Advocacy Center (TAC) en Arlington, Virginia. Además de ser médico, tiene una maestría en antropología por la Universidad de Stanford. Es un gran estudioso del cerebro humano, así como explorador de los estudios culturales, la salud pública y la psiquiatría. Es autor de más de 200 artículos académicos y aproximadamente 20 libros —algunos de los cuales han sido traducidos al italiano, japonés, polaco, ruso, alemán y chino—, entre los cuales destacan La muerte de la psiquiatría (1980), Superar la esquizofrenia (2006), The Roots of Treason: Ezra Pound and the Secret of St. Elizabeths (1984), Schizophrenia and Civilization (2001) y American Psychosis: How the Federal Government Destroyed the Mental Illness Treatment System (2013).

    SECCIÓN DE OBRAS DE PSICOLOGÍA, PSIQUIATRÍA Y PSICOANÁLISIS

    LA EVOLUCIÓN DEL CEREBRO Y LA IDEA DE DIOS

    E. FULLER TORREY

    LA EVOLUCIÓN

    DEL CEREBRO

    Y LA IDEA DE DIOS

    LOS ORÍGENES DE LA RELIGIÓN

    Traducción

    GUILLERMINA DEL CARMEN CUEVAS MESA

    Fondo de Cultura Económica

    Primera edición, 2021

    [Primera edición en libro electrónico, 2022]

    © 2017, Columbia University Press

    Título original: Evolving Brains, Emerging Gods. Early Humans

    and the Origins of Religions

    D. R. © 2021, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho Ajusco, 227; 14110 Ciudad de México

    www.fondodeculturaeconomica.com

    Comentarios: editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. 55-5227-4672

    Diseño de portada: Teresa Guzmán Romero

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio, sin la anuencia por escrito del titular de los derechos.

    ISBN 978-607-16-7148-6 (rústico)

    ISBN 978-607-16-7421-0 (ePub)

    Hecho en México - Made in Mexico

    SUMARIO

    Prefacio

    Agradecimientos

    Introducción: el cerebro, hogar de los dioses

    Primera Parte

    LA CREACIÓN DE LOS DIOSES

    El Homo habilis: un yo más inteligente

    El Homo erectus: un yo consciente

    El Homo sapiens arcaico (neandertales): un yo empático

    El Homo sapiens primitivo: un yo introspectivo

    El Homo sapiens moderno: un yo temporal

    Segunda Parte

    EL SURGIMIENTO DE LOS DIOSES

    Ancestros y agricultura: un yo espiritual

    Gobiernos y dioses: un yo teísta

    Otras teorías sobre los orígenes de los dioses

    Apéndice A: La evolución del cerebro

    Apéndice B: Los sueños como prueba de la existencia de un mundo de los espíritus y una tierra de los muertos

    Referencias bibliohemerográficas

    Índice analítico

    Índice general

    Para Bárbara, sin quien el libro nunca se hubiera escrito, con mi agradecimiento por cincuenta estupendos años

    He luchado con la muerte. Es la contienda menos emocionante que uno pueda imaginar. Tiene lugar en una grisura impalpable sin nada bajo los pies, sin nada alrededor, sin espectadores, sin clamores, sin gloria, sin el gran deseo de victoria, sin el gran miedo a la derrota, en una atmósfera enfermiza de tibio escepticismo, sin mucha convicción de su propio derecho, y todavía menos del de su adversario.

    JOSEPH CONRAD, Heart of Darkness

    [El corazón de las tinieblas], 1903

    Civilizaciones, sistemas económicos, migraciones, guerra y paz pueden ir y venir, pero el tema de la muerte permanece, insistente. Y vincula en una humanidad común —perpleja y angustiada— a todos los miles y miles de generaciones de hombres, toda la miríada de tribus, razas y naciones, todos los diferentes grupos, tipos y clases de humanidad.

    CORLISS LAMONT, The Illusion of Immortality

    [La ilusión de la inmortalidad], 1935

    PREFACIO

    He estado buscando a Dios, en realidad a cualquier dios, desde que era un muchacho. Como acólito de la iglesia local, ayudaba dando la comunión y me dijeron que ahí estaba Dios. Como estudiante universitario, me especialicé en religión y estudié varias manifestaciones de los dioses. Como estudiante de posgrado en antropología, descubrí dioses sorprendentemente similares en culturas muy distintas. Como médico y psiquiatra, he estudiado el cerebro y me he preguntado dónde, en él, podrían residir los dioses. Thomas Willis, médico británico del siglo XVII que fue la primera persona en estudiar sistemáticamente el cerebro, tenía razón cuando dijo que esos estudios revelan los secretos lugares de la mente del hombre. También he visitado muchos de los santuarios construidos para honrar a los dioses y he inhalado el éter numinoso que los impregna a todos. Me gustan especialmente las catedrales góticas, que, inundadas de música coral, pueden llegar a ser trascendentes.¹

