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Yo, el cruel. Pedro I de Castilla
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Yo, el cruel. Pedro I de Castilla
Libro electrónico449 páginas6 horas

Yo, el cruel. Pedro I de Castilla

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Comienza esta historia cuando Alfonso el Onceno muere en el cerco a Algeciras, en el año mil trescientos cincuenta, heredando el trono castellano, su hijo legítimo, Pedro.

Dos personajes frente a frente; los dos, hijos de rey y hermanos de padre; el uno, legítimo rey; el otro, conde; Pedro y Enrique. O tú o yo. Ese fue el santo y seña de sus vidas.

Éste es el relato novelado del conjunto de acontecimientos históricos y personales en que se vieron inmersos tanto, el propio rey Pedro, como algunos de sus hermanastros, coetáneos y allegados, canalizando a través del diario de uno de los escribanos reales, muchos de los hechos más notables de este enérgico y singular monarca.

Nuño de Montiel, el escribano asimilado a labores de cronista, nos desgrana la emocionante vida de Pedro I de Castilla: Las guerras con Pedro IV de Aragón; los desencuentros con sus hermanos; su animadversión hacia el canciller Juan Alfonso de Alburquerque -quien guio sus primeros pasos como rey y dictó algunos ajusticiamientos-; sus amoríos, bodas y amantes; su excomunión, impuesta por el papa Inocencio VI de Aviñón a causa del repudio a la reina Blanca; su apasionado amor con María de Padilla, la madre de sus hijos herederos; las batallas libradas en la permanente contienda civil peninsular con su hermanastro Enrique de Trastámara, hasta su trágico final, en Montiel, ante los muros de la fortaleza de la Estrella.

Ahí acaba la historia con un destino trágico e idéntico para ambos –rey y cronista real- en la que este último nos desvela, parejo a los avatares de su propia vida, las sorprendentes confesiones manuscritas de Pedro I, el personaje más dramático, grandioso y colosal de todos nuestros Reyes de la Edad Media.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 abr 2023
ISBN9788419793140
Yo, el cruel. Pedro I de Castilla
Autor

Emilio Pacheco

Emilio Pacheco Sánchez es natural de Montiel. Cronista Oficial e Hijo Predilecto de la Villa. Profesor universitario (UPM). Dramaturgo. Ha obtenido los premios “Antonio López Rojas” en relatos y verso con los títulos: Réquiem por un cura (1974); Ya no va la niña (1976); Mancha, Cal y Tierra (1978); Réquiem por un segador (1978); Tres Epístolas a don Miguel de Cervantes (1979); Altiplano (1980). El último quindenio ha ejercido como autor y director teatral estrenando los dramas históricos: La traición de Montiel (2007), Ni quito ni pongo rey (2008), El Rey Indómito (2012), El regicidio de Montiel (2013), Cuento de Reyes (2014), La Reina Blanca (2015), La Reina y el Maestre (2016), los sainetes Las Amantes del rey don Pedro y María Coronel; El rey vasallo (2017), Leonor de los Leones (2018), El Reino de Montiel (2019). Ha publicado: “Montiel. Historia y costumbres de la Villa” (2004. Dayton editor. Prólogo de José Bono); Ni quito ni pongo rey y Las amantes de rey don Pedro (2011. Diputación de Ciudad Real. Prólogo de José Mota); El Rey Indómito, Pedro I de Castilla y María Coronel (Editorial Punto Rojo 2014, prólogo de Luis Cobos); La Reina sin Trono. Trilogía del reinado de Pedro I de Castilla (2017 editorial Círculo Rojo, prólogo de Aurora Rocío Pacheco); Leonor de los Leones y María de Padilla, la Reina. Bilogía (by Amazon 2020).

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    Yo, el cruel. Pedro I de Castilla - Emilio Pacheco

    © 2021 Serendipia Editorial

    © 2021 Emilio Pacheco Sánchez

    Edita: Serendipia Editorial

    www.serendipiaeditorial.com

    contacto@serendipiaeditorial.com

    Emilio Pacheco Sánchez

    ©2021 Introducción

    Aurora Rocío Pacheco Castro

    ©2021 Una corona para dos reyes

    David Gallego Valle y Honorio Javier Álvarez García

    Diseño y maquetación: Sobrino, comunicación gráfica

    Producción: Las Ideas del Ático

    En cubierta: Batalla de Montiel (1369). Miniatura de Jean Froissart,

    Chroniques de Jehan Froissart, siglo XV

    ISBN: 978-84-122260-6-5

    Depósito legal: CR 32-2021

    Primera edición: agosto 2021

    Impreso en España- Printed in UE

    Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o par­cial de este libro, por cualquier forma, medio o procedimiento, sin elpermiso previo y por escrito de los titulares del copyright. La infraccióndelosderechosmencionadospuedeserconstitutivadedelitocontrala propiedad intelectual.

    A Aurora, Emilio, Aurora Rocío y Víctor Luis.

    Y a todos los que me honran con su afecto, amistad y comprensión,

    ellos contribuyen a realizar mis sueños.

