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Ruleta Rusa: Serie de Helena Hawthorn, #1
Ruleta Rusa: Serie de Helena Hawthorn, #1
Ruleta Rusa: Serie de Helena Hawthorn, #1
Libro electrónico539 páginas7 horas

Ruleta Rusa: Serie de Helena Hawthorn, #1

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Información de este libro electrónico

¿Quién podría adivinar que un roce de la yema de un dedo sobre un hilo de alma reluciente podría voltear tu mundo al revés?

La vida de Helena, de diecinueve años, cambia cuando su espíritu entra en el Reino de los Ángeles en busca de su padre. Pero las cosas no salen según lo planeado. En contra de las advertencias de su ángel de la guardia, une su alma a un vampiro, una criatura que pensaba que solo existía en las películas de terror.

Lucious ha pasado su inmortalidad buscando a los monstruos que mataron a su señor. Lo último que necesita es ser vulnerable debido a un vínculo con una chica imprudente. Sin embargo, ve cómo puede sacarle provecho. Creyendo que Helena posee un gran poder, planea usarla contra el Consejo como moneda de cambio.

Cuando Helena conoce al guapo y aterrador vampiro con el que ahora comparte un vínculo emocional, se da cuenta de que su vida nunca volverá a ser la misma. A pesar de luchar contra las formas manipuladoras de Lucious, no puede negar su atracción.

A medida que su deseo mutuo se intensifica, ella necesita saber si puede confiar en él. Después de todo, su vida y su alma están en juego.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento16 dic 2022
ISBN9781071585351
Ruleta Rusa: Serie de Helena Hawthorn, #1

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    Ruleta Rusa - May Freighter

    Ruleta Rusa

    May Freighter

    ––––––––

    Traducido por Celeste M. M. 

    Ruleta Rusa

    Escrito por May Freighter

    Copyright © 2022 May Freighter

    Todos los derechos reservados

    Distribuido por Babelcube, Inc.

    www.babelcube.com

    Traducido por Celeste M. M.

    Diseño de portada © 2022 Crystal Services

    Babelcube Books y Babelcube son marcas registradas de Babelcube Inc.

    Tabla de contenido

    PRÓLOGO.................................................................4

    1 EL DIARIO

    2 DOMINIO DE LAS MOIRAS.................................................32

    3 CAZADO

    4 LA ENTREVISTA

    5 SECUESTRADA..........................................................100

    6 PESADILLAS

    7 UN ACUERDO

    8 MORDEDURAS NO TAN AMISTOSAS

    9 LA INVITACIÓN

    10 ALMA VINCULADA

    11 UNIENDO ENERGÍAS

    12 RULETA RUSA

    13 FUERA DE LOS LÍMITES

    14 SU HIJO

    15 LA OSCURIDAD MÁS ALLÁ

    16 PESADILLAS SIN FIN

    17 LA VERDAD

    18 PADRE J. R.

    19 NUEVO CAPTOR

    20 SOLA

    21 NUEVO PODER

    22 LUZ Y OSCURIDAD

    23 EL CONSEJO...........................................................522

    EPÍLOGO

    CAPÍTULO ADICIONAL SAN VALENTÍN EMBRUJADO

    ¿TE GUSTÓ EL LIBRO?

    SOBRE LA AUTORA

    DEDICATORIA

    AGRADECIMIENTOS

    INFORMACIÓN PARA EL LECTOR

    A lo largo de la historia, encontrarás cierta terminología que solo es relevante para la serie de Helena Hawthorn. Aquí hay un pequeño glosario.

    Hijo: Un humano que ha sido convertido en vampiro.

    Señor: Un título otorgado a un vampiro después de que convirtió a un humano al compartir su energía con él y luego quitarle la vida.

    Consejo: Hay siete Consejos que controlan a los vampiros. Evitan la exposición al mundo mientras tratan de proteger a su gente de los ataques de los cazadores. Un Consejo consta de 4-5 miembros, todos los cuales son respetados o temidos por la comunidad.

    Los acechadores del Consejo son vampiros que sirven voluntariamente al Consejo o son contratados por sus habilidades. El número de acechadores por Consejo son un promedio de entre 20 y 50 vampiros, excluyendo a los necrófagos que mantienen el edificio y hacen tratos al aire libre durante las horas del día.

    Fugarse es un término utilizado para la velocidad inhumana de los vampiros. Por lo general, un vampiro puede recorrer algunos kilómetros antes de cansarse. Cuando alcanzan su límite, existe el peligro de desgarrarse los músculos de las piernas, lo que puede ser insoportable y lento para sanar sin ingerir sangre.

    Donantes: Humanos que donan a vampiros después de estar afiliados a sus círculos y que han aceptado la protección de un vampiro. Tienden a ganarse la vida bien y algunos incluso obtienen poder influyente en la sociedad humana a través de las conexiones del vampiro.

    Los humanos se mantienen al margen de lo sobrenatural. Los pocos que poseen el conocimiento de su existencia están demasiado asustados para revelar los detalles por miedo a la muerte o porque nadie les creería.

    Los necrófagos son humanos que han ingerido sangre de vampiro justo antes de morir. El intercambio de energía nunca ocurrió con su señor como sucedería al crear un hijo. Los vampiros jóvenes tienden a confundir esto con el proceso y entierran el cuerpo sin esperar, dejando que la criatura se despierte con ganas de comer la carne de los muertos.

