En diciembre de 2022 una noticia saltó a los medios de comunicación: el reactor nuclear de fusión del National Ignition Facility (NIF) del Laboratorio Nacional Lawrence Livermore (EE. UU.), lograba producir más energía de la que gastaba. Claro que no fue gran cosa: el excedente de energía solo hubiera servido para calentar el agua de 20 teteras. Y todo por «solo» 3 500 millones de dólares. La poderosa comunidad de la fusión nuclear (uno de los lobbies científicos más potentes, donde el coste de sus experimentos no bajan de las siete cifras) expresó su entusiasmo diciendo, como hizo Gianluca Gregori, que «se abre una nueva puerta a la ciencia».
Debemos comprender semejante alegría: los avances para obtener una fusión rentable son pequeños y se dan con cuentagotas a lo largo de décadas. Pero algo que caracteriza a