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Entre atardeceres
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Libro electrónico427 páginas6 horas

Entre atardeceres

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Información de este libro electrónico

¿Qué pasa si te digo que los polos más opuestos son los que más se atraen?
¿Que sus vidas están llenas de secretos, mentiras y ocultaciones?
¿Y si esto solo se trata de seguir un orden, de seguir y resolver unos pasos?
Acabas de entrar al caso y vamos a resolver el homicidio de misterios.
Escena del crimen e investigación:
Sus vidas estaban yendo de lo más normal. Todo era un hechizo. Una burbuja encantada de la cual no saldrían. Porque alguien se las había impuesto y estaban destinados a no salir de ellas. Vidas llenas de paz y tranquilidad. Sin problemas. Menuda tontería, ¿no? Todo parecía bien hasta que cometieron el crimen de investigar más allá de sus burbujas.
Interrogatorio de los sospechosos:
Ahora todo parece ser más real. La burbuja deja de existir y los problemas llegan para afrontarlos. Pero nada es tan fácil como parece. Muchos sospechosos empiezan aparecer y una montaña rusa de emociones pide un interrogatorio.
Se presenta el asesino ante la máxima autoridad:
Por fin, el final parece estar acercándose y el asesinato empieza salir a la luz. La autoridad nos engaña, nos mantiene ciegos, nos ocultan las verdades y ellos parece que cada vez han dejado más atrás esas burbujas de las que provenían y no podían salir. «No quiero perder parte de mí».
Solución del caso:
¿Será verdad que los polos opuestos pueden llegar a congeniar hasta el punto de ser el uno por el otro? ¿O solo serán algo efímero entre atardeceres?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 dic 2023
ISBN9788411818650
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    Entre atardeceres - Naiara Crespo Drets

    1500.jpg

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Naiara Crespo Drets

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: María V. García López

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Celia Jiménez

    ISBN: 978-84-1181-865-0

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    PRÓLOGO

    Hola, estoy muy emocionada de poder empezar con esta novela que tanto tiempo me ha costado poder ligar entre sí, para que ahora ustedes puedan leerla.

    Esta novela va para todas esas personas que alguna vez sintieron que necesitaban paz y tranquilidad en su mente y no sabían cómo encontrarla. Espero que mi novela, llena de lugares increíbles para imaginar, os ayude a poder desconectar.

    Porque como yo digo, cuando veo un atardecer bonito saco corriendo mi teléfono para hacerle una foto. No hay atardecer que no haga que entre en tranquilidad.

    Espero que disfrutéis mucho de esta novela y que os dejéis llevar por la imaginación.

    Kailani y Aleister (Kai and Ale)

    Llegan para darle vueltas a vuestros mundos.

    Porque dos personas muy distintas pueden llegar a unirse y crear recuerdos únicos gracias al poder de viajar, pero... ¿Y si esas dos personas nunca se unieron, por culpa de ser tan distintas?

    Adéntrate en esta novela y descubre si el poder tan fuerte de viajar, los une de verdad o solo se quedan con un lindo recuerdo de un viaje finalizado.

    Porque cada atardecer es una pieza de alma que te hace entrar en un trance de tranquilidad contigo mismo, porque un atardecer puede unir más de lo que nos esperamos.

    Entonces la miré a los ojos y sabía que ella ya no era la misma de ese día, debajo de la luz solar, debajo de los colores del cielo, debajo de ese atardecer. Sabía que algo era distinto. Que éramos distintos. Entonces comprendí que fue solo algo efímero entre atardeceres.

    —Kai... —dije entre susurros, mientras ella me miraba con esos ojos color miel que tanto me gustaban.

    —No te alejes de mí, no te esfumes como hacen los atardeceres. —Mi voz se entrecortó, no quería que todo fuese a quedarse en un recuerdo con colores del cielo.

    —Ale... Nunca seremos un atardecer —dijo con una voz temblorosa. Me quedé impaciente, no sabía a qué se refería y eso me estaba consumiendo.

    —Lo nuestro dura más que algo efímero, solo, no somos algo entre atardeceres...—dijo para luego unir sus labios a los míos en un beso cálido como los colores que se posaban en el cielo.

    ¿Eso quería decir que todo estaba bien o que nada estaba bien?

