Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Ur, la ciudad de los caldeos
Ur, la ciudad de los caldeos
Ur, la ciudad de los caldeos
Libro electrónico192 páginas3 horas

Ur, la ciudad de los caldeos

Calificación: 5 de 5 estrellas

5/5

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

La ciudad de Ur, donde tuvo asiento una gran cultura, ha sido objeto de numerosas exploraciones e investigaciones, de las cuales la más importante por sus resultados extraordinarios ha sido la que dirigió, entre 1922 y 1929, precisamente sir C. Leonard Woolley, quien también realizó estudios arqueológicos en Nubia y Cachemira.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 nov 2014
ISBN9786071624376
Ur, la ciudad de los caldeos

Relacionado con Ur, la ciudad de los caldeos

Libros electrónicos relacionados

Historia antigua para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para Ur, la ciudad de los caldeos

Calificación: 5 de 5 estrellas
5/5

1 clasificación0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Ur, la ciudad de los caldeos - C. Leonard Woolley

    libro.

    I. LOS ORÍGENES DE UR Y EL DILUVIO

    LA HISTORIA de Ur se pierde en aquellos confusos tiempos, muy anteriores al Diluvio, cuando el valle del Éufrates, por lo menos en su curso inferior, era todavía un gran pantano a través del cual las aguas de los dos ríos seguían perezosamente su camino hacia el mar. Poco a poco, a medida que los ríos fueron depositando sedimentos arrastrados del norte, los terrenos pantanosos empezaron a menguar: Las aguas se juntaron en un lugar y apareció la tierra seca. De las tierras altas de Arabia y de las regiones elevadas del Éufrates medio fueron bajando pobladores para ocupar aquellas islas que ofreciesen al hombre la oportunidad de vivir y cultivar las tierras, esas ricas tierras aluviales en las que, tan pronto como quedaban libres del agua, podía crecer la hierba, la hierba que daba semillas, y el árbol frutal que daba frutos según su especie, con las semillas encerradas en su seno.

    Una de estas islas fue Ur. Nuestras excavaciones no han sido todavía lo bastante profundas y sólo han descubierto unas cuantas reliquias dispersas de los tiempos más remotos; pero en al ‘Ubaid, a unos seis kilómetros de Ur, hemos desenterrado parte de un poblado de aquella época primitiva. Aquí, una pequeña loma, que por fortuna nunca fue cubierta posteriormente con edificaciones, conservó los restos de chozas construidas de barro y zarzo o de un endeble armazón de tablas con esteras de juncos. Los pisos eran de barro apisonado y los hogares de barro o de ladrillo. Las puertas, de madera, giraban sobre goznes con los extremos insertados en quicios labrados en piedras.

    En las ruinas encontramos gran cantidad de objetos de alfarería fina hechos a mano y pintados, semejantes a los encontrados en los niveles inferiores de las excavaciones en Ur (lámina Ia), utensilios caseros, más toscos, para cocinar y guardar alimentos, azadones y azuelas de piedra tallada y pulimentada, fragmentos de pedernal con dientes de sierra, laminillas de obsidiana importada y hoces hechas de arcilla muy cocida (lámina Ib), todo ello testimonio de una cultura rudimentaria. Era evidente que estas gentes cultivaban la tierra y recogían su cosecha de grano, tenían ganado vacuno domesticado, ovejas y cabras; pescaban en los pantanos (pues hemos encontrado anzuelos y modelos de barcos), y, a juzgar por los fragmentos de figuras de terracota pintada representando hombres y mujeres, se pintaban o tatuaban el cuerpo. Las pesas de piedra encontradas demuestran que se conocía el telar, de lo que se desprende que habían avanzado más allá de la etapa en que los hombres sólo se cubrían con las pieles de animales (aunque por tradición estas vestiduras de pieles de oveja persistieron hasta épocas muy posteriores). Como lujo tenían cuentas recortadas de concha o toscamente talladas de cuarzo blanco transparente, cornalina y obsidiana.

    No hay nada que indique a qué raza pertenecieron estos primeros habitantes de Mesopotamia, cuyas reliquias se encuentran no sólo en el delta meridional, sino también mucho más lejos hacia el norte y también hacia el oeste. Podemos descubrir en la cultura ya desarrollada de épocas posteriores, cuando el país de Sumeria ya había recibido su nombre, cuando ya existían crónicas escritas y la civilización había avanzado bastante, la profunda influencia que ejercieron las artes de los pobladores primitivos. Pero aunque esta relación sea indudable, no basta para justificar el que llamemos sumerios a estos primeros pobladores, como tampoco podemos afirmar que fueron los únicos creadores del arte sumerio. Es más prudente reservar el nombre de sumerio para el periodo posterior, cuando otros habían aportado también su contribución al progreso común de lo que había llegado a ser una raza híbrida, y referirnos a los primeros habitantes de este país como el pueblo de al ‘Ubaid.

