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Un Reino De Conspiraciones
Un Reino De Conspiraciones
Un Reino De Conspiraciones
Libro electrónico169 páginas1 hora

Un Reino De Conspiraciones

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El 14 de julio de 1099, los cruzados tomaron Jerusaln y fundaron el Reino Latino de Jerusaln. Ni siquiera pas un siglo, cuando el viernes 2 de octubre de 1187, Saladino recaptur Jerusaln para el Islam. Entre esas dos fechas, existi un reino gobernado por cristianos en Palestina.

Sumergido en un mundo musulmn, influido por el Imperio Bizantino, sujeto a un flujo constante de cruzados desde Europa, el Reino Latino de Jerusaln se defini como un crisol de culturas e ideas. Muy pronto la flexibilidad y tolerancia hacia otras culturas, prevalentes en el Reino, comenz a chocar contra la intransigencia de los cruzados recin llegados.

Debido a la guerra y a las condiciones insalubres que los hombres enfrentaban durante las campaas militares, las mujeres de la nobleza quedaban viudas muy jvenes. Ricas y poderosas, tenan muchos pretendientes e invariablemente elegan al candidato ms atractivo. De esta manera sus hijas eran an ms bellas, ms cotizadas y se casaban con los caballeros ms selectos entre todos los que llegaban. En una espiral de belleza y un torbellino de diversidad de ideas, se fund un reino de conspiraciones.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento9 ene 2015
ISBN9781463398132
Un Reino De Conspiraciones
Autor

Julio César Martínez Romero

Teaching mathematics is my life. I have been a mathematics teacher since 1985. I have taught students in their 5th and 6th grades of elementary education, in junior high school, in high school, in bachelor and doctorate levels. I have been teaching Differential Equations at the Undergraduate Program on Genomic Sciences of the National University of Mexico since 2006.

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    Un Reino De Conspiraciones - Julio César Martínez Romero

    UN REINO DE

    CONSPIRACIONES

    Julio César Martínez Romero

    Copyright © 2015 por Julio César Martínez Romero.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 08/01/2015

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Gratis desde EE. UU. al 877.407.5847

    Gratis desde México al 01.800.288.2243

    Gratis desde España al 900.866.949

    Desde otro país al +1.812.671.9757

    Fax: 01.812.355.1576

    702868

    Índice

    Las Crónicas De Allende El Mar

    Las Mujeres Del Reino

    LIBRO I

    Matilde

    Fulk D’anjou

    El Rey Fulk

    La Tortuga Y La Liebre

    Alicia De Antioquía

    Odierni Y Raymundo

    El Emperador Manuel Comnenus

    La Reina Melisa De Jerusalén

    Mauricio E Inés

    Los Primeros Reyes

    El Califato Del Cairo

    LIBRO II

    Un Pequeño Reino

    Balduino De Ibelín

    Sibila

    La Boda En Kerak

    Reinaldo De Châtillon

    El Fin De Un Reino

    El Príncipe Balduino Iv

    Balduino Iv, Rey Legendario

    Agradezco a Sergio I. Carrera Chávez y a Ismael Álvarez León por sus valiosos comentarios y revisiones a esta obra.

    LAS CRÓNICAS DE ALLENDE EL MAR

    I

    En 1099 los cruzados sitiaron y tomaron Jerusalén, masacraron a sus habitantes y fundaron el Reino Latino de Jerusalén. Al paso de las décadas, los habitantes de este reino construyeron fortalezas y castillos, quedaron inmersos en un mundo oriental y forjaron dinastías que eran más tolerantes con la diversidad religiosa.

    Este libro es una colección de retratos de personajes, quienes en el escenario del siglo XII, representaron una obra rápidamente olvidada por la historia.

    Estos relatos son ejercicios de empatía: he tratado de sumergirme en los pensamientos y sentimientos de los personajes, en un esfuerzo de comprender sus acciones desde su propia perspectiva; por ejemplo, a Sibila la historia la acusa de tonta y frívola, a Reinaldo de Châtillon, de cruel y ambicioso. He intentado ver su mundo con sus miradas y eso he escrito.

    Desafortunadamente, si un mismo evento tuvo diferentes significados para distintos personajes, he tenido que repetirlo para cada uno de ellos, de tal manera que se hagan patentes sus variadas repercusiones. Tal es el caso de la muerte de Hugo de Le Puiset, II Señor de Jaffa, que afectó de forma distinta a la Reina Melisa de Jerusalén, al Conde Fulk d’Anjou y a la Princesa Alicia de Antioquía, y cuya descripción he repetido en los tres capítulos correspondientes, por lo cual me disculpo ante el lector.

    LAS MUJERES DEL REINO

    I

    Era común entre las mujeres del Reino Latino de Jerusalén que en su juventud quedaran viudas, generalmente antes de cumplir los 20 años. A causa de las campañas militares, los hombres morían muy frecuentemente, no solamente en batalla o como consecuencia de heridas que se infectaban, sino porque en las temperaturas extremas del desierto las provisiones que transportaban se descomponían con rapidez. Los alimentos en mal estado y las intoxicaciones que causaban eran comunes y letales. Para las viudas, las pérdidas no eran irremplazables: los maridos muertos eran sustituidos por jóvenes cruzados que constantemente estaban llegando de Europa.