    PRÓLOGO

    Un escalofrío inducido por el muro de piedra recorrió a Helena. Su corazón dio un gran vuelco cuando notó las ataduras alrededor de sus muñecas. Luchó una y otra vez, tirando de los implacables grilletes.

    —Parece que finalmente ha despertado —dijo alguien con voz ronca.

    —Sigamos entonces —respondió otro.

    Giró la cabeza en busca de las voces. La acción repentina le nubló la vista, haciéndola entrecerrar los ojos. Un foco de bajo voltaje al final de la habitación expuso contenedores y cajas apiladas. Un hombre calvo estaba sentado a una mesa, con las piernas cruzadas en el talón mientras sus manos fornidas sostenían el periódico local.

    El segundo hombre se apartó de la pared mugrienta y se acercó a ella. Su sonrisa desconcertante reveló una serie de caninos alargados.

    Un aliento se atrapó en su garganta.

    —¿No eres un poco joven para trabajar para Alexander? —preguntó él.

    Un ceño fruncido arrugó su rostro mientras su atención se enfocaba en sus captores. No trabajaba para Alexander ni quería volver a verlo a él ni a Lucious.

    El extraño se detuvo a un metro de ella. El cabello oscuro y grasiento se le pegaba al cuero cabelludo en mechas finas. Unos pocos mechones se separaban en la parte delantera, cubriendo sus ojos de párpados pesados. Extendió la mano, agarró su cabello con un giro brusco y levantó su cabeza para encontrarse con sus ojos entrecerrados.

    —Te hice una pregunta, humana.

    Su nariz se arrugó con disgusto. El aliento del extraño, una mezcla de tabaco barato, cerveza y algo más, hizo que se le revolviera el estómago. «El pánico no resolverá nada», pensó, pero su corazón ignoró su racionalización.

    —No trabajo para él —dijo, sorprendida de que su voz no se quebrara.

    Apuntó a su delgada camisa y sus elegantes pantalones.

    —Te vimos salir de su club con este aspecto.

    Helena luchó contra el impulso de poner los ojos en blanco. Si él hubiera estado adentro, sabría que el personal de Alexander no usaba uniformes. Bueno, los de seguridad lo hacían...

    —¡Esto es lo que cualquiera usaría para una entrevista!

    Los ojos de él brillaron con un tono gris claro, ella instantáneamente lamentó su tono enérgico. Ella se estremeció bajo su mirada amenazadora que la hizo pensar en un niño de dos años de mirada furiosa que solía cuidar. El niño siempre le disparaba dagas si no le daba caramelos.

    —¿Estás escuchando? —Soltó su cabello con un empujón repentino mientras le gritaba.

    La cabeza de Helena se hundió, lo que provocó que el leve dolor que tenía se convirtiera en un dolor de cabeza intenso.

    —Creo que la golpeé más fuerte de lo que pensaba.

    —Rick... —El compañero puso su periódico sobre la mesa—, ... si no puedes sacarle nada...

    —¡Sí puedo!

    Helena supuso que el que dirigía la operación no era «Rick». Su culto amigo tenía una confianza autoritaria de la que carecía el hombre frente a ella. Se imaginó a Rick luchando por leer una novela de Tolstói. La imagen por sí sola hizo que sus labios se movieran hacia arriba.

    —¿Por qué estás sonriendo? ¿No entiendes lo que está pasando? —espetó Rick.

    Ella lo fulminó con la mirada. Discutir no ayudaría, pero su boca perdió el filtro.

    —¿Debería?

    Su mejilla izquierda explotó con un ardor cuando él le dio una cachetada. Automáticamente, se movió para eliminar el dolor y se dio cuenta con una sensación enfermiza en qué situación se encontraba: encadenada a una pared con dos hombres desconocidos en una habitación lúgubre.

    Cuando un dolor sordo se instaló en sus brazos, se mordió el labio inferior para evitar que su lengua amarga le trajera más problemas.

    Rick se inclinó y la miró a la cara. Sus labios se cernieron junto a su oreja.

    —Veamos cuánto sabes.

    Agarró los lados de su cabeza, obligándola a mirarlo. Cuando sus ojos se cruzaron, sonrió.

    —¡Suéltame! —gritó Helena, luchando.

    —Cálmate, humana. —Su tono áspero cambió a una melodía relajante.

    Justo en ese momento, su cuerpo se relajó ante sus órdenes. Los ojos brillantes de él se convirtieron en el centro de su universo. Todo lo que dijera sería una instrucción vinculante.

    Gritaba en el interior, luchando contra su abrumador control, pero no pasaba nada. «¿Por qué Lucious no pudo influir en mí, pero este idiota sí?»

    —¿Estás poniendo atención?

    —Sí.

    —¿Obedecerás mis órdenes?

    —Sí —respondió ella en un instante, su voz plana y sin emociones.

    Inclinándose hasta el punto en que sus narices casi se tocaban, Rick hizo su pregunta de oro.

    —¿Trabajas para Alexander?

    —No.

    El brillo gris en sus ojos se intensificó, haciéndola sentir como si estuviera flotando. Le palpitaban las muñecas. El metal se hundió más profundamente en su piel y se le escapó un gemido.

    —¿Conoces a Lucious?

    —Sí.

    Los dedos del vampiro se hundieron en su mandíbula e hizo una mueca.

    —¿Dónde está? ¿Qué sabes sobre él?

