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Puerta del Demonio: Serie de Helena Hawthorn, #2
Puerta del Demonio: Serie de Helena Hawthorn, #2
Puerta del Demonio: Serie de Helena Hawthorn, #2
Libro electrónico522 páginas7 horas

Puerta del Demonio: Serie de Helena Hawthorn, #2

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Información de este libro electrónico

Sin saber si es humana o no, Helena se ve obligada a sufrir nuevas pesadillas mientras su batalla mental continúa con un demonio llamado Lazarus. Sin su ángel de la guardia que la proteja, se ve obligada a depender de vampiros que tienen sus propias razones para todo.

La atracción entre Lucious y ella crece, ya sea un efecto secundario del vínculo del alma que comparten o de su propia voluntad. Sin embargo, ¿cómo pueden estar seguros?

Con la ayuda de sus nuevos amigos, deben buscar una Puerta del Demonio y entrar en el Reino de los Demonios, para evitar que Lazarus reclame su alma y la de Lucious. Pero, ¿tendrán éxito o perecerán? Ya que la única arma que puede matar a un demonio se perdió hace siglos.

Para los lectores que disfrutaron de The Vampire Diaries de L. J. Smith, Twilight Series de Stephenie Meyer o A Shade of Vampire de Bella Forrest.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento3 mar 2023
ISBN9781071594728
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    Puerta del Demonio - May Freighter

    1

    CUMPLEAÑOS NO TAN FELIZ

    El techo blanco de su habitación le devolvía la mirada a Helena. Con cautela, levantó las sábanas y se levantó la camiseta. Vendas de color rojo sangre se extendían desde su caja torácica hasta la parte inferior del abdomen. Lazarus había ido demasiado lejos esta vez.

    —Supongo que no fue un sueño.

    Bajó las mantas y examinó la habitación. Quienquiera que la estuviera cuidando había tenido la amabilidad de dejar su teléfono en la mesita de noche. Ella lo alcanzó y murmuró una serie de maldiciones mientras el movimiento tiraba de su herida abierta. En lugar de seguir con la idea, se relajó y miró por la ventana. La luz se filtraba por los huecos de las cortinas. No podía estar segura de cuánto tiempo había pasado, pero tenía que saber qué día era y si se había perdido la cena con sus padres.

    La puerta se abrió y Perri miró dentro. Le sonrió a Helena y se acercó arrastrando los pies. Sus ojos marrones brillaron con lo que Helena supuso que eran lágrimas no derramadas. El corto cabello rubio de Perri estaba atado en una coleta corta, con algunos mechones sueltos detrás de sus orejas, curvándose alrededor de ellas.

    —Finalmente estás despierta —dijo Perri.

    —¿Cuánto tiempo estuve dormida?

    Perri se sentó junto a ella en la cama, su sonrisa se desvaneció.

    —Desde ayer. Intenté que Hans y esa extraña mujer te llevaran al hospital, pero me aseguraron que estarías bien después de que su sangre fuera absorbida por tu sistema.

    —¿Qué quieres decir? —Helena palideció.

    —Sé lo que son. Pero prefiero no hablar de eso en caso de que cause problemas al Maestro Vincent.

    Helena asintió.

    —Me has engañado. No sé cuántas veces casi se me salen las palabras de la boca. Hans me advirtió que no te lo contara... Espera. ¿Sabe él?

    —Sí, desde hace algún tiempo.

    —¿Y Laura? ¿Dónde está?

    —Llamó anoche y dijo que no podría asistir. Volverá esta noche para felicitarte.

    Helena intentó evocar recuerdos de la noche anterior. Después de que Lazarus se fue, Michael se volvió extraño. Su ceño se profundizó ante sus últimas palabras.

    —¿Hans notó algo extraño en mí?

    Perri pareció luchar para mantener la cara seria.

    —¿Aparte del enorme agujero en tu estómago?

    —Sí, mi...

    —¿Estoy interrumpiendo algo? —llegó la profunda voz de Lucious desde la puerta.

    Helena lo fulminó con la mirada.

    —¿Qué estás haciendo aquí?

    Él se acercó y miró a Perri.

    —Déjanos.

    Helena agarró la muñeca de Perri.

    —¡No le digas qué hacer!

    —No sé si debería involucrarme —dijo Perri.

    —Ciertamente, no debes. Ahora vete.

    Helena intentó sentarse. Un dolor tortuoso estalló en su abdomen y gritó.

    Él estuvo inmediatamente a su lado, presionando la espalda de ella contra el colchón.

    —No te muevas. Podrías reabrir tu herida.

    —No... me toques —dijo ella con los dientes apretados.

    —Relájate —dijo él en voz baja y la cuerda del alma entre ellos se calmó. La calma se apoderó de ella, aflojando sus músculos.

    —Iré a buscarte algo de comer —murmuró Perri, levantándose.

    Helena le lanzó una mirada suplicante.

    —No... tienes que hacerlo.

    —Cuida de ella hasta que yo regrese —agregó Perri y salió corriendo de la habitación.

    Lucious tomó el asiento donde Perri estaba sentada frente a él y tiró de las sábanas del cuerpo de Helena.

