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¡Selah!
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Libro electrónico126 páginas1 hora

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El orgullo egipcio haba sufrido un duro golpe, cuando las mujeres egipcias obsequiaron a las mujeres israelitas sus joyas y dems tesoros ornamentales, sin siquiera poderse dar una explicacin de su tonto proceder. Sintieron un deseo incontrolable de obsequiarlas con esos tesoros, antes de la salida del despreciado pueblo de Israel de esas tierras de Egipto. Y, a esa gente que vean hacia abajo, que despreciaban, a esas que les servan como sirvientas, a las que hacan tradicionalmente todo el trabajo sucio, inferior, les dieron sin ms sus posesiones ms preciadas.
Esa orgullosa mujer egipcia no comprenda porque las obsequiaba. No saba que Dios haba dispuesto que Israel los despojara en aquella madrugada que marc el principio de su xodo, y sin ms, extraadas, obedecan a ese impulso loco de su corazn, entregndoselas.
SELAH es usado en este libro como expresin de detente, y reflexiona. Como ese impulso por reflexionar que seguramente asalt a algunas de esas mujeres egipcias al estar ante la experiencia que narr arriba. Y ese SELAH es, tambin, el que quiero provocar en ti, gentil lector, conforme vayas leyendo los distintos captulos de este libro. Detente, y reflexiona.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento4 abr 2013
ISBN9781463350482
¡Selah!
Autor

Dr. Ernesto Müdespacher Martens

Ernesto Müdespacher Martens es Médico Veterinario Zootecnista por la Universidad Nacional Autónoma de México, y fundador, pastor y ahora miembro de la Iglesia Bíblica Bautista Elim, en la ciudad de Querétaro, Oro. , México. Ha participado en varios ministerios evangelísticos durante su vida, en áreas donde la gente absorbe ávidamente la palabra de Dios, como en los Centros de Readaptación Social (cárceles), así como en los grupos de Alcohólicos Anónimos. Después de sufrir un infarto al miocardio, sintiendo que Dios le había concedido, como al rey Ezequías (Isaías 32), algún tiempo adicional de vida, se ha entregado especialmente a escribir libros que alaben al Señor.

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    ¡Selah! - Dr. Ernesto Müdespacher Martens

    CAPÍTULO UNO

    EL AGUIJÓN

    La impaciencia

    Cuando la abeja pica, le cuesta la vida. Su aguijón tiene una espícula que se abre como ancla, al tratar de ser extraída. Sintiéndose atrapada, la abejita intenta más fuertemente liberarse, pero, como su aguijón está unido a su sistema digestivo, sus desesperados intentos por escapar solamente logran eviscerarla. Su piquete le cuesta la vida.

    Como veremos más adelante, a nosotros nos sucede frecuentemente lo mismo que a ese insecto, al dejarnos llevar por la impaciencia. La paciencia es la virtud del que sabe esperar, así como del que sabe escuchar. Su sinonimia es sufrido, y no es por azar que ésta sea una característica del amor, tal como se lee en 1 Corintios 13: 4, 7.

    Dialogar es compartir nuestro punto de vista, como parte de un intercambio generoso de ideas en el aerópago caballeroso del razonamiento. Escuchando a otros ampliamos nuestra propia cultura, nuestra apreciación de las cosas. Es exteriorizar nuestras ideas, por el gusto de compartirlas, si, pero también por sopesarlas, por retarlas con otro punto de vista, y exponerlas a críticas, determinando así si se sostienen, si tienen fundamento y validez. Es ésta esgrima verbal donde frecuentemente depuramos nuestro razonamiento, donde nos damos cuenta que había que pulirlo o, de plano, que corregir el rumbo.