    CAPÍTULO 1

    KAILANI

    Los primeros rayos de sol se colaban por la ventana alcanzando mi cara, un calor intenso hizo que abriera los ojos y pudiera ver el hermoso día que hacía, se podían oír los cantos alegres de los pájaros y desde mi cama podía escuchar cómo las olas impactaban contra las piedras que sujetaban mi casa. ¡Era día de surf!

    Sin mucho más que cuestionarme, no como hacía cada mañana, antes de ir al instituto, me levanté para poder apreciar lo hermoso que se veía el mar, con los rayos de sol adentrándose en su interior. Era todo tan sereno que pude ver el mínimo detalle de ese mundo azul. Tanta vida hermosa que había en el mar y a mí me tocó vivir con humanos, suspiré y giré mi cabeza para verme en el espejo.

    No me culpen, es lo primero que hago cada mañana, ver mi rostro y aceptar que me veo hermosa o con cara de pocos amigos. Hoy, por suerte, no me veía tan mal o por lo menos me veía aceptable. Se podían notar mis claros ojos color miel, gracias a los pequeños rayos de sol que iluminaban mi cara.

    Me quedé entretenida en mi mundo, analizando cada una de mis facciones, mientras una paz mental se apoderaba de mí, gracias al oleaje de la marea. Pude parar a analizar lo bonito que se veía mi pelo con aquel moño mañanero mal hecho y tan pronto como el corazón late, mi tranquila mañana se derrumbó en una invasión de ruido.

    —¡Kailani! —Como es de esperar, mi madre, entró sin llamar la puerta—. Pensaba que seguirías roncando.—Refutó como si lo único que hiciese fuese dormir.

    —No sé qué es lo que quieres, pero hoy es día de surf —le advertí antes de que me mandara hacer la compra o cualquier cosa que pedían las madres cuando se sentían perezosas.

    Me miró con ilusión y alzó su mano a la altura de mi cara con una carta entre sus dedos.

    —Toma. —No espetó nada más, solo se quedó observando cómo cogía la carta y la abría.

    —¿Y...? —Su intriga hacía que me pusiera cada vez más nerviosa.

    Saqué la carta de dentro del sobre y la admiré.

    —No me lo puedo creer, mamá. —Sentía la adrenalina correr por mis venas—, ¡ESTOY DENTRO! —Pude admirar el poco entusiasmo que se reflejaba en la cara de mi madre.

    —Pensaba que te ibas a alegrar por mí... —Sentí cómo un nudo de emociones se posaba en mi cuello.

    —Ya sabes qué pienso sobre esa decisión absurda y no irás, no tengo nada más que añadir. —Sus ojos se posaron en los míos y desprendían una frialdad horrible.

    —Tengo 19 años, ya estoy cansada de estar aquí, quiero descubrir nuevas cosas, nuevo mundo y ya soy lo bastante grande como para hacer las cosas por mi cuenta —le solté de mala gana, odiaba que estuviera tan encima de mí.

    —No es una buena idea y si te vas, empezarás a pagarte las cosas tú misma, ya que eres tan grande —no añadió nada más porque en un abrir y cerrar de ojos ya había cerrado la puerta, dejándome en silencio con la soledad que emergía en mi habitación.

    Suspiré y decidí que nadie iba a amargarme la mañana, así que guardé la carta de admisión en un cajón y me dispuse a cambiarme de ropa para ponerme mi traje de surf. Me encantaba la sensación de sacarme toda la ropa dejando mi cálido cuerpo al descubierto, cubriéndolo con una sola tela de neopreno, era una sensación de libertad que me encantaba experimentar cada vez que iba a hacer surf.

    —¡Genial! —Sonreí, me encantaba salir por las mañanas y divertirme haciendo cosas emocionantes. Después de unos largos minutos de admiración, bajé hasta el comedor y vi a mi madre manteniendo una conversación bastante entretenida por teléfono.

    —Me voy. —Al ver que pasaba de mí a causa de esa intensa llamada que estaba teniendo, cogí mi tabla de surf y salí por la puerta con mil pensamientos rondándome por la cabeza.

    ¿Y si no debo ir? Estaba claro que debía ir, llevaba muchos años encerrada en Hawái y necesitaba la adrenalina de Las vegas, ir a casinos, subirme a coches y competir, pelearme.