    Fue en una visita a uno de esos santuarios, en Avebury, Inglaterra, donde decidí escribir este libro. Sentado en la terraza del Red Lion Pub, veía la colina de Silbury, de 4 500 años de antigüedad y 39 y medio metros de alto, el montículo de tierra más alto de Europa hecho por el hombre. Es notable la inventiva ingenieril con que, recurriendo a herramientas de hueso y madera, fue construido, a partir de una serie de compartimentos radiales, de tal forma que aún hoy muestra pocos indicios de erosión. Al mismo tiempo que se construía Silbury Hill, en Saqqara los egipcios estaban construyendo la primera pirámide escalonada, de 60 metros de alto; los peruanos en Caral construían un montículo de plataforma de 30 metros de altura, y los chinos, en Shenzhen, una enorme plataforma con un templo sobre ella. Posteriormente se construirían montículos y pirámides en muchas otras partes del mundo como Indonesia, Sudán, México, Guatemala, Honduras y los Estados Unidos, como el montículo de Monk, en Cahokia, cerca de St. Louis, de 30 metros de altura. Probablemente todos se construyeron para alcanzar a los dioses y honrarlos, respuesta lógica a las necesidades humanas derivadas de la evolución del cerebro.

    Sin embargo, es importante tener en mente que nuestras teorías actuales sobre los dioses se basan en información incompleta: todavía tenemos mucho que aprender sobre cómo evolucionó el cerebro humano y cómo funciona. Nuestro conocimiento de la evolución del Homo sapiens y del desarrollo de las ideas religiosas también es fragmentario. Muchos de los descubrimientos arqueológicos más importantes han sido accidentales. Por ejemplo, los entierros de Sungir, Rusia, de 28 000 años de antigüedad, se encontraron cuando se retiraba arcilla de un pozo; de manera similar, los extraordinarios hallazgos en Varna, Bulgaria; en Ain Ghazal, Jordania; en Nevali Çori, Turquía; en Wuhan, China, y en Garagay, Perú, se obtuvieron accidentalmente en proyectos de construcción, en tanto que Göbekli Tepe, Turquía, y el Ness of Brodgar, Escocia, los descubrieron campesinos que araban sus campos. Presumiblemente hay cientos de sitios similares por descubrir; éstos deben ofrecernos detalles adicionales sobre la evolución del Homo sapiens y el surgimiento de los dioses. Así, lo que viene a continuación es provisional, basado en los hechos que hasta ahora conocemos.

    Al describir la evolución humana, en general evito la nomenclatura de periodos geológicos y arqueológicos y utilizo, en cambio, una línea continua de años previos al presente. Cuando se han necesitado fechas precisas, he utilizado a. e. c. (antes de la era común) y e. c. (era común). También he utilizado nombres geográficos contemporáneos para la mayor parte de los sitios antiguos, con el objeto de ayudar a los lectores a identificar la ubicación. En consonancia con la terminología moderna, utilizo homínidos para referirme a todos los grandes simios o simios antropomorfos, incluidos los humanos, y homininos para referirme a la línea humana, entre otros el Homo sapiens y todos nuestros ancestros inmediatos, que se separaron de los grandes simios hace unos seis millones de años. A fin de apoyar al lector, he puesto la información detallada sobre el cerebro en secciones claramente marcadas, para quienes deseen saltárselas, y he agrupado todas las referencias al final del libro.²

    Los términos dioses y religión son ambos problemáticos, pues han sido utilizados de formas muy variadas por diferentes estudiosos. Algunos han argumentado que cualquier cosa con poderes sobrenaturales es un dios, incluidos ancestros, animales y espíritus de la naturaleza. Yo utilizo dioses en un sentido más restringido, para referirme a seres divinos masculinos o femeninos que son inmortales y tienen algunos poderes especiales sobre las vidas humanas y la naturaleza. Incluso esta definición cubre una amplia gama de dioses con diferentes grados de omnisciencia, omnipotencia y omnipresencia, que pueden o no haber creado la tierra y a los humanos, y a quienes pueden interesarles o no los acontecimientos humanos. Los dioses totalmente divorciados de los sucesos humanos suelen ser llamados altos dioses. Dios, con mayúscula inicial, se refiere a la deidad monoteísta del judaísmo, el cristianismo y el islam. Religión es también un término muy amplio e impreciso utilizado para referirse a cualquier cosa, de un sentimiento de espiritualidad a un conjunto de creencias y rituales. En este libro no se intenta ofrecer una definición precisa de religión, sino demostrar cómo el surgimiento de los dioses condujo al desarrollo de la religión en sus múltiples manifestaciones. Cuando uso el término, lo uso para referirme a los sentimientos, actos y experiencias de hombres individuales […] en relación con cualquier cosa que pueden considerar como lo divino, donde divino significa como dios", según lo define William James.³

