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Cómo orquestar una comedia: Los recursos más serios para crear los gags, monólogos y narraciones cómicas más desternillantes
Cómo orquestar una comedia: Los recursos más serios para crear los gags, monólogos y narraciones cómicas más desternillantes
Cómo orquestar una comedia: Los recursos más serios para crear los gags, monólogos y narraciones cómicas más desternillantes
Libro electrónico313 páginas4 horas

Cómo orquestar una comedia: Los recursos más serios para crear los gags, monólogos y narraciones cómicas más desternillantes

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Cómo orquestar una comedia es un libro eminentemente práctico que, con mucho humor —no podía ser de otra manera—, ofrece al lector todos los recursos imprescindibles para escribir una comedia de forma eficaz. Para John Vorhaus hay determinados instrumentos esenciales en la creación cómica, y a cada uno de ellos dedica capítulos especiales como «El choque de contextos», «La tensión y la liberación», «La ley de los opuestos cómicos» y «La respuesta salvajemente inadecuada». Ya se trate de un gag, una tira cómica, un monólogo, una comedia televisiva, un guión cinematográfico o cualquier creación que busque la comicidad, el autor considera que el miedo al fracaso es el más feroz enemigo a batir, ya que, como él afirma, «cualquiera puede ser gracioso aun sin serlo». Este libro atiende, además, al aspecto estructural de la narración por lo que resulta de inapreciable valor para todo autor, guionista o creador de cualquier tipo de ficción narrativa más allá de su carácter humorístico.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento12 sept 2017
ISBN9788490653753
Cómo orquestar una comedia: Los recursos más serios para crear los gags, monólogos y narraciones cómicas más desternillantes
Autor

John Vorhaus

John Vorhaus imparte cursos de perfeccionamiento en la redacción de guiones en UCLA, en el <em>American Film Institute</em> y en la <em>Australian Film, Televisión and Radio School</em>. Colabora también como articulista de humor en <em>Los Angeles Times</em> y otras publicaciones. Además de <em>Cómo orquestar una comedia</em>, ha publicado <em>Creativity Rules</em>. Vorhaus ha sido guionista en series televisivas como <em>Head of the Class</em>, <em>The Sentinel</em>, <em>The Flash</em>, <em>Matrimonio con hijos</em>, y <em>Aquellos maravillosos años</em>, entre otras.

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    Cómo orquestar una comedia - Jessica Lockhart

    Para Maxx, quien dice que la hago reír

    Agradecimientos

    Si diera las gracias a todas las personas que se lo merecen, los agradecimientos serían más extensos que el libro. Así que gracias a Al y Louise, Nancy y Jim, que tal vez titubearan pero nunca dudaron. Gracias a Bill por mantenerme en el camino y a Scott por no dejarme soltar el anzuelo. Gracias a Cliff, que asistió al nacimiento de Cómo orquestar una comedia. Gracias también a Linda y Barbara del Programa de Perfeccionamiento para Escritores de la Universidad del Sur de California. Finalmente quisiera dar las gracias a todos mis alumnos, de quienes tanto he aprendido.

    ¡Prefacio!

    ¿Eres tú uno entre los tristes

    que no sabe contar un mal chiste,

    incapaz de escribir una escena

    porque no estás en vena?

    ¿Estás convencido de estar maldito, de estar solo

    y condenado a vagar sin pizca de humor del todo?

    Anímate pues, que se ha escrito un libro,

    el volumen que te hará de «cicerón» en tu camino,

    que te extraerá de tus abismos.

    Voilà! Cómo orquestar una comedia, de John Vorhaus,

    un manual que te apartará de los chala’os,

    un completo conjunto de normas básicas

    para el arte de las mentes lógicas.

    Aprenderás a matar a ese satán,

    al editor de tu alma, a ese patán.

    Y una vez liberado de tu jaula personal,

    de ti depende hacerlo bien o hacerlo mal.

    Serás libre de poder elegir la palabra

    que separa al maestro del macarra.

    Así que si quieres pulir tu arte cómico

    y ser un profesional óptimo,

    aprovecha este libro para orquestar el humor,

    vuélvete bromista y payaso, hazme el favor,

    y sé de los que se levantan bolígrafo en mano

    para ofrecer alegría y risas a sus hermanos.

