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Camino con poesía
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Libro electrónico445 páginas5 horas

Camino con poesía

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Quiso ser lo que para él era imposible, había escogido la senda equivocada.
Año tras año… fue dejando su vida en el asfalto, su recompensa fue el desahucio, la soledad y el silencio.
Cuando quiso disfrutar de su libertad, grandes tormentas oscurecieron su camino, en el horizonte donde él quería vivir su futuro solo había indiferencias sin medida.
Su pasado se quedó como hojas secas caídas y ablentadas al viento.
Él hubiese querido que su vida fuese una leyenda de poesía viva, pero su senda estaba sembrada de espinas.
Solo los acantilados del mar escucharon sus poemas, allí se quedaron sus lágrimas rotas, bañadas de espuma blanca.
Han vuelto a nacer las Dalias de la esperanza en su corazón.
Ya no vuelan las Gaviotas sobre su cabeza, pero sí vuelan las golondrinas africanas.
Aunque en el horizonte de su pasado tan solo quede el silencio de un olvido.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 jun 2022
ISBN9788411149310
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    Camino con poesía - Francisco Fernández Gámez

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    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Francisco Fernández Gámez

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1114-931-0

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    ,

    En mi refugio, sentado en un sillón, al calor de un radiador y sobre la mesa un libro: Luz entre las tinieblas. Estaba leyendo el comportamiento del ser humano en una etapa de la historia de la humanidad. Yo, en esos momentos, también me encontraba solo y abandonado, no por una guerra mundial, sino por la lucha, a lo largo de mi vida, por mantener a mi familia unida y protegida. Fue una lucha sin descaso, noche y día quería que mi familia no careciese de nada. ¿Todo fue una quimera?

    Mi lucha frenética a lo largo de los años fue para tener a mi familia unida y protegida.

    Un día, ¿todo se esfumó? Todo por lo que yo había luchado protegido y querido en mi vida lo había perdido.

    La incomprensión, la soledad, la tristeza y el silencio fueron el exilio en la distancia.

    Resulta difícil saber dónde está el principio y el final. En especial, cuando se trata de nuestra propia historia, hecha de retazos que serpentean y se enrollan desordenadamente sobre sí mismos, como los códigos de un programa informático enloquecido.

    Aunque los hombres, y también las mujeres, llevan siglos intentado comprender el dolor del alma del ser humano, de los sentimientos, lo llevaremos hasta el final de nuestra existencia. Ahora, ¿tengo que pensar? Yo he tenido mi ración de dolor, me han roto mi alma. ¿De qué me ha servido?

    En el silencio de mi refugio una voz habla dentro de mi alma, esta me dice: «Amigo, a partir de estos momentos ya no vas a estar solo jamás, yo voy a ser el que te acompañe en tu vida, solo quiero que sepas que siempre voy a estar a tu lado». Esta voz, salida de lo más profundo de mi alma, iba a ser testigo de mi destino. Yo que, hasta ese momento, siempre me he sentido bastante solitario en mi vida, al saber que, desde ese momento, alguien me iba a acompañar por los senderos de la vida, comencé a sentirme un poco más tranquilo y relajado, al saber que alguien siempre estaría junto a mí, aunque no hiciese nada más que ser testigo de mi destino.

    Me dijo: «Quiero ser el primero en ver el cambio en tu destino, tu vida nunca va a ser como antes, quiero ser el testigo de tu nueva vida, ya no te sentirías tan solo en lo que te quede de vida».

    Y reflexionando por aquel sentimiento de querer salir de aquellas catacumbas en las que me encontraba en aquellos momentos y que me hacía casi imposible seguir el ritmo normal de mi vida, comencé a pensar muy diferente de como lo había estado haciendo hasta aquellos momentos, así comienza a nacer, en lo más profundo de mi ser, una nueva persona. Para bien o para mal, yo iba a cambiar el rumbo de mi vida y de mi destino. Ya no había vuelta atrás, alguien se había unido a mí y parecía ser que me seguirá en todos los pasos que yo iba a dar a partir de aquella etapa de mi vida.

    Comienza una nueva aventura por los caminos de mi nueva vida. Desde ese momento, el rumbo que tenía que coger no lo sabía, nadie me orientó sobre cómo tenía que comenzar a caminar, al tener un nuevo compañero de viaje me hacía pensar que yo ya tenía alguien a mi lado y que tenía que escoger una buena ruta para no equivocarme, siempre iba a estar acompañado por este amigo, que nunca me iba a abandonar mientras yo viviera. Como iba a ser mi compañero de viaje, le pregunté su nombre para poder llamarlo cuando tuviese que decirle algo, aunque yo sabía que este amigo tan especial nunca me iba a aconsejar, defender ni defraudar, pero, al menos, tenía que saber su nombre y me dijo: «No te preocupes, el nombre no es importante, pero te lo diré, mi nombre es Onit-sed, yo el tuyo ya me lo sé, y tú me llamaras Onit».

