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Distancia en el viento: Distancia en el Viento, libro 1, #1
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Distancia en el viento: Distancia en el Viento, libro 1, #1
Libro electrónico331 páginas4 horas

Distancia en el viento: Distancia en el Viento, libro 1, #1

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La vida es como el viento; variable e impredecible.  Cambia de dirección sin que tengas control de ello. De la misma forma, dos almas solitarias se encuentran bajo los cálidos rayos del sol que ilumina las playas de Niza; un caballero que ha llegado a terminar el ocaso de su vida sin sospechar que será el inicio de una aventura que lo llevará a vivir los momentos más intensos y profundos, superando los prejuicios de la moralidad para entregarse a una pasión prohibida y un apuesto joven con una vida arreglada según el convencionalismo de la época, sangrando en silencio por la soledad y descubriendo en aquel viaje, lo intenso y profundo de la vida a través del amor al cual entregará todo, sin imaginar los cambios que eso ocasionará a la seguridad de su mundo…

IdiomaEspañol
EditorialGE HERRERA
Fecha de lanzamiento3 jun 2019
ISBN9781393207016
Distancia en el viento: Distancia en el Viento, libro 1, #1

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    Distancia en el viento - GE HERRERA

    A mis padres,

    porque siempre me motivaron

    a seguir mis sueños.

    Agradecimientos

    ––––––––

    A mis hermanos

    Danny, Affy y en especial a mi Chichí, quien me alentó a concretar esta ilusión.

    A mis amigas

    Mariela, Denise, Catalina y Claudia, a todas ustedes mi especial agradecimiento por su apoyo, consejos, correcciones, guía, paciencia y, sobre todo, por su motivación.

    ¡Mil gracias!

    Índice

    Prólogo

    Capítulo uno

    Capítulo dos

    Capítulo tres

    Capítulo cuatro

    Capítulo cinco

    Capítulo seis

    Capítulo siete

    Capítulo ocho

    Capítulo nueve

    Capítulo diez

    Capítulo once

    Capítulo doce

    Capítulo trece

    Capítulo catorce

    Capítulo quince

    Capítulo dieciséis

    Capítulo diecisiete

    Capítulo dieciocho

    Capítulo diecinueve

    Capítulo veinte

    Capítulo veintiuno

    Capítulo veintidós

    Epílogo

    Prólogo

    Madrid, 1931

    El sol de la mañana y la suave brisa del norte peina los árboles que se esfuerzan por mudar a sus colores más vivos, haciendo que esparzan sus hojas y flores por aceras y calles.  Edificios de piedra de hasta cinco niveles se levantan a lo largo de la transitada avenida, con fachadas simétricas y ventanas de marcos en relieve de las cuales sobresalen pequeños balcones de hierro forjado.

    En los edificios de apartamentos es usual ver a señoras salir por ratos al balcón para distraerse de su rutinaria vida marital mientras encuentran el placer en el humo de los cigarrillos. Si no fuese por los frondosos árboles de los parques ubicados al centro de los bloques de las construcciones, la vista estaría teñida de colores ocres y grises.

    Una ráfaga de viento juega con un puñado de hojas que acaban de abandonar su hogar, haciéndolas danzar a su ritmo, casi seductor, a lo ancho de la avenida que ha quedado desierta. Es en verdad un espectáculo digno de apreciarse y quien lo hace es un caballero tras una de esas ventanas rectangulares de un segundo nivel, que mantiene la mirada fija en el vaivén de sus movimientos.  A juzgar por su aspecto, está entre los cincuenta años de edad. Su bigote, que en otro tiempo debió ser cobrizo, ostenta varias hebras plateadas al igual que su cabello lacio que cae con suavidad sobre su rostro, pálido como la luz del astro.  Sus ojos, grandes y ámbar, los ha desviado para fijarlos en el reloj de péndulo que cuelga sobre el muro del consultorio.

    El doctor se ha tardado más de lo esperado para darle los resultados de sus exámenes. Vuelve su vista hacia la ventana, encontrando, esta vez, las mismas hojas que antes danzaban con gracia, ser arrastradas con violencia por el viento a través de la avenida hasta desaparecer en el horizonte.  ¿Acaso la vida no es como esas hojas? O más que eso, es como el mismo viento: impredecible, cambiante, amable y cruel, verdaderamente cruel cuando quiere serlo.