    Helena las agarró lo mejor que pudo y falló.

    —¿Qué estás haciendo?

    Él la sujetó con una mano alrededor de su hombro y le levantó la camiseta con la otra.

    —Nada sexual, te lo aseguro. Solo tengo curiosidad por el daño que sufriste. Tus escudos se han vuelto tan débiles que tu dolor y tus emociones se filtran a través del vínculo.

    A Helena se le encendieron las mejillas y volteó la cara.

    —Lamento que se haya convertido en un inconveniente para ti.

    Los dedos de Lucious trazaron el contorno de las vendas, enviando escalofríos por su cuerpo. Ella no podía entender por qué su toque era cálido y el de todos los demás vampiros era frío. «¿Podría nuestro vínculo afectarlo tanto?»

    Lucious encontró los clips de las vendas y los desenganchó, uno a la vez.

    Helena observó cómo él la levantaba del colchón con gran cuidado y comenzaba a deshacer su vendaje.

    —Trata de no moverte. Si algo te duele, dímelo —dijo él.

    Ella bajó los brazos a sus costados, dándose suficiente apoyo para no necesitar la ayuda de Lucious para mantenerse erguida.

    —Lucious —comenzó con voz temblorosa—, ¿puedes sentir algo diferente en mí?

    Él hizo una pausa en el último tramo de sus vendas.

    —¿Hay algo, en particular, de lo que debería estar atento?

    —Mi cuerda, Michael dijo que era gris. —Su voz temblaba—. Es por eso que él ya no puede protegerme.

    Lucious deshizo el último de los vendajes y despegó la gasa ensangrentada, revelando una nueva capa de piel fresca y rosada donde estaba la herida anoche. «¿Cuánta sangre me dieron los vampiros?»

    —Te estás curando bien. En uno o dos días, podrás levantarte de la cama.

    Ella agarró su mano.

    —Necesito salir esta noche. Tengo planes.

    —Cualquier plan puede esperar. Tu bienestar es más importante.

    —Mi madre me matará si me pierdo la cena. —Apretó los dientes mientras apoyaba la espalda contra la cabecera. La fría superficie del roble le provocó un desagradable escalofrío—. Pídele a Perri que me consiga algunos analgésicos.

    Él presionó la palma de su mano contra su herida y ella gritó de agonía. Las lágrimas se precipitaron a la superficie y se derramaron cuando su estómago comenzó a arder y su cabeza palpitó.

    —No te irás hasta que hayas sanado —dijo él, quitando la mano.

    La visión de Helena se nubló y sus lágrimas seguían cayendo.

    —¡Sal y mantente alejado de mí!

    Perri irrumpió en la habitación. Sus ojos pasaron de Helena a Lucious.

    —¿Estás bien?

    —Por favor, consígueme algunos analgésicos. Tengo que prepararme —suplicó Helena.

    Lucious se puso de pie.

    —No vas a dejar este lugar sin alguien que te vigile.

    Ignorándolo, movió las piernas hacia el borde de la cama, hasta que ya no estuvieron sobre el colchón.

    —Sería extraño para mí ir a mi fiesta de cumpleaños con un extraño a cuestas.

    —Puedo influir en tus padres y asegurarme de que crean que tu celebración es mañana.

    La voz de Helena se elevó, junto con el tamborileo de su corazón en su cabeza.

    No les lavarás el cerebro a mis padres. ¿Me escuchas?

    —Helena, él tiene razón. No puedes ir sola o en el estado en el que te encuentras —dijo Perri.

    —Perri, te lo ruego. Consígueme algunos analgésicos, por favor...

    Perri no esperó mucho y salió de la habitación.

    Dolía sentarse. Su cuerpo no estaba de acuerdo con lo que quería su mente. El dolor cambió de agudo a sordo, pero no se detenía. Su estómago se contrajo y las náuseas se apoderaron de ella. Tragó saliva un par de veces en un intento de pisotear la sensación de malestar.

    Lucious se arrodilló frente a ella.

    —Puedo sentir tu lucha, tu dolor, pero persistes en este rumbo. ¿Por qué?

    Ella plantó sus manos firmemente a cada lado de ella para apoyarse.

    —No sé cuánto tiempo me queda con ellos. Lazarus puede aparecer en cualquier momento y terminar lo que empezó. No quiero arrepentirme de nada en mi vida. No lo haré.

    Él la agarró por los hombros, obligándola a mirar sus fascinantes ojos azul-marrón que escondían demasiados secretos detrás.

    —Si te doy mi sangre ahora, estoy seguro de que mejorarás. Pero, después de consumir mucha sangre de vampiro, me temo que puede haber efectos secundarios.

    —¿Qué efectos secundarios?

    —Como he escuchado, Zafira y el espía del Consejo te dieron su sangre. Agregar más a la mezcla en tan poco tiempo, podría matarte.

    —¿Eso es un efecto secundario? Tenía la impresión de que solo sanaba a la gente. —Helena resopló.