    —Ruleta Rusa. Quería reunirse conmigo para deshacer el vínculo.

    El silencioso compañero saltó de su silla, derribándola mientras se ponía de pie.

    —¿Qué tipo de vínculo?

    Las palabras le fallaron mientras luchaba a través de su mezcla confusa de emociones.

    Rick sacudió su cabeza hacia atrás y siseó:

    —Responde su pregunta.

    —No estoy segura. Fue un accidente.

    En su frustración, Rick la sacudió.

    —¡Te dejaré seca si no me das algunas respuestas correctas!

    Su compañero sacó su teléfono, escribiendo algo en la pantalla de vidrio liso.

    —No tiene mucha información, pero puede ser útil de otras formas.

    Rick pasó los dedos por sus brazos, acercándose poco a poco a su yugular.

    —¿Puedo jugar entonces?

    Su influencia sobre ella disminuyó y Helena miró a un lado de su cabeza grasienta.

    —Puedes alimentarte, pero nada más. Tal vez podamos conseguir un precio decente por ella más tarde.

    Los escalofríos la recorrieron cuando Rick la enfrentó con una creciente sonrisa. Había poco que pudiera decirles sobre el vínculo, por lo que no podía usar esa información como ventaja. No sabía mucho sobre Lucious, Alexander o sus planes.

    Helena gimió. Su dolor de cabeza se transformó en un zumbido constante. Cerrando los ojos, sus pensamientos se convirtieron en una oración para que Michael apareciera y le dijera algunas buenas noticias. Las noticias, de cualquier tipo, eran mejores que estar con estos monstruos.

    El líder los miró antes de que su atención volviera a su teléfono.

    —Tienes dos minutos. —Salió de la habitación sin decir una palabra más.

    Con el supervisor de Rick desaparecido, sus comentarios inteligentes la llevarían a una tumba prematura. Miró la puerta que se cerraba, deseando que el segundo hombre regresara mientras su corazón golpeaba contra sus costillas.

    Rick sacó una navaja del bolsillo de sus jeans. La luz volvió a sangrar en sus iris cuando mostró la hoja.

    Helena cerró los ojos con fuerza. No volvería a ser su marioneta.

    La fría punta de metal tocó su mejilla.

    —Si no abres los ojos, cortaré esta linda carita tuya hasta que lo hagas.

    Ella dudó. El escozor en su mejilla no había desaparecido y no estaba interesada en descubrir cómo se sentía ser cortada en pedazos. Después de todo, él amenazó con más que un corte de papel. Apretando los dientes, levantó los párpados. Un segundo de contacto fue suficiente para caer bajo su dominio una vez más.

    —Bien. No te muevas.

    Su cuerpo rechazó cualquier movimiento adicional y se reprendió a sí misma por ser tan débil.

    Uno por uno, los botones de su blusa cayeron al cemento. Al último botón, separó el material de su blusa. Los ojos de él brillaron como si fuera un niño, abriendo su regalo de Navidad. Examinó su pecho y su respiración pesada llenó el silencio.

    No importa cuánto luchó contra su control mental, no podía hacer nada. Pasó el cuchillo por su piel pálida. La sangre empezó a aparecer, goteando por sus pequeños senos y manchando su sostén sencillo. Deslizó el lado desafilado de la hoja por su pecho, fascinado por el dulce perfume de su sangre.

    Estaba segura de que no podía ser su falta de curvas femeninas lo que llamaba su atención.

    Su control mental se deslizó y ella recuperó el control de sus extremidades. Cuando el cuchillo tocó su cintura, sus caderas se movieron. En un doloroso segundo, el brillante metal se hundió en su piel. Un grito agonizante se le escapó, rebotando en las paredes del espacio cerrado.

    El jefe reapareció gritando.

    —Pensé que te había dicho que te alimentaras y nada más.

    Rick sacó el cuchillo.

    —Esta perra es difícil de controlar. A menos que la mire directamente, ella rompe el maldito agarre.

    —Me importa una mierda eso —gruñó el hombre—. Déjala en paz hasta que él venga por ella. Debemos prepararnos.

    Gruñendo bajo su aliento, Rick lamió la sangre de la hoja y dejó escapar un gemido de satisfacción. Con una mirada fugaz en su dirección, escondió su cuchillo y se fue con su compañero.

    A Helena se le secó la boca. Estudió la herida. Gotas de color rojo oscuro descendían por su costado. Apoyó la cabeza contra la pared, concentrándose en el techo blanco astillado para evitar que las náuseas la reclamaran en olas crecientes.

    «¿Que voy a hacer? Nadie sabe dónde estoy», pensó.

    —Eso no es cierto. —Una voz clara vino de su derecha.

    Sus ojos se desviaron hacia un lado y gruñó. Un dolor de cabeza la golpeó como un martillo en la cara. Su ángel de la guarda estaba a un metro de distancia, con sus rasgos angulosos encerrados por su melena larga y recta de cabello dorado.

    —¿Dónde has estado? —Ella lo fulminó con la mirada.

    Michael inclinó la cabeza en señal de disculpa.

    —Debería haber venido antes, lo sé. Quería saber con quién se comunicaron, así que seguí... —Hizo una pausa a mitad de la frase y corrió a su lado. Su mano se cernió junto a sus heridas. Apretó los dientes—. Él te lastimó.

