La Huida: Novela
Por Javier Duhart
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Javier Duhart
ARQUITECTO DE PROFESIÓN, ESCRITOR POR CONTAGIO, PINTOR POR AÑADIDURA Y POETA, ESTOS CALIFICATIVOS SON LO PRIMERO QUE SE PUEDE DECIR DEL ESCRITOR JAVIER DUHART QUIEN EN EFECTO HACE SUS ESTUDIOS EN LA U.N.A.M. DE DONDE OBTIENE SU LICENCIATURA DE LA FACULTAD DE ARQUITECTURA... EL CONTACTO CON AMIGOS ESCRITORES DE LA TALLA DE JOSE AGUSTÍN Y DE RENE AVILES FABILA DESDE MUY JOVEN, LE HAN CONTAGIADO EL AMOR POR LAS LETRAS. MANTENIENDO A LA INQUIETUD QUE SIEMPRE TUVO POR ESCRIBIR INICIANDO SU CARRERA DE ESCRITOR EN EL AÑO DE 2005. -"SIEMPRE SUPE QUE TENÍA LA CHISPA PARA CONTAR HISTORIAS PORQUE NO DECIRLO" -DECLARA EL PROPIO AUTOR- ESTO ME HA LLEGADO COMO UN PLUS, UN PREMIO POR ALGO QUE HICE BIEN, LAS LETRAS ME SATISFACEN POR COMPLETO, ESCRIBO A DIARIO. A LA FECHA CUENTA YA CON 23 LIBROS PUBLICADOS: SUEÑO DE VIDA, NIÑA DE TIJUANA, NOVELA QUE SE ESTA PREPARANDO PARA HACERSE PELÍCULA. ROGELIO Y OTILIA, EL BASTÓN, LA HUIDA, EL ESTUDIO, LOS MUCHACHOS DE ATLIXCO I LOS MUCHACHOS DE ATLIXCO II, LOS MUCHACHOS DE ATLIXCO III. AÑOS DE JUVENTUD, CUENTOS QUE CUENTO, QUE TE CUENTO, DOSIS DE GOZOS Y LAMENTOS (POESÍA) PARTE 1, POESÍA 2, POEMAS CON ALMA SENCILLA (TOMO,1,2,3,4,5,6,7,8,9) SIMPLES PALABRAS QUE ENCANTAN,
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La Huida - Javier Duhart
Copyright © 2011 por Javier Duhart.
Número de Control de la Biblioteca del Congreso: 2011927967
ISBN: Tapa Dura 978-1-6176-4844-1
Tapa Blanda 978-1-6176-4842-7
Libro Electrónico 978-1-6176-4843-4
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o son usados de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, acontecimientos, o lugares es pura coincidencia.
Este Libro fue impreso en los Estados Unidos de América.
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CONTENTS
CAPITULO I
CAPITULO II
CAPITULO III
CAPITULO IV
CAPITULO V
CAPITULO VI
CAPITULO VII
CAPITULO VIII
CAPITULO IX
A mis hermanos que extraño: Miguel Ángel
Julieta
Silvia
Horacio
Constantino
Raúl
Lila
CAPITULO I
Corríamos desesperadamente, pisando agua entre piedras y vegetación que bordean este caudaloso río en medio de la selva. Calculo que habríamos corrido ya por más de dos horas. Carrera en la que nos jugábamos la vida. Sudaba copiosamente, el agotamiento hacía presa de mí, fui deteniéndome, me era imposible seguir. Voltee a ver a mi compañero. José cayó en ese momento vomitando y se retorció en el piso por el cansancio que nos reventaba. Me acerqué dando traspiés con intención de ayudarlo, pero no pude hacer nada, yo mismo necesitaba de ayuda, estaba a punto de desfallecer. Tomé un momento para recobrar la respiración al tiempo que atento, observaba a mi alrededor para asegurarme de no tener cerca a nuestros perseguidores. Los sonidos de aves y animales se sumaban al propio sonido del rió. En ese momento me pareció más amplio y crecido. Nos encontrábamos ya en plena selva, única vía de escape después de haber burlado a los guardias del penal de máxima seguridad, donde José mi compañero y yo purgábamos largas condenas.
No habíamos planeado nada, solo aprovechamos la oportunidad y escapamos.
Sin previo aviso, nos sacaban a caminar entre al maleza que recortábamos a machete, hasta llegar a las orillas del río donde abundaban piedras que colectábamos. Una vieja camioneta del penal, iba delante de nosotros avanzando lentamente para permitir que fuéramos cargándole las piedras. Guardias a caballo, armados con fusiles automáticos y potentes pistolas de grueso calibre, se encargaban de vigilarnos estrechamente. Las piedras colectadas, se ocupaban en la construcción de una nueva barda con más altura que la existente; pues esta, le pareció insuficiente al director del penal: — Así vamos a inhibir la idea de escapar saltando por la barda
—Se le oía decir.