    Sus pensamientos son interrumpidos al escuchar ingresar al doctor Herrera, su médico de cabecera, que muestra un semblante serio y de real consternación.  El aspecto fatigado de su rostro se transforma en curiosidad, ¿qué noticias le trae? Es evidente que los resultados no son lo esperado, sin embargo, en vez de preocuparse casi puede jurar sentir alivio.

    *****

    Inunda sus cansados pulmones con ese aire cargado de mar, llenándolos con su fragancia húmeda y melancólica.  Recuerda tantas anécdotas y momentos que vivió hace mucho en ese lugar.

    Ha pasado tiempo desde la primera vez que puso un pie sobre aquella hermosa y misteriosa playa; tanto, que le cuesta creer que terminará el ocaso de su vida en ella; un pensamiento que le parece dulce, hermoso y pacífico. 

    —Ya hemos llegado señor Albéniz, por favor aliste sus pertenencias, en unos minutos arribaremos.  Mi nombre es Emanuelle y soy el encargado de llevarlo al Gran Hotel de Niza; si gusta, puedo llenar los formularios que debe entregar al llegar a la estación —dice el camarero al acercarse al señor que se encuentra en la terraza pública del lujoso barco.

    Echa una mirada furtiva a la persona que acaba de llegar mientras se acaricia el bigote. Cierta opresión en su interior lo ha acompañado y se debe a que ha llegado a su destino final, al que ha elegido.  Se dirige sin pronunciar palabra hacia la baranda de madera, la cual toma con fuerza como si tuviese el impulso de adherirse a ella, ¿acaso siente temor por lo que le espera? Ve la playa acercarse más y más.  Sonríe. ¿A qué le teme? ¿Qué otra cosa sino la muerte y liberarse de su sufrimiento es ahora su destino? No hay mejor lugar que esa hermosa playa de aguas singulares y cristalinas que en ocasiones logra burlar la realidad y se muestran como uno solo con el firmamento. Vuelve a inhalar con profundidad hasta sentirse liberado de esa opresión.  Desliza sus dedos por el suave y liso tacto del madero obscuro sin perder de vista la playa.

    —Me parece bien, hágame el favor de llenarlo usted —indica con voz suave.

    —Como usted lo ordene.  ¿Nombre completo?

    —Iván Enrique Albéniz De Falla.

    —¿Fecha de nacimiento?

    —Dos de octubre de mil ochocientos ochenta y nueve.

    —¿Edad?

    —Cuarenta y dos años.

    —¿País de procedencia?

    —España.

    —¿Tiempo de estadía?

    —Tres o cuatro meses, no definido —responde, sacando el pasaporte del bolsillo, el cual entrega al joven camarero—. Con esto podrá completar el resto del papeleo.

    —Sí Señor, con esto es suficiente.

    *****

    Ha tenido varias semanas de paz desde que arribó al Gran Hotel de Niza, un lujoso complejo de arquitectura neoclásica, donde la crema y nata de la alta sociedad europea suelen pasar las vacaciones. La playa se dilata ante sus ojos, hermosa y brillante a la luz de la mañana.

    —Señor Albéniz aquí está su correo como lo ha solicitado —indica el administrador del hotel al detenerse a su lado, quien ha estado a cargo de atenderlo personalmente.

    —Gracias Esteban. 

    —¿Ha sido su estadía confortable? 

    —Muy confortable, las cosas no han cambiado, aún sigue siendo un lugar tranquilo y poco concurrido y el silencio es algo que realmente aprecio.

    —Nos sentimos afortunados de poder servir en todos estos años a una personalidad tan famosa de la música como lo es usted.  Sin embargo, debo advertirle que dentro de pocos días la afluencia de personas se incrementará de forma considerable, ya que inician las vacaciones de verano.

    —No me digas... ¿Y eso dentro de cuánto ocurrirá?

    —Tal vez en una semana.

    Hunde su mirada en la profundidad de la bóveda celeste. Esa noticia lo ha incomodado, pues lo único que llegó buscando en aquella playa fue el recuerdo de la serenidad y el silencio que tanta paz le ha traído.  Reprime un millar de preguntas y suspira.

    —Bueno, veremos qué nos espera...

