El Milagro
Por Claravictoria
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Este libro comenzo hace muchos anos, con poemas e historias abandonadas en gavetas y estantes, olvidados al paso del tiempo, sin pensar nunca en publicarlos. Un hecho importante le dio forma y figura a esta historia, de no haber sucedido este hecho, al cual me refiero como "El Milagro", jamas se hubiera convertido en un libro, y todos estos cuentos y poemas, se hubieran quedado para siempre escondidos en el recuerdo silencioso de unos terribles y otros hermosos anos de mi vida.
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El Milagro - Claravictoria
El jardín encantado
Ya el sol cansado de tanto andar por la celeste llanura se retiraba, suavemente allá lejos en el horizonte. En la playa a esa hora serena y tranquila, el murmullo de las olas se dejaba oír, casi en silencio y a lo lejos una figura solitaria comenzó a acercarse, allí donde el mar y la tierra se bañan de espuma cada noche oscura. Despacio la niña caminaba, sin apuro se acercó lo suficiente para que las olas que rompían en la arena mojaran sus pies descalzos.
Margarita suspiró y un escalofrío recorrió su pequeño cuerpo febril, nada mejor que esta noche callada para refrescar la blanca frente ardiente, algunas guedejas de pelo negro se enredaron en sus ojos y las apartó con gesto cansado. Solo 14 años contaba Margarita, unos pocos años que ya sabían de la amargura del abandono, del trabajo forzado y humillante, de golpes sin razón, de injusticia sin freno y de todo aquel abuso que un niño abandonado conoce tan bien.
Allí estaba la niña, sola en la inmensa pradera azul entre el cielo y el mar. Al morir su madre, cuando ella solo contaba 2 años de edad, todo su mundo infantil se derrumbó de golpe, de su padre nunca supo y si alguna vez se atrevió a preguntar mejor no lo hiciera, pues la respuesta soez y brutal no era apta para su corta edad. Familiares más o menos allegados o alejados se encargaron a disgusto de mal alimentar su cuerpo y de herir su alma. En estos momentos la tía de turno, una de las peores, la recogió, pues tres pequeñas fierecillas necesitaban de más trabajo del que ella estaba dispuesta a soportar, así que Margarita allí se encontraba, sirviendo a la tía, con dolor de su alma se le prohibió ir a la escuela: ¿Quién me va a pagar por los libros y los uniformes?
, le grito enfurecida tía Oddet, cuando un día la niña vio a sus tres primos salir orondos y planchados el primer día de clases. Además, ya tú no necesitas ir a la escuela, para lavar y limpiar mi casa, con lo que sabes es más que suficiente
. Y así termino el tema escolar para Margarita.
Desde aquel día, meses de trabajo agotador, golpes sin razón, y sobras en la mesa donde nunca se le permitió sentarse, habían ido mellando una salud de por sí mal atendida. Esta noche especial Margarita ardía en fiebre, mientras la brisa nocturna angustiada en su ir y venir, trataba sin lograrlo de refrescar aquella frente ardiente, envolviéndola ligeramente en su fresco manto.
Se detuvo, un acceso de tos la dejó sin respiración por un momento. Vestía un ligero camisón (nunca supo de quién, ni cuál había sido su color original), que el aire de la noche hacía revolotear incansablemente a su alrededor y no era ni con mucho suficiente para cubrir su delgado cuerpo. No podía más, aprovechando que los parientes se habían ido de fiesta, salió sin rumbo definido, la casa de su tía, una hermosa mansión a la orilla del mar. Siempre fue una tentación prohibida para ella, la arena blanca y el mar azul, pero esta noche, ¡esta noche!, Margarita estaba sola, y nadie sabría de su desobediencia.
Mientras caminaba, el agua fresca de la orilla, mojaba sus pies descalzos, poco a poco un sentimiento de paz fue inundando su pequeño corazón infantil, por un momento pensó en su madre, más que una visión cierta, una sensación cálida y amorosa la envolvió, y una tímida sonrisa se dibujó en sus labios, nada recordaba de aquella que le diera la vida, solo esa dulce sensación de amor, no sabía cómo ni por qué.
Se sintió cansada y débil y se sentó a la orilla del mar, mirando sin ver, las mil y una lucesitas que a lo lejos se destacaban en la distancia, eran pequeños barquichuelos que alborotaban el mar siempre tan sereno, muy cerca saltó un pez dentro del agua, Margarita rio sobresaltada. La brisa que poco antes la rodeara se había retirado frustrada sin lograr su objetivo, y el mar en todo su esplendor se extendía a sus pies como un manto azul y magnifico, salpicado por el reflejo de las estrellas que en un cielo increíblemente claro y despejado colgaban descuidadamente, se sintió mejor.
No muchas veces tenía la oportunidad de disfrutar de una noche tranquila, y esta era para ella su noche especial, de nuevo un suspiro brotó de su pecho y añoró por un momento aquello que la mayoría de los niños tienen, sin darle el valor de lo perdido. Sin embargo, algo faltaba en el pequeño mundo que rodeaba a Margarita en estos momentos, un mundo lleno de vida, ¿y por qué no de muerte? En la intensa escala de la supervivencia, caracoles aquí y allá se disputaban ferozmente un pequeño espacio territorial sin darse cuenta de la inmensidad que los rodeaba, y aquel cangrejo siempre asustado sin motivo, asomaba temeroso un par de ojitos azorados desde su cueva de cristal y arena. Todo estaba en su lugar en esta noche serena, pero algo faltaba.
La niña recogió los