    —Como con cualquier medicamento, la cantidad sigue siendo importante. Es por eso que no te dieron lo suficiente para sanar por completo. Simplemente no podían. Y, si murieras con su sangre en tu sistema, te convertirías en un necrófago.

    —Estaré bien con algunos analgésicos. —Puso los pies en el suelo y se puso de pie lentamente. La habitación comenzó a nadar a su alrededor.

    Los dedos de Lucious se hundieron en sus hombros. Sus poderosos brazos eran lo único que la mantenían vertical. Cuando la ola de mareo se disipó, ella lo apartó.

    —Estoy bien —susurró ella.

    —Esta noche, iré contigo.

    Ella echó un vistazo a su rostro severo que le dijo que cualquiera de sus quejas sería rechazada. Bajando la cabeza, se tambaleó hacia la puerta. Por cada paso que daba, Lucious hacía lo mismo. Más allá de su incomodidad, una leve sonrisa logró escapar de ella. Este vampiro seguro que era terco.

    *****

    Los analgésicos lograron aliviar el dolor y quitarle las náuseas, pero no lo suficiente como para darle valor para fingir que estaba bien durante toda la noche. Sus dedos se tensaron alrededor de la parte superior de sus brazos. Ya eran más de las ocho. El aire se estaba volviendo frío cuando estaban frente a la casa de sus padres.

    Lucious la miró con una mezcla de diversión y preocupación. No podía decir cuál era más prominente. Sus ojos seguían cada movimiento de ella y sus labios se volvieron hacia arriba.

    —¿Quieres que toque el timbre? —preguntó él.

    —¡No! No. Yo lo haré. Lo haré. Cuando tenga el valor suficiente...

    —¿Llegará tu valor esta noche o debemos esperar hasta fin de año?

    Ella le dio un puñetazo en el brazo y él se rió entre dientes.

    —Me alegra ver que tu ánimo ha vuelto. —Lucious presionó el pequeño timbre de latón.

    El fuerte pío del pájaro al otro lado de la puerta hizo que Helena quisiera dispersarse con la brisa del atardecer. Su madre iba a interpretar mal su relación. Ella negó mentalmente con la cabeza. No tenían ninguna relación.

    Helena oyó a su madre al otro lado decirle a Richard que abriría la puerta, mientras la abría. Sasha llevaba un vestido rosa hasta la rodilla que envolvía su pálida piel. Le sonrió a Helena, pero como un halcón, inmediatamente se fijó en Lucious, quien inclinó la cabeza a modo de saludo.

    —Señora Hawthorn, es un placer conocerla. Su hija ha hablado con mucho cariño de usted —dijo Lucious.

    Helena contuvo el impulso de darle una patada. Actuaba como lo haría Alexander con una de sus mujerzuelas. Forzó una sonrisa, esperando que algo pareciera auténtico.

    Él tomó la mano de su madre y se la llevó a los labios, rozándolos contra su piel. Helena nunca había visto a Sasha Hawthorn ruborizarse a través de su maquillaje, hasta ahora.

    —Oh, eres todo un caballero. Mi hija se olvidó de mencionar que iba a traer a su...

    Amigo —terminó Helena por ella.

    —Soy Lucious, encantado de conocerla.

    —Bueno, entonces, —Sasha le sonrió—, no se queden ahí en el frío. Adelante.

    La mirada de su madre estaba fija en Helena cuando entraron en la casa.

    Richard miró hacia ellos y se acercó, solo se detuvo para estudiar al hombre junto a Helena antes de envolverla en un cálido abrazo de oso.

    El dolor en su abdomen resurgió como un pinchazo repentino en el estómago y se mordió el labio lo suficientemente fuerte como para saborear su sangre. Se apartó de su padrastro, manteniendo la cara baja.

    Lucious tiró de ella hacia un lado y la ayudó a quitarse el abrigo.

    Aclarándose la garganta, Sasha llamó la atención de todos.

    —Esperaremos en la sala de estar. Helena puede mostrarte el camino. —Tiró de su marido tras ella.

    —¿Estás bien? Puedo oler sangre... —susurró Lucious al oído de Helena.

    —Bien. Estoy bien.

    Él se quitó la chaqueta y colgó su ropa de calle en la percha.

    —Tu labio está sangrando. —Él extendió la mano, pero ella le apartó la mano.

    —Eres mi amigo, ¿recuerdas? No dejes que cuestionen tu presencia.

    —¿Sería tan malo para ellos creer que tenemos una relación sentimental? Me permitiría cuidar de ti cuando estés sufriendo.

    —No quiero mentirles a mis padres más de lo necesario. —Se quitó los zapatos y giró sobre sus talones—. Vámonos.

    Helena marchó por el pasillo con Lucious siguiéndola de cerca. Se asomó por la esquina de la sala de estar para encontrar a su madre y Richard colocando otro juego de cubiertos y un plato para Lucious.

    —Vengan y tomen asiento —dijo Richard.

    Lucious y Helena obedecieron. Sus nervios parecían acumularse como piedras en el fondo de su estómago con cada mirada evaluativa que su madre le robaba cuando pensaba que Lucious no estaba prestando atención.

    Richard se sentó en una silla y Sasha le indicó a Helena que la siguiera.