    Los días transcurren entre caminatas por la playa, deliciosas comidas, tranquilas lecturas frente al mar y recorridos por la ciudad.  Sobre todo, le gusta caminar por el complejo hotelero para apreciar su diseño, pues otra de sus pasiones es la arquitectura.  Estudia cada detalle, en especial las galerías que se asoman a la fachada principal, con su calado de finas tracerías que da un aire veneciano al conjunto y, algunos otros elementos como las columnas exentas rematadas en caballos alados.  Sería maravilloso si realmente existiesen esas bestias mitológicas y majestuosas, una fantasía que ha tenido desde niño y que no lo ha abandonado del todo.  Imaginarse volar sobre una de ellas a lo largo del firmamento, sentirse envuelto por las nubes, acariciado por la luz del sol y fortalecido por la tenacidad del viento que los impulsa a ir más lejos; una visión perfecta de plena libertad. Sonríe ante tan absurdo y fantasioso anhelo.

    «Plena libertad...»

    Al poco tiempo ve llegar barcos provenientes de varios lugares.  Un despliegue de personas de la alta sociedad, luciendo sus mejores atuendos se ven por doquier.  Ha decidido abandonar las caminatas para evitar el contacto con otras personas, pues no desea ser reconocido.  Desde entonces pasa gran parte del tiempo sentado en una carpa a orillas del mar, escucha el réquiem de las olas.  En ocasiones se distrae observando a la concurrencia, sobre todo contempla a los niños que lo hacen olvidar momentáneamente los tristes recuerdos de su vida. 

    Una niña de unos cinco años juega cerca del caballero, que la contempla detenidamente, pues le recuerda a su hija Elena.  La pequeña corre por todas partes, brinca de un lado a otro mientras sostiene una muñeca.  Al pasar por su lado tropieza con un madero, cayendo a la arena para luego empezar a emitir un agudo llanto.  Iván llega en su auxilio, ayudándola a levantarse mientras acaricia sus cabellos para consolarla y en ese instante se traslada al pasado, cuando hacía lo mismo con su pequeña hija, regresando de golpe a la realidad.

    —Gracias —pronuncia la pequeña para luego correr hacia donde está familia.

    Un doloroso nudo se forma en su garganta, siente de pronto un intenso deseo de llorar y sacar a través de sus lágrimas toda la decepción, tristeza, soledad, rabia, impotencia y frustración que ha sentido por años.  Vuelve a su asiento, perdiéndose esta vez en el celaje rojizo del atardecer.  Las lágrimas empiezan a recorrer su fatigado rostro. De verdad está cansado de todo: de pensar, de ver, de escuchar, de sentir y más que todo, de respirar... pero pronto acabará. Da un hondo suspiro al cerrar sus ojos para concentrarse en el sonido de las olas del mar.  Sí, pronto todo acabará, se lo repite una y otra vez como un mantra que alivia su dolor.  Los abre de nuevo para abstraerse en el horizonte, una hermosa visión llena de colores cálidos, tan contrastantes con los de su propio corazón, el cual ha estado congelado desde hace muchísimo tiempo. 

    Alguien interrumpe su vista, pasa frente a él y lo saca del trance momentáneo en el que se encuentra.  Vuelve su mirada hacia la persona que ha llamado su atención, descubriendo a un hermoso joven de cabellos dorados y tez blanca, quien juega futbol con otro grupo de chicos. Se queda observando a esa persona que sobresale del resto, distinguiendo su voz en un idioma poco familiar para él: polaco. Al observarlo, este levanta la vista, cruzándose sus miradas por primera vez. 

    ¡Dominik! —lo llaman.

    Se congela el tiempo.  No comprende por qué no puede desviar sus ojos de esas destellantes y profundas gemas azules.  Por un instante, sus miradas se pierden una a la otra y justo ahí algo en él se rompe; algo que no es capaz de comprender y que le hará vivir los momentos más intensos que cambiarán su destino...

    Capítulo uno

    ––––––––

    Sabe que debe huir, es necesario hacerlo para retener la poca cordura que queda en él.  No puede quedarse un minuto más, debe proteger la ilusión de seguridad que le brinda su mundo, uno de bienestar, estabilidad y equilibrio a través de normas dictadas por la sociedad y la moral.  Ve de forma impotente cómo su moralidad convencional comienza a ceder bajo el empuje de una pasión prohibida, una que jamás consideró volvería a sentir y que absurdamente ha desarrollado en tan poco tiempo...  ¡No! aún puede retener esa bestia que intenta salir de su interior. Es en ese momento que dispone, con las pocas fuerzas que le quedan, empacar sus pertenencias y huir de una realidad que lo aterra. 

