Harmensz van Rijn Rembrandt
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Harmensz van Rijn Rembrandt - Vladimir Loewinson-Lessing
Decker.
Un viaje de la mente
En los días en que los mercaderes holandeses comerciaban en el Lejano Oriente y en las antípodas, un molinero llamado Harmen Gerritiszoon van Rijn vivía en Leyden. Él sólo tenía ojos para el hijo que había nacido el 15 de julio de 1606, al comienzo de un siglo que prometía mucho y que era muy favorable para los hombres de gran destino.
Más tarde se conocería al niño simplemente como Rembrandt, su primer nombre cristiano. El joven Rembrandt pronto manifestó su talento artístico, que sus maestros percibieron desde sus primeros años. Después de estudiar humanidades en su pueblo natal, sin aún llegar a su cumpleaños número catorce, se inscribió en la universidad, afirmando ser un dibujante consumado. En 1621, Rembrandt se convirtió en aprendiz de Jacob van Swanenburch, y completó sus estudios en el taller de Pieter Lastman, cuyas pinturas de grandes frescos de escenas históricas le infundieron un amor por la precisión, el detalle y los trasfondos suntuosos, similares a aquellos en los que su maestro sobresalía. El aprendizaje oficial del joven fue relativamente corto. En 1625, Rembrandt se estableció en su propio estudio, listo para realizar sus sueños probando sus alas como otros hombres jóvenes de su generación, a los que el comercio con la India los había precipitado hacia una aventura diferente, tratando de hacer fortuna. Todo lo que Rembrandt tenía eran sus lápices, con los que esperaba ganarse una vida próspera. Su padre, que murió en 1630, había tenido la suerte de verlo sobresalir con el pincel. Mientras estudiaba con Lastman, Rembrandt pintó muchas escenas de la Biblia en las que ciertos objetos estaban iluminados con una espiritualidad convencional, una técnica casi inusual, pero sincera desde una perspectiva pictórica. No estaba inspirado por el misticismo, sino por el misterio especial de la historia bíblica. Acentuaba detalles, como el tejido de un tocado o la sombra de una columna que emergía del fondo para destacarlos. La misma fe del pintor lo hizo capaz de traducir la santidad de las figuras al lienzo. Rembrandt ya no sacrificaba el tema con la teatralidad de los maestros de su época, como Caravaggio y Manfredi, cuyas obras consideraba triviales. A los veinte años, no era el heredero artístico de Miguel Ángel ni de los manieristas. Cuando se perdía en la excitación de la pintura, no era ni un realista ni un expresionista, simplemente escuchaba su voz interior y creaba una atmósfera de magia que sólo él experimentaba, y que era capaz de transmitir en sus pinturas mediante la utilización de la luz y de la línea. Comprender esta emoción interna es entrar en lo que un crítico más tarde llamaría la expresión trágica
de Rembrandt, que era, ya en 1626, apreciable en las pinturas más famosas que ahora se encuentran en el Museo Pushkin en Moscú, como la expulsión de los mercaderes del templo. El esquema claro, de colores brillantes de este panel bíblico, lleva el sello de Pieter Lastman. No obstante, a pesar de una cierta falta de armonía y de unidad, de una anatomía imperfecta y de una perspectiva dudosa, la pintura tiene un brillo interior, una especie de premonición del talento del autor y una fuerza de sentimiento mayor que en sus obras posteriores, cuando su técnica había mejorado muchísimo pero su emoción y su entusiasmo ya no estaban en su punto máximo. Las emociones humanas y las pasiones del alma ocuparon un lugar central en la filosofía del siglo XVII. Los pintores las convertían en lienzos, y se hablaba de ellas en los salones del momento. Cuando el joven Rembrandt dibujó la furia de Jesús y la conmoción de los mercaderes en el momento en que los expulsó del templo, estaba explorando los problemas que preocupaban a los pintores de su época. La intención del artista no era distanciarse del debate filosófico, ya que estaba planteando el problema en términos pictóricos, que contenían en sí su emancipación intelectual y el sello de su enfoque artístico único. La obra de Rembrandt no mostraba ninguna de las pasiones
abstractas y más bien forzadas de Lastman y sus contemporáneos. Él construía pacientemente su visión del mundo y de sus habitantes, usando un poderoso toque natural y evocativo.
En los años posteriores, su naturaleza espiritual y su técnica artística producirían una estética de la emoción
sin comparación: controlaba a la perfección la luz y el espacio en sus pinturas. Su credo era trabajar a partir de la vida, y se ciñó a esto durante su existencia. Fue en este período cuando comenzó a realizar grabados y una serie de llamativos pequeños autorretratos. Estos rostros, a veces haciendo muecas, a veces con una expresión cínica o férrea, aparte de ser siempre muy expresivos, ofrecen un antecedente de los retratos que pintaría desde la década de 1630 en adelante. No hay autorretratos en los museos rusos, cuyas colecciones forman el tema principal de este libro, pero las obras en el Ermitage de San Petersburgo y en el Museo Pushkin de Moscú, tituladas Escritor en su escritorio, pintadas en 1631, son ejemplos de sus primeros encargos, que formaron su reputación y fueron la base de su riqueza. Si bien no mejoró su fortuna, comenzó a ascender en la escala social, como fervientemente habían esperado sus padres. Tenía sólo veintidós años cuando tomó su primer aprendiz en el estudio. Aún no tenía el dominio de todas las habilidades que necesitaba de sus maestros, y las imitaciones
que realizaba de Lastman carecían de seguridad, pero incluso cuando continuaba siendo tímido
, nunca cedió ante la convención. Las infinitas aglomeraciones atiborradas de figuras yuxtapuestas todavía le eran esquivas y se perdía en un sinnúmero de sutilezas aisladas; sin embargo, ya