    De mala gana, dejó su asiento y siguió a su madre hasta la cocina.

    Sasha la agarró por los hombros y giró a su hija para mirarla. Grandes ojos marrones buscaban algo en su rostro. Sasha frunció el ceño y habló en voz baja, pero Helena sabía que Lucious las oiría de todos modos.

    —¿Por qué no me dijiste que tenías novio? —preguntó su madre—. Todo este tiempo creí que saldrías con Andrew, y vuelves a casa con un modelo masculino.

    Una punzada de culpa atravesó el pecho de Helena ante la mención del nombre de Andrew. Él no le había enviado ni una carta ni un correo electrónico desde que se convirtió en vampiro. Y, hace cinco meses, Lucious le había dicho a Helena que Andrew la culpaba por convertirse en vampiro.

    —Lucious no es mi novio. Es solo un amigo, mamá .

    Su madre arqueó una ceja.

    —Ajá y yo soy Mary Poppins. Pero, aún así, ¿no es un poco mayor para ti? Quiero decir, me gustaban los hombres mayores cuando tenía tu edad, pero él tiene, al menos, siete años más que tú.

    Helena resopló para sus adentros. «Más bien como ciento veinte». Echó un vistazo a los platos en la encimera.

    —Llevaré la comida.

    Sin esperar la respuesta de su madre, pasó junto a ella para agarrar los platos y se apresuró a salir de la cocina.

    En el comedor, Lucious y Richard estaban sentados en la mesa, riéndose de algo. Helena casi suspiró de alivio ante la atmósfera relajada que Lucious logró crear con su padrastro. Dejó los platos sobre la mesa y se concentró en su conexión.

    No le lavaste el cerebro a Richard, ¿verdad?

    Lucious le sonrió amablemente mientras terminaba de colocar el último plato sobre la mesa. Su voz envió escalofríos a través de ella mientras hacía eco en su mente.

    No, no lo hice. Simplemente hemos encontrado algunos intereses en común.

    Helena se sentó a su lado, sin saber si debía creerle o no. Estudió a su padrastro. Parecía ser el mismo de siempre.

    Richard apoyó los codos sobre la mesa y se inclinó.

    —Lucious me dijo que se conocieron en la universidad. Me alegro de que finalmente hayas hecho nuevos amigos en tu carrera.

    —Sí, prácticamente sabe todo sobre los mitos. —Ella se abstuvo de agregar, «porque él es uno».

    —Hice muchos amigos de toda la vida cuando estaba en la universidad —dijo Richard, sonriendo—. Deberías tratar de tener una mente más abierta con las personas.

    Helena arqueó una ceja. ¿Cuánto más mente abierta podía ser cuando estaba rodeada de no muertos, vivos, ángeles y seres demoníacos que no pertenecían a su reino?

    Lucious intervino:

    —Puede que no lo sepa, pero hizo varios amigos durante el año pasado. Nuestros compañeros de clase suelen luchar por su atención.

    Sasha gravitó hacia su asiento junto a Richard.

    —Ella nunca me dijo nada de esto.

    —Supongo que ella es tímida al respecto —explicó Lucious.

    Helena lo pateó debajo de la mesa.

    Para.

    Tus mejillas han recuperado su color. ¿Estás avergonzada, querida? —Lucious sonrió.

    Sasha se aclaró la garganta y Helena se dio cuenta de que estaba mirando a Lucious e ignorando a todos los demás en la habitación.

    —Lo siento. ¿Qué estabas diciendo?

    —Deberíamos comer —dijo Sasha.

    Helena tomó su cuchillo y tenedor y luego miró su plato. Estaba vacío. Bajó los cubiertos y su cabeza mientras el calor subía por su cuello.

    Lucious seleccionó unas papas cambray hervidas y las apiló en su plato.

    La madre de Helena le acercó con entusiasmo una ensalada casera y su pato asado que perfumaba el aire con un aroma a manzana.

    —Debo disculparme, no soy una persona que coma mucho —dijo Lucious y apartó la comida ofrecida.

    —Deberías comer algo de carne si quieres tener algo de fuerza —lo regañó Sasha.

    Helena negó con la cabeza y agarró la ensaladera. «Tiene que haber algo que explique su falta de apetito».

    —Es vegetariano, mamá.

    ¿Lo soy? —Lucious le contestó de vuelta.

    La cabeza de Richard se inclinó en reconocimiento de nueva información. Cuando Sasha estaba a punto de hablar, él le dio una palmada en el hombro y ella se hizo para atrás en su asiento, con disgusto escrito en su rostro.

    Pasaron la siguiente hora hablando alegremente sobre viajar alrededor del mundo. Lucious tenía más que suficientes historias para mantener ocupados a sus padres y Helena finalmente encontró la posición en la que su cuerpo no dolía demasiado. Cuando la cena se acercaba a su fin, sus padres se sonrieron el uno al otro.

    —Hay algo que nos gustaría decirte —comenzó su madre.

    Helena apartó su plato medio vacío y escuchó. Su apetito estaba apagado por su constante dolor de estómago.