    No son todos Caballeros quantos cabalgan caballos, nin quantosarmanCaballeroslosReyessontodosCaba­lleros.Hanelnombre;masnonhacenelexerciciode la guerra. Porque la noble Caballería es el más honra­do oficio de todos; todos desean subir en aquella honra: traen el hábito é el nombre; mas non guardan la regla. NonsonCaballeros;massonpantasmas.Nonfaceel hábito el monge; mas el monge al hábito.

    El rey Don Pedro fue orne que usaba vivir mucho á su voluntad:mostrabasermuyjusticiero;mastantaera la su justicia, é fecha de tal manera, que tornaba en crueldad. A cualquier mujer que bien leparesciera non cataba que fuese casada, ó por casar; todas las quería para sí; nin curaba cuya fuese: á las veces penaba e mataba los ornes sin por qué a muy crueles muertes.

    Gutierre Diez de Games, 1436

    Introito

    El apocalíptico siglo XIV europeo cuya impronta estuvo mar­cadaporlaguerra,elhambre,lapestenegraylamuertetiene también su exponente en la propia Castilla. En ella surge unafiguradestacada,unreyautoritarioyenérgico,pasionale impulsivo, poderoso y justiciero, y ciertamente cruel. Un rey, en cuyas monedas, junto a su efigie aparece la inscripción: El Señor es mi ayuday despreciaré a mis enemigos. De buena estatura, su fuerza es arro­lladoraysuimagenpoderosa.Susrestos,sepultadosenlacapillareal delacatedraldeSevilla,apuntanunindividuode1,65mdeestatura, su semicráneo derecho más pequeño que el izquierdo (probablemente padeció parálisis cerebral infantil), la tibia izquierda más corta que la derecha (al parecer tuvo leve cojera y crujido óseo al andar). Con bigote y nariz aguileña, pelo algo corto y flequillo en la frente, gustaba de usar boneteyturbante.Estaeslaimpresiónfísicaquepodemosvislumbrar a través de las monedas, esculturas, códices, pinturas de manuscritos y sellos de plomo o cera.

    Pocos personajes ofrece la historia tan azotados por la calumnia como Pedro I de Castilla. Muchos de los que han escrito sobre este sin­ gular personaje han tratado de empañar y confundir sus reales actos de justicia con desafueros propios de extremada crueldad. No podemos ig­norar el carácter borrascoso de su reinado, plagado de guerras, intrigas palaciegas, desencuentros con papas y obispos, reyes y nobles, amén de no pocos amoríos y ventoleras que nos hablan del carácter apasionado, irascible e indómito del personaje. A la muerte de su padre Alfonso Onceno, el Viernes Santo 27 de marzo de 1350, acometido por la pesteen su campamento del sitio a Gibraltar, el infante Pedro le sucedió in­ mediatamente de acuerdo a las leyes de Castilla que fijaban a los quince años la mayoría de edad, pero la gobernación del reino quedó en manos del entonces canciller Juan Alfonso de Alburquerque y de la reina ma­dre María de Portugal. En ese momento surge en Castilla un enconado enfrentamiento de dos personajes, los dos, hermanos de padre e hijos de rey; el uno, Pedro, legítimo rey; el otro, Enrique, conde. O tú o yo. Ese fue el lema de sus vidas.

    No tardaría mucho el joven rey en aprender los manejos de la cortey pronto sacó a relucir su carácter intransigente. Las crónicas de Ayala, tantolavulgarcomolaabreviadanosilustranampliamentesobrela vida del monarca. Pedro López de Ayala, el cronista, era paje de don Pedro en 1353, que también lo fue del infante Fernando de Aragón. En 1359PedroLópezsirviócomocapitándelaescuadracastellanacontra elreydeAragón,peroen1366escuandoabandonaalreycastellano ysepasaalbandodeEnriquedeTrastámara.Portanto,suscrónicas hay que leerlas e interpretarlas con cautela. Ayala, trató de justificar la incorporación al trono de la casa de Trastámara, de ahí la reserva de muchos historiadores en cuanto a ciertos hechos contados por el noble cronista.

    Una de las primeras medidas que tomó el rey castellano contra los moros fue designar a sus fronteros en la defensa de algunas villas y ciu­ dades estratégicas. Así al infante Fernando de Aragón, su primo, mar­ quésdeTortosa,hijodelreyAlfonsodeAragónydeLeonor,hermana delreyAlfonsoOnceno,lenombróadelantadomayordelafronterayle hizoocuparlavilladeEcija,lugaralquetambiénenvióasuhermano Fadrique,maestredeSantiago,conhuestedemásdemildeacaballo. Al obispado de Jaén envió a Juan Núñez de Prado, maestre de Calatrava.EnMorónsituóalmaestredeAlcántarayaPeroPoncedeLeón. En Castro del Río a Fernando, señor de Villena con los caballeros de CórdobayenXerezubicóaJuanAlfonsodeGuzmányaAlvarPérez de Guzmán. Sin embargo no tuvo necesidad de hacer frente a los moros en dichas partes de Andalucía ya que no se produjo ninguna invasión.Así es que cesó la guerra emprendida por Alfonso Onceno y Pedro no decidió continuarla.