    Baja deprisa hacia la extensa área del vestíbulo que lo conduce a la recepción. Camina sobre los pisos que son espejos de mármol que reflejan las obras de arte colgadas en los muros. Ve a lo lejos al administrador atender a otras personas, por lo que decide esperar en una de las pequeñas salas del ambiente. Toca con impaciencia el terciopelo azul del sillón al sentir la tensión subirle a la cabeza. Necesita calmar su ansiedad, por lo que centra su mirada en las esbeltas columnas de mármol blanco que rodean el lugar, así como en la lujosa lámpara de gran araña de cristal que cuelga al centro del techo abobedado. Es en verdad una obra de arte cada detalle, cada esquina del hermoso hotel. Suspira. Los planes perfectos de terminar sus días ahí los ha hecho a un lado, pues es preciso partir. Vuelve su vista hacia la recepción, econtrándola esta vez desocupada.   

    —Señor Albéniz, ¿en qué podemos servirle?

    —Ha surgido algo inesperado y debo partir de inmediato.

    —Lo siento, pero es muy tarde para viajar.  No hay barcos disponibles a esta hora. Sugiero, si me permite, parta mañana a primera hora.

    —Está bien. Deseo cancelar mi estadía de una vez y agradeceré coordines el envío de mi equipaje a primera hora.

    —Será un gusto, lo haré personalmente.

    —Gracias Esteban.

    Atraviesa su dormitorio con suma lentitud, fija su mirada en el piso de madera color almendra que cruje con cada paso.  Finalmente se desploma sobre su cama, la ansiedad aún está presente y parece no tener intención de abandonarlo. Refunfuña al sentir la opresión en su pecho, acompañada por una punzante palpitación en su cabeza.  Ve de reojo el dormitorio de muros cubiertos por un tapiz verde olivo con motivos florales, los cuales rematan con el blanco del cielo raso. Un aroma de rosas inunda sus fosas nasales, proveniente del arreglo floral sobre la pequeña mesa de centro en la sala ubicada frente al ventanal con salida al balcón.  Se dirige hacia ella para abrir la puerta y salir un momento a la pequeña terraza. Contempla en silencio la obscuridad del exterior; imágenes fragmentadas de unos zafiros que lo acechan le taladran el cerebro. ¿Qué está ocurriendo con él? ¿Por qué no puede liberarse de su imagen? ¿Qué es esa opresión que lo castiga constantemente? ¿Qué es esa tristeza que lo inunda? Ingresa para desplomarse de nuevo sobre la cama, saca de una gaveta un frasco con pastillas y traga algunas. Espera haber tomado las suficientes para hacerlo dormir profundamente y liberarlo del tormento de seguir reflexionando sobre lo que ocurre en su interior.  Se mete entre las sábanas de seda sin siquiera haberse cambiado la ropa. No desea nada, solo que la noche termine y así estar lo más lejos de aquel lugar que le ha traído una inmensa angustia. Ve el reloj sobre una de las mesas de noche. Es la hora en que sirven la cena, seguramente todos ya se encuentran en el restaurante; todos y... Resopla con molestia, nuevamente está pensando en él. 