    Sasha jugaba nerviosamente con su servilleta. Tomó un gran respiro que pareció quitarle el aire a la habitación.

    —¡Vamos a tener un bebé!

    Helena la miró con incredulidad.

    —¿Ustedes qué?

    —Vas a tener un hermano o una hermana en siete meses —dijo su madre con renovado entusiasmo.

    Helena deseaba que el suelo debajo de ella se abriera y ella terminara en una dimensión diferente donde su vida no estuviera amenazada por un demonio. Quién sabe qué haría Lazarus si se enterara de esto. «¿Usaría a mi familia en mi contra?» La sangre le abandonó la cara y sus dedos se enfriaron.

    —¿No estás feliz? —preguntó Sasha, su entusiasmo desapareció.

    Lucious tomó la mano de Helena debajo de la mesa. La simple acción la ayudó a contener su pánico.

    —¡Felicidades! —Consiguió una sonrisa controlada y se dirigió al otro lado de la mesa. Inclinándose, abrazó a su madre mientras reprimía un grito de dolor y lágrimas.

    Richard se puso de pie y las abrazó a las dos.

    Helena luchó por mantenerse erguida. Sus piernas temblaban bajo su peso combinado. Ella miró a Lucious y él amablemente comenzó a aplaudir mientras se ponía de pie.

    —Esas son maravillosas noticias. —Lucious extendió su mano hacia Sasha y Richard para darles un apretón de manos—. Simplemente está trayendo más belleza a este mundo, señora.

    Sasha se sonrojó y Richard rompió el abrazo familiar.

    Sea lo que sea que esté mal, querida, deberías ocultar tu decepción antes de que la noten —dijo Lucious en su mente.

    Helena no se dio cuenta de que se estaba mostrando. Forzó otra sonrisa.

    Lucious estrechó la mano de sus padres y volvió a sentarse, mientras ella se tambaleaba hacia su asiento.

    —Helena, ¿estás bien? —preguntó Sasha.

    Se sentó y se quitó el peso de las piernas.

    —Solo estoy abrumada.

    —Me sentía igual —dijo Richard—. Te prepararé un poco de café para subir tu presión arterial, ya que te ves pálida.

    —Y empezaré a hacer algo de espacio para el postre —agregó su madre.

    Lucious le dio unas palmaditas en el muslo debajo de la mesa, transmitiendo calma a través del vínculo. Miró su reloj de pulsera y se paró con el fuerte chirrido de la silla al ser arrastrada por el suelo de madera.

    Sasha y Richard miraron por encima de sus hombros.

    —Debo disculparme por interrumpir una ocasión tan feliz, pero creo que tengo que irme —anunció Lucious con genuina tristeza en su voz.

    Helena también se levantó de su asiento.

    —Debería regresar. Laura también quería darme su regalo esta noche.

    —¿Qué? ¿Y el pastel? —protestó Sasha.

    Richard agregó:

    —Lamentamos que este no haya sido el mejor cumpleaños de todos, Helena. Sé que estarías más feliz de pasar este día con tus amigos en lugar de con nosotros.

    —No, me divertí. Lo juro. —Helena levantó las manos.

    —Está bien. Ahora, antes de que te vayas, tenemos un regalo para ti. —Richard desapareció en la cocina y regresó con una pequeña caja de terciopelo rojo.

    Helena la agarró y abrió lentamente la tapa. Dentro había un gran anillo de plata con un topacio en forma de flor en el centro.

    —Era de tu abuela —explicó Sasha—. Es el último recuerdo que tengo de ella. Ella te amaba mucho y creo que le gustaría que lo tuvieras.

    Helena deslizó el anillo en su dedo medio. Pesaba más de lo que esperaba. Al borde de más lágrimas, su corazón se contrajo.

    —Gracias.

    —Me alegra que te guste —dijo su madre—. Ten cuidado en tu camino a casa.

    *****

    Pasearon por las calles de Dublín poco iluminadas. Helena no quería volver al apartamento. Había mucho que considerar. Tanto, de hecho, que estaba empezando a tener una migraña.

    Sin decir nada, Lucious caminó a su lado, igualando su paso perfectamente. Al otro lado de la calle había un parque, donde su madre y Richard la llevaban a jugar cuando era pequeña. No se había dado cuenta de que había dejado de moverse hasta que Lucious le puso la mano en la parte baja de la espalda.

    —¿Te pasa algo?

    Ella ignoró su pregunta y cruzó la calle con pasos largos. Si él iba a desempeñar el papel de su guardaespaldas, tendría que seguirla. Incluso si no lo hiciera, ella no estaba preocupada. Conocía esta zona hasta el último grano de arena del arenero.

    Aunque puso cierta distancia entre ellos, en un breve segundo, él estuvo a su lado.

    —Helena, deberíamos regresar.

    —Necesito un tiempo fuera del apartamento. Está lleno de gente y, ahora mismo, quiero estar sola.

    Entraron por una entrada lateral con portón y el olor a hierba recién cortada asaltó sus sentidos. Caminó por el camino pavimentado, sus recuerdos de la infancia fluyeron hacia ella...

