Las biografías que veremos a continuación demuestran a las claras que cualquier duque ambicioso o descontento tenía en los mecanismos electivos que fijaban el acceso a la corona visigoda un camino fácil para reclamar el trono, y que muchos de los designados por tal sistema no dieron resultados nada positivos para la monarquía.
Un buen ejemplo es el de Gesaleico, que había sido uno de los pocos jefes guerreros visigodos destacados en una batalla por otro lado desastrosa, la de Vouillé (507), perdida ante los francos. Sus buenas credenciales bélicas las malgastaría al ser ascendido a la responsabilidad mayor de reinar. Sus derechos no estaban claros, porque era hijo bastardo, y se le escogió con precipitación para cumplir con la norma de que un nuevo rey debía elegirse junto al lecho de muerte del anterior (en este caso, Alarico II, que había fallecido en la misma batalla).
Pero escoger a alguien cuya única experiencia era la guerra no fue la mejor opción para un reinado muy complejo, que en aquel momento requería sobre todo de habilidades políticas. Los godos habían quedado desarbolados respecto a los francos y no podían permitirse conflictos bélicos. Sus únicos aliados eran los ostrogodos, sólidamente implantados en Italia y que les podían enviar refuerzos, pero que estaban muy poco contentos con la elección de Gesaleico, ya que ellos tenían su propio candidato, Amalarico. Para acabar de complicar este panorama