    —Estoy bien, pero puedes... —Ella se detuvo antes de pedirle que la desatara. Toda esta situación era demasiado cómica para no estar en un drama de televisión. Él estaba allí, pero no podía salvarla. Su presencia fantasmal lo obligó a convertirse en un mero observador en su reino. No podría ayudarla en esta situación incluso si quisiera. Ella lo sabía, él lo sabía y el dolor en su rostro lo demostró.

    —Él vendrá. —Michael suspiró.

    —¿Y si no quiero verlo?

    —Helena, sabes lo que te pasará si no sales de este lugar.

    —Le pusiste apodos hace apenas unas horas, ¿qué cambió? —Ella arqueó una ceja.

    —Si puede sacarte de aquí, ajustaré mi terminología.

    Helena resopló. «Este día sigue mejorando cada vez más».

    1

    EL DIARIO

    Hace 5 días...

    Después de sellar la caja final, Helena se estiró, aliviando algo del dolor en su espalda baja. Se secó el sudor de la frente y examinó su antiguo dormitorio. No era más que un océano de cajas y maletas de color marrón claro.

    Comprobando dos veces sus cosas por última vez, cerró los ojos. El sonido de su corazón latiendo la envolvió mientras los recuerdos felices se fusionaban con el familiar olor de velas perfumadas de rosas en el alféizar de su ventana. Desde abajo se oían las voces apagadas de su madre y Richard. Aquí es donde creció, un hogar que extrañaría.

    Sus dedos picaban con anticipación y una sonrisa tiró de sus labios. Sentada en el borde de su cama, buscó debajo de la almohada y sacó un diario. Apoyó el bulto de cinco centímetros de espesor en su regazo. Había estado en su mente desde que rebuscó en el ático polvoriento anoche. Una vez que vio la funda de cuero con hojas de helecho talladas, quiso conocer los secretos que guardaba en su interior. Sin embargo, prioridades como empacar eran fundamentales. De no hacerlo a tiempo, se vería obligada a escuchar las quejas de Laura hasta que le sangraran los oídos.

    Abrió la portada y dejó al descubierto la primera página amarilla envejecida. Se le presentó una lista de nombres, escritos a mano por diferentes personas, posiblemente varios propietarios del diario. Un nombre llamó su atención. Hojeó los extraños diagramas y dibujos de plantas, reconociendo algunas del jardín de su abuela cuando era pequeña. Un lenguaje arcaico llenaba las páginas gastadas, casi desvanecido. Ni siquiera trató de fingir que lo comprendía.

    Reconoció las hermosas letras curvas y su mano se congeló. Su abuela había sido la última propietaria de este diario. Helena sonrió ante el recuerdo agridulce de ellas pasando tiempo juntos. La anciana le leía historias de brujas que luchaban contra las fuerzas oscuras del mundo, historias que nunca olvidaría.

    Agarró con fuerza el diario. Los recuerdos tranquilos y felices decayeron cuando los trágicos episodios se desarrollaron en su mente una vez más. La versión de su madre era simplemente la historia de una abuela amorosa que se convirtió en una mujer loca al terminar con su vida prendiendo fuego a su casa. Sin embargo, esos fragmentos de su infancia seguían siendo un nudo que no podía deshacer por mucho que lo intentara.

    Las palabras de Michael brotaron en su mente, haciéndola saltar.

    Sasha está terminando los preparativos. Deberías cambiarte.

    Estoy ocupada —respondió.

    Esta es tu última noche aquí. Esa cosa no puede ser más importante que pasar tiempo con tus padres.

    ¡Bien! —Cerró el diario de golpe.

    De pie, lanzó una mirada fugaz al escondite del diario debajo de la almohada y caminó hacia su armario. Un conjunto de ropa que había preparado para la cena de esta noche la esperaba en el estante superior. Se quitó el chándal teñido de sudor y se puso una camiseta holgada con unos jeans.

    Un delicioso aroma la recibió cuando abrió la puerta. Su estómago quejumbroso la llevó escaleras abajo, donde encontró una cantidad excesiva de comida esparcida sobre la mesa redonda de roble. Su madre se fue por la borda con los preparativos como de costumbre. No obstante, Helena se abstuvo de señalarlo y aspiró apreciativamente el pollo asado.

    El cabello blanco y negro de su padrastro se balanceaba mientras él luchaba con una botella de vino. Sus dos grandes cejas se fruncieron, creando la impresión de una uniceja oscura.

    —No te quedes ahí parada. —El acento ruso subyacente de su madre nunca dejaba de mostrarse cuando estaba ansiosa. Con un bufido, amontonó platos y cubiertos en las manos de Helena y se apresuró a regresar a la cocina.

    —Bueno, hola a ti también, mamá —murmuró Helena poniendo la mesa

    Cuando Richard colocó la botella en la superficie lacada, sus hombros se hundieron. El pequeño corcho se atascó en la mitad del cuello de la botella, sin poder moverse en ninguna dirección.

    —No hemos bebido champán en un tiempo —dijo Helena.

    —Tienes razón. Creo que Sasha compró uno para la ocasión.

    Cuando salió de la habitación, su madre reapareció y sus ojos marrones se fijaron en Helena. Pasó sus dedos a través de su corto cabello platinado, mientras comenzaba con el bombardeo emocional.

    —¿Estás segura de mudarte? Puedes quedarte con nosotros hasta que termines de estudiar o...