    *****

    El otoño había llegado, cubriendo al mundo de marrones y naranjas. El sol ya se había puesto y las farolas parpadeaban. Richard la llevó a un patio de recreo después del trabajo en la universidad. Ella no quería hablar con él. Su mamá le prestaba más atención a este extraño que a su hija. Y, cuando su mamá le dijo que papá no volvería, Helena luchó por comprender el concepto.

    Cuatro niños jugaban en los columpios. Su sonora risa arruinó el silencio mientras el viento no hacía ningún esfuerzo por producir un susurro. Se intercambiaron lugares en los columpios, las niñas sentadas en los asientos y los niños empujándolas. Sus madres se sentaron en el banco, ocasionalmente echando un vistazo en su dirección.

    Helena se maravilló de ellos. ¿La aceptarían en su grupo? Corrió hacia ellos, su corazón animado por la emoción.

    Intentó comunicarse, pero sus palabras estaban en ruso. La risa murió y ojos juzgadores la evaluaron, como si fuera una especie de monstruo debajo de sus camas. Como si no perteneciera a su grupo.

    Dos manos grandes la agarraron por el estómago y ella se sintió ligera. En una fracción de segundo, estaba sentada sobre los hombros de Richard, mirando a los niños. Se acercó al carrusel y la bajó a la colorida plataforma. Con una tierna sonrisa, Richard se arrodilló frente a ella.

    —Pronto aprenderás el idioma —le dijo en un ruso tenso.

    Helena miró en dirección a los otros niños. Volvieron a turnarse en los columpios como si su existencia no les importara. Para ellos, ella era invisible, como el recuerdo de un movimiento o una frase que no tenía importancia.

    *****

    Le dolía el corazón ante el recuerdo amargo. Se sacudió los restos del pasado y miró por encima del hombro a Lucious, que estudiaba los alrededores.

    —¿Por qué regresaste?

    —Para mantenerte a salvo —respondió él.

    —De alguna manera, dudo que sea la verdadera razón. Viniste aquí para vigilarme porque no confías en que yo me cuide. Como todos los demás aquí —espetó. Se aferró a la tela de su abrigo, abrazándolo contra su cuerpo. «¿Por qué hace tanto frío en mayo?»

    Lucious aceleró el paso y pronto se acercó a ella.

    —Quizás eso sea la mitad de la verdad.

    Ella resopló por dentro.

    —¿Y cuál es la otra mitad?

    La agarró del codo, obligándola a detenerse y mirarlo.

    —Quería ver por mí mismo si estabas bien.

    Helena desvió la mirada. Los columpios todavía estaban allí. Lo único que cambió fue la nueva capa de pintura que los cubría.

    —Cuando aprendí inglés por primera vez, tenía alrededor de ocho años. Richard me traía aquí para jugar con los otros niños. Aunque venía aquí a menudo, no me dejaban unirme. Casi creí que tenía algún tipo de enfermedad. Regresaba a casa y lloraba hasta quedarme dormida. Siempre preguntándome qué había de malo en mí para que no me dejaran unir. —Le picaba la garganta y le lloraban los ojos—. Fue entonces cuando Michael apareció por primera vez.

    Se sentó en el asiento de plástico sólido del columpio, con los ojos fijos en la arena debajo de sus tenis.

    —Desde entonces, tuve un verdadero amigo. —Ella pateó el piso y dejó que su cuerpo se moviera con el péndulo del columpio—. Y ahora se ha ido. Hay un vacío dentro de mí que no puedo entender. Es como si una parte de mí fuera eliminada sin mi conocimiento.

    Lucious se deslizó en el asiento del segundo columpio a solo medio metro de distancia.

    —Dime lo que pasó.

    —Alexander ya te debe haber contado todo, igual que la mujer vampiro que estaba allí.

    —Quiero escucharlo de ti.

    Ella apoyó el lado de su cabeza en la cadena de metal. Su atención vagó hacia el claro cielo nocturno sobre ellos. Ya estaba oscuro y la contaminación lumínica ahogaba el brillo de las estrellas.

    —Estaba en casa con Perri y Hans, esperando que llegara Laura. Cuando abrí la puerta, la persona que estaba allí eras tú. Bueno, se parecía a ti. Lazarus tomó tu forma y trató de tomar mi alma, o tal vez cambiar el color de mi cuerda era su objetivo. No lo sé.

    Lucious tomó una de sus manos entre las de él y sus dedos hormiguearon con calor.

    —Sentí tu dolor a través del vínculo. Era como si se estuviera filtrando en mi cuerpo y destrozando cualquier cosa que me convirtiera en quien soy.

    —Sí. Entonces apareció tu amiga y Lazarus desapareció.

    —¿Eso fue todo?

    Helena negó con la cabeza.

    —Michael dijo que ya no se me consideraba humana. Es la razón por la que me dejó. La razón por la que estoy sola de nuevo. —Ella soltó una risa amarga—. Es algo gracioso.

    Lucious se movió para pararse frente a ella. Una de sus manos agarró las cadenas del columpio, restringiendo sus movimientos. Tenía una expresión ilegible cuando dijo:

    —Todos estamos fundamentalmente solos en este mundo.

