Verdadero y falso
Por David Mamet
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Verdadero y falso es una granada de mano en forma de libro, diseñada para dinamitar el teatro pretencioso y deshonesto que se practica hoy en día. Sunday Times
Publicado en 1998 por primera vez, Verdadero y falso se ha convertido en un título de referencia para el actor y el creador actuales, que a menudo, se encuentran atrapados entre su propio oficio y el negocio del espectáculo. Este libro se dirige al actor de una forma tan sincera como irreverente, Arremete contra las vacas sagradas de la interpretación -especialmente contra los valedores del método Stanislavski y los agentes del negocio teatral- y propone en cambio nuevas formas de valorar y acercarse a un personaje, de trabajar un texto, de enfocar los ensayos y las audiciones y de sobrevivir, con la máxima cordura, en el negocio de la interpretación conservando y protegiendo tanto la dignidad personal como el compromiso actoral.
Mamet apela al coraje que requiere mostrarse en escena como acto en sí, sin añadidos, y disecciona, con su mordacidad habitual, las razones por las que un actor no debe asistir ni a escuelas ni a cursos de interpretación. Desbancando los lugares comunes, proporciona a la vez una valiosa orientación para que el actor pueda sacar lo mejor de su oficio.
David Mamet
David Mamet nació en Chicago en 1948, en el seno de una acomodadada familia judía. Estudió en el Goddard College de Vermont y en la escuela de teatro Neighborhood Playhouse de Nueva York. Fundó la Atlantic Theater Company, que gestiona dos teatros en el off-Broadway y una escuela de arte dramático cuyo método, denominado «estética práctica» fue desarrollado en colaboración con William H. Macy. Como dramaturgo, destacan sus obras American Buffalo (1975), Edmond (1982), Glengarry Glen Ross (1984), que ganó el Premio Pulizer, y Oleanna (1992). Su primer guión para el cine fue el de El cartero siempre llama dos veces (1981), al que seguirían, entre otros, los de Veredicto final(1982), Los intocables de Elliot Ness (1987) y ;Cortina de humo (1997). Con Casa de juegos (1987), debutó en la dirección; otras películas suyas son Las cosas cambian (1988), Oleanna (1994), El caso Winslow (1999), State and Main (2000) y Spartan (2004). Entre su obra teórica cabe mencionar Verdadero y falso y Bambi contra Gozilla, ambos publicados por Alba.
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Comentarios para Verdadero y falso
4 clasificaciones1 comentario
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5realmente graciass, espectacular para todos los actres del mundo¡¡¡¡¡¡¡¡ graciassssssss
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Verdadero y falso - David Mamet
Al actor
Mis amigos más allegados, mis compañeros más íntimos, siempre han sido actores. Mi querida esposa es actriz. Mi extensa familia consta de los actores con los que he crecido, trabajado, vivido y con los que he envejecido. He formado parte, durante muchos años, de varias compañías de teatro, todas ellas en un estado más saludable, casi parecido a una perfecta comunidad, que cualquier otro grupo de los que he conocido.
Quería ser actor, pero al parecer mis afectos no iban por ese camino. Aprendí a escribir y dirigir para poder continuar en el mundo del teatro y en compañía de ese tipo de gente.
Estudié interpretación en varias escuelas, y entendía poca cosa de lo que nos decían. Yo y los otros estudiantes nos dábamos cuenta, lo sé, de que el propósito de la instrucción estaba claro (llevar inmediatez a la interpretación), pero me parece que ninguno de nosotros entendía, ni la práctica revelaba, de qué manera los ejercicios que nos hacían hacer en la escuela nos iban a permitir conquistar ese propósito.
Como maestro, director y dramaturgo he trabajado, al igual que hacían mis maestros, para comunicar mi visión a los actores. He tenido la fortuna de disponer de mucho tiempo para hacerlo, casi treinta años, y que mis puntos de vista han sido aprendidos y dirigidos hacia la interpretación en el escenario delante de un público que había comprado su entrada.
Eso es actuar, representar una obra delante del público. El resto sólo son ejercicios. Y me he dado cuenta de que la vida en la academia, en el instituto, en las escuelas, aunque sea encantadora y confortable, está tan alejada de la vida (y del trabajo) del actor como el aerobic lo está del boxeo.
Este libro es para los actores. Contiene, así lo espero, un poco de sentido común, y unos cuantos principios básicos. Espero que os pueda ayudar a apreciar, entender y practicar el más sugestivo y valioso de los esfuerzos.