    —Mamá, tuvimos esta discusión la semana pasada. —Helena se cruzó de brazos.

    —Sí, la tuvimos.

    Quería patearse a sí misma, molestar a su madre no era algo que disfrutara. Sería más fácil para ella viajar hacia y desde la universidad si se mudara con sus amigos. Miró hacia la puerta de la cocina. Richard estaba tardando más de lo debido. Dio golpes con el pie para tratar de eliminar el silencio que crecía entre ellas.

    El transitorio acto de tristeza de su madre desapareció y enderezó los hombros, pero la desaprobación quedó grabada en las arrugas de su rostro.

    —Sé que estás preocupada, mamá, pero estaré con Laura y Andrew.

    Sasha relajó su postura y abrazó a su hija.

    —Eres mi única hija. No puedo evitar preocuparme.

    Helena le dio unas palmaditas en la espalda, sin saber qué decir o hacer a continuación. Afortunadamente, los cielos respondieron con un fuerte estallido proveniente de la cocina y un leve tintineo de vasos.

    Richard entró en la habitación con una sonrisa, revelando sus dientes blancos mientras sostenía una botella abierta de champán y tres copas de champán.

    —¿Supongo que ustedes dos están bien?

    —Estamos bien —respondió su madre. Se apartó de Helena, dobló su delantal sobre el respaldo de su silla y tomó asiento.

    Siguiendo el ejemplo de Sasha, Helena se sentó junto a su madre.

    Richard les sirvió una copa a cada una y se unió a ellas en la mesa. En el instante en que tomó un sorbo de su vaso, se encogió.

    Helena se miró los muslos para ocultar su resoplido. Amaba a su padrastro. A pesar de que estaba ocupado como Jefe del Departamento de Ciencias, seguía siendo un hombre de familia. Él nunca se quejó y se hizo cargo de ella y su madre después de que su verdadero padre desapareciera de sus vidas sin ni siquiera una explicación.

    —¿Terminaste tu registro? —preguntó Richard.

    Helena levantó la cabeza.

    —Sí, en el segundo en que me aceptaron.

    —Me preocupa tu elección. Convertirte en médico o abogado pagaría mejor que un... —Su madre agitó la mano en el aire, buscando la palabra correcta—. Ni siquiera sé cómo puedes llamar a tu título.

    Helena apartó la mirada. Los ojos pétreos de su madre mostraban suficiente decepción como para ahogar a un ejército. El silencio continuó extendiéndose y Helena agarró los cubiertos. El metal se calentó en sus palmas.

    —Si me aburro, elegiré otra cosa.

    —¿Si te aburres? —La voz de Sasha se elevó.

    Terminada la conversación, Helena centró su atención en la comida.

    Richard se aclaró la garganta.

    —Escuché que mañana va a llover bastante. Espero que no obstaculice tu mudanza.

    Su madre le dirigió a Helena una mirada fugaz como si le dijera que su conversación no había terminado y se enfrentó a su marido.

    —¿Qué tan malo será? Tengo que reunirme con las chicas.

    Helena tomó la distracción como un respiro y articuló un «gracias» a Richard, quien le guiñó un ojo a cambio.

    *****

    Con la cena fuera del camino, Helena se ocupó de apilar los platos en el lavavajillas.

    —¿Puedo hablar contigo un segundo? —El profundo barítono de Richard la hizo saltar.

    Ella asintió y enderezó la espalda.

    —En primer lugar, siempre serás bienvenida aquí... —Sus ojos recorrieron la cocina.

    Helena miró a su alrededor con él. Cuando no notó nada fuera de lo común, no pudo evitar que una sonrisa se dibujara en su rostro.

    —¿Um, Richard?

    —Bien, bueno, lo segundo es que te amamos. Si hay algo que necesites, estaremos aquí para escucharte. —Él vaciló y extendió los brazos, atrayéndola a un torpe abrazo de oso. Su delgado cuerpo irradiaba calidez y el corazón de Helena se hinchó—. Llámanos si pasa algo o...

    —Creo que entendí el punto —murmuró en su hombro.

    La soltó y se frotó la nuca.

    —Deberías descansar. Es un comienzo temprano para todos mañana.

    —Lo haré.

    Una vez que se fue, se apresuró a guardar los platos restantes mientras analizaba el comportamiento de Richard. ¿Estaba preocupado por su mudanza? No parecía demasiado preocupado hasta ahora. Entonces, ¿por qué actuar así de repente? Se encogió de hombros y apretó el botón de «encendido» del lavavajillas.

    Cuando llegó a lo alto de la escalera, unos débiles susurros provenientes de la habitación de su madre la hicieron detenerse. Se escabulló por el pasillo y presionó la espalda contra la pared.

    —... ¿le dijiste? —La voz agitada de Sasha fue lo primero que escuchó.

    —Lo hice. No deberías preocuparte tanto. Lo está haciendo muy bien —respondió Richard.

    —¿Qué pasa si algo la hace recordar? —La voz de su madre se elevó.

    —Silencio, Sasha. Si escucha algo de esto, querrá saber más. Todo lo que podemos hacer es vigilarla. Restringirla abrirá una brecha entre ustedes dos y dudo que eso sea lo que quieras.

    Helena se apretó el pecho cuando terminó la conversación. Se tambaleó hasta su dormitorio y arrastró los pies hasta que colapsó en la cama. Se le escapó un suspiro mientras miraba hacia el techo.