    Sí, lo tenía decidido, quería ir a estudiar allí mi tercer año de universidad y si mi madre quería que me lo pagara yo, eso haría. Con mi trabajo tenía más que suficiente. Dejé de lado esos pensamientos que tenía en mi cabeza en cuanto vi el agua cristalina del mar.

    —¡Allá, voy! —No os lo voy a negar, cuando iba corriendo en dirección al mar, levantando con mis pies la arena cálida a causa de los rayos del sol, me sentía como Moana. Sentía una adrenalina en mis venas diciéndome que cogiera un barco y fuese a explorar mar adentro.

    Sentía cómo mi corazón latía con intensidad cuando mis pies tocaron la gélida agua y un impulso de mi cuerpo, hizo darme cuenta de que ya estaba lo suficientemente dentro del mar, como para poder subirme a la tabla y surfear las olas que embestían con intensidad.

    —¡Cuidado! —espetó una voz a lo lejos que me hizo volver a la realidad y dejar de crearme mis películas surferas en la cabeza. En cuanto giré la cabeza, una pelota se estampó en mi cara haciendo que cayera de mi tabla sumergiéndome en las profundidades del océano.

    —¿Estás bien? —me preguntó a lo lejos mientras salía a la superficie con mi moño mojado y desordenado.

    Escupí toda el agua que me había tragado a causa de ese golpe inesperado.

    —De maravilla, ¿no me ves? Parezco una rata —dije con un sarcasmo que podía hacerse notar mi alegría habitual.

    Me ayudó a volver a subir a la tabla y allí pude ver con qué fenómeno humano estaba hablando.

    —Me pensaba que serías un surfero bueno, ya veo que no. —Sonreí y pude notar cómo me devolvía una sonrisa de forma sarcástica.

    —Yo también me alegro de verte, Kai. —Me empujó de nuevo al mar y se rio de la expresión facial que puse en ese momento.

    —Ahora ya sé que la próxima vez que lance una pelota y vaya directa hacia ti, no deberé ayudarte. —Se volvió a reír de mí en cuanto subí a la tabla de surf—. Te ves más bonita así, mojada, con este pelo desordenado y esta cara de rata. —Esta vez ya no sonrió, ni se rio de forma sutil, se rio de mí, a carcajada pura.

    —Qué gracioso eres, idiota. —Lo miré de mala gana y traté de tirarlo de su tabla de surf, pero el intento resultó fallido cuando hizo un movimiento ágil causando que me cayera encima de él, sumergiéndonos en el agua.

    En cuanto salimos los dos juntos, nos pusimos a surfear, aprovechando que nos habíamos encontrado y ya hacía un mes de verano que no nos veíamos. Lo admito, estar con él me gustaba, era mi mejor acompañante, era la persona con la que compartía mi vida, mis locuras y mis ganas de acción, día tras día.

    Era esa persona con la que podía ser yo misma, con el que más me reía. Me sentía bien siempre que lo tenía cerca, con esos ojos verdes claros que mostraban sinceridad y ese cuerpo esculpido gracias a nuestras rutinas de gimnasio.

    —Te echaba de menos, aunque no te lo creas mucho, que se te sube el ego. —Sonreí cogiendo mi tabla de surf yendo dirección a tumbarme en la suave arena de la playa, sabía que él era la persona con más autoestima de todo Hawái.

    —Lo sé, admito que yo a ti también, mona de árbol —dijo mientras plantaba su tabla en la arena para tumbarse a mi lado. Mi mejor amigo podía ser todo un comediante cuando la inspiración le venía al cerebro.

    —Te odio, por tu culpa me caí de ese árbol. —Lo miré con desagrado, odiaba ese apodo, porque fue el momento más vergonzoso de mi vida.

    —Vamos Kai, fue muy divertido ver cómo te caías con los cocos rodeándote por todos lados. —Y efectivamente se volvió a burlar de mí, pero esta vez le di un puñetazo en el brazo.

    —No te rías, yo me subí a ese maldito árbol porque la señorita, demasiada princesa para su gusto, no se atrevía a escalar para coger un coco —lo solté todo de forma vengativa, quería que se molestara, quería sentirme más superior que él.