    La afición del rey castellano a lo morisco y su pasión por el arte mudéjar, amén de su aceptación sin reservas de los judíos, le ocasionaron no pocos rechazos y enemistades de la nobleza y del clero. Pedro I se opuso por principio a los intereses de los ricos hombres a los que siempre qui­so someter. Tuvo en el gobierno a Samuel Leví y a oficiales de la baja nobleza, además abandonó a su esposa Blanca provocando un enorme rechazo y desagrado entre los grandes de Castilla, el rey de Francia y el papa. Los asesinatos de Pedro no llegaron a las últimas clases sociales, antes bien al contrario las favorecía y trataba con benevolencia, así, el pueblollanoveíaconbuenosojoslosajusticiamientosqueefectuaba su rey.

    El monarca castellano es una figura colosal, es un grandioso y épi­co personaje rodeado de un halo de popularidad que trasciende a su desastroso fin. El rey Pedro, de entre todos nuestros reyes de la Edad Media es, sin duda, el personaje más popular, quizás porque el pueblo presenció sus tiranías como escarmiento a los poderosos y lo percibía como enemigo de la nobleza, algo así como un rey demócrata. Las atrocidadesdedonPedronodesdecíanlasprácticasdeaqueltiempo, no eran crímenes cometidos a voluntad sino ajusticiamientos por alta traición, que también tenían correspondencia con otros reyes como Pe­dro I de Portugal, Pedro IV de Aragón, Juan el Bueno de Francia o el propio Enrique de Trastámara.

    Montiel es el lugar del desenlace, del regicidio, del fratricidio. Allí, en un lugar conocido por los lugareños como el Llano de la Fuente sobrevinolatragedia.Unpuñadodecaballeroscastellanos,franceses e ingleses, al cobijo de una tienda, en la madrugada de un lejano 23 de marzo fueron testigos mudos -algunos incluso participantes- de unapelea. Hermano contra hermano, frente a frente, por fin. Un encuentro esperado por ambos, constantemente amasado con el rencor, el uno, empeñado en la venganza, el otro, por cortar la cabeza de quien se había proclamado rey de forma legítima. Todo resulta inútil para el Cruel, sus leales han sido maniatados. Su destino ya ha sido decidido por un malandrín, un capitán de compañones, un emisario del rey de Francia, enviado para ayudar al Trastámara, un tal Beltrán Du Guesclin quepondrá en ventaja a su señor permitiendo que el puñal de los Guzmanes atraviese el pecho de aquel rey indómito que estaba convencido de su necesidad de morir y no dudó en abandonarse a la traición del caballero bretón, pues como rey, quiso caer dignamente, al pálpito de su corazón maldito, desafiando a sus contrarios, aquellos que hundieron con sañasus dagas en el pecho regio. El vizconde de Rocaberti y Sánchez deTovarnoquisieronmantenerseajenos,sujetandoyapuñalandoasuvez a Pedro. Bertrand apartó a Enrique de sobre el cuerpo sin vida del rey castellano.ElmariscalArnouldD'Audrehamnoquisoestarpresente en el desenlace. Sánchez de Tovar necesitó de tres hachazos para separar la cabeza del tronco. Esto fue lo que sucedió la tenebrosa noche del veintitrés de marzo de mil trescientos sesenta y nueve, frente a los mu­rosdelcastillodeMontiel.Ysobrelasangrederramadaenunatienda decampañadelLlanodelaFuente,entrelucesysombras,seyergue un nuevo y único rey, Enrique II el Fratricida y una nueva dinastía, la Trastámara.

    Pedro I de Castilla, a diferencia de otros, parece haber soñado la meta de un orden y grandeza para Castilla, pues llegó a decir: Primeroel triunfo de mis enemigos que la desmembración de mis reinos. Los ReyesCatólicos,de hecho,concluyeronlauniónde reinos y señoríos que él había comenzado y por ello la reina Isabel, sustituyó el sobre­ nombredeelCruelporeldeJusticiero,másjustoyconcordante con el sentir del pueblo. Como afirma Prosper Mérimée: El pueblo de Castilla,conuninstintosingular,apreciólosesfuerzosdedonPedro por combatir la anarquía feudal, por eso, el pueblo lo tuvo, como su libertador. Hoy, probablemente, este rey sería tachado de progresista. Amigo lector, este libro encierra un sinnúmero de acontecimientos históricos y personales en que se vieron inmersos tanto el rey Pedro como algunos de sus coetáneos y allegados, canalizando a través del instru­mento de la novela los hechos más notables de este enérgico y singular monarca. Este libro es, la historia, -con mayúsculas-, novelada, que el autornospresentaplenadefuerzadramática.Invitoaqueloslectores descubranporsímismoselapasionantepálpitodelsigloXIVqueestas páginas contienen. Ánimo y feliz lectura.

    Aurora Rocío Pacheco Castro Licenciada en CC de la Comunicación Audiovisual / Graphic Designer

    I - ¡Maldita peste!