    —¿Qué me están ocultando?

    Michael se materializó sentado a su lado. Siguió su mirada hacia las estrellas fosforescentes que la fascinaban en su infancia.

    —Recuerdo el día en que tu padrastro los pegó. Se cayó de esta cama dos veces.

    Helena miró su ancha espalda.

    —¿Qué quieres decir?

    —¿Recuerdas por qué hizo eso?

    —Richard dijo que era porque solía tener pesadillas cuando era más joven. Pesadillas que no recuerdo haber tenido...

    —Eras una niña. No pienses en eso.

    Helena se incorporó de golpe.

    —¿En serio? Me están ocultando algo, algo importante. Puedo sentirlo.

    Michael se movió y sus ojos se encontraron. Le encantaba mirar las profundidades azules de sus ojos. Eran como dos joyas cuidadosamente seleccionadas. Cuanto más te maravillabas de su belleza, menos deseabas discutir con el portador. Y, como verdaderas gemas preciosas, guardaban muchos secretos.

    Le ocultaba mucha información. Algo siempre faltaba en la imagen completa: un conocimiento prohibido que sus jefes ángeles deseaban. Él tampoco le diría nada sobre ellos.

    —La memoria es algo frágil, especialmente a una edad temprana.

    —Tengo buena memoria, Michael. —Ella lo fulminó con la mirada.

    —No me mires con esas intenciones asesinas. He respondido a tu pregunta.

    Incapaz de ayudarse a sí misma, dudaba de su respuesta. Los terrores nocturnos de su infancia no podían ser una explicación posible de por qué sus padres estaban nerviosos. Pero la verdadera respuesta se le escapó.

    —Te saldrán arrugas si continúas pensando en esto.

    —Está bien, lo dejaré ir, por ahora. —Se dejó caer sobre la cama y suspiró.

    Michael se acostó junto a ella sin marcar el colchón. Su falta de cuerpo físico la confundía hasta el día de hoy.

    —Descansa. Tienes mucho que hacer mañana.

    Sin molestarse en ponerse el pijama, se metió bajo las mantas y preguntó:

    —Sin importar lo que elija, ¿siempre me apoyarás?

    —Buenas noches, Helena.

    *****

    Se pasó un cepillo por el cabello por segunda vez esa mañana y sus ojos se encontraron en el espejo. Al menos, Michael se abstuvo de aparecer cuando ella estaba en la ducha o en el retrete.

    —¿Qué? —Los ojos de ella se entrecerraron.

    —No es nada.

    —Me has estado mirando desde que desperté. ¡Dime cuál es el problema! ¿Es mi cabello?

    —Estas nerviosa. —La comisura de sus labios se levantó.

    Helena se dio la vuelta.

    —Cualquier ser humano normal lo estaría. Es una decisión que cambia la vida.

    —¿Qué pasó con la persona tranquila, serena y analítica que te gusta retratar?

    —¿Hay algo que quieras decirme? —Cruzó los brazos sobre el pecho.

    —Si tuviera que decir algo, sería que Andrew está en la puerta principal.

    Fulminó con la mirada a su ángel de la guarda y corrió escaleras abajo. Los pájaros cantando llenaron sus oídos y gruñó. El timbre de mal gusto fue idea de su madre.

    En el último escalón, logró evitar tropezar con sus pies por un mero milímetro. Entre respiraciones entrecortadas, abrió la puerta y le sonrió a su futuro compañero de cuarto.

    —Entonces, ¿cómo quieres hacer esto?

    La sonrisa de Andrew vaciló. Se tocó la barbilla con el dedo índice.

    —Hum, entrar en el interior debería ser mi tarea principal. —No esperó su respuesta y entró con un solo paso largo—. Y ahora movemos cosas.

    Helena puso los ojos en blanco.

    —Muy divertido. Quiero decir, ¿hay alguna forma en particular de que llevemos mis cosas al nuevo lugar?

    —No te preocupes, Thorn, todo se revelará a tiempo.

    Ignoró el molesto apodo que le pusieron sus amigos en la escuela y miró a su alrededor. En su camino de entrada, una minivan blanca desconocida tapaba la vista del parque más allá.

    —¿Es tuya? —preguntó ella.

    —Papá me prestó uno de los autos de su empresa por un día. Me dijo específicamente que no lo chocara, así que espero que tus cosas no pesen sobre el vehículo.

    Helena ocultó su irritación tras una falsa sonrisa. Ella le indicó que la acompañara.

    —Sigamos con esto.

    —Sigamos con esto, por favor.

    Ella lo miró fijamente, menos que divertida.

    —Aguafiestas —dijo él mientras subía las escaleras. Se detuvieron en la puerta de su dormitorio—. Apuesto a que todo allí es rosa y con adornos.

    —Cuanto más hablas, más basura sale del gran agujero al que llamas boca.

    —Me hieres mucho, Thorn. —Apretó la mano sobre su pecho de una manera dramática.

    Con un movimiento de cabeza, Helena pasó a su lado y abrió la puerta.

    Andrew evaluó la habitación, su expresión delataba un toque de decepción.

    —No rosa ni adornos. —Ella sonrió.

    —Ropa holgada, cabello morado y un dormitorio aburrido... ¿Cómo eres todavía una chica?

    —Ajá.