    —Te odio, Kai. —Aunque sus palabras contradecían sus emociones, me hizo gracia verle así, riéndose de la situación y de los recuerdos.

    Me acuerdo el primer día que lo conocí, yo me mantenía ocupada trabajando mientras ayudaba una familia de tortugas a atravesar la arena y llegar hasta el océano y él sirviendo bebida en un bar.

    Totalmente distintos, cierto, la situación fue graciosa cuando se acercó a mí sirviéndome un vaso de agua, porque llevaba ya una buena media hora, tratando que las tortugas llegasen al mar.

    Recuerdo cuando nos sentamos los dos mientras veíamos ese atardecer, cansados de las responsabilidades. Lo que nunca llegaríamos a imaginar aquel entonces, es todo lo que cambiaríamos mutuamente nuestras vidas.

    Porque sí, un atardecer nos unió y ahora nos encontrábamos los dos sentados en la arena, mientras recordábamos todo lo que hemos vivido y lo que nos queda por vivir juntos.

    Lo miré y allí me di cuenta de que no estaba segura de si quería irme a Las Vegas y dejarlo aquí, dejar todo lo que me componía, todo lo que me hace ser lo que soy.

    No estaba segura, cada vez dudaba más, por lo que decidí no decir nada hasta que no tuviese una idea definitiva. Sabía que hiciese lo que hiciese, dañaría a alguien y eso no lo podía cambiar.

    —Kai —Salí de esos pensamientos que me estaban consumiendo— ¿Estás bien?— ¿Bien? Estaba de maravilla, me habían admitido a la Universidad de Las Vegas. Me habían admitido a la vida de adrenalina y acción que necesitaba. Estaba genial, pero una parte de mí no lo estaba y no podía mentirme, no quería irme sin él.

    —Sí, tranquilo. —No me molesté en decir nada más y en cuestión de segundos sus definidos y corpulentos brazos, me rodearon la cintura haciendo que me sentara encima de él, para luego unir nuestros cuerpos en un abrazo que llevaba necesitando desde que recibí esa carta.

    —Vamos, no debes mentirme, sabes que te conozco muy bien —dijo entre susurros. Esa voz tan tranquilizante que desprendía hizo que por un momento me olvidara de todo lo que sucedía por mi cabeza.

    —Lo sé Mat, solo estoy cansada, es todo. —Mi tono de voz no sonó muy convincente y sabía que él lo había notado, me conocía demasiado bien como para saber cuándo era que estaba mal.

    Agradecí que solo asintiera con la cabeza y se levantase conmigo en brazos, agarrándome fuerte, para que no me cayera mientras, con la otra mano, cogía las dos tablas de surf. Admiraba su forma de tratarme y su forma de llevar tantas cosas con solo dos manos.

    —Te llevaré a casa para que puedas darte una ducha caliente y esta noche paso por ti, ya que vamos a comer un helado, para que te distraigas —Espetó entre susurros.

    Amaba su amistad, estar con él significaba estar bien, estar en un lugar seguro, desconectar. Era la persona que me curaba cuando más lo necesitaba. Amaba que supiese cuándo estaba mal y no me hiciese un interrogatorio de esos que tanto odiaba.

    —Cuando se ponga el sol, en la puerta estaré —susurré con tranquilidad. Esta era nuestra dicha de las noches, cada vez que hacíamos planes nocturnos, nos esperábamos en la puerta de nuestras casas una vez el sol ya se había puesto.

    Después de una caminata de tranquilidad, mientras mi cabeza se posaba en su hombro y mis brazos rodeaban su cuello, dejó las tablas de surf en mi portal y me acarició la cabeza para luego bajarme de manera delicada.

    —Dame una de esas sonrisas que tanto me gustan y me iré tranquilo. —Sonrió y sus ojos se posaron en los míos esperando una reacción en mi rostro.

    Sonreí. Era imposible no hacerlo con él tan cerca, tenía algo que hacía que sonriera, incluso cuando era lo que menos quería.

    Me quedé observando esos ojos verdes, llenos de felicidad, y entonces entrelacé mis brazos con los suyos, para derretirnos en un tierno y emotivo abrazo.

