Origen y evolución de 'Homo sapiens'
Por Antonio Rosas
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Antonio Rosas
Es profesor de investigación del CSIC, director del Grupo de Paleoantropología MNCN-CSIC y responsable del estudio de los fósiles neandertales de El Sidrón. Es autor de más de 300 publicaciones científicas y 5 libros de divulgación. Su investigación está relacionada con el estudio de la Evolución Humana y el Cuaternario. Cabe señalar como líneas principales de trabajo la Paleobiología de los homininos; la evolución de su sistema cráneo-facial y la excavación y estudio de tafo-sistemas pleistocenos en la Península Ibérica y Guinea Ecuatorial. Entre sus aportaciones más rele-vantes, destacan la puesta en valor de la colección de El Sidrón y el estudio del crecimiento de los Neandertales (Science, 2017); la colaboración activa, desde el lado paleontológico, en estudios de paleogenética: Genoma Neandertal (Science, 2010) e hibridación sapiens-neandertal (Nature, 2016), y ser coautor de la especie Homo antecessor (Science, 1997) y del Europeo más antiguo (Nature, 2008), estas últimas en el contexto del proyecto Atapuerca. Investigador principal de proyectos del Plan Nacional, Explora Ciencia y Proyectos Europeos, compagina el trabajo de campo con el uso de la tomografía computerizada, la morfometría geométrica y la microscopia óptica y electrónica en el estudio de los fósiles.
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Origen y evolución de 'Homo sapiens' - Antonio Rosas
La singularidad biológica de la especie Homo sapiens
La posición del hombre en la naturaleza
Compatible con la noción del Génesis, en la Edad Media se fragua el concepto de la Scala naturae o gran cadena del ser. En ella se refleja la concepción del mundo como una gradación unilineal y progresiva de los seres, reflejo del orden divino hacia la perfección. Esta visión antropocéntrica del mundo proporcionó el esquema formal donde entender la posición de todos los organismos según un orden continuo y progresivo, que culmina en los seres humanos, si dejamos al margen a las entidades celestiales. Sobre el apoyo de esta gran cadena del ser, Carlos Linneo buscó en la naturaleza el plan de la creación y le llevó a la proposición de su Systema naturæ, un nuevo método de ordenación de los seres naturales basado en una clasificación jerárquica de las especies, que llegó a transformar las bases del pensamiento científico.
Linneo estableció la llamada clasificación binomial de los organismos
en la que cada especie se identificaba mediante dos nombres: uno para el género seguido de otro para la especie. El sabio sueco asignó en 1758 a los seres humanos el nombre Homo sapiens: del latín homo (hombre/humano) y sapiens (sabio/capaz de conocer). Y como el que no quiere la cosa, Linneo nos clasificó como una especie más dentro del reino de los animales, un hecho cuya aceptación —muchas veces a regañadientes— supuso un salto cualitativo en la visión de nosotros mismos: el ser humano es también un ser animal: primera estación hacia una teoría de la evolución humana.
La clasificación binomial de Linneo se fundamenta en considerar a las especies como la categoría básica en la que la naturaleza empaqueta las formas biológicas. Su gran descubrimiento fue comprobar que algunas de las especies comparten ciertos caracteres, lo que permite agruparlas en una categoría superior, que llamamos géneros
. A su vez, grupos de géneros comparten otros caracteres más generales, lo que permite agruparlos en unidades de categoría superior, que denominamos familias
, y estas familias se pueden reunir en unidades de categoría superior, a las que nos referimos como órdenes
. Y así, sucesivamente, formando categorías que contienen a las de nivel inferior hasta establecer los llamados reinos
, cuyos integrantes comparten caracteres muy básicos y generales.
Este tipo de clasificación jerárquica ha demostrado ser muy estable en el tiempo, a pesar de los increíbles avances de las ciencias biológicas en los últimos siglos. La razón de esta estabilidad la encontramos en su profundo significado biológico. Cuando Charles Darwin introdujo la sencilla y revolucionaria idea de que las similitudes entre las especies obedecen fundamentalmente al simple hecho de que han sido heredadas de unos mismos antepasados comunes, la clasificación jerárquica adquirió su verdadero significado. Si representamos la evolución de la vida como un árbol que se va dividiendo en ramas cada vez más finas, cada uno de estos niveles de ramificación representa una categoría taxonómica que contiene a todas las otras ramas más pequeñas. Árbol de la vida y sistema binomial comparten un mismo fondo biológico: el fenómeno de la evolución. La especie humana es, por tanto, una de esas finas ramas del árbol de la vida.
Homo sapiens es la especie a la que pertenecemos todos los seres humanos que habitamos la Tierra. Por lo tanto, podemos afirmar que en la actualidad somos la única especie humana en el planeta azul. Conviene establecer desde el principio que esto no ha sido siempre así. Desde la perspectiva que aporta la paleontología, sabemos que en el pasado coexistieron diferentes especies humanas (sapiens, neandertales y denisovanos, entre otros) durante decenas e incluso centenares de miles de años en diferentes regiones del viejo mundo (África, Asia y Europa). Por tanto, en sentido evolutivo, la especie H. sapiens la constituyen los seres humanos que vivimos en el momento presente y todos aquellos antepasados hoy extinguidos (fósiles) que muestran características biológicas suficientemente próximas a nosotros.
Y aquí empieza un primer problema, ¿cuáles son estas características suficientemente
próximas? La definición de nuestra especie se hace sensiblemente más complicada cuando introducimos en la ecuación los datos del registro fósil. Dónde empieza H. sapiens y dónde acaban los representantes de otras especies humanas próximas no tiene una respuesta inmediata. El propio uso de las palabras delata por sí mismo esta dificultad. Es frecuente asociar a los humanos anatómicamente modernos
o simplemente humanos modernos
a la especie H. sapiens, por comparación con esas otras especies humanas de anatomías supuestamente más primitivas o arcaicas². ¿Dónde, cómo y cuándo comienza la modernidad
?
Qué entendemos por Homo sapiens
Por extraño que pueda parecer, la especie H. sapiens tiene una mala caracterización morfológica. Según el método taxonómico al uso, la definición de una especie lleva siempre asociada la propuesta de un ejemplar de referencia al que se denomina holotipo o tipo nomenclatural
. Es decir, un espécimen concreto y único (por lo general conservado en las colecciones de un museo) al que los especialistas siempre pueden acudir y comprobar si un nuevo caso reúne el parecido suficiente como para ser considerado de la misma especie. Algo así como la famosa barra de oro e iridio que servía de referencia para definir lo que entendíamos por un metro.
Se da la circunstancia de que Linneo, cuando propuso su clasificación, no estableció ningún holotipo para la especie H. sapiens, dando por sentado que en realidad no era necesario por lo autoevidente del hecho de ser un ser humano. Desde entonces, y respetando la descripción original, no se dispone de un holotipo para nuestra especie. El botánico inglés William Stearn trató de corregir el asunto y propuso en 1959 al propio Linneo como lectotipo (tipo que sustituye al holotipo) de la especie humana, de modo que el referente simbólico del tipo nomenclatural humano son los restos del propio Linneo enterrados en Uppsala (Suecia). Esta circunstancia, que parecería una simple anécdota de la historia de la biología, con el paso del tiempo se ha revelado interesante y con implicaciones serias. La razón ya la hemos comentado: cuando incorporamos el registro paleoantropológico al problema de cómo y cuándo surge la especie H. sapiens, es necesario determinar si un espécimen fósil concreto es, o no es, un miembro de nuestra especie. Esta situación nos aboca a una definición más precisa de la