    Algeciras, 30 de marzo de 1350

    El domingo veintitrés de marzo del año del Señor de mil tres­ cientos cuarenta y cuatro el heraldo moro Hazan Algarrafe, vasallo del rey de Granada salió al galope, a lomos de un ca­ballo tordo,purasangrekuhaylan,porlapuertadeGibraltar de la ciudad de Algeciras, saltó la cerca de piedra seca colocada por los cristianos y se detuvo ante la zanja insalvable que los zapadores se afanaban en finalizar. El rey Alfonso el Onceno mostraba bien a las claras que el asedio a la ciudad iba para largo, este era el tercer asedio y a la de tres iba la vencida. Hazan, arráez experto y decidido, bajó del caballo y conairealtaneropidióalossoldadosdelasavanzadascastellanasver al rey Alfonso a fin de entregarle una carta de su señor. El arráez había servido de enlace en ocasiones anteriores y era conocido del monarca.Ya en su presencia, se arrodilló ante él.

    -Noble príncipe, mi señor el rey de Granada y el rey Albohacén de Marruecos me han ordenado venir a tu presencia para traerte esta carta.

    -Levantaos, arráez. Permitidme.

    AlfonsoelOncenohizollamarasucronistaparaqueletradujera la extensa misiva. Cuando hubo concluido la lectura pidió el rey volvie­raaleerlahastaqueensurostroaparecióunaenormesonrisa.Miróa sus asistentes e hizo llamar a consejo a sus caballeros.

    -Caballeros: Los benimerines del reino de Fez, al igual que losmoros granadinos no poseen víveres y muchos de ellos están malheri­ dos.Notienenyacapacidaddedefensaalguna.LosreyesdeMarrue­cosydeGranadameproponenlaentregadelaciudaddeAlgeciras, queellosllamanAl-YaziratAl-Hadra,acambiodecesarelasedioy de permitirles la retirada sin violencia y sin sangre. También me ofre­cenunatreguaporquinceañosyelvasallajedelreydeGranadacon una renta anual de doce mil doblas de oro anuales en parias. ¿Qué me decís?

    -Yo no aceptaría, alteza, los moros están a nuestra merced y po­demos asaltar la ciudad a sangre y fuego. Entraremos en los palacios y casasafindetomartodoslostesorosqueposean-dijoJuanNúñezIII de Lara, mayordomo mayor, señor de Lara y señor consorte de Vizcaya, hijo de Juan de la Cerda y bisnieto de Alfonso X el Sabio.

    ElreyAlfonsomiródearribaabajoalnoblemásimportantede los linajes de Castilla tomándose su tiempo para madurar la respuesta a esta esperada propuesta.

    -No haremos eso, don Juan. Sabéis que Algeciras es la puerta de entradadesdeAfricaparalasinvasionesdeAl-Andalus.Porencimade los tesoros y del ardor guerrero está nuestro espíritu de nobles caballe­ros.Nodebemosaprovecharnosdesudebilidad.Anteunapropuesta de paz hemos de mostrarnos cautos y respetuosos. No habrá más derra­mamiento de sangre en esta guerra. Podemos ahorrar muchas vidas de ambos ejércitos.

    Hizo llamar a su presencia al enlace moro y de forma caballerescale ofreció un rico presente.

    -¡Arráez!Decidavuestroreynazaríqueletengoengranaprecio y estima y por tanto acepto su propuesta pero la tregua solicitada serásólo por diez años. Decidle otro sí que esperaremos las cartas de la rendición, rubricadas y selladas por ambos monarcas y el aviso previo parala ocupación de Algeciras por las tropas cristianas.

    -Así será dicho, gran rey -Respondió respetuosamente Hazan e inclinó la cabeza y marchó raudo hacia las murallas de Algeciras.

    DíasdespuésAlfonsoelOncenoocupólaciudaddeAlgecirasy mandó colocar pendones coronando las torres. Su pendón, el del infante Pedro su hijo heredero, los de sus hijos los infantes de Castilla y los de los nobles y prelados, así como los de todos los que habían participado en la batalla de Tarifa ocuparon un sitio en los lugares más visibles del castillo.

    Elescribanodecámaradelreyredactólasiguientenotaaincluir en su crónica:

    En la hueste del rey don Alfonso murieron grandes hombres y caballeros. Todos ellos, condes, ricos hombres, caballeros y escuderos hijosdalgo que fallecieron en el cerco de Algeciras de heridas, dolenciasy enfermedades. De entre ellos Juan Niño, escudero del rey; Rui Sánchez de Rojas, maestre de Santiago; Rodrigo Alvarez de las Asturias, tutor del infante don Enrique; Ñuño Chamizo, maestre de Alcántara; Gonzalo González y Fernán González señores de Aguilar y de Montilla; Alfonso Méndez de Guzmán, maestre de Santiago y hermano de doña Leonor de Guzmán; conde de Lons de Alemania; Pedro Fernán­ dez de Castro, mayordomo mayor, adelantado mayor de la frontera y Pertiguero mayor en tierra de Santiago; rey don Felipe III de Navarra; Gastón de Abearte, conde de Foix; Diego Bravo, montero del rey; los hermanos Ñuño y Gómez Fernández de Camello; dos caballeros ingle­ses del conde Arbid.