Algunos pensamientos
Como actores, la mayor parte del tiempo nos sentimos mareados, desorientados, culpables. Estamos perdidos y nos da vergüenza; estamos desorientados porque no sabemos qué hacer y tenemos demasiada información, y nada de eso sirve para actuar; y nos sentimos culpables porque sabemos que no estamos haciendo nuestro trabajo. Nos parece que no hemos aprendido nuestro oficio lo suficientemente bien; nos parece que los otros conocen su oficio pero que nosotros hemos fracasado. Las cosas que nos salen bien parecen fruto de la casualidad: «Si aquel agente se hubiera fijado en mí», «Si aquel productor hubiera venido la noche del martes, que estuve bien, en lugar de venir la noche del miércoles, que estuve fatal», «Si el texto me permitiera hacer más de eso y menos de aquello», «Si el público hubiera estado mejor», «Si no hubiéramos empezado cinco minutos tarde y no hubiera perdido la concentración».
Sentimos envidia de aquellos que tienen «suerte», de aquellos que, aparentemente, tienen «técnica», como si nosotros no tuviéramos; pensamos que lo que han conseguido está basado en la «suerte». Así que invertimos más en una «técnica basada en la suerte», y eso se transforma, de hecho, en una superstición, una inversión en timidez, en introversión. Centramos nuestra atención hacia adentro porque la introversión nos libera de la necesidad horrible de vivir en un mundo teatral para el que no estamos preparados en absoluto. Y así dedicamos nuestra «técnica» cada vez más al desarrollo de un tipo de catatonia: la memoria sensorial. La sustitución. La memoria emocional. La «cuarta pared». La creación de «historias» auxiliares que son tan difíciles de «interpretar» como el texto pero sin otro mérito que el de ser exclusivamente sobre nosotros mismos.
El «Método» de Stanislavski y la técnica de las escuelas derivadas de él son absurdos. No es una técnica con la que practicando se pueda desarrollar un oficio, es un culto. Los requerimientos orgánicos hechos al actor son mucho más convincentes y los desempeños potenciales del actor, mucho más importantes; la vida y el trabajo, si se me permite decirlo, son mucho más heroicos que cualquier cosa prescrita o prevista por ese o cualquier otro «método» de interpretación.
Actuar no es una profesión honorable. Los actores acostumbran a estar enterrados en un cruce de caminos con una estaca clavada en el corazón. La gente de teatro incomoda a los espectadores que tienen miedo de sus fantasmas. Es una profesión que inspira respeto.
Los actores no emocionan al público porque hayan sido admitidos en una universidad, o hayan recibido una crítica halagadora, sino porque el público, ante su interpretación, teme por su alma. Y a eso es a lo que me parece que tendríamos que aspirar.
Aquí tenéis algunos pensamientos al respecto.
El venerable antepasado
Stanislavski fue esencialmente un amateur. Era miembro de una familia de comerciantes muy rica y llegó al teatro como un hombre rico. No quiero infravalorar su fervor ni sus logros, sólo informo de sus antecedentes.
El cantante ambulante, el bailarín de music hall, el saltimbanqui hacen teatro para ganarse la vida. Como eso depende directamente del favor del público, estudian para obtener ese favor. Aquellos que, en una frase quizá demasiada usada, han «salido de la calle» tienen poco interés en su interpretación, a menos que tenga relación con su habilidad para complacer al público. Así es, según mi opinión, como tiene que ser.
No creo que el médico, el músico, el bailarín o el pintor luchen primero para conseguir un «estado» y sólo entonces dirijan sus esfuerzos al exterior. Creo que los practicantes de esos trabajos ponen su atención en los requerimientos legítimos de su profesión y de sus clientes; y yo, como cliente, paciente, miembro del público, no espero que esos profesionales me mareen con la historia de su vida.
El actor está en el escenario para comunicar la obra al público. Ése es el principio y el final de su trabajo. Para hacerlo el actor necesita una voz potente, una buena dicción, un cuerpo dúctil y bien proporcionado y una comprensión somera de la obra.
El actor no necesita «convertirse» en el personaje. De hecho, esa frase no significa nada. No hay personaje. Sólo hay unas frases en una hoja. Hay unas líneas de diálogo que deben ser dichas por el actor. Cuando sencillamente las dice, en un intento de conseguir el objetivo más o menos sugerido por el autor, el público se hace la ilusión de estar viendo a un personaje sobre el escenario.
Para crear esa ilusión, el actor no tiene que experimentar nada de nada. No tiene necesidad de «sentir», como el mago no tiene necesidad de armarse de poderes sobrenaturales. El mago crea una ilusión en el público. Eso es lo que hace el actor.
Eisenstein escribió que el auténtico poder de las películas proviene de la síntesis en la mente del espectador del fotograma A y del fotograma B: por ejemplo, en el fotograma A, una tetera silba; en el fotograma B, una joven levanta la cabeza del escritorio. El espectador interpreta la idea de «un descanso para renovar las fuerzas». Si el fotograma A es un juez vestido de negro con un sobre en la mano, y el juez lo abre y se aclara la garganta, y el fotograma B es el mismo de antes (una mujer levanta la cabeza del escritorio), el público creará la idea de que ésta se dispone a «escuchar el