    Lo admito, pude cometer muchos errores a lo largo de mi crecimiento, pero mi acompañante de vida, no era uno de ellos.

    —Hasta luego, Mat —dije mientras me separaba de su cuerpo para coger mi tabla y abrir la puerta de mi casa mientras él se despedía con una sonrisa.

    En cuanto vi cómo se alejaba por la calle, mis ojos se posaron en el cielo y sonreí al ver el lindo atardecer que se posaba encima del mar. Me había pasado todo el día con él y apenas estaba saliendo de mi casa esta mañana, para surfear sola.

    Y ahora me encontraba entrando a mi casa para volver a salir más tarde. Definitivamente, los planes improvisados eran mis favoritos.

    Dejé el atardecer increíble con esos colores, rojizos, púrpuras y amarillentos, que se posaban ahora detrás de mi espalda, cerrando la puerta para subir a darme una buena ducha caliente.

    Una de esas duchas que necesitas cuando no dejas de darle vueltas a muchas cosas y solo quieres paz.

    Eso necesitaba yo en esos instantes, paz.

    CAPÍTULO 2

    ALEISTER

    El paisaje era bastante normal, aunque la oscuridad del cielo apenas dejaba ver con escasez los pequeños detalles que componían las nubes. Miré con cautela y mi mente se dejó llevar, viendo lo resplandeciente que estaba la luna y las estrellas que la rodeaban.

    Estuve un buen rato contemplando el hermoso anochecer que hacía, aunque mi cara no compartía ese mismo sentimiento, era todo un cuadro.

    No podía dejar de observar cómo dejábamos atrás Las Vegas, para ahora, estar a punto de aterrizar en Hawái. Tengo que admitir que esa isla es todo un paraíso que toda persona quisiera experimentar, porque es un lugar tan bello, con tanta tranquilidad.

    El único inconveniente, eran esos malditos negocios. Es cierto, me encantan los negocios y no lo voy a negar. Pero tener que dejar mis responsabilidades allí en mi país, a cargo de otros, para ir a otro totalmente distinto, con mi familia, por culpa de mi padre. Eso ya no me inspiraba ningún tipo de emoción.

    —Tienes cara de amargado —espetó mi padre con esa voz tan autoritaria.

    Me limité a mirarlo con desagrado. Sí, tengo cara de amargado, no creo que a nadie le cause mucha emoción que lo obliguen a ir a hacer negocios con su padre. Lo único que me sacaba de esos pensamientos tortuosos, era saber que en un cerrar y abrir de ojos estaría conduciendo mi coche, por las largas carreteras infinitas de ese paraíso. Lo único bueno de ese viaje era la localización. Gracias a esos negocios, mi padre tenía grandes empresas constructoras de casas y este les ordenó crear una en Honolulú.

    No estaba destinado a quedarme allí, de hecho no era algo que quería, pero era mi responsabilidad y yo por dinero hacía lo que hiciese falta. Tan pronto, en cuanto despejé mis pensamientos, me encontraba bajando del avión, para poder olfatear la brisa marina y notar la suave humedad entre los poros de mi piel.

    —Es maravilloso, Robert —soltó mi madre con entusiasmo.

    Mi madre era una mujer muy delicada, le encantaban estos tipos de viajes en los que la belleza y la riqueza importaban. Era una mujer esencial, pero yo no tenía nada que hablar, ni compartir con ella, ni con mi padre, desde que decidieron que éramos lo suficientemente grandes, como para cuidar de nosotros mimos, por nuestra cuenta. Desapareciendo así entre semana y cada finde, para viajar. Dejándonos solos con la mayordoma.

    —Tan maravilloso como tus ojos, Giselle —murmuró mi padre agarrándola de la cintura para plantarle un beso en esos labios tan delicados y rosados.

    —Asqueroso —insinuó mi hermano mientras se acercaba a mí.

    Mi hermano era la única persona por la que daría todo, éramos como uña y carne. Aunque yo fuese el mayor, solo por un año, sentía que habíamos nacido el mismo día, sentía que teníamos una conexión demasiado especial.

    —Concuerdo contigo, son insoportables —dije mientras mi cara esplendía una mueca de desagrado.

    —Nos lo vamos a pasar de maravilla esta semana. —Sonrió mi madre mientras se acercaba a nosotros y entrelazada al brazo de mi padre.