    CincoañosmástardeponecercoalcastilloyvilladeGibraltary unañodespuésAlfonsoelOnceno,elreyguerreroyjusticierofallece el veintisiete de marzo de mil trescientos cincuenta, viernes de Semana Santa, año de jubileo. Ha sido advertido el rey por los maestres, los grandes señores, prelados y caballeros que con él estaban de que aban­done el sitio por temor a la gran pestilencia que cunde por la zona y que hace dos años que asola Francia, Inglaterra, Italia, Castilla, León y Ex­tremadura, amén de muchos otros lugares, pero no ha querido atender dichos requerimientos el valeroso rey por cuanto está a punto de conse­guir la rendición de la plaza. No tiene miedo a la muerte. Ha vencido alos reyes de Benamarín y de Granada ganando las villas de Algeciras yde Alcalá la Real con su castillo de la Mota y varios castillos de la zona.

    El rey blanco y rubio, de mediana estatura, buena fuerza, buen talanteyventurosoenguerrashasucumbidoalapeste,lamalditapeste -que ha causado gran mortandad desde 1347 tanto en Europa como en Castilla- frente a la villa de Tarifa. Ha conseguido lo que pocos reyes cristianos: unir al clero y a toda la nobleza en una especie de cruzada santa para luchar contra los moros en el sitio a Gibraltar. Combates, peleas, escaramuzas, hambre, y la peste, a todo ello hubo de hacer frente el muy noble y guerrero rey Alfonso. En el año de su muerte es papa Clemente VI de Aviñón, reina Felipe VI en Francia y Eduardo III en Inglaterra. La península ibérica está dividida en cinco monarquías, Castilla, Alfonso IV en Portugal, Pedro IV en Aragón, Carlos II en Navarray Yusuf I en Granada.

    LeonordeGuzmán,laFavorita,laamantededonAlfonsodurante casi veinte años ha sido testigo de la dolorosa muerte del rey. La ricaatractivayjovenviudaqueloenamoróconlocura,quehasidosu concubina durante dos décadas, que le ha dado diez hijos y conseguido altas cotas de poder no se ha despegado de la yacija de su amado don Alfonsoensusúltimosdías.Hasidounaauténticareinaeclipsandoa la propia doña María y jamás le hicieron mella los insultos de puta noble con que fue tachada. Ha concedido mercedes a parientes y amigos. Haobtenidoparasushijoslosmáshonrosostítulosytierras.Enrique, su hijo mayor, habrá de heredar el reino, lo tiene planeado desde hace tiempo,hacompradoadhesionesyvoluntadesysabequehallegado elmomento,ciertamenteinesperado,perohadeaprovecharlo.Ahora o nunca, se dice con el corazón encogido por la pérdida de su amado.

    Antes de llegar a Sevilla con el féretro real ha de solucionar el gran asunto de la sucesión al trono de Castilla, ahora vacante. No va a permitir que el enclenque Pedro, infante heredero, ciña la corona real. Ella ha ayudado al rey Alfonso en todas sus empresas, diplomáticas o de cam­ pañas militares y ha preparado a sus dos hijos mayores, gemelos, para ocupar el trono en caso necesario. Enrique o Fadrique deben reinar,acaso Enrique, el gemelo mayor, conde de Trastámara. Una inmensapena invade a la Favorita. De luto, de los pies a la cabeza, con sus hijos alrededor permanece junto al cuerpo exánime del gran rey Alfonso re­cibiendo las palabras de pésame de caballeros y amigos.

    La maldita peste negra está causando estragos. La mortandad y el hedor que la terrible enfermedad produce invaden el campamento. El cuerpo del rey difunto ha sido lavado y perfumado e incluso vendadopara una previa conservación durante el viaje. También se ha previstoporlosmédicosdecampañaelembalsamamientoperohabrádehacer­seenunadelasetapasdelrecorrido,posiblementeenMedinaSidonia o en Jerez de la Frontera, antes de llegar a Sevilla. Leonor de Guzmán escuchaimpertérritacómoJuanAlfonsodeAlburquerqueordenaque unmensajeropartaurgenteaSevilla.Lasospecha,laincertidumbrey el temor anida de forma soterrada en los nobles caballeros que acom­pañabanalreydifunto,enlatomadeGibraltar.Losunosporqueno se fían de las estratagemas de la Favorita y los otros que se confabulan para proclamar cuanto antes a Pedro, el infante heredero, como nuevorey. Ella, la reina de facto, pide a Juan Núñez de Lara, su amigo, que convoque a los oficiales del rey y a los nobles caballeros para hacerles una propuesta. Aún se cree, y así lo siente, la reina sin corona, confía en sus parientes y allegados para llevar a cabo su secreta, anhelada y decidida empresa, y sin más preámbulos, reunidos los notables caballeros,les dice que siendo su hijo Enrique el primogénito del rey don Alfonso ostenta el mayor derecho para ceñir... Pero en esas está cuando antes de que acabe la frase, Juan Alfonso de Alburquerque, la mano levantada,con gesto grave y autoritario exclama en alta voz:

    -ElmagníficoreyAlfonso,ahoradecuerpopresente,dejódicho en su testamento que su sucesor es Pedro, su hijo legítimo, con que, caballeros, no se puede atentar contra los fueros de Castilla, reconozca­ mos de forma tácita y explícita al nuevo rey.