    PETER BERGMAN

    Teatro Firesign, Los Ángeles, 1994

    Introducción

    Hay un libro escrito por William Strunk y E. B. White que se titula Los elementos del estilo. Cuando lo leímos en el instituto, mis amigos y yo siempre lo llamábamos Los elefantes del estilo, y puedes estar seguro de que en aquel entonces lo considerábamos casi lo último en chistes. Pero entonces también pensábamos que beber un montón de sidra Boone’s Farm y acabar vomitando en el jardín del vecino era una buena idea, así que puedes sacar tus propias conclusiones. En cualquier caso, Los elementos del estilo fue un libro seminal: ofrecía una gran cantidad de información muy útil sobre el lenguaje y la redacción (e incluso, de una manera personal y ligera, sobre la vida) en un reducido número de páginas. Para ser un texto de gramática era, y sigue siendo, una lectura sorprendentemente buena. Lo recomiendo.

    Strunk y White defendían mucho las reglas y no tenían miedo de adoptar una postura. Por ejemplo, odiaban la voz pasiva e insistían en que hacer uso de ella producía una redacción de mala calidad. Dado que yo era joven e impresionable, cuando leí su libro convertí esa regla en propia. Durante la mayor parte de mi carrera he purgado religiosamente la voz pasiva de mis obras.

    Hasta que un día descubrí lo divertido que resultaba escribir en la voz pasiva. Sabía que estaba mal hecho, Bill y E. B. ya me habían dicho que estaba mal. Pero no me pude controlar. Las palabras se desbordaban llenando el papel:

    La sala fue pisada por un hombre dotado de unos rasgos fuertes y atractivos. La mujer fue acogida por él. La cama fue ocupada por ella. Entonces la cama fue ocupada por él. La ropa fue despojada de los dos. El sexo fue practicado. El clímax fue alcanzado. Más tarde unos cigarrillos fueron fumados. De pronto, la puerta fue abierta por el marido de la mujer por quien la cama estaba ocupada. Una pistola estaba apuntada por él. Algunos improperios fueron proferidos y palabras airadas fueron intercambiadas. Los celos fueron sentidos por el hombre por quien el arma era portada. El disparo del arma fue llevado a cabo por él. El silbido de balas tuvo lugar. El impacto fue sentido por los cuerpos. El suelo fue golpeado por los cuerpos. En aquel instante remordimientos fueron sentidos por el hombre por quien el arma era portada. El arma fue vuelta contra sí mismo.

    Y el resto, como se suele decir, es cosa de forenses.

    Había sido tan esclavo y devoto de las llamadas reglas de la buena redacción que se me había escapado una fuente de verdadera diversión literaria, o de un chiste, si no daba para más. En ciega obediencia a las normas se me olvidó divertirme. Y, desde luego, si no te diviertes escribiendo o pintando o dibujando o interpretando o construyendo figuritas con globos o haciendo en realidad cualquier esfuerzo creativo, ¿para qué te molestas?

    Así que quiero dejar algo muy claro desde el principio: la primera norma es que no hay normas. Pero hay que tomarse todo esto con unos diáfanos y suavísimos guantes de seda. Mis instrumentos son mis instrumentos, diseñados para mi propia conveniencia. Si te resultan útiles, adelante, úsalos. Pero, por supuesto, no son un evangelio, ni siquiera un conjunto de elementos de estilo.

    Por otro lado estoy convencido de que las reglas no limitan, definen. La creatividad consiste en resolver problemas. Cuantas más reglas (útiles) tengamos y cuanto más rigurosos seamos en su aplicación, más claramente comprenderemos el problema que estamos intentando resolver y mejor será su resolución. Por ejemplo, si te quedas sin batería en el coche la regla a seguir es conectar los cables de carga negativa a tierra y los de positiva a positiva. Si conectas la terminal positiva de una batería a la negativa de la otra acabarás con una batería (y posiblemente la cara) achicharrada.

    Así que, mientras curioseas en esta cosa llamada Cómo orquestar una comedia, finge aceptar la útil ficción de que todo lo que incluye merece por lo menos tu consideración. Si pruebas sus instrumentos y no te parecen fáciles de aplicar, no lo dudes, recházalos. Si lo haces es probable que inventes algunos nuevos propios. Y serán mejores para ti porque serán los tuyos, concebidos por ti en tu propio idioma. Pero debes probarlos todos.

    Y prueba en particular los ejercicios.

