Cuentos Habbaassi I
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Trató de escuchar, pero no llegó a comprender lo que decía pues eran cosas sin sentido aparentemente, se acercó hacia ella y la preguntó.
―Muchacha, ¿qué dices?, ¿con quién hablas?
La joven que no se había dado cuenta de la proximidad del anciano y que estaba plácidamente tumbada se sobresaltó por aquella interrupción. Tras comprobar que no había nadie más a su alrededor, le contestó con cierto desaire.
―No hablo con nadie, solo expreso mis pensamientos en voz alta, eso me ayuda a ordenarlos y a saber qué hacer.
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Cuentos Habbaassi I - Juan Moisés De La Serna
LA GARGANTA
Un anciano iba andando por la ladera de un río, cuando vio a una muchacha que estaba tumbada sobre la hierba, hablando a solas en voz alta.
Trató de escuchar, pero no llegó a comprender lo que decía pues eran cosas sin sentido aparentemente, se acercó hacia ella y la preguntó.
―Muchacha, ¿qué dices?, ¿con quién hablas?
La joven que no se había dado cuenta de la proximidad del anciano y que estaba plácidamente tumbada se sobresaltó por aquella interrupción. Tras comprobar que no había nadie más a su alrededor, le contestó con cierto desaire.
―No hablo con nadie, solo expreso mis pensamientos en voz alta, eso me ayuda a ordenarlos y a saber qué hacer.
―Existen otras formas ―puntualizó el anciano sorprendido de su comentario― pero veo que tienes la tuya. Por favor, indícame por dónde debo dirigirme para llegar a un pueblo que está situado entre gargantas.
La chica cambió su semblante, quedándose casi blanca. Se levantó de un sobresalto con la respiración agitada e intentó preguntarme tan nerviosa que casi no le salían las palabras.
―¿Para qué quieres ir a ese pueblo?, ¿no sabes que está prohibida la entrada en él?
El anciano extrañado de la reacción y el tono que había empleado la joven dudó a la hora de responder y al final afirmó.
―Sólo tengo que ir. Por favor, indícame el camino.
La joven se separó dando unos pasos hacia atrás, como queriendo escapar y salir corriendo sin responder.
Lo que era un hermoso lugar de descanso para ella, se había convertido en un mundo colapsado por un repentino torbellino de recuerdos y vivencias, que la exaltaban y ponían aún más nerviosa.
Él dándose cuenta de la congoja que había provocado a la muchacha decidió seguir su camino sin insistir más, pues parecía que de todas formas no iba a recibir respuesta. Así amablemente se despidió de ella y continuó su camino, esperando que con ello aquella bella dama pudiese recuperar esa paz y sosiego que irradiaba antes de que él llegase.
La chica se quedó traspuesta, sin saber qué hacer ni a dónde ir, centrada en sus vivencias, viendo cómo se alejaba el extranjero sin siquiera devolverle el saludo de despedida.
Por una parte quería avisar al anciano de todo lo que sabía de aquel lugar al que se dirigía y de por qué estaba prohibido acercarse a aquellas tierras. Un lugar que nunca debió de existir y que ningún mapa recogía desde hace tiempo.
Por otra, deseaba salir corriendo a su pueblo para dar a conocer la llegada del extraño y la dirección que quería seguir, por si sus vecinos querían adoptar algún tipo de medida al respecto.
Pero ella seguía inmóvil mientras veía alejarse al anciano a paso pausado, ayudado de su cayado en su arduo caminar.
Cuando ya había caído la tarde y el viento comenzaba a enfriar, volvió en sí. Empezó a parpadear de nuevo y girándose miró por todas partes a su alrededor.
Lo único que vio era aquel hermoso paraje al que acudía para pasar largas horas tumbada al lado del río, mientras se deleitaba contemplando las flores que crecían a su vera.
Todos aquellos pesares que la habían estado atormentando durante el tiempo que estuvo de pie e inmóvil se aplacaron. Su cuerpo dejó de estar tenso, sintiéndose liberada, como si la hubiesen quitado un peso de encima y sus pensamientos volvieron a fluir por su mente.
Ya tenía claro lo que debía de hacer, decirle al anciano todo lo que sabía y que fuese él quien decidiese con esa información si quería continuar hacia su destino o no. Pero ahora, el anciano había desaparecido en el horizonte y no quedaba ni rastro de él.
Ella exhausta por la tensión acumulada del momento, se dejó caer lentamente sobre la hierba, hasta que se tumbó. Una vez allí empezó a rememorar la visita del extranjero y los pensamientos que éste le había provocado al mencionar aquel innombrable lugar.
Empezó a imaginar la suerte que habría corrido el anciano y que lo habría podido evitar si le hubiese informado a tiempo. También caviló sobre lo sucedido, si hubiese ido corriendo hasta su pueblo a dar la voz de alarma entre sus vecinos, alertándoles de las intenciones del caminante.
Todo esto lo pensó mientras volvía a estar plácidamente echada sobre la suave hierba al lado del río, con las flores danzando al son de la brisa, mientras que las nubes del cielo cambiaban su tonalidad a medida que el sol avanzaba hacia su ocaso.
El anciano por su parte había seguido su camino sin darle más importancia a la reacción de la muchacha, pues tampoco había sacado nada en claro al respecto.
Una chica muy impresionable
pensó para sí mientras había continuado andando siguiendo el curso del río.
Éste poco a poco se fue estrechando, con márgenes cada vez más empedrados. Los cantos rodados de mayor tamaño habían ido sustituyendo a las laderas recubiertas de césped.
Pasando del verdor del paisaje, salpicado por multitud de flores de distintos tipos y tamaños, como si de pinceladas caprichosas de color se tratasen, a un