Inconvenientes de ser cavernícolas urbanos
El político y filósofo Marco Tulio Cicerón (106-43 a. C.) es un símbolo de nuestra civilización. Fue una de las personas más influyentes en la vida pública del Imperio romano y movió los hilos del poder junto con personajes tan icónicos como Julio César, Pompeyo y Marco Antonio. Se hizo famoso por su oratoria, sutil y maquiavélica, con la cual manejaba todas las variables de una sociedad compleja que sentó las bases del mundo moderno. De alguna manera, es el paradigma del ser humano civilizado. Sin embargo, dejó aparte todos esos juegos dialécticos y definió con contundencia nuestra cercanía a lo salvaje cuando escribió: “Qué fea bestia es el simio y cuánto se parece a nosotros”.
Dos mil años después, la cita ha sido utilizada por Max Brooks para abrir su novela Involución, en la que un grupo de seres humanos que quiere vivir una utopía hipertecnológica acaba dejándose llevar por su lado más primario y se comporta como Homo sapiens del Paleolítico. En los dos autores subyace la misma idea: aunque vivamos inmersos en una cultura artificial y sofisticada, por dentro seguimos teniendo la misma biología que en la época de las cavernas. Eso significa que nuestras hormonas, nuestro sistema límbico o nuestro córtex cerebral responden a muchos acontecimientos de la misma forma en que lo hubieran hecho hace 300 000 años.
La ciencia araña sin cesar esa superficie civilizada para adentrarse en nuestro interior cavernícola. Y encuentra que multitud de fenómenos psicológicos que creemos refinamientos del siglo XXI son, en realidad, conductas que se fijaron en los tiempos que surgió nuestra especie, porque resultaban adaptativas. Algunas conservan su eficacia, otras la han perdido.
la que nos sirve para interiorizar lo que ocurre a nuestro alrededor… ¿Un ciudadano actual que busca un taxi en Nueva York utiliza mecanismos similares a los de un cazador-recolector de la sabana paleolítica?
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