El 11 de abril de 1492, el castillo ducal de Angulema registraba una actividad inusual. Todo estaba dispuesto para que, en unas horas, la duquesa Luisa de Saboya diera a luz al primero de los hijos nacidos de su matrimonio con Carlos de Valois, duque de Angulema. Era este un hombre culto y ecuánime, pero de escasa salud, lo que hacía urgente la llegada de un heredero que consolidara uno de los linajes de mayor solera de Francia. Sin embargo, cuando se produjo el feliz acontecimiento, la decepción reinó en la corte ducal: no era el esperado varón, sino una niña, que recibiría el nombre de Margarita.
Todo parecía indicar que a la recién nacida no le aguardaba más destino que el propio de toda joven aristócrata: o un matrimonio ventajoso para los intereses paternos o el claustro. Lo que nadie podía suponer entonces era que la pequeña acabaría por ostentar una Corona y, aún más, por convertirse