    El viaje evolutivo del Homo sapiens que nos legó dioses y religiones formales ha sido verdaderamente extraordinario. No sólo nuestro cerebro evolucionó, sino que evolucionó de tal manera que nos faculta para comprender el proceso por el cual evolucionó, escribir sobre tal proceso y pensar en sus implicaciones para nuestra vida.

    AGRADECIMIENTOS

    Mi mayor deuda es con Wendy Lochner, editora de Columbia University Press que creyó en el manuscrito a pesar de que mezcla múltiples disciplinas y desafía una fácil categorización. Carolyn Wazer, Lisa Hamm, Robert Demke y todos aquellos que colaboraron para la publicación fueron muy profesionales, y fue un placer trabajar con ellos. También agradezco a Maree Webster, quien generosamente prestó sus conocimientos sobre neuroanatomía para los dibujos del cerebro. Igualmente, muchas gracias a Andrew Dwork y a Jeffrey Lieberman por corregir mis múltiples ideas falsas sobre neuroanatomía.

    Muchas personas resolvieron pacientemente mis dudas. Entre ellas se encuentran Christiane Cunnar del invaluable Archivo del Área de Relaciones Humanas de la Universidad de Yale, Tim Behrens, Todd Preuss, Tom Schoenemann y Sara Walker. Muchos otros leyeron partes del manuscrito en sus varias etapas; un agradecimiento especial para Halsey Beemer, John Davis, Faith Dickerson, Jonathan Miller, Robert Sapolsky, Robert Taylor, Maynard Toll y Sid Wolfe. Por último, deseo expresar mi gratitud a mis asistentes de investigación, Judy Miller y Wendy Simmons, así como a Shakira Butler y a Shen Zhong, por su apoyo administrativo.

    INTRODUCCIÓN

    EL CEREBRO, HOGAR DE LOS DIOSES

    Es esencial entender nuestro cerebro con cierto detalle si vamos a evaluar correctamente nuestro lugar en este vasto y complicado universo que vemos en torno a nosotros.

    FRANCIS CRICK, What Mad Pursuit: A personal View

    of Scientific Discovery [Qué loco propósito: una visión

    personal del descubrimiento científico], 1988

    ¿DE DÓNDE vinieron los dioses? ¿Y cuándo vinieron? Estas preguntas fueron el estímulo para escribir este libro. El psicoanalista Carl Gustav Jung afirmaba que todas las épocas previas a la nuestra creían en dioses de una forma u otra. ¿Pero es esto necesariamente cierto? ¿También tenían dioses los antiguos homininos? En cambio, Patrick McNamara, investigador de religiones, argumentaba que la existencia de dioses y sus consiguientes religiones es una de las peculiaridades que distinguen al Homo sapiens moderno de nuestros antepasados homininos: Tan emblemática de su portador como la telaraña de la araña, la presa del castor y el canto del ave.¹

    De dondequiera y cuandoquiera que hayan llegado, es obvio que creer en uno o más dioses es una necesidad muy profunda de los humanos. Un sondeo llevado a cabo entre estadunidenses en 2012 reveló que 91% de los encuestados afirmó creer en Dios o en un Espíritu universal; de éstos, tres cuartas partes dijeron que estaban absolutamente seguros de que tal deidad existe. Dicha creencia apoya la descripción que hizo Jean-Jacques Rousseau de los humanos como criaturas teotrópicas, ansiosas de conectar de alguna manera nuestras vidas mundanas con el más allá. Es más, nuestro deseo de entroncar con lo divino es tan fuerte que Francis Collins, eminente científico y cristiano devoto, ha sostenido que el anhelo universal de Dios es, de por sí, prueba de la existencia de una divinidad creadora animada por un propósito. De manera similar, hace casi 3 000 años Homero observó que todos los hombres necesitan a los dioses.²