    *****

    Hasta ahora, Andrew y Laura habían mantenido en secreto los detalles de su nuevo hogar. Querían sorprenderla y así fue. Sus ojos se agrandaron al ver el bloque de apartamentos de ladrillo rojo que se elevaba sobre ellos. Para ella, parecía una fortaleza. Quizás tener un castillo no era algo malo, especialmente cuando podían mirar por esas ventanas de gran tamaño al paisaje urbano.

    —¿Este es el lugar? —preguntó ella.

    —¿Te gusta? —Andrew la miró con una pizca de diversión.

    Ella contuvo el impulso de rebotar en el lugar, por lo que educó su rostro en un ligero desinterés.

    —Hasta que no vea el interior, es difícil juzgar así.

    —No se preocupe, alteza, lo elegimos pensando en usted.

    Ella le lanzó una mirada penetrante y él le sacó la lengua. En ese momento, cuestionó su decisión de mudarse con sus dos mejores amigos.

    Andrew le abrió la puerta de cristal y la hizo pasar al interior. Esto le permitió evaluar el sencillo vestíbulo blanco. Un guardia regordete que manejaba el escritorio cerca del ascensor los ignoró mientras se acercaban. En caso de que sucediera algo, ella no esperaba que él fuera de ninguna ayuda.

    —Tierra a Thorn. —El rostro de Andrew apareció a unos centímetros del de ella. El olor de su colonia llenó su nariz mientras sus ojos verde bosque se concentraban en ella—. ¿Quieres ver el lugar o no?

    Sus mejillas se calentaron. Desesperada por evitar más vergüenza, se dirigió a los ascensores donde apretó el botón hasta que las puertas se abrieron y entraron en el confinamiento metálico.

    Con una ligera risa, Andrew apretó el botón del panel y se movieron.

    En el quinto piso, una alfombra verde musgo y un interior de paredes blancas los rodeaban. El sol de la mañana se derramaba por el pasillo en tonos azules. Al llegar a su apartamento, Andrew pasó una tarjeta de acceso por encima del asa.

    Helena puso un pie en el pasillo. Sus zapatos para correr chirriaron a lo largo del piso de madera pulida. Con cada paso, sus ojos se agrandaban mientras avanzaba hacia una espaciosa sala de estar. Dos sofás de dos plazas de cuero los recibieron con un gran televisor LED en la pared. Fotografías de monumentos de la ciudad y calles famosas cubrían las paredes. Incluso le gustó el aspecto de la pequeña bailarina de cerámica en la parte superior de la mesita.

    —¿Cuánto cuesta la renta de este lugar? —preguntó Helena, mirando el gran interior. Era imposible conseguir un apartamento espacioso en Dublín sin gastar una tonelada de dinero.

    —El padre de Laura es dueño de todo el edificio y como ama mucho a su hija... digamos que nos dio el lugar a un precio asequible.

    Helena arqueó una ceja, dudando de su respuesta.

    Con pasos sigilosos, Laura apareció detrás de ellos y le dio una palmada en los hombros a Helena.

    —Me alegro de que hayas llegado. ¿Dónde están tus cosas?

    Mientras Helena calmaba su corazón palpitante, Andrew le dio unas palmaditas en la cabeza a Laura, jugando con sus rizos color rubio rojizo.

    Laura Quinn medía un metro sesenta, pero lo que le faltaba en altura lo compensaba con personalidad. Una discusión con ella era como luchar desnuda y sola contra una horda de salvajes. Helena recordó un momento en el que debatieron quién ganaría un concurso de canto local. Su pérdida se convirtió en una aventura para decolorar y teñir su cabello de morado durante una pijamada.

    —Pensé que sería mejor que tú también te metieras en la acción —dijo Andrew.

    Laura hizo un puchero.

    —Me duelen los brazos por traer mis cosas aquí, ya que tú no te molestaste en ayudarme. —Le tocó el pecho con el dedo índice.

    Andrew levantó las manos en defensa.

    —Oye, fui a recoger a Thorn. No tiene coche, a diferencia de ti. Apuesto a que si quisieras ayuda, convertirías al guardia de seguridad en tu esclavo.

    —Muy gracioso. Y no es mi tipo.

    Helena se frotó los ojos. Estos dos tenían demasiada energía y ni siquiera eran las diez de la mañana.

    —Necesitaré la tarjeta de acceso y las llaves del coche.

    —No te preocupes, Thorn, no voy a abandonarte y hacerte cargar tus cajas extremadamente pesadas sola —dijo Andrew.

    —Bien, cielos, ayudaré. —Laura se cruzó de brazos.

    —Brillante. Cuantos más, mejor. —Helena se dirigió a la puerta y Laura se interpuso en su camino.

    —Olvidé preguntarte, ¿cómo va la búsqueda de trabajo? ¿Quieres ayuda?

    —Yo me encargaré.

    —Está bien, ven a mí cuando estés atascada. Ah y te mostraré arriba mientras Andrew va a buscar tus cosas. —Laura no esperó respuesta y medio la arrastró por la escalera de metal.

    —Oigan, ¿quién me va a echar una mano? —les gritó Andrew.

    Laura se inclinó sobre la barandilla.

    —Nos uniremos contigo pronto. Primero, le mostraré a Helena su habitación.

    —Bien y esto no tiene nada que ver con que seas demasiado floja para ayudar. Entonces, ¿la estás haciendo holgazanear también?

