Relatos irracionales
Por Marta Conesa
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La realidad más cercana es la que, con más frecuencia, escapa a nuestros sentidos.
A raíz de diversos viajes así como de ciertas circunstancias personales, se han ido elaborando estas breves y sencillas historias, a veces de misterio, a veces satíricas. Todas ellas reales o basadas en alguna situación real, muestran, como factor común, una desmedida sensibilidad hacia las leyes de la naturaleza; implacables; inexorables; a veces invencibles; y, casi siempre, ignoradas.
Marta Conesa
Marta Conesa, nacida en Valencia, ejerce como profesora de enseñanza secundaria. Sus mayores pasiones, leer y viajar, van unidas a una tendencia aplasmar por escrito sus experiencias y reflexiones, ya sea en forma de diario o fabulando sobre los hechos y los lugares, como muestra en esta primera publicación.
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Relatos irracionales - Marta Conesa
© 2016, Marta Conesa
© 2016, megustaescribir
Ctra. Nacional II, Km 599,7. 08780 Pallejà (Barcelona) España
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.
Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a Thinkstock, (http://www.thinkstock.com) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
ISBN: Tapa Blanda 978-8-4911-2534-1
Libro Electrónico 978-8-4911-2533-4
CONTENTS
LA SENDA
SEMANA SANTA
LA ERMITA DEL ACANTILADO
¡VIVAN LOS NOVIOS!
HINDISVIK
EL COFRE DE METAL
SOMBRAS
EL CRISTO
DE CELORIO
En los siguientes relatos se habla del mar y del viento; de bosques y ríos; de fuerzas telúricas; de presagios, instintos y nostalgias. Se habla de percepciones que rozan lo sobrenatural y de impulsos que escapan a todo control.
Y para todo, seguro que hay un porqué. Todo está estudiado, catalogado, encasillado y definido. Todo es ciencia o remite a ella. Pero quizá es más discutible si todo ello transcurre siendo sentido, captado; si tenemos conciencia de esos hechos, de esos fenómenos que nos negamos a aceptar como inasibles sólo porque todo ha de tener explicación.
No son historias fantásticas pero se mueven en una tenue frontera. En el límite entre el raciocinio y aquello que no por conocido se comprende. Entre fuerzas de la naturaleza que confunden nuestros sentidos y condicionan nuestros actos; entre pasiones e imperfecciones; o bajo el influjo de seres supuestamente inferiores, supuestamente irracionales, en la convicción de que nada pueden aportar a nuestro evolucionado entendimiento.
LA SENDA
Carennac se hallaba en nuestra ruta, pero no en nuestros planes. Fuimos a parar allí por ciertas señales del cielo, y no me refiero a los designios de Dios, sino a los del satélite de turno. En algún momento, por razones inaccesibles para mi intelecto, nuestro navegador debió de recibir una señal errónea, o no recibir ninguna, con el resultado de que aparecimos en una carreterilla paralela a aquella por la que circulábamos. Una vez nos ubicamos en el mapa, vimos que esa carreterilla y el río, recorrían un largo trecho no sólo en paralelo, sino pegados como siameses. En efecto, a nuestra derecha se podían ver las aguas a escasos metros del coche, en las pocas ocasiones en que la espesura permitía tal visión.
Y de pronto apareció, tras un recodo, como si hubiera sido situado a propósito para producir un golpe de efecto. No es región en la que deba uno dejarse tentar por cada bello rincón que le sale al paso, porque no podría completarse itinerario alguno, incluido el de regreso a casa, pero, ante determinadas sorpresas, es casi un deber moral detenerse y deleitarse en ellas. Y agradecer al azar que las pusiera en nuestro camino.
El puente parecía concebido y diseñado para conectar dos mundos, porque el aspecto del pequeño pueblo al que conducía, llamaba la atención incluso en esta zona, donde la competencia es tan abundante y feroz, y donde los pueblos parecen rivalizar entre sí por parecer a cuál más bello. Algunos, como éste, incluso se miran en un río, como si de un espejo mágico se tratara.
A esas alturas del viaje ya no nos sorprendían los arriates cuajados de flores, las calles cortas y sinuosas, a veces quebradas en ángulos, como si quisieran hacer desear la sorpresa que deparaban. En un recodo que casi pasaba inadvertido vimos una pendiente muy empinada, pero corta. Desde arriba se apreciaba que iba a parar a la orilla del río. Como si también en este punto algo dirigiera nuestros pasos, comenzamos a descender la pendiente. Efectivamente, conducía a una senda que bordeaba el río. Junto a ella se alzaban varias viviendas de estilo local, casas con vocación de castillo que se alzaban bajo un paredón de roca negra. Dos canoas se dirigían al embarcadero poniendo, durante un instante, una nota de colores cálidos en un paisaje que parecía saturado de tonos verdes de inagotables matices.
Hasta el embarcadero, la senda difería poco de la de cualquier otra rivera. Las canoas habían sido retiradas y transportadas por sus usuarios desapareciendo así su nota alegre pero discordante. En un primer momento no me llamó la atención la actitud de mi compañero mientras admirábamos aquel espléndido paisaje. No aprecié su gesto de incredulidad, casi de preocupación.
---¡ Que hermosura!--- exclamé ---. Voy hacia el embarcadero. ¿Vienes?
Borja no respondió. Permaneció como petrificado, absorto en la contemplación del paraje, lo que atribuí, naturalmente, a la extraordinaria belleza del lugar. Eché a andar, cuando oí que me decía:
---¡Lleva cuidado! Hay muchas zarzas y ortigas.
Por su entonación me pareció que se interrumpía en seco, como si, por alguna razón, no considerase prudente un comentario de ese tipo.
---¡Ah! Bueno---. Dije. Y seguí mi camino mientras él continuaba en la misma posición, como anclado en el suelo.
Había algo de barro debido a la lluvia, tal vez, o a alguna avenida reciente, pero en el borde crecía una hierba tierna y de aspecto mullido que se extendía hasta la misma orilla. No acabé de comprender el comentario de Borja, pero tampoco le di mayor importancia. La senda, como ya he dicho, difería poco de cualquier otra que discurra junto a un río, pero no tardó en aparecer un elemento de esos que parecen decir: Mírame. Tengo mucho que contar. Mucho que sugerir. Sólo tienes que captar mi mensaje, dejarte atrapar por mi señuelo. Seguro que después serás capaz de imaginar mi historia, o de atribuirme la que tu fantasía te dicte
.
Quien parecía lanzar tan irresistible reto era algo tan simple como una pequeña barca de madera amarrada al tronco de un árbol que se inclinaba sobre la orilla. Tenía el casco raído y con el fondo cubierto de hojarasca, prueba inequívoca de abandono. La nostalgia que esta escena inspiraba no impedía pasear la vista por el escenario en el que, quizá, conoció tiempos mejores la entrañable