    No puede dormir.  Pasan las horas y no logra conciliar el sueño. Se niega a pensar, pero el torbellino de sus reflexiones continúa cuchicheando. Se sumerge en los recuerdos de sus logros, de su música, de su vida en general. Todo pasa a segundo plano cuando se imagina a Dominik, el Rubio, bañado por la luz del sol, con ese perfil perfecto, esa piel tersa y esa sonrisa que lo vuelve loco. Recuerda los momentos en que han intercambiado miradas, haciéndole sentir como una presa indefensa ante su aplastante presencia. No puede evitarlo, no puede quitarse de la mente la imagen del joven. Se ve junto a él, tirados en la arena uno al lado del otro, contemplando el azul del cielo, escuchando las olas del mar, las manos de ambos muy cerca, a punto de tocarse, de sentir la calidez... el corazón le late con fuerza solo de pensar en la sensación de tocar, de rozar siquiera la piel, el cabello, los labios de su anhelo... Las llamas del deseo empiezan a encenderse en su interior, calcinando la razón.  No puede pensar más, el racionalismo se esfuma y lo deja a merced de los instintos más bajos.  Imagina nuevamente al joven, esta vez tendido sobre la cama, en la penumbra, siendo iluminado únicamente su rostro por la tenue luz perlada que entra por la ventana. Se acerca a él despacio, se sienta a su lado mientras una de sus manos se desliza suavemente por el rostro del joven. Le acaricia con un dedo los labios mientras se concentra en la respiración suave y entrecortada que sale de su boca.  Paco a poco baja la mano hasta que desaparece entre las sombras, percibiendo a través del tacto el recorrido; atraviesa el cuello, el pecho agitado y terso del Rubio, se detiene para concentrarse en sentir los latidos de su corazón, baja aún más, llegando al ombligo alrededor del cual traza pequeños círculos, hasta que finalmente llega a su intimidad, la que toma con fuerza. Imaginar su tibio y vibrante tacto, lo hace estallar en una serie de sensaciones que lo llevan al orgasmo. Abre poco a poco los ojos.  La razón que lo había abandonado se hace de nuevo presente, haciéndole sentir vergüenza de sí mismo; es la primera vez que tiene un orgasmo pensando en un hombre.  Comienza a derramar lágrimas al verse expuesto ante tan desesperado y horrendo deseo.  Está confundido y asustado de sí mismo, ve con desconcierto cómo su estoica disciplina y su rigor moral se van consumiendo, convirtiéndole en un ser perturbado por una pasión absurda, atormentándose con recuerdos; recuerdos de su difunta familia, de los sermones de la iglesia, de su mismo pensamiento sobre moral. Ahoga su desesperación con la almohada.  Ya no sabe qué creer.

    «Sal de aquí» —se repite con insistencia, como una súplica mental dirigida al vacío de su existencia.

    *****

    Amanece y ya se encuentra en la recepción, dispuesto a partir.  Recuerda cómo antes de salir de su habitación vio su imagen reflejada en el espejo del ropero. Por alguna extraña razón se había puesto el traje blanco, recordando en el instante que era el mismo que vestía cuando conoció al polaco, por lo que decidió cambiarse cuanto antes y se lo entregó al botones para que lo llevase con el resto del equipaje.

    —Señor Albéniz, si gusta puede tomar el desayuno, lo hemos servido especialmente para usted —dice el administrador al terminar de sellar algunos recibos sobre el mostrador.

    Voltea hacia la entrada del comedor. Ve su reloj de bolsillo y nota que aún es temprano, tanto que apenas los rayos de la mañana comienzan a filtrarse por las amplias ventanas. Un rugido poco familiar sale de su estómago, se ruboriza al notar el semblante divertido que intenta ocultar el administrador.

    —Gracias Esteban, lo haré.

    Ya en el restaurante y a mitad de su merienda, ve por desgracia entrar a los polacos.  La sensación de alarma lo invade, un escalofrío le recorrer la espina dorsal. Sabe que Dominik, el polaco, tardará un poco más en bajar; sin embargo, no desea tentar a la suerte, por lo que se levanta de inmediato, deja el desayuno a medias y toma el portafolio para dirigirse rápidamente hacia la salida cuando por una mala jugada del destino, ve al Rubio entrar al restaurante, quien camina por el mismo pasillo alfombrado que él atraviesa.  Sus pupilas se posan en él de manera automática al tiempo que se pintan en ellas una expresión de alerta máxima. Un frío penetrante, el del miedo, lo clava en el sitio. ¿Por qué debe encontrarse con él? Justo cuando su voluntad y su resistencia son tan débiles. La percepción del tiempo cambia por completo.  Todo ocurre en cámara lenta; escucha los pasos del joven acercarse en su dirección, despacio, como un sentenciado a muerte escucha los pasos de su verdugo; no tiene el valor de levantar la mirada, únicamente la fija sobre la alfombra color carmesí del corredor.  Cuando están a punto de cruzarse, intenta por un fuerte impulso apresurarse y no darse oportunidad de verlo, sin embargo, el cuerpo ya no le responde; ha tomado el control y ahora es independiente de su razón.  En ese instante y contra su voluntad, levanta el rostro para ver al joven, quien a su vez se detiene frente a él y le ofrece una sonrisa y una mirada penetrante. Esos hermosos destellos azules atraviesan todo su ser, como una espada al toro en la estocada final. Dominik se ve titubeante, como si deseara decir algo, pero no lo hace, solo se limita a verlo. Iván, sin más fuerzas que las necesarias para mover los pies, huye, camina con lentitud hacia la salida y al atravesarla ve de soslayo cómo se aleja el hermoso ángel y en ese momento lo acepta; acepta que está total y perdidamente enamorado del joven de cabellos rubios. 