    El judaísmo, el cristianismo y el islam enseñan que hay un solo dios, pero la mayoría de las religiones afirman que hay muchos. Y en efecto, hay una abundancia de ellos, por ejemplo, en orden alfabético: de Ahura Mazda, Biema, Chwezi, Dakgipa, Enuunap, Fundongthing, Gran Espíritu, Hokshi Tagob, Ijwala, Jehová, Kah-shu-goon-yah, Lata, Mbori, Nkai, Osunduw, Pab Dummat, Quetzalcóatl, Ra, Sengalang Burong, Tirawa, Ugatame, Vodú, Viracocha, Xi-He, Yurupari y Zeus. Michel de Montaigne, el ensayista francés del siglo XVI, aludió a la propensión del hombre a crear dioses cuando escribió que, sin duda, el hombre está rematadamente loco. No puede hacer un gusano, pero crea dioses por docenas.³

    Los dioses son asimismo ubicuos, los hay por todas partes, en la tierra, en los cielos y en regiones subterráneas. Algunos se han relacionado con lugares específicos, como Atenea con Atenas; otros, con fuerzas de la naturaleza, como Poseidón con los mares; y otros más, con empeños humanos, como Afrodita con el amor. En las religiones monoteístas un solo dios suele ser responsable de todas las actividades humanas, a diferencia de las politeístas, donde puede haber un extraordinario grado de especialización divina. En la antigua Roma, por ejemplo, tres dioses diferentes (Vervecator, Reparator e Imporcitor) estaban asociados con las tres épocas en que se labraban los campos; otro dios (Insitor), con la siembra de las semillas; otro (Esterculio), con esparcir el abono; otro (Sarritor), con el desyerbado de los campos; otro (Messor), con la cosecha del grano, y otro más (Consus), con el almacenamiento del grano. Tal vez la expresión última de la especialización divina la lograron los polinesios de Tonga, que tenían un dios especial que ayudaba a los ladrones en su tarea. A lo largo de la historia humana, han aparecido dioses nuevos y han muerto dioses viejos. Los dioses vivos se encuentran en lugares de culto, en tanto que muchos dioses muertos están en museos, donde sus imágenes se consideran obras de arte.

    UNA TEORÍA EVOLUTIVA

    En cuanto a de dónde vinieron los dioses, en este libro se sostiene que vinieron del cerebro humano. Respecto a cuándo vinieron, en el libro se aducirá que los dioses llegaron después de que el cerebro pasara por cinco desarrollos cognitivos específicos. Dichos desarrollos fueron necesarios para que se pudiera concebir a los dioses. Como Homo habilis, hace cerca de dos millones de años, los homininos experimentaron un crecimiento significativo en cuanto al tamaño del cerebro y la inteligencia general (capítulo I). Como Homo erectus, empezando hace cerca de 1.8 millones de años, desarrollaron conciencia de sí (capítulo II). Como Homo sapiens arcaicos, a partir de hace unos 200 000 años, desarrollaron conciencia de los pensamientos de los demás, a lo cual suele llamársele tener una teoría de la mente (capítulo III). Como Homo sapiens primitivos, empezando hace cerca de 100 000 años, desarrollaron la capacidad introspectiva de reflexionar sobre sus propios pensamientos. Así, no sólo podían pensar sobre lo que otros estaban pensando, sino también sobre lo que otros estaban pensando sobre ellos y su reacción ante tales pensamientos (capítulo IV).

    Por último, como Homo sapiens modernos, empezando hace unos 40 000 años, desarrollamos lo que suele denominarse memoria autobiográfica, la capacidad para proyectarnos hacia atrás y hacia adelante en el tiempo. Así, nos fue dado pronosticar y planear más hábilmente para el futuro. Entonces, por primera vez en la historia de los homininos, pudimos entender plenamente la muerte como terminación de nuestra existencia personal. Y por primera vez pudimos imaginar alternativas a la muerte, incluidos lugares donde nuestros ancestros fallecidos tal vez todavía existen (capítulo V).