    Dialogar no es tiranizar. La diferencia entre la democracia y la dictadura es que en la primera se escucha, en secuela respetuosa y mesurada, una variedad de voces e ideas. En la segunda, una sola voz se deja oír, habiendo ésta ahogado a las demás por efecto del poder, del miedo y, frecuentemente, de la sangre. Al ver el aprendiz de tirano que no avanza en su objetivo, va perdiendo el control. Los esfuerzos por esgrimir razonamientos van tornándose más remotos, hasta que llega a un estado de desesperación que rompe en ironía, en ira, frecuentemente con denuestos. Hay hombres cuyas palabras son como golpes de espada; mas la lengua de los sabios es medicina (Proverbios 12: 18)

    La impaciencia tiene varias manifestaciones. Caemos en un estado de impaciencia, cuando conversamos con una persona que no piensa igual que nosotros. Normalmente comenzamos la conversación en forma de diálogo, buscando razonamientos que convenzan a nuestro interlocutor. Nos interesa llevarlo a nuestro campo, hacerlo nuestro apoyador, conseguir un aliado más, sin tomar en cuenta que la finalidad del diálogo no es necesariamente convencer. Ello, el convencer como único y vital objetivo, tiene mucho que ver con el avasallamiento, palabra que viene de vasallaje, vasallo, es decir, esclavo.

    El diccionario define la paciencia como aquella virtud que tiene el que sabe esperar con resignación las cosas que tardan, el que sabe soportar los males sin quejarse. Usa como sinónimo Sufrido, que es una de las características del amor, según San Pablo.

    Impaciencia es en lo que caemos cuando no podemos soportar el hablar con una persona que tarda en darnos una respuesta; cuando nos desesperamos al ver cuánto tarda en arreglarse nuestro cónyuge; pero asimismo, cuando preferimos no entablar conversación con una persona que sabemos que es o tartamuda o lenta de mente; cuando le sacamos la vuelta, en una reunión, a una persona de quien tenemos la impresión que no tiene nuestra estatura intelectual o social; cuando buscamos situarnos en el grupito donde están los nuestros, los que saben de altas finanzas, de negocios brillantes, de viajes, de gastar dinero e ir a fiestas shick, huyendo del grueso de gentes opacas, aburridas, de menor brillo intelectual o social que nosotros.

    Impaciencia es ese estado de intemperancia, de enojo, reprimido o no, que nos hace terminar rápidamente la entrevista con ese ser inferior. Y dicha impaciencia puede manifestarse de diversas formas, dependiendo del grado de educación, así como de autocontrol, que hayamos logrado.

    Cuando aún no nos hemos percatado que somos impacientes, normalmente lo que hacemos es darnos la vuelta, dejando a la persona que nos fastidia con la palabra en la boca, con un palmo de narices. A veces, cuando hemos comenzado a educarnos en ese sentido, nos podemos sorprender demostrándole a la persona con un lenguaje corporal, no expresado, nuestra insatisfacción, o nuestra franca irritación. Este lenguaje corporal puede consistir en una expresión de fastidio, o de enojo; o en estar volteando constantemente a otro lado, tal vez buscando algo más retador para nuestra preclara inteligencia, o quizá llamando a alguien para que venga a rescatarnos del mal rato; frecuentemente se le hace ver al pobre interlocutor el fastidio que nos provoca, mediante el grosero bostezo. O cualquiera otra de las cientos de manifestaciones que usamos para decir: basta ya. No me interesas.

    Inicié éste artículo diciendo que la impaciencia nos produce lo que a la abeja el piquete.

    Un piquete de abeja trae, como reacción refleja inmediata, el manotazo que aplasta al insecto. Como en ese caso, claramente, el interlocutor que se siente agredido por cualesquiera de las formas de impaciencia, reacciona atacando, por defenderse. La reacción menos violenta que puede presentarse es una discusión acalorada. Lo más común es que la persona así agredida mantenga una sensación abrasiva, quemante, de cólera impotente, con el deseo de cobrársela a la primera oportunidad. El mal espíritu que se demuestra para con los otros, esa ofensa que mayormente tiene que tragarse la contraparte, puede dañar al interlocutor, aunque generalmente la gente resuelve esa tensión criticando acremente al soberbio, haciendo mofa de él en los círculos cercanos a la persona ofendida, y evitándolo.