    —Ni que lo digas —dije entre murmurios.

    Mis padres y yo no teníamos muy buena comunicación, de hecho era todo muy incómodo y sobreactuado. Aunque me hubiesen criado de maravilla durante mi infancia y me diesen de todo, yo no podía dejar de sentirme incómodo estando en el mismo hábitat que ellos. Desde luego, los padres son una especie totalmente distinta, que a veces es difícil de comprender.

    Nos subimos al coche de mi padre, su Maserati, gran turismo de color blanco reluciente, que conducía a toda pastilla, para llegar al fin a nuestra casa. Siempre me encantó esta casa y sus vistas. No lo iba a negar nunca, era una casa grande, de color blanco, muy acogedora por dentro, con esos colores azules, haciendo contraste con los blancos, creando un ambiente mediterráneo al interior de cada espacio de la casa y recalcando los cuadros de especies marinas que adornaban las paredes de todas las habitaciones.

    Era maravillosa, pero uno de mis rincones favorito era la sensación de salir al jardín, andar unos cuantos metros, abrir una puerta y estar pisando la cálida arena de la playa.

    Me desaté los botones de la camisa negra que llevaba a juego con ese cielo oscuro que hacía y me dispuse a adentrarme en el horizonte del mar, para poder pasear cerca de la resplandeciente agua a causa del claro de la luna.

    —¿Preparado? —Me di la vuelta al escuchar la gruesa voz de mi padre, un hombre corpulento que ahora se posaba delante de mí.

    —Siempre estoy preparado. —Le di la espalda mientras observaba cómo el oleaje de la marea, chocando contra la orilla, creaba una armonía perfecta para mis oídos.

    —Confío en ti y sé que no me vas a defraudar, hijo — espetó posando su tibia mano en mi hombro mientras lo palmeaba de manera uniforme varias veces.

    —Claro, ya puedes irte —No me limité a decir nada más. Necesitaba desconectar y lo único que no quería en esos momentos era dialogar con él.

    —Hijo, entiendo que es difícil dejar tus negocios en Las Vegas para venir aquí, pero es solo una semana antes de que volvamos y empieces tu tercer año de universidad, puedes hacer un mínimo esfuerzo para esta familia. —Su tono de voz pasó de sonar tranquilo a ser agresivo con cada palabra que soltaba.

    —¿Yo soy el que debo hacer un esfuerzo para la familia? —Lo miré con desagrado. De verdad, ¿me pedía que hiciera un esfuerzo para ellos? Cuando ellos habían decidido que mi hermano y yo nos podíamos cuidar solos, dejándonos tirados sin un apoyo al que asistir cuando de errores cometidos se trataban. Cuando solo necesitábamos llorar en un hombro, cuando solo queríamos a nuestra familia con nosotros.

    —Ya hablamos de esto y es vuestra responsabilidad cuidar de vosotros mismos, sois lo suficientemente grandes. —Antes de que pudiera decir nada, volvió a hablar, entrecortándome en el acto—. Haz el favor de dejar de comportarte así, porque lo has tenido y tienes todo, ya bastante hemos hecho para vosotros. —Esa maldita frase la odiaba con toda mi alma.

    —Mañana te quiero abajo en cuanto salga el sol, debemos asistir con antelación a la reunión —no dijo nada más y antes de que pudiera decir nada se largó dejándome solo con la sinfonía del mar detrás.

    Me acerqué a una palmera y no pude contener más mi rabia que, en un acto de violencia, estampé un puñetazo en la oscura madera, generando que un coco cayera de esa.

    Necesitaba pasear. Me dirigí hacia el garaje de esa enorme casa, tratando de esquivar a todo tipo de persona que estuviese dentro de ella, lo menos que necesitaba era hablar con alguien, porque terminaría desahogando mi rabia.

    —¿Vas a alguna parte Aleister? —La figura femenina, de ojos claros, piel blanca y pelo rubio reluciente, hizo que me sobresaltara en el acto.

    —Me voy —solté sin más preámbulos, solo quería irme de allí para no tener la obligación de hablar con ella.