    Seguidamente con decidido ademán Juan Alfonso levanta su espa­da y grita: ¡Castilla por don Pedro, el infante heredero!.

    Gran parte de los asistentes gritan de consuno Viva el rey don Pedro, otros permanecen en llamativo silencio. Leonor de Guzmán ha sido ignorada y sus labios sellados por la sorpresa que el hábil golpe de efecto del ayo portugués del infante Pedro de Castilla ha producido en todos los presentes. La rutilante estrella de la bella Leonor, la Eavorita, comienza a declinar y apagarse para siempre.

    Alamañanasiguientetodoslosseñoresycaballerosqueestánen el real, espadas en alto, ante el difunto cuerpo de Alfonso Onceno, juran, aclaman y toman por rey a Pedro, hijo legítimo y primer heredero del rey finado don Alfonso. Pedro se encontraba en la ciudad de Sevilla, cuenta quince años y siete meses de edad. Así mismo deciden llevar el cuerpo yacente de don Alfonso a la dicha ciudad de Sevilla para darle sepultura en la Capilla de los Reyes de la iglesia de Santa María, donde yacen otros reyes anteriores. La comitiva con el cadáver real parte de Gibraltar hacia Medina Sidonia, Jerez de la Erontera y Sevilla. Van acompañando al fére­tro Eernando de Aragón, sobrino del rey don Alonso, marqués de Tortosa y señor de Albarracín; Juan Núñez de Lara, señor de Vizcaya; Eernando, hijo del infante Juan Manuel, señor de Villena; Juan Núñez, maestre de Calatrava; Juan Alfonso de Alburquerque, ayo del infante Pedro y otros muchos caballeros. Al paso de la comitiva los moros que están en la villa y castillo de Gibraltar salen fuera de la villa y con gran respeto asisten al paso del féretro real y deciden no atacar a los cristianos declarando que ese día ha muerto el más noble rey y príncipe del mundo sintiéndose ellos tan honrados, pesarosos y consternados como los propios cristianos.

    El conde Enrique de Trastámara y el maestre de Santiago Fadrique que habían acompañado al cortejo fúnebre desde Gibraltar hasta Medina-Sidonia, no en vano estaban acompañando a su padre en el cerco a Gibraltar al igual que su madre Leonor, abandonaron en secreto el cortejoytemerososdeposiblesrepresaliasdelareinamadredoñaMaría se refugiaron en el castillo de Morón, plaza fuerte perteneciente a Pérez Ponce de león, maestre de Alcántara. Ya en Medina Sidonia, Leonor intentó de nuevo lo que ya era inevitable y recibió la dimisión del go­ bernador de la plaza, Alfonso Fernández Coronel, a quien ella había nombrado. Juan Alfonso de Alburquerque comenzó a dar órdenes y decidió llevar vigilada a Leonor hasta el alcázar de Sevilla.

    Y luego Enrique volvió a Algeciras, yéndose don Fadrique a Llere- na, residencia de este como maestre de Santiago. Pedro Ponce de León, Alvar Pérez de Guzmán, señor de Olvera, Fernán Enríquez y otros pa­rientesdeLeonortambiénsefueronhaciaotroslugaresporrecelode que el rey Pedro o su madre doña María ordenaran su apresamiento.

    Pedro I, aunque en Sevilla, ya es sabedor de que ha sido procla­mado rey en los reales, al pie de las murallas de Gibraltar por todos los señoresdelaguerra,proclamaciónsecundadaportodaslasciudades del reino al llegar la noticia del fallecimiento de su padre Alonso el On­ ceno, no en vano las leyes de Castilla fijaban en los quince años la mayoría de edad de un infante heredero para acceder al trono. Fuera de la ciudad de Sevilla espera en compañía de su madre para recibir el cuerpo del difunto rey. Bajo un profundo silencio los sevillanos, en muchedum­bre, acompañaron al féretro hasta que el cortejo accedió a la iglesia de Santa María dando muestras de un gran respeto y pesadumbre.

    Ñuño Pérez de Montiel, el escribano al servicio de Alonso Onceno añadió en su crónica:

    "La reina viuda doña María lloró amargamente ante el negro túmuloa pesar de la continua infidelidad de su esposo, mientras, en compañía del joven rey recibía las condolencias de los altos cargos del difunto así como del arzobispo de Toledo Gil de Albornoz. El arzobispo, revestido de los ornamentos sagrados entonó el Libera me Domine y ordenó que levantara acta el justicia mayor, Juan Alfonso de Benavides y el notario mayor, Fer­nán Sánchez de Valladolid, no sin antes proceder oficialmente al recono­ cimiento del cadáver. Después, allí, en la capilla de los Reyes fue enterrado el cuerpo de don Alonso el Onceno, pero de manera provisional para tras­ladarle, cuando procediera, definitivamente, según sus deseos, a la iglesia mayor de Santa María de Córdoba como a su padre don Fernando III.

