La creación de un órgano genial
La antropología puede definirse como la disciplina que estudia la historia natural del género humano. Esto causa una especie de conflicto de intereses por ser las personas al mismo tiempo los objetos y sujetos de la investigación. Algo parecido sucede con la neurociencia, porque en este caso es el cerebro el que se estudia a sí mismo. La integración entre antropología y neurociencia se desarrolla entonces –como era de esperar– en un contexto repleto de expectativas, esperanzas y prejuicios, donde los vínculos sociales y culturales pueden llegar a sesgar nuestro conocimiento de forma importante.
Además, a la hora de investigar la evolución de nuestro potente cerebro debemos lidiar con un órgano de enorme complejidad, y esto implica limitaciones debidas a las técnicas y los métodos empleados. Por ejemplo, nuestra ciencia funciona bastante bien cuando trabaja con lo que es pequeño y tiene fronteras definidas, como células o moléculas; pero todavía lo tiene mucho más difícil cuando hay que integrar perspectivas más amplias y generales para interpretar procesos más globales y extensos. Es decir, que sabemos todo (o casi todo) de nuestras neuronas, pero poco (o casi nada) de nuestra mente. La misma palabra mente se tacha en ámbitos muy reduccionistas de metafísica, casi confundiéndola con algo abstracto e impalpable como el alma.
En realidad, la mente no es más que el conjunto de procesos que generan nuestro pensamiento, así que debería ser accesible a
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