    En la estación y con el boleto en mano, ve por última vez la ciudad de la que ha estado eternamente enamorado y en la que conoció una pasión que jamás consideró volvería a sentir.  Se despide con un doloroso suspiro que llega a lo más hondo de su ser, se siente miserable, como si renunciase al sentimiento más bello que la vida le está ofreciendo para escoger la dolorosa muerte de su misma alma. Intenta eludir semejantes reflexiones al sacudir la cabeza, como poniéndose en guardia contra sus propios sentimientos. Toma con fuerza el portafolio en un afán de darse valor, mientras camina con determinación hacia el ingreso del barco. Está a punto de abordarlo cuando ve a Esteban bajar de una balsa a toda prisa para dirigirse hacia él.

    —¡Señor Albéniz! me alegro que lo haya alcanzado a tiempo.  Siento muchísimo informarle que por una terrible equivocación, su equipaje fue facturado hacia otra ciudad —expresa el administrador con voz agitada.

    —¿Qué dices? ¿No tendré mi equipaje cuando llegue?

    —No sabe lo apenado que me siento, ha sido mi error.  Nosotros correremos con los gastos del retorno y envío de su equipaje. 

    —¿Dentro de cuánto tiempo estaría llegando?

    —No menos de una semana. Lo lamento mucho.

    Se queda por un momento en silencio, siente un calor surgir de sus entrañas. ¿Qué significa eso? No puede dar crédito a lo que escucha, simplemente no puede creer que la vida le esté dando una excusa, una última oportunidad de regresar y entregarse por completo a su destino. Desvía su rostro al ver la imagen del Rubio acaparar por completo su mente.  Suena el claxon, la última llamada para abordar.  Es su oportunidad de escapar, intenta escuchar su voz interior, pero algo dentro de él la ha asfixiado. Suelta lentamente la baranda de la rampa de ingreso al barco, se siente aliviado al contemplarla alejarse.  Esboza una sonrisa amplia y serena al sentirse liberado del peso de sus propios prejuicios.  Lo intentó con todas sus fuerzas, pero ahora no luchará más por aferrarse a la seguridad que le brinda su pequeño mundo dominado por la razón.

    —No partiré sin mi equipaje.

    —Lo siento mucho señor Albéniz.  Nosotros le proporcionaremos lo necesario mientras retorna su equipaje.

    —No es necesario Esteban, solo encárgate que regrese cuanto antes.

    —Sí señor Albéniz, necesitaremos nos brinde de nuevo su dirección.

    —Creo que pospondré mi viaje por más tiempo, te la daré cuando parta.

    —Como usted guste.

    El balanceo del bote no evita que se ponga de pie.  Intenta mantener el equilibrio al ver que se acercan a la playa, su corazón late con más fuerza al vislumbrar el hotel donde sabe, se encuentra su gran ilusión.  Sonríe sinceramente al aspirar con profundidad el rocío salado del aire.  Se siente rejuvenecido y lleno de euforia.

    De regreso vuelve a registrarse, pide, esta vez, un dormitorio ubicado en el segundo nivel, donde sabe se hospeda la familia polaca. Al entrar a su nueva habitación la ve de reojo, siendo igual a la anterior, con la única diferencia que el color dominante es el celeste en vez del verde olivo.  Se deja caer sobre la cama para tocar el tapiz celeste acolchado de la cabecera. Sonríe al ver la imagen del Rubio aparecer en su mente. Ríe con más fuerza al sentir el rubor recorrerle las mejillas.  Le cuesta creer lo que está experimentando; volver a sentir un revoloteo en el estómago, ser consciente que, con la sola imagen del joven en su mente, el corazón late con fuerza.  Quiere verlo. La brisa del norte entra por el ventanal, haciendo ondear las cortinas que lo invitan a salir. Se levanta de un brinco para salir y absorber el aire en amplia aspiración al vislumbrar la playa.  Su corazón estalla de felicidad al ver la silueta del joven a lo lejos. No desea nada más, le basta con solo verlo. Alza el brazo en señal de saludo no solo a él, quien está muy distante para distinguirlo, sino a la vida misma, permitiéndose disfrutar por un instante más

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