    Algunos tal vez te parezcan difíciles o irrelevantes para tu trabajo o simplemente idiotas. No importa, pruébalos, aunque sea para demostrarte que son verdaderamente una idiotez. Más adelante me emplearé a fondo para convencerte de que no se va a evaluar el trabajo que hagas, que no se te va a juzgar en ningún sentido, ni siquiera tú mismo. Pero sacarás mucho más de este material si lo pones en práctica cuando aún lo tienes fresco en la cabeza. Escribe en los márgenes si prefieres o redacta tus respuestas en ficheros informáticos de autodestrucción programada si eso te va a dejar más tranquilo. Pero prueba los ejercicios. De este libro sólo sacarás lo que inviertas. En otras palabras, cuanto más inviertas más ganarás.

    Hace algunos años impartí un curso titulado «Escribir desde la perspectiva de un extraño». Como ejercicio para casa pedí a mis alumnos lo siguiente: «Salid a hacer algo nuevo, algo que nunca hayáis hecho antes». Algunos pagaron la comida de un desconocido, otros robaron libros de la biblioteca, otros se hicieron los mudos, otros se negaron a hacer los deberes, lo que no habían hecho jamás en ninguna otra de sus clases. Algunos fueron arrestados. Era ese tipo de ejercicio.

    Y descubrimos algo muy interesante. El mero hecho de hacer lo inesperado provocaba un momento divertido tras otro. Esa revelación nos llevó a un nuevo curso titulado «Cómo orquestar una comedia», que a su vez acabó convirtiéndose en este libro. Así que mientras lo lees párate con frecuencia a preguntarte cómo puedes devolver la frescura y la novedad a tu proceso creativo. No te estoy hablando de lo que escribas, dibujes o pintes, sino del sistema con el que das vida a tu material. Rompe con los viejos hábitos, incluso con los que funcionen. Escribe en la cama. Pinta en el parque. Dibuja caricaturas en las paredes. Sorpréndete a ti mismo; cuanto más lo hagas más gracioso o graciosa serás. Y aunque sólo sea eso, por lo menos tendrás la experiencia de haber hecho algo nuevo y lo nuevo casi siempre merece la pena aunque sólo sea por la propia novedad.

    Quiero hacer una aclaración sobre un tema antes de seguir avanzando: en este libro hablo mucho sobre el protagonista y el personaje, y sobre el guionista y el lector o el espectador. Muchas veces hablo en masculino, pero está claro que generalizo y me refiero tanto a ellos como a ellas. El lenguaje siempre va por detrás del cambio social y en castellano y en inglés todavía no resulta sencillo mantener una conversación que sea neutral en cuestión de género al aplicar los pronombres de tercera persona. Tal vez Strunk y White lo pudieran resolver, pero yo sólo he conseguido una solución parcial. Gracias por comprenderlo.

    La filosofía oriental describe la creatividad como «llevar cubos al río». El río siempre está ahí, pero a veces los cubos no cumplen su función. Entre otras muchas cosas, este libro trata de enseñar a fabricar mejores cubos. Algunos funcionan bien y espero que te suceda a ti lo mismo.

    Sidney, Australia

    Abril de 1994

    1         La comedia es verdad y es dolor

    A los doce años me enamoré de Leslie Parker. Era muy guapa y lista, con el pelo rubio y flequillo y una sonrisa que hacía que me sudara hasta el corazón. Durante todo el séptimo curso, tanto en el comedor como en la clase de música, en las primeras fiestas mixtas de mi melancólica adolescencia, suspiraba por aquella niña como sólo puede suspirar un lunático hormonalmente rabioso en el umbral de un amor platónico. Daba pena.

    Hasta que un día, durante la clase de matemáticas, mientras treinta sudorosos jóvenes con pantalones de campana y camisetas con la frase «Deja que cuelgue» analizaban los imponderables del número pi, Leslie Parker mencionó de pasada que ella y su familia se iban a trasladar. Mi mundo estalló como una estrella negra. La amputación de una celebrada parte de mi cuerpo no me podría haber dolido tanto. Levanté el brazo a toda prisa.

    El profesor, el señor Desjardins, me ignoró. Eso lo hacía con frecuencia porque, creo recordar, siempre le estaba planteando preguntas fastidiosas como: «¿Cuál es la raíz cuadrada de menos uno?» y «¿Por qué no podemos dividir entre cero?».