    Argumentar que una habilidad cognitiva específica se relaciona con una etapa específica de la evolución de los homininos obviamente no significa que esa habilidad se desarrolló sólo en ese momento. Todas las habilidades cognitivas evolucionaron como parte del curso entero de la evolución de los homininos y, presumiblemente, siguen evolucionando. Asociar una habilidad cognitiva específica con una etapa particular de la evolución de los homininos sencillamente significa que, en dicha etapa de la evolución, los homininos mostraban algún comportamiento nuevo del cual estamos conscientes, y ese comportamiento sugiere que esa habilidad cognitiva particular había madurado al punto de ser susceptible de influir en el comportamiento de esos homininos. Por ejemplo, hace aproximadamente 100 000 años aparecieron por primera vez las conchas que, por lo visto, se utilizaban para hacer collares decorativos. Esto sugiere que la capacidad cognitiva de los homininos para pensar sobre lo que otros homininos estaban pensando sobre ellos había madurado al punto de que influiría en su comportamiento. Tal vez los precursores de dicha habilidad cognitiva existieron 100 000 años antes, y ésta puede haber estado incluso mejor desarrollada 50 000 años después, pero consideramos las conchas utilizadas con fines decorativos como un indicador de evolución cognitiva.

    La adquisición de una memoria autobiográfica y otras habilidades cognitivas condujo a la revolución agrícola, empezando hace cerca de 12 000 años. Con esto, la gente se reunió por primera vez para asentarse en aldeas y pueblos y se produjo un impresionante crecimiento de la población.

    Vivir en un lugar fijo permitió que se enterrara a los muertos cerca de los vivos; por consiguiente, la adoración de los ancestros fue cada vez más importante y elaborada. Conforme crecieron las poblaciones, inevitablemente surgieron jerarquías de los ancestros. En algún momento, probablemente hace entre 10 000 y 7 000 años, algunos ancestros de veras trascendentes cruzaron una línea invisible y llegaron a ser conceptualmente considerados como dioses (capítulo VI).

    Hacia alrededor de 6 500 años, cuando estuvieron disponibles los primeros registros escritos, los dioses sumaban una cantidad numerosa. En un principio, sus responsabilidades se enfocaron en temas sagrados de la vida y la muerte. Sin embargo, pronto los líderes políticos reconocieron la utilidad de los dioses y empezaron a asignarles también más y más deberes seculares, como el de administrar justicia y el de librar guerras. Hace 2 500 años, la religión y la política se apoyaban mutuamente, conforme las principales religiones y civilizaciones se organizaban (capítulo VII). En el capítulo final se compara la utilidad de una teoría de los dioses a partir de la evolución del cerebro con otras teorías propuestas (capítulo VIII). La utilidad de cualquier teoría debe valorarse en función de su capacidad para explicar los hechos conocidos.

    La teoría evolutiva de los dioses propuesta en este libro no es original; es antes bien una versión actualizada de la propuesta originalmente, y de manera cumplida, por Charles Darwin, padre de la teoría de la evolución. De joven, Darwin se había apegado a las creencias cristianas tradicionales y hasta había pensado en hacerse sacerdote. Durante su viaje de cinco años en el Beagle, recordaría más adelante, de buena gana se habían reído de él varios de los oficiales […] por citar la Biblia. Cuando Darwin volvió a Inglaterra y empezó a elaborar su teoría de la selección natural, se le ocurrió que las creencias religiosas también podían ser consecuencia de una evolución del cerebro. En su libreta de notas personales, Darwin escribió que había pensado mucho sobre religión y, en su típico estilo telegráfico, especuló que, como el pensamiento (o los deseos, propiamente dichos) son hereditarios, podría ser una secreción del cerebro. Si esto fuera cierto, continuó, es difícil imaginar que [creer en Dios] sea algo más que una estructura cerebral hereditaria […] el amor por las deidades, efecto de cierta organización. Así, pensamientos, deseos y amor por las deidades, especulaba, eran todos producto de la organización de nuestro cerebro.

    Darwin, que en ese entonces tenía apenas 29 años, no iba a expresar esas ideas en público; estaba consciente de que sus incipientes teorías sobre la selección natural discrepaban radicalmente de la creencia cristiana de que el hombre había sido creado a imagen de Dios; su renuencia a ofender a la institución religiosa, así como su devota esposa, fueron las razones de peso por las que se tardó otros 20 años en publicar sus teorías sobre la selección natural.

    Así como las opiniones de Darwin sobre la selección natural se basaban en los animales que encontró en su viaje alrededor del mundo, sus opiniones sobre los dioses estaban determinadas por los pueblos que conoció. Había conocido a nativos de América del Sur, Nueva Zelanda, Australia, Tasmania e incontables islas de los océanos Atlántico y Pacífico; sus muchos dioses se le habían quedado grabados. En El origen del hombre observó que la creencia en agentes espirituales omnipresentes parece ser universal, y esta creencia en agentes espirituales fácilmente se convertiría en el dogma sobre la existencia de uno o más dioses. Como presagio de las teorías del desarrollo cerebral, Darwin agregó que esas creencias sólo se abrigan después de un avance considerable de los poderes de razonamiento del hombre, así como de un avance aún mayor en sus facultades para imaginar, sentir curiosidad y asombrarse. Darwin equiparaba el sentimiento de devoción religiosa en los humanos con el profundo amor de un perro por su amo, y citaba al escritor que afirmaba que un perro ve a su amo como a un dios.