    Ella tocó el lugar donde estaría la cuerda de él si pudiera verla.

    Nosotros no estamos solos. Nuestras almas están atadas.

    —Por ahora. Pero cuando encontremos una manera de romperlo, regresaremos a nuestras vidas separadas. —Lucious apartó su mano—. Regresemos al apartamento. Creo que tu amiga quiere felicitarte.

    —No has respondido mi pregunta —dijo ella.

    —¿Qué pregunta?

    —¿Hay algo diferente en mí? ¿Puedes decir por qué Michael dijo que ya no soy humana?

    —No te preocupes por asuntos triviales. Si te convirtieras en un ser sobrenatural, lo sabría porque emiten diferentes energías. Desde que se fue de tu lado, tu poder es menor y tus escudos son débiles. Esa es la única diferencia que puedo sentir.

    —¿Qué estás tratando de decir?

    —Estoy tratando de decir que eres más humana de lo que nunca fuiste, querida. Ahora, vámonos.

    *****

    Helena encontró a Perri y Hans jugando a las cartas en la sala de estar cuando regresaron. Ella se quitó el abrigo y Lucious lo tomó sin decir una palabra.

    —¿Quién va ganando? —preguntó Helena.

    Perri volteó la cabeza y sonrió. Por la expresión en el rostro relajado de Hans, estaba perdiendo a propósito.

    Helena sonrió satisfecha, animada por la idea de cómo Hans siempre quería complacer a Perri. Acercándose a ellos, se sentó junto a su amiga en el sofá.

    Perri dejó las cartas sobre la mesa de café de cristal y su sonrisa se desvaneció lentamente.

    —¿Cómo te sientes?

    —Lo estoy enfrentando, supongo. Sin embargo, necesito más analgésicos.

    —El Maestro Vincent cree que sería prudente permanecer a tu lado hasta que pase el peligro —dijo Hans, cruzando los brazos.

    Los ojos de Perri buscaron en el rostro de Helena algún tipo de reacción.

    —¿Eliza lo sabe? —intervino Lucious, sosteniendo un vaso de agua y dos pastillas. Se los ofreció a Helena y ella los tomó después de darle las gracias.

    —El Maestro Vincent dijo que es un asunto personal y no tiene nada que ver con vampiros. Por lo tanto, no hay necesidad de notificarle este desarrollo —afirmó Hans.

    Helena estaba agradecida de que Vincent estuviera a cargo de cuidarla y no Xi Yi o Eliza. Encontrarían alegría al verla encerrada en algún calabozo subterráneo.

    —Ustedes dos no necesitan quedarse aquí. Yo la cuidaré —dijo Lucious.

    Hans miró a Helena como si pidiera permiso en silencio. Quedarse sola con Lucious sería un error. ¿Quién sabe qué pasaría si estuvieran juntos sin un acompañante? El efecto de estar cerca uno del otro ya la había mantenido nerviosa. Tenía que mantenerse alejada de buscar su consuelo porque un solo roce de su piel hacía que su corazón se acelerara. Y esa interacción en el parque la dejó ansiosa por tener más contacto físico.

    Se tragó las pastillas y bebió un sorbo de agua antes de dejar el vaso en la mesa de café.

    —Ellos se quedan. Tú, por otro lado, no lo harás. —Entró en la cocina y se preparó un poco de té.

    Lucious se movió para pararse detrás de ella.

    —No me iré.

    Helena estaba cansada. Necesitaba tener algo de cafeína en su sistema o colapsaría frente a todos. Había demasiadas cosas de las que preocuparse. Lo que quería era esconderse bajo las sábanas e ignorar el mundo exterior. Pero esa no era una de las opciones.

    —No tengo tiempo para discutir contigo. Tengo más que suficientes guardaespaldas.

    Aunque su expresión permaneció impasible, el vínculo tembló con su ira. Lucious estaba perdiendo el control sobre sus escudos y filtrando sus emociones en su conexión. Sus ojos se tensaron alrededor de los bordes mientras se obligaba a dejar salir las palabras de la boca.

    —Esos dos pueden no ser suficientes.

    Ella cruzó los brazos sobre el pecho. Al darse cuenta de que se tocaba la herida, los dejó caer de inmediato.

    —Me las arreglaré. Vete.

    Instantáneamente, Hans estaba de pie junto a ella, su mano sujetaba el hombro de Lucious.

    —La dama ha tomado su decisión.

    Lucious salió de su agarre.

    —Está bien, me iré. Si algo tan solo huele mal, contáctame de inmediato.

    *****

    Helena estaba en medio de un páramo. El cielo sobre ella estaba cubierto de nubes siniestras, arremolinándose en patrones impredecibles. La única luz provenía de una enorme cúpula a unos veinte kilómetros delante de ella. Encapsulaba altos rascacielos dorados que nunca antes había visto en la Tierra.

    Aquí, no había viento que le cepillara el cabello y no brotaba vida del suelo polvoriento. Todo el lugar se sentía mal, como si alguien hubiera tomado todo lo que daba vida y lo eliminara.

