PLEITOS DE FAMILIA
Gracias a las nuevas técnicas de análisis del ADN antiguo sabemos que tanto denisovanos como neandertales tuvieron descendencia fértil con nuestros antepasados, los humanos anatómicamente modernos. También se reprodujeron entre ellos, como ha demostrado el estudio genético de los restos de Denny –un solo fragmento óseo–, una adolescente que vivió hace unos 90,000 años en las cuevas de Denisova (Siberia, Rusia), hija de madre neandertal y padre denisovano. Cuando poblaciones de esos diversos miembros del género Homo se hallaban cerca, era común que hubiera contactos sexuales de los que surgían híbridos. Grupos que habían evolucionado largo tiempo por separado –neandertales y denisovanos divergieron hace como mínimo 400,000 años, por ejemplo– podían tener hijos fértiles que transmitían sus genes a sucesivas generaciones. Comprendido esto, surge una duda: ¿estos tres tipos de antiguos humanos pertenecieron a distintas especies o podían englobarse en una sola de rasgos muy variados?
En el núcleo de esta cuestión está el concepto de especie y su dimensión biológica. Dicha noción proviene de los filósofos griegos. Para ellos, las especies eran entidades inmutables y eternas, destinadas a una existencia ilimitada. No cabe duda de que esta es una idea que surge en nuestro intelecto de forma intuitiva. Cuando observamos el mundo animal y vegetal nos resulta evidente que hay individuos más parecidos entre ellos de lo que son respecto a otros.
Pero para que tengan validez científica, las especies
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