    Transcurrieron diez minutos y la increíble revelación de Leslie Parker se desvaneció de la mente de todo el mundo menos de la mía. Por fin, justo antes de que sonara la campana, el señor Desjardins hizo un gesto desganado en mi dirección. Me puse en pie. Patéticamente y con un balido del todo inapropiado gemí: «Leslie, ¿adónde te trasladas y por qué?». Lo cual, por supuesto, significaba: «¡No me dejes!».

    Se produjo un silencio repentino e inesperado, porque había cometido el pecado mortal del séptimo curso. En un ejemplo clásico de inoportunismo había revelado mis sentimientos. Un minuto después toda la clase estalló en carcajadas. Incluso el señor Desjardins, el sádico, apagó una risa en el puño de la camisa. Aquel momento lo tengo grabado en la memoria como ácido en una placa fotográfica y es el momento más doloroso y humillante de toda mi vida hasta entonces. (¿Fue el peor momento de tu vida? Oh, hasta entonces. Después vino el fiasco de la ducha mixta en la universidad.) Y nunca olvidaré al señor Desjardins diciendo, mientras las risas de mis compañeros me inundaban los oídos y Leslie Parker me miraba como si me quisiera asesinar poco a poco: «No se están riendo de usted, señor Vorhaus. Se están riendo con usted».

    Obviamente estaba mintiendo. Se estaban riendo de mí. Todos aquellos monstruitos estaban disfrutando macabramente con mi vergüenza. ¿Y por qué? Porque sabían, dentro de sus inseguros corazones prepúberes, que aunque en esa ocasión era yo quien había entrado en un campo minado podía haber sido cualquiera de ellos. Y por eso, en un único instante desolador y mortificante, descubrí una de las normas fundamentales del humor, aunque tardé muchos años (y muchas, muchas sesiones de terapia) en reconocerla como tal:

    LA COMEDIA ES VERDAD Y ES DOLOR.

    Lo repetiré para aquellos ojeadores de librería que sólo echan un vistazo a este ejemplar para ver si es de su gusto: la comedia es verdad y es dolor.

    Al ponerme en evidencia ante Leslie Parker experimenté la verdad del amor y el dolor del amor perdido.

    Cuando un payaso recibe un pastel en la cara vemos verdad y vemos dolor. Sentimos pena por el pobre payaso, todo cubierto de nata, pero también nos damos cuenta de que podía habernos pasado a nosotros, un poco como si dijéramos: caer en gracia es una desgracia.

    Los chistes sobre vendedores y viajantes reflejan verdad y dolor. La verdad es que el vendedor quiere algo y el dolor es que nunca lo consigue. De hecho, casi todos los chistes verdes se basan en una verdad y un dolor, porque el sexo es una experiencia desgarradora que todos compartimos (con la posible excepción de un tal Willard McGarvey, que era incluso más patético que yo en séptimo y que creció hasta convertirse en un monje benedictino. Me pregunto si Willard estará leyendo este libro. Hola, Willard).

    La verdad es que las relaciones entre los sexos son problemáticas. El dolor es que tenemos que enfrentarnos a esos problemas si queremos conseguir las recompensas. Piensa en el siguiente chiste:

    Adán le dice a Dios: «Dios, ¿por qué hiciste a las mujeres tan blandas?», y Dios le contesta: «Para que te gustaran». Adán le pregunta: «Dios, ¿por qué hiciste a las mujeres tan cálidas y suaves?», y Dios le responde: «Para que te gustaran». Adán le dice a Dios: «Pero Dios, ¿por qué las hiciste tan tontas?», y Dios le contesta: «Para que te gustaran».

    El chiste ataca por igual las actitudes de los hombres y de las mujeres. Hace que los hombres queden mal y hace que las mujeres queden mal, pero, detrás de todo eso, hay una experiencia común compartida: todos somos humanos, todos tenemos género y todos estamos en esta ridícula ensalada juntos. Ésa es la verdad, es dolorosa y es lo que le da vida al chiste.

    En un episodio clásico de Yo amo a Lucy, Lucille Ball consigue un trabajo en una fábrica de caramelos donde la cinta transportadora de pronto empieza a ir cada vez más rápida, dejando a la pobre Lucy desesperada intentando meterse todos los caramelos en la boca e intentando ir más deprisa que la cinta. ¿Cuál es ahí la verdad? Que las situaciones se nos pueden ir de las manos. ¿Y el dolor? Que pagamos por nuestros errores.