    Dejó este gran rey ricos y poderosos a varios de los hijos que tuvo condoñaLeonordeGuzmán,habiendoasignadoaelloselcondado de Trastámara, el maestrazgo de Santiago, los señoríos de Aguilar y Ledesma, amén de algunos otros".

    Ñuño Pérez había nacido en la encomienda de Montiel de la Orden de Santiago.EraparienteporvíamaternadelcomendadordeMontiel, Garcí Morán y se vanagloriaba de su antepasado, gran valedor de Mon­tielelmaestredeSantiagoPelayoPérezCorrea.Sututor sinembargo fue el comendador del bastimento de Montiel, Ruy Chacón, quien le ofreciólaoportunidaddeingresarenelcastilloprioratodeUclésdon­ de como novicio pasó un año de prueba y pudo recibir una esmerada educación religiosa y aprender latín y lengua romance, educación que completó en el monasterio de Santiago de Montiel. Ello le sirvió para alistarsecomofreirécaballerodelaOrdendeSantiagoenlacampa­ña guerrera del rey Alfonso Onceno a las órdenes del maestre Alonso Méndez de Guzmán. Al poco tiempo sus excelentes actitudes de escri­bano le auparon al puesto de cronista real, estrenándose en la toma de Algeciras.

    Ñuño de Montiel, como gustaba que le llamaran, no llegaba a la treintena. Era de estatura espigada, de cuerpo enjuto, pero musculoso y fuerte, cabello largo y barba cuasi pelirrojos; cejas notables y pobladas, ojos de mirada noble y dulce, nariz aguileña; de andar firme y altivo; lle­ vaba al cinto un largo puñal a cuyo puño apuntaba la cruz de Santiago bordada en su sobreveste de blanco impoluto.

    Ahora, ante la sorpresiva muerte del rey Alfonso se sentía en cierta forma amenazado por las circunstancias. Un nuevo y jovencísimo recién nombrado maestre dirigía los destinos de la Orden, Fadrique de Castilla, su señor natural por su condición de freiré de Santiago y un no menos jovencísimo rey, Pedro I, debía decidir sobre su suerte de cronista. ¿Cuál seríasufuturo?Noignorabaquehabíaunciertoaireenrarecidoentre los hermanos del nuevo rey y algunos nobles poderosos. No era ajeno a ciertos desencuentros, movimientos y cuchicheos. ¡Sangre de Satanás!, masculló entre dientes, ¿Acaso se podría torcer su atractivo, prometedore ilusionante camino? Debía permanecer muy atento a los futuros aconte­cimientos para poder aprovechar sus opciones. Un tiempo nuevo se mos­traba ante él lleno de incertidumbres y posibilidades.

    II - Coronación de Pedro I

    Sevilla, 1350

    Concluidas las exequias, el rey Pedro, de vuelta al Alcázar pro­cedió al reparto de los oficios de palacio entre algunos de los grandes del reino. Juan Núñez de Lara, conservó su cargo de alférezmayor,GarcilasodelaVegafuenombradoAdelan­tado mayor de Castilla; Gutier Fernández de Toledo -hijo de Teresa Vázquez de Acuña, quien crió al infante don Pedro-, era su compañero inseparable y fue nombrado guardia mayor del rey; Alonso Fernández Coronel,coperomayor;aFernandodeCastro,primosegundodelrey y dos años menor que él se le nombró mayordomo mayor; don FernandodeAragón,obtuvoelcargodeadelantadodelafronteradeGrana­ da que lo era don Fadrique; don Fernando Manuel de Villena, el de adelantado de Murcia y don Juan Alfonso de Alburquerque el de gran cancillerytesorero.Enrealidadeljovenreynohatenidoarteniparte en la asignación de tales nombramientos pues no estaba don Pedro en situación de llevar las riendas del Estado. Fue cosa de la reina madre, doña María de Portugal, pero todos imaginaron que aquello estaba per­fectamente orquestado por el ahora flamante canciller de Castilla.

    Juan Alfonso de Alburquerque conversaba con la reina madre enuno de los aposentos del alcázar sevillano. El ricohombre portugués, de cuarenta y seis años de edad, nieto del rey Dionis I de Portugal, desde hacíaveinteañoseraalférezmayordesuprimoelreydonAlfonsoXI y luego ayo y mayordomo mayor de los infantes Fernando y Pedro, tambiénmayordomodelapropiareinadoñaMaríanoignorabaquesucarreraacababadedarunsaltocualitativo.Estaerasuocasión,aprovecharlabisoñezdeljovenreyparareinarenlasombra.Elanhelaba esta posibilidad ciertamente probable. Lo presentía. Había llegado su hora.Lahoradedetentarelpoder.Sí,todosloslinajesdeCastillaserían menospreciados, uno a uno. Y él, señor de Alburquerque, se ocuparía de ello.

