Tanto Carlos I como Felipe II no vacilaron en confiar el gobierno de sus territorios a las mujeres de su familia. Durante sus ausencias, el emperador dejó al frente de los reinos hispánicos tanto a la emperatriz Isabel como a la infanta Juana, y otro tanto hizo su hijo al confiar Flandes a la autoridad de su hermanastra Margarita de Parma y, luego, a su hija Isabel Clara Eugenia.
Ello no fue óbice para que ambos se sirvieran también del matrimonio de sus hermanas o hijas como herramienta política. La frase “Bella gerant alii, tu, felix Austria, nube” (deja la guerra a los demás, tú, feliz Austria, cásate), en referencia a la política matrimonial de los Habsburgo, les iría como anillo al dedo. Ciertamente, los matrimonios por razón de Estado eran una constante en todas las dinastías europeas para cerrar tratados de paz o establecer alianzas políticas, pero, en el caso de los Austrias mayores, los ejemplos son todavía más evidentes, como la boda de Leonor, hermana de Carlos I, con su eterno rival Francisco I de Francia, o la de la infanta Catalina Micaela, hija de Felipe II, con Carlos Manuel I de Saboya.
La infanta desconocida
Oculta bajo el destacado papel que su hermana Isabel Clara Eugenia desempe- ñó en la corte, bien puede parecer que Catalina