    Incluso las tarjetas de felicitación se pueden resumir en términos de verdad y de dolor. «Seguro que piensas que esta tarjeta es demasiado pequeña para ser un regalo», dice la portada de la tarjeta. ¿Y su interior? «Pues tienes razón.» Ésa es la verdad (soy un rata) y ése es el dolor (así que tú sales perdiendo).

    Mi abuelo solía contarme este chiste:

    Hay un grupo de hombres que están de pie junto a las puertas del cielo esperando para entrar. Se acerca San Pedro y dice: «Todos los hombres que durante su vida hayan sido dominados por sus esposas que se acerquen al muro de la izquierda. Todos aquellos que no hayan sido dominados por sus esposas durante su vida que se acerquen al de la derecha». Todos los hombres se dirigen al muro de la izquierda excepto un pequeño y tímido anciano que camina hasta el de la derecha. San Pedro se acerca a él y le dice: «Todos esos otros hombres se han acercado al muro de la izquierda, ¿cómo es que tú te has acercado al de la derecha?». Y el hombrecillo responde: «Porque mi mujer me dijo que lo hiciera».

    Dolor y verdad. La verdad es que a algunos hombres a veces los dominan sus mujeres y el dolor es que algunos hombres a veces se dejan dominar de por vida.

    Este chiste incluye otra cosa y es el miedo a la muerte. Algunos filósofos defienden que toda experiencia humana se reduce al miedo a la muerte, por lo que incluso comprar una tarjeta de felicitación barata en lugar de un regalo de cumpleaños se relaciona de alguna manera con la mortalidad. Tal vez sea así. No lo sé. Este libro no trata de unas posibilidades tan profundas. Si fuera así se titularía Cómo orquestar mi yo filosófico. Sin embargo, la verdad es que la muerte, como el sexo, resultan fundamentales para la experiencia humana. ¿Es entonces sorprendente que hagamos tantos chistes sobre la verdad y el dolor de la muerte?

    Un hombre muere y va al infierno. Satanás le dice que le va a enseñar tres habitaciones y que la que elija será su hogar durante toda la eternidad. En la primera hay miles de personas gritando por la agonía de unas interminables llamas ardientes. El hombre pide ver la segunda habitación. En ella hay miles de personas a quienes se les están arrancando las extremidades una a una con horribles instrumentos de tortura. Pide ver la tercera. En la tercera habitación hay miles de personas sentadas tomándose un café rodeadas hasta las rodillas por las turbias aguas de las letrinas. «Me quedo con esta habitación», dice el hombre. En ese momento Satanás grita a la multitud: «Muy bien. Se acabó la pausa para el café. Os quiero a todos haciendo el pino».

    ¿La verdad? Tal vez haya un infierno. ¿El dolor? Tal vez sea un infierno.

    Un hombre se cae por un acantilado. Mientras cae se le oye murmurar: «Por ahora bien».

    La verdad y el dolor: a veces somos víctimas del destino.

    La religión es una experiencia que nos llega a todos de manera similar porque intenta con todas sus fuerzas explicar esos otros fundamentos humanos: el sexo y la muerte. Los chistes que ridiculizan las figuras y las situaciones religiosas lo hacen exponiendo la verdad y el dolor de la experiencia religiosa: queremos creer, sólo que no estamos seguros de hacerlo.

    ¿Qué tienes si cruzas un testigo de Jehová con un agnóstico?

    A alguien que llama a tu puerta sin ningún motivo aparente.

    La verdad es que algunas personas luchan por la fe. El dolor es que no todo el mundo llega a ella. A propósito, quienes no «entienden» un chiste o se ofenden por él a menudo es porque no sienten la «verdad» presentada por la broma. A un testigo de Jehová no le parecerá gracioso este chiste porque él tiene fe y por ello no compra la supuesta verdad que le intenta vender el chiste.

    No pretendo demostrar si Dios existe o no ni cuál es el valor de la fe. Mis creencias o las tuyas no tienen nada que ver con esto. Lo que hace que algo resulte gracioso son las creencias generales del público que oye un chiste. La religión, el sexo y la muerte son temas abonados para el humor porque tocan algunas creencias muy sólidamente arraigadas.

    Pero las cosas no tienen por qué ser así. También podemos encontrar la verdad y el dolor en acontecimientos poco

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