No hace falta ser ducho en mitología nórdica para evocar a las valquirias como guerreras rubias y de ojos azules. Montadas a caballo, portando lanzas y luciendo cascos alados, en la historia del arte han ilustrado un sinfín de alegorías. No del mal, pues para eso ya están esas míticas amazonas que esclavizaban a los hombres y a las que tanto temían los griegos. Las valquirias son más bien el símbolo de la doncella escudera. Al igual que a Thor, Odín, los elfos o los enanos, las imaginamos habitando los bosques de Europa del norte. Y acertamos, pues fueron los vikingos los que las dieron a conocer cuando, entre los siglos viii y xi, exploraron buena parte del continente.
Hasta aquí el relato es más o menos real. Quizá habría que matizar que los cascos alados y las túnicas romanas son un anacronismo. O, más bien, una licencia artística de Carl Emil Doepler, el diseñador que vistió a los personajes de (1876), el celebérrimo ciclo de óperas de Richard Wagner. Aunque