    En años posteriores, sus teorías llevaron a Darwin a dejar de creer totalmente en Dios. En su autobiografía escribió: La incredulidad me invadió muy lentamente, hasta llegar a ser total. Avanzó tan lentamente que no sentí aflicción alguna, y desde entonces no he dudado ni por un segundo de que mi conclusión fue correcta. Como con muchas personas, el problema del mal contribuyó a que Darwin perdiera definitivamente la fe. Le afectó sobre todo la muerte de su hija favorita a los 10 años, probablemente de tuberculosis. Darwin se preguntaba también cómo un Dios al parecer omnipotente y omnisciente pudo permitir el sufrimiento de millones de animales inferiores a lo largo del tiempo inmemorial. A un amigo le escribió: Yo no puedo ver, tan claramente como otros, evidencias de designio y beneficencia en todo lo que nos rodea. A mí me parece que hay demasiada miseria en el mundo. En última instancia, Darwin tampoco percibía deidad alguna en el proceso de creación, pues no encontraba más designio en la variabilidad de los seres orgánicos y en la acción de la selección natural que en el rumbo en que sopla el viento.

    EL CEREBRO HUMANO

    Con el fin de evaluar una teoría evolutiva para el surgimiento de los dioses, es necesario saber algo sobre el cerebro humano, información que se resumirá brevemente en este capítulo y se complementará con detalles presentados en las notas y apéndices. El cerebro es un órgano prodigioso que, según los cálculos, consta de 100 000 millones de neuronas y un billón de células gliales. Si usted decide regalar sus células cerebrales, tendrá suficientes para dar 16 neuronas y 160 células gliales a cada persona en el planeta. Cada neurona está conectada con al menos otras 500 neuronas, lo cual resulta en un total de 160 934 kilómetros de fibras nerviosas por cerebro, las cuales, extendidas de extremo a extremo, podrían darle cuatro vueltas a la tierra. Las fibras nerviosas están cubiertas de mielina, sustancia de color claro, y, por su color, los tramos que conectan las fibras nerviosas se denominan materia blanca. En conjunto, las neuronas, las células gliales y los tramos conectivos crean redes cerebrales infinitamente intrincadas que hacen del cerebro humano el objeto más complejo que se conozca en el universo. El neurólogo británico Macdonald Critchley lo describió como el banquete divino del cerebro… un festín con platillos cuya combinación sigue siendo esquiva y con salsas cuyos ingredientes son, aún hoy, un secreto.

    Topográficamente, el cerebro humano está dividido en dos hemisferios, cada uno de los cuales tiene cuatro lóbulos principales: frontal, temporal, parietal y occipital (figura 1). Además, se subdivide en otras 52 áreas independientes basadas en la organización de las células cerebrales según son vistas al microscopio. En 1909 el anatomista alemán Korbinian Brodmann llevó a cabo la división original de las áreas cerebrales; con el paso de los años esta partición se ha modificado varias veces, pero las áreas cerebrales aún se llaman áreas de Brodmann, en general abreviadas como BA más un número —por ejemplo, BA 4—. Para los lectores interesados en la localización de las funciones cerebrales, en este libro se utilizará el sistema de numeración de Brodmann. Las áreas en cuestión se ilustran en la figura 2.

    FIGURA 1. Los cuatro lóbulos cerebrales

    Mediante estudios con neuroimágenes y post mortem se ha mostrado qué áreas del cerebro humano evolucionaron primero y cuáles más recientemente, según se describe en el apéndice A. Las regiones cerebrales que evolucionaron en fecha reciente suelen denominarse áreas terminales, según la nomenclatura del investigador alemán Paul Emil Flechsig. Es digno de destacar que las áreas cerebrales que evolucionaron más recientemente son las mismas asociadas con la mayoría de las habilidades cognitivas que nos hacen singularmente humanos. También mediante estudios con neuroimágenes se ha determinado el orden en que evolucionaron los tramos de materia blanca que conectan las áreas cerebrales. Cuatro de los tramos de materia blanca que evolucionaron en fecha más reciente conectan las áreas cerebrales que evolucionaron más recientemente, las mismas asociadas con las habilidades cognitivas analizadas en este libro. Como se describe en capítulos subsiguientes, lo que se sabe de la evolución cerebral y lo que se sabe de la adquisición de habilidades cognitivas específicas encaja notablemente bien.