    Mi madre, con esos ojos marrones, pero con ese pequeño brillo verde que tenía, me miró frunciendo el ceño a la espera de una respuesta, pero su intento de curiosear mis acciones resultó fallido en cuanto me di la vuelta y desaparecí por la puerta del inmenso garaje.

    Miré todos los coches que había, era mi zona favorita de la casa, sin duda, pero yo solo iba con uno en mi mente desde que aterricé hoy aquí. En cuanto lo vi, una sonrisa de superioridad se dibujó en mi rostro, era mi Mercedes modelo AMG G63, de color negro obsidiana, mi coche.

    Cogí la llave y me adentré sentándome en esos elegantes asientos, no me resistí más, que en menos de segundos introduje la llave y un sonido satisfactorio se manifestó del motor. Giré mi cabeza para poder salir de ese lugar y en cuanto me fijé bien, mi madre se dirigía hacia mí, pero no iba sola, sus manos delicadas se unían a las gruesas manos de mi padre. Los observé bien y sonreí en cuanto vi una furia intensa en su cara, mientras me gritaban que bajase del coche.

    —¡ALEISTER AYERS, BAJATE DE ESE MALDITO COCHE! —Refutó mi padre de mala gana.

    Bajé la ventanilla del coche y les saqué el dedo corazón en tono de burla.

    —Hasta luego —solté mientras mi pie pisaba a fondo el acelerador, causando una reacción inmediata en el motor del coche, que ahora se encontraba saliendo a toda velocidad del garaje.

    Mis dedos agarraban con delicadeza el volante de fibra suave que componía ese volante, bajé la ventanilla para poder notar el aire rozar mi cara. Cada vez aceleraba más, necesitaba esa adrenalina en mi cuerpo, esas ganas de más. Me dispuse a agarrar el volante con mi mano derecha mientras con la otra apoyaba mi cabeza en dirección a la carretera de mis locuras.

    Vi el cartel y me sobresalté: Interestatal H-3 de Hawái.

    —Ahora sí, vamos allá joder. —Encendí la música conectada vía Bluetooth y puse la quinta marcha mientras pisaba con impaciencia el acelerador.

    Flashing Lights de Kanye West se manifestaba en los altavoces del interior del vehículo, generando más ganas de adrenalina, estaba totalmente despierto, mientras me recorría esa larga carretera acompañada de muchas emociones que mi cuerpo generaba en ese instante.

    El aire acompañado de brisa marina alcanzaba mi cerebro y recomponía cada pedazo que había estado destruido. Paz, eso es lo que estaba experimentando. Giré la cabeza y pude apreciar cómo la luna se adaptaba a mi velocidad y se disponía a hacer una carrera conmigo. Volví a mi infancia, recordando como cuando era un niño pequeño y pensaba que la luna me seguía. Estaba experimentando muchas sensaciones y mi vista no se alejaba de la marea reluciente.

    —Oh, yeah, yeah, CAN I JUST STAY HERE? SPEND THE REST OF MY DAYS HERE? —Entre gritos eufóricos me encontraba sintiendo a puro pecho la canción de Bruno Mars.

    Estaba pasando la mejor noche de mi vida hasta que una llamada entrecortó la música. En cuanto me fijé, tenía diez llamadas perdidas tanto de mi madre, como de mi padre. Pero, ¿sabéis lo mejor de esto? No pensaba parar, no iba a frenar, no iba a contestarles, necesitaba ese momento de paz mental.

    Cuando las cosas se ponen mal, todo el mundo necesita su momento de soledad para poder despejar la mente. Tantas preguntas me estresaban y no era lo que quería, no quería estar acompañado viendo cómo la gente sentía pena por mí y me consolaban con sus ojos de tristeza. Que les den, joder.

    No necesitaba a nadie pendiente de mi vida, quería disfrutar el momento como a mí me daba la gana.

    Pasaron largos minutos de canciones y tuve que bajar unas cuantas marchas, ya que la carretera finalizaba y me adentraba a la ciudad. Me concentré en seguir las normas de circulación, aunque tenía la necesidad de saltármelas todas, pero dejé ir un largo suspiro y me adapté a ellas.

    —Vaya mierda, que mal conduces, tío —solté, en un tono molesto. Iba detrás de un coche a veinte en una carretera de cincuenta, no había cosa que me molestara más, así que aproveché el rojizo semáforo para bajar del coche y golpear su ventana.