    Inquietud creció dentro de ella. El aire a su alrededor era diferente al de casa. Estaba pegajoso y húmedo mientras caminaba sobre la tierra agrietada sin vida. Con cada paso, el aire se hacía más denso.

    En la distancia, las montañas se erguían altas, extendiendo más sombras sobre el suelo. Gritos de dolor llegaron a sus oídos. La agonía de muchos hombres y mujeres invadió sus sentidos. Se llevó las manos a los oídos para taparlos, pero se hicieron más fuertes como si alguien estuviera jugando con el botón de volumen de su estéreo.

    Cayó al suelo. Acunando sus rodillas más cerca de su pecho, se balanceó hacia adelante y hacia atrás, rezando por que los gritos y las súplicas se detuvieran. Y, una vez que lo hicieron, miró hacia el repentino silencio. Ya no estaba sola.

    Horribles criaturas la rodeaban. Algunas tenían formas humanoides con garras que llegaban hasta los tobillos. Otros estaban más cerca de parecer perros grandes. Sus cuerpos de ébano deformes estaban cubiertos de piel, escamas e incluso púas que se encontrarían en un erizo. Los ojos de cada criatura brillaron de un rojo luminoso, con anticipación.

    «¿Anticipación de qué?»

    Helena jadeó y tropezó hacia atrás, levantando polvo en el aire con los pies. Su corazón martilleaba en su caja torácica. Luchó por tener control, algo para detener su mente en pánico y recuperar el pensamiento racional.

    —¡Sólo respira! —Aspiró una bocanada de aire y lo dejó salir lentamente. Estas criaturas se parecían demasiado a las que le mostró Nadine.

    Sus garras la alcanzaron.

    Se centró en la figura detrás de las monstruosidades.

    —Lazarus...

    Su cuerpo era mayoritariamente humano, salvo las uñas alargadas y los cuernos de marfil que sobresalían de su cráneo, que estaba cubierto por un largo pelo negro azulado. Esos ojos rojos de depredador se clavaron en ella y él sonrió.

    —Puedo oler tu miedo, flor mía. Pronto te estarás ahogando en él. —Él estalló en carcajadas, sacudiendo el mundo que la rodeaba. El dolor en su hombro disminuyó y su visión se volvió borrosa.

    *****

    Se levantó de la cama, con la ropa empapada de sudor frío. Lazarus regresaba por ella y era antes de lo que esperaba.

    2

    RECUERDOS AMARGOS

    Lucious irrumpió en la Ruleta Rusa. Tanya, la hija de Alexander, dijo algo, pero a él no le importó lo que fuera cuando pasó junto a ella. La rabia en él no cesaba. ¿Cómo podía ella decirle a él que se fuera? Él había ido para mantenerla a salvo y ella afirmó que la protección de los lacayos del Consejo era suficiente.

    Irrumpió en la oficina de Alexander.

    Alexander no levantó la vista de su papeleo cuando dijo:

    —Es bueno verte a ti también, Lucious. La próxima vez, toca. Nunca sabes lo que podría estar haciendo aquí.

    —Ha pasado tiempo, amante —intervino Zafira. Se paró detrás de Alexander, con la mano apoyada en su hombro.

    Lucious la observó.

    —¿Debo creer que la verdadera razón por la que regresaste, fue para salvar a Helena del demonio?

    —Oh, ¿es Helena ahora? Te estás acercando mucho a tu humana. —Ella hizo un puchero.

    —Sabes que estamos unidos el uno al otro. No tengo otra opción.

    —Tenías una elección antes de hacer el vínculo, Lucious. —Su voz se elevó—. ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué dejar que una chica humana se convierta en parte de ti cuando no dejas entrar a ninguna otra mujer?

    Lucious estaba perplejo. Era la primera vez que escuchaba que Zafira tenía algún interés romántico en él. Su relación siempre fue física. Las emociones nunca fueron importantes para ella.

    —Niños, por favor, paren. Si están teniendo una crisis de relación, resuélvanla en otra parte. Tengo papeleo que hacer —dijo Alexander, sus ojos grises ardían de irritación.

    Zafira le dio un beso en la mejilla, miró a Lucious y salió furiosa de la habitación.

    Agotado, Lucious se derrumbó en el asiento frente a Alexander. Respiró hondo, aunque no ayudó a calmarlo. En cambio, le hizo desear tener a alguien a quien estrangular.

    Alexander dejó caer su papeleo junto a su laptop y arqueó una ceja.

    —Haciendo de lado a Zafira, ¿supongo que te has encontrado con tu humana?

    —¿Por qué hacer la pregunta cuando ya sabes la respuesta?

    Alexander se rió entre dientes. Abrió el cajón donde guardaba su alcohol y sacó dos vasos de cristal junto con una botella de whisky viejo. Sirvió sus bebidas de manera experta, algo que compartían cada vez que estaban juntos.

    —Dejaste el lado de tu señor para estar con ella. Cualquier ser humano normal lo encontraría romántico o se dejaría llevar por tu deseo de protegerla. Supongo que no fue así para ti.

    —No exactamente, no.

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