    FIGURA 2. Áreas cerebrales de Brodmann

    La importancia que cobran las fibras conectoras del cerebro al hacernos singularmente humanos también sugiere que no hay en el cerebro una parte de dios única. Como casi todas las funciones cognitivas superiores, los pensamientos sobre los dioses son producto de una red de múltiples áreas cerebrales. Dichas redes se han descrito como redes de conectividad que permiten que un número muy grande de opciones computacionales se asocien con procesos cognitivos específicos. Estas redes también se han denominado módulos o dominios cognitivos. Así pues, ahora se sabe que incluso el lenguaje, del que tradicionalmente se ha pensado que reside en dos áreas cerebrales (la de Broca y la de Wernicke), forma parte de una red que involucra cuando menos otras cinco áreas. Por lo tanto, no hay una parte del cerebro propia de dios, pero sí una red que controla los pensamientos sobre los dioses y las creencias religiosas.

    Se trata de la red de lo numinoso, la misma que controla las habilidades cognitivas que nos hacen singularmente humanos.¹⁰

    LA NATURALEZA DE LA EVIDENCIA

    Puesto que la teoría evolutiva propuesta en este libro depende de una comprensión de la forma en que evolucionó el cerebro, es razonable preguntar cómo sabemos lo que sabemos. ¿Cuál es la naturaleza de la evidencia? La información respecto de la evolución cerebral de los homininos proviene de cinco áreas de investigación principales: estudios sobre cráneos de homininos; estudios de artefactos antiguos; estudios post mortem de cerebros humanos y de primates; estudios de imágenes de cerebros de seres humanos y primates vivos, y estudios sobre el desarrollo infantil.

    Los cráneos de homininos han sido una fuente considerable de datos sobre la evolución del cerebro humano. Obviamente, hubiera sido preferible tener el cerebro mismo, pero, una vez sobrevenida la muerte, es uno de los primeros órganos en deteriorarse: si la temperatura es cálida, se licúa al cabo de unas horas. Por eso no contamos con cerebros de homininos antiguos para examinarlos. Imagine cuánto podríamos aprender si tuviéramos cerebros preservados de Homo habilis, Homo erectus, Homo neanderthalensis y Homo sapiens primitivos para ponerlos uno al lado del otro, compararlos con el Homo sapiens moderno y posteriormente diseccionar cada uno hasta el mínimo detalle.

    Desafortunadamente no los tenemos. Lo que sí tenemos, con todo, son los cráneos que alojaron a esos cerebros. Como Hamlet de pie en el camposanto con el cráneo del pobre de Yorick, podemos utilizarlos para especular sobre los comportamientos pasados que fueron el producto de los cerebros que contenían. Conforme el cerebro en desarrollo crece durante la vida fetal y la infantil, se amoldan a él los huesos maleables del cráneo, de manera que los cráneos son como viejas huellas impresas en ceniza volcánica que posteriormente se endureció; ya no tenemos los pies para examinarlos, pero sí su forma y hasta algunos detalles de los dedos.

    Los cráneos bien conservados suelen ofrecer una buena cantidad de datos. Por supuesto, el volumen del cerebro es relativamente fácil de calcular. La forma general del cerebro también es evidente, lo que incluye determinar si las dos mitades son simétricas, como eran al principio de la evolución de los homininos, pero no después. Al examinar la forma, también podemos hacer conjeturas informadas respecto del tamaño relativo y, por lo tanto, de la importancia de las áreas frontal, parietal, temporal y occipital. En el cerebro de los homininos primitivos el área occipital era prominente, pero en cerebros posteriores otras áreas resultaron más desarrolladas. El recubrimiento interno del cráneo incluye surcos para las principales arterias y venas, además de que en el piso de éste se observan impresiones cóncavas para el cerebelo y la parte inferior de los lóbulos frontales. En cráneos especialmente bien conservados, incluso se pueden encontrar impresiones de crestas cerebrales individuales, o circunvoluciones. En general, tener el cráneo para examinarlo no es en absoluto preferible a tener el cerebro, pero, combinado con otras evidencias del comportamiento de nuestros ancestros, de todas formas puede arrojar una buena cantidad de información útil.

