Marzo
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En un laberinto de emociones Marzo, buscando bañarse en el mar, terminó bañándose en el río. Creía tener el contacto con seres de otra dimensión, sin saber que él estaba en la misma dimensión. Aprendió que la muerte es solo el final de una dimensión y el principio de otra, en María del Sol encontró el amor de su vida y la razón de vivir. La ambición de la riqueza material, la cambio por la riqueza espiritual. Sembró amor y prosperidad. En cualquiera de ellas, amar y vivir es la razón de la vida. Ayer fui... Hoy soy... Mañana seré... Es lo que le dejó escrito a su querido amigo Rodolfo.
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Marzo - Tomás Hernández M.
1
Río
En el verano de 1954, mi amigo Rodolfo y yo acordamos ir de viaje a Manzanillo. Muy temprano en la mañana nos paramos en la carretera, a la salida de Guadalajara, a pedir raite. Nunca habíamos pisado una playa y, llenos de entusiasmo, con nuestra mochila y ochenta pesos cada uno, empezamos nuestra aventura. En tres aventones llegamos de noche a la Ciudad Guzmán, nos fuimos a la estación del tren y nos subimos a un furgón destapado, pero el frío nos hizo bajar y nos subimos a otro furgón con puerta. En un rincón del furgón nos acurrucamos para calentarnos y tratar de dormir un poco. Al amanecer el tren se empezó a mover, esperamos un momento y, después, entreabrimos la puerta y, llenos de alegría, contemplamos el Volcán nevado de Colima y comprendimos el porqué de tanto frío. Horas después el tren se detuvo en un hermoso lugar lleno de árboles frutales y nos bajamos del tren a cortar fruta. Estábamos metiéndonos la fruta entre el cuerpo y la camisa, cuando el tren empezó a retroceder. Le grité a Rodolfo:
—¡Vámonos! ¡¡¡El tren se está moviendo!!!
Y Rodolfo me dijo:
—Esperemos que el tren termine de retroceder para cruzar la vía. —Cuando terminó de retroceder, corrimos a cruzar y esperamos el furgón en el que veníamos. Rodolfo se alcanzó a subir, pero yo no. Rodolfo me gritaba—: ¡Corre más rápido! —Y al ver que no podía y que el tren cada vez iba más aprisa, le pedí que me soltara y cuando me soltó mis piernas seguían corriendo. Sin poder parar fui a estrellarme en unos durmientes que se encontraban a un lado de la vía. Rodolfo al mirar lo que me pasó brincó del tren y corrió a ver como estaba, al darse cuenta de que no me pasó nada, riéndose, me dijo—:¡Pinche Marzo! ¡Qué güey eres! ¡Qué susto me sacaste güey! —Los dos nos reímos y nos sentamos en la vía a contemplar cómo se perdía el tren en la distancia. Después de un momento de silencio Rodolfo me preguntó—: ¿Ahora qué vamos a hacer?
—¿Cómo? ¿cómo que vamos a hacer? ¡A buscar la carretera!
No teníamos idea en donde estábamos, solo mirábamos un enorme barril de madera y un letrero que decía: San Salvador
y unos árboles silvestres llenos de diferentes frutas. Empezamos a caminar rumbo al oriente en busca de la carretera. Horas después divisamos un río y corrimos hacia él. Para seguir nuestro camino teníamos que cruzarlo y buscamos el lugar más angosto, porque el río era demasiado ancho. Rodolfo me preguntó:
—¿Sabes nadar?
—¡Sí! —le contesté.
—Entonces mira lo que vamos a hacer, vamos a juntar los fajos. Yo voy a nadar hacia las rocas de en medio, cuando este arriba de ellas te grito y tú te avientas. Cuando llegues, te agarras del fajo. ¿De acuerdo?
—¡Sí, de acuerdo! —le contesté.
Caminamos río arriba y Rodolfo se metió, poco a poco, y empezó a nadar. Con mucho esfuerzo se subió a una de las rocas y me gritó:
—¡Ya, aviéntate Marzo!
Y yo hice lo mismo que él, pero al llegar no alcancé el fajo y la corriente no me dejó agarrarme de las rocas que estaban todas enlamadas y me llevó. Yo me mantenía a flote nadando con el brazo derecho para alcanzar la orilla y fui a dar a un paredón lleno de yerbas que se arrancaban y no me detenían, todo el lodo me caía en la cara. Después empecé a escuchar el ruido de una cascada y, lleno de miedo, me alejé lo más que pude de la orilla. La corriente era tan rápida que en menos de un minuto ya estaba cayendo por la cascada de unos seis metros de alto y fui a dar al fondo del río. Por suerte no me lastimé y volví a flotar. Desesperado buscaba a Rodolfo, pero ya no lo volví a ver. Ya estaba tan cansado, pero seguía nadando con mi brazo derecho, tenía que llegar a la orilla para buscar a Rodolfo. Pero el cansancio me ganó, y solo podía, con mucho esfuerzo, mantenerme a flote. A mi lado empezó a pasar un tronco y, sin pensarlo, me agarré de él dando gracia a Dios y por fin pude descansar. Pero la corriente me seguía llevando cada vez más y más lejos de mi amigo Rodolfo. A lo lejos miré que el río entraba a una cueva muy alta y me llené de miedo, no sabía qué hacer, no me animaba a dejar el tronco, ya no tenía fuerzas para nadar, pensaba que si dejaba el tronco y no alcanzaba a llegar a la orilla el río me arrastraría hacia la cueva, pero sin el tronco. No me solté y, lleno de miedo, empecé a entrar a esa tenebrosa cueva.
2
El tronco
Me llené de valor, pensando que solo sería cuestión de tiempo y saldría de nuevo, y me dije, agarrado del tronco, voy a estar bien
y así, poco a poco, se fue acabando la luz y entré a una oscuridad,