    —¿Puedo ayudarte en algo? —dijo, con una sonrisa alegre, el chico que se encontraba dentro.

    —¿Puedes ir más rápido? Vas a puto veinte, si no sabes conducir, vete a conducir carros de la compra. —Lo miré con ojos amenazantes, odiaba la lentitud.

    —Voy a ir a la velocidad que me plazca. —Subió la ventana, dejándome detrás de ella, viéndome reflejado.

    No había cosa que me pusiera más furioso que un incompetente se riera en mi cara, así que la rabia se apoderó de mi cuerpo por completo, abriéndole la puerta mientras lo agarraba por el cuello de la camisa, sacándolo de un impulso agresivo y directo.

    —Vuelve a dejarme hablando con mi propio reflejo y quizás veas tú el tuyo. — En cuanto lo observé me di cuenta de que lo tenía elevado, así que lo solté, dejando que cayera al suelo, mientras apretaba mis puños para evitar estampárselos en la cara.

    —¿Te crees mucho, verdad? Rico de mierda, seguro eres niño de papá. —Se levantó del suelo con una risa entre sus dientes.

    En ese momento la furia tomó las riendas y me abalancé encima de él en un acto ligero, para partirle la nariz de un puño limpio y directo. El chico corpulento se defendió estampándome un puño en el labio, dejando que este sangrara. En cuanto nos separamos los dos, estábamos en mal estado y no nos dimos cuenta de que el semáforo hacía rato que estaba en verde y estábamos causando mucho alboroto.

    Me desabroché la camiseta dejando al aire mis abdominales y facciones marcadas del cuerpo, para acercarme a él y darle un golpe seco en la boca del estómago, generando que cayera al suelo con la respiración entrecortada.

    —¿Ahora quién ve reflejos? —Sonreí con suficiencia y me dirigí al coche removiéndome el pelo mientras lo despeinaba.

    Estaba tan eufórico que necesitaba tranquilidad. Estacioné el coche cerca de la playa bajándome de él, para ir a mover mis piernas por las calles de Honolulú. Todo parecía estar tranquilo, mi cabeza iba girando hacia ambas direcciones, observando los dos lados de la calle y me detuve en seco en cuanto vi una heladería.

    —Me lo merezco —murmuré en mi interior y entré directamente al local decorado con flores rosas oscuras, tablas de surf, tortugas de silicona y muchos colores que lo favorecían.

    Iba a pedir un helado para poder relajar mi estómago rugiente y poder desinflamar mi labio, pero mis ojos se distrajeron. Miré esa figura definida, esa cintura perfecta, esa piel morena del sol, ese pelo brillante y ondulado a causa de la sal del mar, su color miel en los ojos. Esa chica captó mi atención, pero el helado era más importante.

    O eso pensaba.

    CAPÍTULO 3

    KAILANI

    En cuanto se había puesto el sol, lo único que se manifestaba en ese cielo oscuro, era la clara luz de la luna. En ese entonces, me encontraba de pie delante de la puerta de mi casa, con un largo vestido negro hecho de tela muy fina que resaltaba mis caderas y la curva de mi cintura.

    —Kai, estás hermosa —una voz delicada se posaba detrás de mi oído, mientras con sus dedos, removía el pelo que se dejaba caer en mi hombro, dejando totalmente mi cuello al aire para, acto seguido, con sus cálidos labios, plantar un beso en él.

    Me di la vuelta y lo abracé entrelazando nuestros cuerpos, me encantaba cada pequeño detalle que tenía en mí, me cuidaba como si fuese su hermana pequeña.

    —Tú también estás hermoso, Mat. —Sonreí. No mentía, esa camisa blanca con botones desabrochados, hacía que luciera demasiado sexy, dejando ver cada parte definida de su pecho.

    Cogió mi mano y me hizo dar una vuelta, para con sus ojos poder definir cada parte de mi cuerpo, que resaltaba mi figura, gracias a ese vestido.

    —Te queda genial, te resalta mucho esa cintura perfecta que tienes —dijo en un tono tranquilo con una sonrisa puesta en su rostro.

    Sonreí. Me gustaba mucho cuando me halagaba, porque sé que

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