— ¡Levántate José!, no perdamos tiempo. —Le dije a mi compañero que parecía haber desistido de seguir corriendo y entregarse.
— Vete tú Manuel, (ese soy yo) ya no puedo correr más. —Respondió entre jadeos.
Llegué hasta donde se encontraba tirado sobre la hierba y lo levanté violentamente diciéndole:
— Si no puedes correr camina o arrástrate, pero tienes que seguir, ¿acaso crees que te van a regresar al reclusorio vivo? . . .
— Pues si.
— ¡Pues no! No seas pendejo, te fusilan aquí mismo y te regresan pero ya frió, así que has un esfuerzo y avanza. José se incorporó y reiniciamos nuestra penosa huida. Maltrechos y agotados solo podíamos ir caminando entre piedras, agua, ramas y raíces que se encuentran por las orillas del río, en ocasiones nos vimos sumergidos hasta la cintura. Y así, caminando con dificultad, fue cuando escuchamos ladridos de perros, seguramente de los guardias que venían tras de nosotros. Solo nos miramos en silencio. José fue el primero en hablar: nos calló el chahuixtle, ya valió madre
—dijo levantando los brazos como resignándose a ser capturado.
— No señor —grité— eso nunca, mira, nademos hacia la orilla opuesta, los perros no podrán ventearnos, podremos despistarlos.
— No Manuel inténtalo tú, yo no podría nadar esa distancia me ahogaría sin remedio, prefiero el fusilamiento.
—No te rindas, mira, allá adelante se angosta el río, allí puedes cruzar! ¡Carajo es tu libertad! —Dije eso y me dirigí hacia donde le había señalado la zona en que se hacía más angosto el caudal. José me siguió no muy convencido. Ya sin decir nada, me tiré a nadar hacia la otra orilla suponiendo que José me seguiría. Apenas había nadado unos metros cuando sentí corrientes que me arrastraba con tal fuerza que no podía orientar mi nado. Volteé a ver a mi camarada que en ese momento comenzó a nadar siguiendo mí ejemplo. (Solo pensé) Tendrá que hacer un gran esfuerzo para librarse de estas aguas alevosas; ¡pero que digo!, yo tengo que esforzarme al máximo, si no quiero terminar ahogado, o arrastrado por esta corriente que quien sabe a donde nos vaya a estrellar. Me concentré en nadar con toda la fuerza que me quedaba. Alzaba la cabeza de vez en cuando para ver la otra orilla, si conservaba el rumbo y cuanto había avanzado. Me daba la impresión de no moverme, empecé a desesperar, más por el hecho de aproximarme velozmente a una sección del río en donde se hacían aguas rápidas entre rocas. Mientras, en la orilla que dejamos atrás se presentaron los guardias con los perros que a pesar de que habíamos transitado dentro del agua para despistarlos nos habían encontrado. Volteé y alcance a verlos desmontar y echarse el fusil al hombro. Oí las primeras detonaciones y me concentre en mi esfuerzo por llegar a tierra, había nadado lo suficiente para estar fuera del alcance de vista de los guardias, el oleaje de las turbias aguas definitivamente me cubrió, entonces estos se concentraron en disparar a discreción al pobre de José. Yo seguía luchando con las fuertes corrientes que me arrastraban sin dejarme acercar a la orilla, pero en una de esas veces que levante la cabeza, pude ver unas raíces salidas hasta una distancia que me era posible alcanzar. Al llegar hasta ellas logré asirme, mis manos resbalaban y sentí como se herían pero ahí quedé firmemente sujeto; poco a poco fui jalándome hacia la orilla, hasta que salí arrastrando mi cuerpo y quedé tendido sobre la tierra firme, todavía me arrastre hasta ponerme a resguardo tras del enorme árbol de cuya raíz me había aferrado, desde ahí vi como José se empeñaba en llegar a nado pero las aguas inclementes lo arrastraban, pensé que no podría llegar a la raíz salvadora y entonces corrí hacia la jungla donde encontré lianas con las que regresé a la orilla para tratar de ayudarlo, pero donde supuse que estaría no lo vi, lo busque con la mirada por los rápidos y nada, esperé un tiempo razonable para ver si salía del agua en el caso de que se hubiera puesto a bucear, pero no, no salió, los guardias disparaban a discreción pero no se decidieron a cruzar el caudaloso río, que viéndolo bien era como suicidarse. El caudal arrastraba pesados troncos y animales muertos. De haberlo pensado, no me hubiera animado a nadar en esas aguas. Realmente fue una suerte el haber podido cruzar a nado. Estoy seguro que los guardias no alcanzaron a verme, deben haber pensado que José ya iba solo, porque a él le disparaban. José debe haber sucumbido en el río ahogado, o bien lo alcanzaron los disparos de los guardias que dejaron caer una verdadera lluvia de plomo. Pobre hombre, hasta aquí llegó, ahora tengo que seguir solo, pensar que fue él, quien propició la huida.