    A las mujeres de allende el mar, no les interesaban ni la riqueza ni la jerarquía de los hombres que llegaban de Europa, sino solamente su belleza física. Por su parte, a los hombres con quienes se casaban no les podía importar la virginidad o reputación virtuosa de las damas, sino que fueran bellas y que les ayudaran a escalar políticamente.

    Entre los aristócratas, los hijos primogénitos heredaban todo, los benjamines generalmente eran enviados a los monasterios y conventos para una vida religiosa y todos los hijos nacidos entre el primero y el último se dedicaban a intrigar. Los nobles enviaban a esos hijos intermedios a la Guerra Santa para que no se quedaran en casa intrigando contra sus propios padres o contra sus hermanos primogénitos. En otras palabras, no eran herederos, llegaban a Tierra Santa y lo único que podían ofrecer a las damas de la aristocracia local era su belleza física. En unas cuantas generaciones, mujeres hermosas casándose con hombres guapos culminaron en un reino caracterizado por la belleza extraordinaria de sus habitantes.

    Por otra parte, tantas viudeces traían como consecuencia una mayor experiencia sexual. Mujeres hermosas, sexualmente fascinantes, con riqueza y poder, tenían muchos pretendientes e invariablemente elegían al más guapo. De esta manera sus hijas eran aún más bellas, más cotizadas y podían darse el lujo de seleccionar solamente a los más atractivos entre los hombres que llegaban. Las mujeres eran la pieza clave de esa espiral de belleza, experiencia sexual, riqueza y poder. Por esta razón, la postura de las mujeres del Reino Latino de Jerusalén ante la sexualidad era muy diferente a la de otras mujeres católicas europeas en la misma época. La sexualidad era la moneda de cambio en la comunidad europea de Palestina en el siglo XII y la historia del Reino Latino de Jerusalén rebosa en mujeres inteligentes, poderosas, todas ellas muy bellas y valientes que no temían usar su sexualidad para conseguir sus fines.

    LIBRO I

    MATILDE

    I

    En la corte del Rey Enrique I de Inglaterra cuatro niños y una niña vivían, eran educados y jugaban juntos. Tres de ellos estaban allí porque eran hijos del rey, dos legítimos: Guillermo y Matilde, y un bastardo: Roberto. Los otros dos eran hijos de la hermana del rey: Esteban de Blois y su hermanito a quien apodaban el monjecito. Los cinco eran nietos de Guillermo el Conquistador. Matilde, la única niña, aborrecía a todos.

    Matilde era extremadamente bella e inteligente, pero también era arrogante y despectiva con sus compañeros de infancia. Para ella fue un alivio que su padre la enviara a Alemania. Además, la razón de su viaje era el gran honor y distinción de convertirse en Emperatriz.

    La corte en Alemania tenía un refinamiento que la de Inglaterra no conocía. Rápidamente, Matilde congenió con los príncipes y princesas de su nueva patria, y una vez celebrado el matrimonio, sus prerrogativas como emperatriz eran inimaginables. Sin embargo, el sueño no duró mucho. El emperador murió sin que Matilde le diera un hijo. A pesar de que su marido había muerto, ella hubiera querido quedarse a vivir en la corte alemana, pero sus protestas y las de sus amigos príncipes y princesas fueron en vano, su padre Enrique I de Inglaterra la hizo regresar. Un naufragio había privado de la vida a Guillermo, hermano de Matilde y heredero a la corona de Inglaterra. El linaje de Enrique I solamente tenía un candidato legítimo: Matilde.

    Aparentemente, para Matilde los desencantos no terminaban. Primero había muerto el emperador, su esposo; después, su padre la obligó a regresar a Inglaterra, ¿y para qué?, para casarla, a ella, a la Emperatriz de Alemania de 25 años, con el hijo del Conde d’Anjou, un adolescente larguirucho de 14 años. ¿Cómo podían pedirle que se casara con un rapaz insolente e impúdico? En Alemania todo tenía un protocolo. El jovencito, en cambio, no conocía el respeto ni el control, ni le importaba que ella fuera la emperatriz viuda. Para ella era inconcebible que, en cuanto se casaron, Geoffrey le exigiera cumplir sus obligaciones conyugales. El adolescente no valoraba que Matilde fuera extraordinariamente bella, inteligente, educada y refinada. Lo único que quería era estar en el lecho con ella.

    Matilde tenía miedo de quedar sola con su marido. Con la agilidad y destreza de un prestidigitador, el adolescente en unos segundos quedaba completamente desnudo y sus manos ya estaban acariciando a la emperatriz. Los dedos torpes e impacientes del jovencito le hacían cosquillas. No había recato ni dignidad. El jovencito brincaba desnudo a su alrededor con una potencia que el anciano Emperador de Alemania ya no conocía. Ahora Matilde comprendía que nunca hubiera quedado embarazada.

    Todo manos y dedos, el adolescente, con gran velocidad conseguía quitarle la ropa a su esposa. Ella cubría con las manos su desnudez, él le hacía cosquillas, ella emitía pequeños gritos agudos y, de pronto, ya estaba tendida de espaldas en el lecho nupcial con Geoffrey encaramado sobre ella. Así de rápido como empezaba, así de rápido el adolescente terminaba y se quedaba dormido. En la madrugada, los dedos del

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