    Un piquete de abeja deja en nuestras mentes un mensaje de precaución, un aprendizaje de causa efecto que hace que nos apartemos de esos insectos que nos pueden dañar. Es muy triste, por decir lo menos, dejar una cauda de resentidos a nuestro paso. Empero, el que resulta dañado a largo plazo es el grosero e impaciente ser superior. Porque ofender por impaciencia a la gente puede traer un alivio momentáneo, pero como boomerang retornará al punto de partida, aumentando el fastidio. La impaciencia con los demás solo crea impaciencia con el que la originó. El daño no es solo el social, al quedar su imagen deteriorada por su forma de ser.

    Un piquete de abeja eviscera al insecto, e igual pasa con el impaciente. Internamente, el impaciente ofensor va percatándose de que algo muy grave se está desarrollando en su interior, algo que le obliga a ser intemperante con los demás, que hace que la gente le impaciente. Algo que le está marginando de otros seres humanos, que le está deteriorando, lenta pero seguramente, su calidad humana. Intuye que cual es el pensamiento en su corazón, tal es el hombre (Proverbios 23: 7), y emerge de éste autoanálisis más desconcertado y triste cada vez, al darse cuenta de cómo se va ganando la enemistad de mas gente cada vez, y produciendo un aislamiento paulatino, desconcertante y entristecedor.

    ¿Qué es lo que provoca en el hombre el actuar con tal insensatez? ¿Qué lleva a esa impaciencia? ¿Me he detenido a pensar que el impulso de hacer o decir algo hiriente puede provenir de mi propio sentido de soberbia, o de una oculta culpabilidad, y que estalla descargándose contra otros?

    De la abundancia del corazón habla la boca. ¿Será que hemos permitido que se acumule tal cantidad de ponzoña, de soberbia, en nuestros corazones, que la boca, reflejando ese estado de enfermedad, vomita los sumos de esa podredumbre? Ciertamente, y en primer lugar, la persona que permite que la impaciencia le domine está demostrando una pésima educación. Asimismo, intemperancia, es decir, falta de moderación para tratar a sus congéneres. Pero, y sobre todo, está demostrando una triste enfermedad del alma: una gran dosis de soberbia, porque la impaciencia nace de la obstinación al querer siempre imponernos a los demás, al querer imponer nuestro punto de vista, nuestros juicios, nuestro tiempo, nuestro poder. Porque la obstinación, el querer tener siempre la razón, nace justamente de ahí, de la soberbia. Y la soberbia fue, precisamente, el pecado de Satanás, aquel que le hizo levantarse contra su Creador, el que le hizo pensar que podía contender con Dios por Su posición celestial. (Isaías 14: 13, 14). Dios, el inmenso Creador de todo, visible e invisible, enorme o microscópico, hizo también a Luzbel, a ese ángel, a ese querubín. Lo hizo grande, y bello por sobre los demás. Dice la Biblia sobre éste personaje, que fue creado como el sello de la perfección, lleno de sabiduría y acabado de hermosura. En Edén, en el huerto de Dios estuviste; de toda piedra preciosa era tu vestidura; de cornalina, topacio, jaspe, crisolito, berilo y ónice; de zafiro, carbunclo, esmeralda y oro; los primores de tus tamboriles y flautas estuvieron preparados para ti en el día de tu creación.

    Tú, querubín grande, protector, Yo te puse en el santo monte de Dios, allí estuviste; en medio de las piedras de fuego te paseabas. Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad.

    Y continúa después narrando cómo se ensoberbeció, y trató de contender con el mismo Dios por Su trono y poder. A Satanás no le gusta que se hable sobre su creación. Quiere hacer creer a la gente que el es eterno, que no tuvo principio, ni tendrá final. Pero la realidad es otra muy diferente. Lucero, o Luzbel, fue creado por Dios Todopoderoso. Y Él mismo, Dios, lo expulsó de los cielos. Mantiene poder y control sobre éste imitador. Y tiene su final previsto: Satanás, el engañador de los hermanos, quien también se llama la serpiente antigua, o el padre de mentira, terminará sus días

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