    —Estaremos allí en un momento —gritó Laura. Se llevó a Helena a rastras y la empujó a una habitación de la izquierda—. ¿Qué piensas?

    El corazón de Helena casi se derrite de felicidad. Las paredes de color borgoña las rodeaban en un dormitorio bien iluminado. Las sábanas de color azul pálido cubrían la cama doble que se encontraba entre dos mesitas de noche Butternut. Los muebles no eran lo que ella consideraba la mejor característica de la habitación. Desde la ventana, alcanzó a vislumbrar el mar de Irlanda y dejó escapar un suave suspiro.

    —Sabía que lo apreciarías. Tuve que luchar contra mi instinto interior para darte esta habitación.

    —La vista es asombrosa, pero ¿por qué?

    —Puedes ver esto como un soborno. —Laura le guiñó un ojo.

    Helena sabía lo que vendría después. Laura estaba tramando algo y esto era un intrincado intento de adularla con un fingido gran gesto de abnegación. Esperó hasta que su amiga tomó aire.

    —No te lo tomes a mal, Hel, pero ¿qué piensas de Andrew?

    Helena arqueó una ceja. Esperaba algo con respecto a las tareas del hogar o ayudar a Laura con sus tareas universitarias. Esto fue inesperado.

    —¿Es un amigo?

    —Quiero decir como un chico. ¿Lo ves al menos como miembro del sexo opuesto? —Laura golpeó con el pie la suave alfombra negra.

    —¿A qué quieres llegar? —Las cejas de Helena se fruncieron levemente.

    —Bueno. —Laura movió los hombros como si se preparara para una pelea—. Me sorprendió cuando dijo esto. Como, ¿quién lo hubiera pensado, verdad? Y yo, como la mejor amiga de los dos, creo que esto podría ser algo bueno. Al principio, tuve algunos temores sobre el tema. ¿Sabes lo que estoy tratando de decir?

    —¿Puedes hablar con frases concisas y un poco más lento? —El ceño de Helena se profundizó.

    —Jesús, Hel, eres rápida cuando se trata de cualquier otra cosa que no sea romance. Básicamente, Andrew me preguntó si te gustaba.

    —Oh... —Ella no había considerado esa opción. Andrew no podía estar interesado en ella. Claro, él a veces le hacía bromas y la llamaba por su apodo que ella luchaba por ignorar cada vez que llegaba a sus oídos. La idea de salir con él le parecía tan extraña como disfrutar de los deportes. ¿Había un lado positivo? Escuchó suficientes historias sobre amigos que se peleaban después de comenzar una relación. Eso la molestaba.

    —Muy bien, puedo ver que te has ido a tu propio pequeño mundo —dijo Laura.

    —No sé cómo responderte. Quiero decir que yo...

    —Nunca lo habías pensado.

    Helena asintió.

    —Bueno, piénsalo. Aún hay tiempo. En cuanto a nosotras, es mejor que vayamos y lo ayudemos con tus cosas o él entrará en una maratón de quejas.

    —Pensé que eso es lo que hacías tú. —Helena resopló.

    —Recordaré eso, Thorn. Ahora, hagamos esto.

    *****

    Hacia las ocho, en lugar de esperar a que llegara la comida china para llevar, Helena fue a su habitación. La espléndida vista nocturna desde su ventana pasó desapercibida cuando encendió la lámpara de la mesita de noche.

    «Finalmente, algo de paz y tranquilidad», pensó y buscó el diario en su maleta.

    Helena hojeó sus páginas, fascinada por el detalle de los dibujos, hasta que encontró la caligrafía familiar y se lanzó a leer el texto en ruso. Absorta en el material, se perdió el fuerte golpe en su puerta. Cuando se abrió, cerró de golpe el diario y lo puso debajo de la almohada.

    —¿Qué pasa? —le preguntó a Laura.

    —Llegó la comida. Llamé y toqué, pero... —Laura se abrió camino hacia la habitación y cerró la puerta detrás de ella—. ¿Qué estabas leyendo?

    Helena pensó en una respuesta, algo que no haría que Laura pensara que estaba loca por hojear cuadernos extraños.

    —Solo algo que encontré en el ático el otro día.

    —Apuesto a que las aventuras románticas de tu madre están escritas en él. —Los labios de Laura formaron una sonrisa maliciosa.

    Laura era una buena amiga, pero a veces su curiosidad podía llevarla a hacer cosas que invadían la privacidad de los demás. Helena sabía que Laura no podría leerlo. Pero eso no la detendría. Con Internet y el software en línea, cualquier cosa podría traducirse. Entonces, Helena siguió el juego.

    —Es vergonzoso.

    —¡Lo sabía! —Laura se acercó con la mano extendida hacia donde estaba el diario.

    Helena se levantó, sus manos apretadas sobre los hombros de Laura.

    —La comida se enfriará.

    —Bien, pero me contarás los detalles sucios más tarde.

    —Por supuesto. —Empujó a su amiga fuera de la habitación y llamó a Michael con su mente.

    Respondió en un instante.

    ¿Ha pasado algo? Suenas disgustada.

    Tendremos que hablar sobre lo que hay dentro de ese diario y pronto.

    2

    DOMINIO DE LAS MOIRAS

    Llegó la noche. Todos los demás estaban dormidos, que ella supiera. Caminó alrededor de la cama con los brazos cruzados y su mente trabajando de más.

    —¿Qué estás tratando de decir? —le preguntó a Michael.

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