    La existencia del poblado de al ‘Ubaid debió de ser relativamente breve. Ur, poblado semejante aunque mucho mayor en tamaño, perduró mucho más. A medida que se iban desintegrando las frágiles chozas de barro, sobre cuyas ruinas se construían nuevas chozas, que a su vez se desmoronaban y volvían a ser reconstruidas, fue subiendo el nivel del suelo, como ahora ocurre en cualquier aldea contemporánea de construcciones de barro en el Cercano Oriente, y lo que había sido una isla se convirtió poco a poco en una colina achatada. Se sucedieron las generaciones y la acrópolis de Ur fue elevándose cada vez mas, conforme los desechos de las casas se apilaban en las calles, y se descargaban fuera de las murallas… y entonces vino el Diluvio.

    Se acepta ya desde tiempo que la historia del Diluvio, tal como se relata en el Génesis, está inspirada en la leyenda sumeria. Las versiones escritas más antiguas que poseemos de esta leyenda datan de hace más, de 2 000 años antes de Cristo y son, por lo tanto, algunos siglos anteriores a Abraham; pero son muchas las autoridades que ponen en duda el que tanto una como otra estén basadas en hechos históricos. Pero es indudable que los sumerios no tenían semejantes dudas, pues aparte de la leyenda, sobrecargada como está de mitología y milagros, los cronistas, en sus sobrios cuadros de los reinados de los reyes, hacen mención del Diluvio como un acontecimiento que interrumpió la marcha de la historia. No nos dan detalles acerca de esto (después vino el Diluvio y después del Diluvio la realeza descendió de nuevo de los cielos); pero puesto que afirman que existieron dos o tres ciudades sumerias tanto antes como después del Diluvio, podemos aceptar que la interrupción de la historia no fue definitiva, y que a pesar del desastre universal sobrevivieron por lo menos algunos de los centros locales de civilización. Es posible que se descubran referencias más extensas respecto al Diluvio en las tablillas enterradas en el fértil suelo de Mesopotamia; pero aun así habrá quien opine que sólo sirven para amplificar una mera leyenda: el historiador tiende a pedir una prueba material, y una prueba material de un acontecimiento de este tipo es muy difícil de encontrar.

    Durante las temporadas de 1927-1928 y de 1928-1929 nuestro trabajo en el cementerio prehistórico consistió en la excavación de un inmenso hoyo de unos 60 metros de longitud y de 9 a 12 metros de profundidad. Casi todo el suelo que habíamos removido estaba formado por residuos domésticos: las cenizas grises de fuegos de hogares, hollín negro y maderos medio quemados, adobes grisáceos, descompuestos y convertidos de nuevo en la arcilla de que fueron fabricados originalmente, ladrillos quemados, rotos o reducidos por la acción de sales orgánicas a polvo rojo y amarillo, y montones de fragmentos de objetos de alfarería, todo ello en capas bien definidas y acentuadamente inclinadas en una misma dirección, con agujeros y cavidades aquí y allá que apenas interrumpían la notable uniformidad de los estratos en general. En el extremo sudoeste, donde el terreno se eleva hasta formar un alto montículo, la pendiente de las capas de residuos era más pronunciada, aumentando cuanto más hondo cavábamos; hacia el nordeste, donde la pendiente era más suave, los estratos aumentaban de grosor con la profundidad, y en la parte más baja eran horizontales, mientras que los fragmentos de cacharros de barro, que en los demás lugares se habían encontrado en cualquier posición, aquí estaban aplanados y acumulados en el fondo de cada capa, y la tierra donde estaban enterrados era suave, como si hubiera sido depositada por el agua, variando de tono hasta alcanzar un negro turbio en la parte superior de cada estrato. Las tumbas reales y otras fueron cavadas en estos residuos, que continuaban a profundidades aun mayores.

    Sólo había una explicación que correspondiese a estos hechos. Los residuos eran desde luego más antiguos, probablemente mucho más antiguos que las tumbas reales encontradas en ellos, con ser éstas tan antiguas. La pendiente de los estratos indicaba que no se trataba de los residuos que se acumulan en un lugar habitado, porque en tal caso las capas habrían quedado en posición horizontal, sino de materiales de desecho arrojados, desde una altura situada en el extremo sudoeste de nuestra excavación. La única altura desde la cual podrían haber sido arrojados materiales de desecho era la muralla y los edificios de la ciudad primitiva. En tal caso, los primeros residuos se habrían amontonado junto a la muralla; los que se descargaron sobre éstos se habrían derramado formando un talud de pendiente cada vez menor a medida que las orillas del montón se extendían más lejos; al elevarse el nivel de la ciudad misma, el montículo también se habría elevado, extendiéndose cada vez más al mismo tiempo, y, al fin, la gente habría acabado por no poder arrojar los materiales de desecho desde la muralla, porque la pendiente del montículo se habría hecho demasiado suave para que resbalaran, viéndose obligados a llevarlos fuera para verterlos sobre la superficie del montículo. Esto explicaría las capas aplastadas del extremo del nordeste; y los estratos de fango con los fragmentos de cacharros en posición horizontal demuestran que el montículo de residuos terminaba en un canal que corría paralelamente a las murallas de la ciudad. De acuerdo con esto, hicimos sondeos más allá del extremo sudoeste de nuestro hoyo y encontramos las murallas y los pavimentos de la ciudad primitiva.