Bien cubierto por la maleza observe a los guardias dar la vuelta y retirarse dejando por hecho el haber terminado con los fugitivos.
— ¡Soy libre! ¡Logré burlarlos! —grité— Pero estoy solo —dije en voz baja.
Me senté sobre un tronco y respiré profundamente, quería recobrar bien el aliento y pensar con calma en mi situación, acomodar mis ideas y decidir que hacer. Dije que soy libre que logré burlarlos, pero, ¿en donde estoy?, se que estoy en la selva que este territorio es de la sierra de Puebla y que es muy extensa, no tengo ni la mínima idea para donde dirigirme, no puedo alejarme del río, aquí por lo menos puedo tomar agua, habrá que buscar que comer quizá pueda pescar algún pez, me pareció ver tortugas antes de las raíces a las que me afiancé. En fin, debo ponerme en acción, me incorporé ya más repuesto, comencé a caminar bordeando el río, camine observando la exuberante vegetación, estaba atardeciendo, el sol comenzaba a ocultarse, había dejado atrás los rápidos del río y ahora se presentaban aguas tranquilas donde se fotografiaban los árboles y el follaje de la orilla; en verdad un bello paisaje. Me detuve por un momento para apreciar el ocaso que se produjo maravillosamente y fue entonces cuando cobre conciencia de que realmente estaba en libertad. Después del ocaso se fue oscureciendo rápidamente y apenas con la salida de la luna que llegó al relevo pude ver lo que estaba a mi alrededor, seguía caminando, llegué hasta una desviación del río donde me sorprendió el cuerpo de mi camarada José bien sujeto a un pesado tronco. Fui hasta él, tome su pulso en la yugular, al detectar latidos lo tendí de espaldas en el piso y le di respiración de boca a boca, le apliqué masaje al corazón, lo hice repetidas veces hasta que en medio de carraspeos y tosidos reaccionó.
No daba crédito al milagro de haberlo vuelto a la vida, él me miraba abriendo muy grandes los ojos sin poder articular palabra todavía tosiendo y limpiando la garganta, así permaneció por un tiempo hasta que por fin pudo decir entre tosidos:
— ¿Que pasó?, ¿que ha pasado?, ¿dónde estamos?, ¿y los guardias? . . .
— Los hemos despistado, nos han dado por muertos y han regresado, pero dime, ¿tú estás bien, no estás herido?
— No, creo que no.
— Es que te dispararon a discreción, tanto que te di por muerto, pero la neta me da gusto que no te agujeraron, yo estaba seguro que te habían herido y es que te llovió plomo. Hierba mala nunca muere
recabrón.
José solo me miraba, permanecía callado, aturdido, tratando de reponerse totalmente, finalmente dijo: gracias Manuel me volviste a la vida de no ser por ti…
— Ni lo digas tú hubieras hecho lo mismo por mí, de hecho ya te debía una, ¿recuerdas? . . . cuando el guardia me iba a disparar a quemarropa tú le diste el machetazo que me salvo.
— Entonces digamos que estamos a mano. Ahora debemos descansar y amaneciendo nos ponemos en macha.
— ¿Y hacia donde?, ¿tienes alguna idea de que rumbo seguir? Yo pensaba ir en sentido contrario a donde se encuentra el reclusorio, alejarme lo más que se pueda de ahí, e ir pegado al río por aquello de la deshidratación.
— A, pues a mi me parece bien, así le hacemos, a ver donde salimos, bueno tratemos de dormir, mañana todo el día caminamos, debe de haber algún poblado cerca.
Amontoné hojas secas y me deje caer sobre ellas. Mientras José hacia lo propio, yo me quedé profundamente dormido, cosa natural después de un día tan agitado. Desperté al alba con el canto de los pájaros, me sentía bien y tenía un apetito voraz. ¿Pero que comer? . . . José despertaba—tendremos que llegarle a la pesca no hay de otra
—le dije mirando hacia el río.
— No tan rápido colega, mira. —dijo haciéndome una ademán para que volteara a ver algo que señaló.
— Una columna de humo, ¿que crees que pueda ser? . . .
— Vamos a averiguarlo. —Afirmó dirigiendo sus pasos de inmediato en dirección de la columna de humo, que se generaba en algún lugar cercano.
— Dejando la orilla del río, subimos un lomita internándonos en la selva, cosa que no me gustaba el clima era muy caliente y sudábamos todo el día, además los uniformes del reclusorio que portábamos son de gruesa lona lo cual contribuye a acalorarse más, pero, la temperatura bajaba considerablemente por las noches y entonces nos resguardaban del frío, así que no nos deshicimos de ellos. Seguimos caminando con dificultad entre la maleza hasta que pudimos ver un claro entre los árboles donde se encontraba una cabaña de cuya chimenea salía el humo que