    Acto seguido fue aconsejado don Pedro de que convenía cuanto antesprocederasucoronaciónaunquefuesedeformasencillaporlo quealamañanasiguienteelcortejorealseencaminódesdeelpatio delosnaranjosdelalcázaralaiglesiadeSantaMaría.Lossevillanos no quisieron perderse la esplendorosa mañana primaveral para ver al nuevo rey.

    El bisoño Pedro no había dormido en toda la noche. Tanto la terri­ble muerte de su padre, el rey, como su inesperada sucesión al trono de Castilla le habían sorprendido y alterado sobremanera. No podía creér­selo. Ahí nada mamando de su nodriza, Teresa Vázquez de Acuña,madre de Vasco Fernández de Toledo, de Gutier Fernández de Toledo y de Pedro Suárez de Toledo, canciller mayor de la reina madre, María de Portugal. Su ayo, don Juan Alfonso de Alburquerque, quien al igual que sumadrelerecordabaelabandonoconstantedesupadredonAlonso, le contó que el 13 de enero de 1332 nacieron en Sevilla -Enrique y Fadri- que, hermanos mellizos, hijos de su padre el rey y de doña Leonor de Guzmán, la Favorita, la muy zorra, como la llamaba su madre. Recor­ daba,segúnlehabíandicho,queestandoelreyenlacercadeFerrara, en agosto de 1334 nació él en Burgos y eso sí, se alegró mucho el rey, su padre, por el nacimiento de su hijo legítimo heredero y púsole Pedro y encargó su crianza al maestre de Santiago don Vasco Rodríguez.

    El mancebo rey era de buena estatura, de piel blanca, de cabellos rubios tirando a rojizos, lampiño y de semblante grave. Sus ojos grandes de azul oscuro le dotaban de una mirada irresistible. Ahora, a solas en la cámara real del palacio del Yeso del Alcázar sevillano recordaba, comosifueraayer,susjuegosdelainfanciaconGutierFernándezdeToledo y con Pedro López de Ayala quien también era su paje; las conversacio­nes con su mayordomo mayor Martín Fernández de Portocarrero; a su maestro fray Juan García de Castrojeriz del que aprendió filosofía y teo­ ría política a través de la lectura de la obra De Regimine Principum, escri­ ta en 1280 por Egidio Colomna y traducida por el propio fray Juan; el manejo de las armas y las tácticas de batallas con don Martín López de Córdoba...Y ahora, unos pocos años después, así, sin más, rey. ¡La quese me viene encima!, pensó. Sólo recordaba un consejo de su padre, Al­fonsoelOnceno:Recuerda,Pedro,elemblemadelaBanda:Premiar a los súbditos leales y castigar a los enemigos. El adolescente amante de las riberas del Guadalquivir se dijo a sí mismo Pues eso haré, padre. Acto seguido tocó las palmas y al punto entró una legión de servidores para vestirle, a él, al nuevo rey, con las más ricas y lujosas vestimentas. No en vano lo aguardaba el solemne acto de su coronación.

    La guardia real al son de trompetas, chirimías y tambores abría el colorido cortejo, las fulgurantes armaduras, las ricas vestimentas de los nobles del reino, los lujosos estandartes reales de Castilla y León acuar­ telados de castillos y leones, el pendón de la Banda, los maestres de las órdenes militares, los comendadores de las encomiendas mayores, los adelantados de las fronteras, el alférez mayor de Castilla portando el pendón real, finalmente el aclamado nuevo rey, montado en el brioso corcel de pura raza árabe de nombre Merín. El perfume de azahar delaire sevillano, las lujosas gualdrapas de los caballos, el fulgor y el brillo de las armaduras, todo contribuía y conducía a los gritos de júbilo y ale­gría de la muchedumbre congregada con la esperanza de que este nuevo rey les sacara de la incertidumbre y les librara de la penuria en que esta­ bansumidosacausadelasguerrasydelletalazotedelatemiblepeste.

    ElarzobispodeToledo,EgidioAlvarezdeAlbornozyLuna,elde Sevilla, el escribano Ñuño, el capellán mayor Juan Pérez de Orduña y demás prelados recibieron a la comitiva entre cánticos litúrgicos. Una nube de incienso de ondas azuladas y grises invadió la puerta del Per­dón a la entrada del templo, la gran mezquita que mandó construir Abu Yacub Yusuf hacía más de siglo y medio, dotada de diecisiete naves, plagada de arcos de herradura, que fue adoptada como templo católico después de la toma de Sevilla en 1248 por Fernando III. Las campani­llas repicaron con sonidos alegres y vibrantes, parecía que el griterío de losángelesinundabalaiglesiahastadejaralamuchedumbreatónita; entodoslosespíritushabíaunprofundorecogimientoyentodoslos ojos lágrimas de alegría ante la visión del imponente ceremonial. Eljoven rey caminó hacia el altar y esperó a la salutación y preces. Luego,el arzobispo de Toledo alzó las cejas

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