    Un montículo de residuos de 12 metros de altura representa un largo periodo de tiempo, un periodo que puede muy bien calcularse en siglos, y con la excavación de las tumbas más profundas aún no llegábamos al fondo de los residuos. A principios de la primavera de 1929, con la esperanza de obtener testimonios cronológicos, empezamos a abrir pozos hasta más ahajo del nivel de las tumbas más profundas. Casi inmediatamente se hicieron descubrimientos que confirmaron nuestras opiniones previas, si tal confirmación hubiera sido necesaria. Justamente debajo del piso de una de las tumbas reales, dentro de una capa de cenizas de madera quemada, se encontró un gran número de tablillas de arcilla en las que había, grabados, caracteres de un tipo mucho más arcaico que los de las inscripciones de las tumbas. El descubrimiento se hizo en el extremo nordeste de la zona excavada, donde incluso los residuos más profundos debían de pertenecer a un periodo relativamente reciente de la formación del montículo; pero como las tablillas, en virtud de las características de las inscripciones grabadas en ellas, podían con certeza considerarse más antiguas que las tumbas en 200 o 300 años, la cronología de este estrato particular quedó fijada satisfactoriamente, y desde luego cuanto más cavásemos al mismo nivel y hacia el sudoeste, más antiguo sería el material que encontráramos.

    Hubo un hecho que nos pareció de máxima importancia. Por mucho que profundizásemos en los residuos y por mucho que nuestro trabajo nos llevase a tiempos anteriores al de las tumbas reales, los objetos encontrados en estos residuos, tales como objetos de alfarería y cosas semejantes, eran exactamente iguales a los que se encontraban en las tumbas. En otras palabras, durante todo el periodo representado por el crecimiento de los montones de desechos (hasta donde nosotros habíamos penetrado) y por el cementerio primitivo, la civilización material del pueblo, por lo menos en su aspecto doméstico, había cambiado notablemente poco. Variaciones tales como las que encontramos en la escritura, por ejemplo, representaban sólo la evolución que es de esperar en el curso de siglos, pero efectuada según directrices uniformes por gentes de la misma raza. La asombrosa civilización revelada por los contenidos de las tumbas, que describiré mas adelante, siempre había parecido implicar la existencia de un largo pasado; ahora teníamos la prueba indudable del desarrollo constante y gradual que habíamos supuesto.

    Se dio más profundidad a los pozos y de pronto cambió el carácter del terreno. En lugar de los restos de objetos de alfarería estratificados y de los materiales de desecho, nos encontramos con arcilla perfectamente limpia y uniforme, cuya contextura indicaba que había sido depositada allí por el agua. Los trabajadores afirmaron que habíamos llegado al fondo de todo, a los sedimentos fluviales de que estaba formado el delta original, y al pronto, al examinar los lados del pozo, me sentí inclinado a darles la razón; pero en seguida me di cuenta de que nos encontrábamos demasiado alto. No era concebible que la isla sobre la cual se había edificado la primera población se encontrara a un nivel tan alto respecto a lo que debió de haber sido el nivel del pantano, y después de determinar las medidas hice que los obreros reanudasen el trabajo de profundizar el hoyo. La arcilla limpia continuó igual (el único objeto encontrado en ésta fue un fragmento de hueso fosilizado que debió de haber sido arrastrado con la arcilla desde el curso superior del río) hasta alcanzar un espesor de unos dos metros y medio. Entonces, tan repentinamente como había empezado, se acabó esta arcilla limpia, y de nuevo nos encontramos con capas de residuos mezclados con utensilios de piedra, trozos del pedernal del cual se labraban las herramientas, y objetos de alfarería.

    Pero aquí hubo un cambio notable. En lugar de los cacharros que habíamos encontrado encima de la arcilla y en las tumbas, aparecían ahora fragmentos de los objetos hechos y pintados a mano característicos de la aldea presumeria de al ‘Ubaid; y por otra parte los numerosos utensilios de pedernal, que evidentemente fueron fabricados en el lugar, eran semejantes a los de al ‘Ubaid, contribuyendo esto también a diferenciar este estrato de los otros estratos superiores en los que raramente se encontraban pedernales. El gran lecho de arcilla marcaba, si es que no había sido su causa, una interrupción en la continuidad de la historia.

    Un objeto enterrado entre los pedernales y los fragmentos de cacharros bajo la arcilla resultó de importancia fundamental. Se trataba de un ladrillo de arcilla cocida. Las ruinas que habíamos excavado anteriormente en Ur abarcan un periodo de más de 2 500 años, y en toda época en que la actividad constructiva haya sido grande el tipo de ladrillo empleado muestra alguna modificación; cambian las medidas y las proporciones relativas de los ladrillos, a menudo se emplean arcillas diferentes, y por lo general es posible reconocer a primera vista la fecha de cualquier muro o ladrillo aislado, confirmándola casi siempre las medidas tomadas con el metro. Pero este ladrillo era diferente de todos los que hasta entonces habíamos visto. Era indudable que pertenecía a un periodo entonces desconocido para nosotros, y, en una forma inexplicable, daba la impresión de ser más antiguo que

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1