La Casa de Playa
Por Alec Silva
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Dos amigos van a pasar unos días en una casa de playa. Pronto descubren que sólo uno puede entrar en la casa, mientras que el otro, impedido por una fuerza invisible, está obligado a dormir en la terraza.
Mientras intentan entender el misterio del lugar, las interrogantes y las incertidumbres mostrarán que la respuesta a la pregunta principal es más simple de lo que imaginan.
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La Casa de Playa - Alec Silva
La Casa de Playa
Alec
¿Por qué nos conocemos? ¿Porque el azar así lo quiso? Fue porque a través de la distancia, sin duda, como dos ríos que fluyen para unirse, nuestras inclinaciones particulares nos impulsaran el uno al otro.
Gustave Flaubert
1
––––––––
Ella tiró de mí con urgencia para que la acompañara a través del corredor hecho de tablas alineadas una tras otra en el suelo, separando la vegetación del único camino que daba acceso a la casa que pretendía mostrarme. Me sobresalté un poco, porque perdí de vista el horizonte, forzándome a superar la extraña sensación que sentía en mi estómago y mis ojos. Cambié rápidamente, dejando que mi amiga alejara de mis pensamientos cualquier rastro que pudiera perturbar nuestro paseo.
Estaba decidida, caminando a toda prisa, mientras yo aún me arrastraba por el ligero temblor de mis piernas. Si no fuera por el clima frío al que mi cuerpo se resistía a acostumbrarse, me habría recuperado rápidamente del vértigo y habría logrado un mejor rendimiento para seguir su ritmo. Y el sonido del mar no fue favorable para mí, causando que mi imaginación creara escenas de olas rompiendo violentamente en las rocas y cuerpos siendo arrojados sobre éstas, para ser tragados por el mar agitado. Pero aun así, mi guía estaba decidida a guiarme a través de la subida de maderas crujientes.
Me gustaba verla así, emocionada por algo. Sabía que había cosas que nublaban su humor, flotando sobre su cabeza, como las nubes grises esa mañana, y me dolía no poder ayudarla a esparcir todo eso; entonces, cuando un rayo de luz apareció en sus ojos marrones, cuando estaba naciendo una pequeña sonrisa, luché por mantenerla, aunque a veces no lograba el éxito deseado. Es por eso que no me importaba si me dolían las piernas, si mi miedo mórbido podía hacerme desmayar, si el fuerte viento me hacía temblar. Todo lo que me bastaba era ver a aquella por la cual tenía gran afecto en un estado de alegría.
Después de algunos segundos, pude finalmente caminar a su lado, a pesar de que el mareo y el dolor me incomodaran bastante. Le esbozo una sonrisa sincera cuando ella