    Los artefactos antiguos son una fuente secundaria pero nada desdeñable de claves en lo referente a las capacidades cognitivas y el comportamiento de los homininos primitivos y, por tanto, de la evolución del cerebro. El descubrimiento de mejores herramientas hechas por el Homo habilis hace dos millones de años sugiere una inteligencia superior y una función cognitiva depurada en general. Como se señaló anteriormente, el hallazgo de conchas preparadas para la ornamentación personal y utilizadas por Homo sapiens primitivos hace aproximadamente 100 000 años sugiere que ya habían adquirido la capacidad de pensar sobre lo que otros pensaban de ellos. El descubrimiento de alimentos, herramientas, armas, joyería y otros objetos enterrados con cadáveres por Homo sapiens modernos hace aproximadamente 27 000 años sugiere que ya habían adquirido la capacidad de pensar sobre una posible vida después de la muerte.

    Un tercer recurso de investigación que resulta indispensable para conocer la evolución del cerebro es el estudio post mortem de cerebros de humanos y primates. Se acepta generalmente que las áreas cerebrales que sufrieron transformaciones primero durante la evolución del Homo sapiens también maduran antes en el desarrollo de un individuo; asimismo, las áreas que evolucionaron tardíamente maduran tarde. Como se resume en un estudio de este fenómeno, las áreas corticales filogenéticamente más viejas maduran antes que las regiones corticales más recientes. Por ejemplo, las áreas cerebrales relacionadas con funciones musculares específicas, como el movimiento de los brazos, los labios y la lengua, fueron de las primeras en evolucionar, y también son de las primeras en madurar, de modo que permiten que el recién nacido se prenda del pecho de su madre y succione.¹¹ En el apéndice A se resumen tres métodos para evaluar la maduración relativa de las áreas cerebrales.

    Además de proporcionar información sobre las áreas cerebrales de desarrollo más reciente en la evolución, los estudios post mortem de cerebros humanos también pueden compararse con los correspondientes de chimpancés y otros primates. Estos estudios comparativos revelan qué áreas del cerebro de los homininos han aumentado o disminuido de tamaño en el curso de la evolución; el grado relativo de conectividad de diferentes áreas cerebrales; si hay tipos celulares inusuales, específicos de los homininos; el espaciado anatómico de las células, y si hay diferencias en la composición química de elementos como neurotransmisores y proteínas.

    Respecto de las dimensiones de áreas específicas, en el desarrollo del cerebro suele suponerse que el tamaño de un área cerebral específica se correlaciona con la importancia de la función desempeñada por dicha área.

    Este principio se ha resumido como sigue: La masa de tejido neural que controla una función en particular es adecuada para la cantidad de procesamiento de información implicada en el desempeño de dicha función. Así, en un murciélago, que depende del sentido del oído, la corteza auditiva es grande; en un mono, que depende de su vista, la corteza visual es grande; en una rata, que depende de su olfato, la corteza olfativa es grande, y en un ratón del desierto, que depende de su memoria para recordar dónde escondió semillas, el área de la memoria está muy desarrollada (hipocampo). Por lo tanto, el estudio de las dimensiones relativas de áreas específicas del cerebro humano respecto de las del chimpancé puede ayudar a identificar qué áreas humanas son las más importantes y han evolucionado más recientemente.¹²

    Además del estudio de cráneos de homininos, de artefactos y de cerebros humanos post mortem, un cuarto enfoque para entender cómo evolucionaron los cerebros consiste en estudiar cerebros vivos mediante técnicas imagenológicas recientemente desarrolladas. Dichas técnicas incluyen las imágenes por resonancia magnética (IMR) y su componente funcional (IMRf), así como las imágenes con tensor de difusión (ITD), que son especialmente útiles para evaluar las conexiones entre áreas cerebrales. Mediante estudios por IRM de humanos y chimpancés vivos, se han resaltado las diferencias cerebrales estructurales entre ellos y así se han complementado los estudios post mortem. También se han utilizado estudios por IRM de niños para evaluar qué áreas cerebrales maduran primero y cuáles después. Los resultados han sido notablemente consistentes, y muestran que las áreas cerebrales filogenéticamente más viejas maduran antes que las más recientes. La combinación de estudios post mortem y estudios mediante IRM indica qué áreas cerebrales se desarrollaron más recientemente durante la evolución del cerebro de los homininos.¹³

    Para vincular funciones cerebrales específicas con áreas o redes cerebrales concretas también pueden utilizarse estudios de IRM funcional (IRMf). Por ejemplo, se puede pedir a un individuo que piense sobre lo que otra persona está pensando mientras una IRMf detecta qué áreas del cerebro se activan. A continuación, dicha imagen vincula el proceso de pensar sobre otra persona con

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