    Ya hechas las presentaciones comenzamos a caminar sin saber qué camino iba a coger. Pensando qué hacer en aquellos momentos de incertidumbre por todo lo acontecido en mi vida más reciente, tenía que hacer algo y, como siempre, cuando no sé qué hacer, busco la paz en la naturaleza. Parece ser que ahí es donde encuentro la paz que la vida no me ha dado, es donde me siento libre, donde le encuentro algún sentido a mi vida.

    Tomo la decisión de hacer una etapa de supervivencia en las sierras de Cazorla, Segura y las Villas. Sin pensarlo más, preparé mi mochila con todo lo necesario para estar una buena temporada en las montañas, haciendo una prueba de supervivencia en plena naturaleza. Esta decisión para mí era muy importante, ya que iba a ponerme a prueba, iba a ser una gran aventura y sin la ayuda de nadie, solo pedía a la naturaleza que me ayudara en esta gran aventura, porque con ella iba a estar una larga temporada; ella me tenía que ayudar a sobrevivir, yo sabía que el reto iba a ser muy duro.

    Mirando al horizonte, todo lo que veía era plena naturaleza, ahí estaba esperándome, para calmar mi ansiedad y darme la paz que yo necesitaba. Poniendo rumbo al norte, comencé mi aventura con mi fiel amigo Onit; presentía que iba muy bien acompañado.

    Siempre que salgo de viajes me gusta llevarme algún libro, sobre todo de poesía, en esta aventura llevaba dos: uno de José Juan Berbel y otro de Miguel Hernández, porque leyendo poemas siento la naturaleza más dentro de mí. A mi amigo Onit ni le pregunté si le gustaba la poesía, sabía la respuesta, él siempre iba a estar conforme con mis decisiones. Ya en plena andadura hacia las montañas que se veían a lo lejos, en la sombra de una encina, me paré a descansar. Mientras lo hacía, estuve leyendo algunos poemas para sentir la paz de la naturaleza.

    No todos los poemas aquí narrados son de José J., de Miguel Hernández, Pablo Neruda, Antonio Machado, Gustavo Adolfo Bécquer, Manuel Lombardo, Unamuno y Juan A. Meléndez. La mayoría es la historia de mis pensamientos. Escritos con los sentimientos más profundos de mi alma.

    J. J. Berbel

    «Amparado entre las palmeras,

    envuelto de luz amiga,

    me duermo de pura espiga

    y sollozo primavera.

    Como pececito me hundo

    en los azules cristales

    y nado entre litorales

    de terciopelo profundo.

    ¿Qué sola paz la del sueño?

    ¿Qué dulce voz la del beso?

    Amor, que me tienes preso

    en este jardín sureño».

    Con este bello poema me puse a caminar sin rumbo fijo, solo quería caminar en la soledad y el silencio de las montañas que se veían en el horizonte, meterme en la profundidad de los bosques y los profundos acantilados, donde solo se veían volar los buitres leonados, con sus vuelos majestuosos; yo hubiese querido ser como ellos y volar por lo alto de las cumbres en plena libertad. Quería esa libertad y ver la naturaleza desde lo más alto que pudiera volar, pero solo podía caminar, caminando con dirección al horizonte lejano.

    Miguel Hernández

    «No me sirven los ojos. No te veo.

    Por todas partes busco tu silueta,

    tu luminosa suavidad inquieta.

    ¿Una vez y otra miro y no te veo?

    Puede que te halles lejos —eso creo—,

    pues dicen que resides en secreta

    zona de soledad pura y completa,

    en litoral de diáfano apogeo.

    No me sirven los ojos. Ofuscados,

    de sitio en sitio voy.

    De parte a parte

    camino y sigo sin poder hallarte.

    No me sirven los ojos. Trastornado,

    torpe, desesperado y casi ciego.

    ¿Me consume tu ausencia igual que el fuego?».

    En la soledad y en el silencio sigo mi camino, las que antes eran lejanas montañas, ahora ya las tenía muy cerca, ya distingo la belleza de sus bosques, de pinos salgareños y las encinas milenarias, que están cargadas de frutos marrones, la famosa bellota dulce. Según voy caminando, calmo mi sed en las numerosas fuentes que me voy encontrado a lo largo del camino, bebiendo agua cristalina de las fuentecillas y relleno mi cantimplora para tener siempre reserva por si más a delante no encuentro ninguna fuente.

    Ya estoy metido en las profundidades de las altas cordilleras, voy serpenteando el camino que me llevará hasta las cumbres más altas, donde podré divisar la belleza del horizonte, con sus ondulantes perfiles que voy dejado atrás; el sol ya ha pasado el meridiano, pronto las sombras de los pinos comenzarán a alargase cada vez más hasta que llegue la oscuridad de la noche.

    Mi aventura por estos parajes va a estar condicionada por el tiempo y los frutos que pueda encontrar para subsistir, aunque yo llevo provisiones en mi mochila para bastantes días, de lo contrario, me veré obligado a reponerlas en las aldeas de estas montañas, pero, mientras pueda, iré alimentándome de los frutos que encuentre en mi camino; es otoño y hay una gran variedad de frutas que se pueden comer.

    Al revolver en una curva me encontré con una manada de cabras montesas que, al ver mi presencia, se espantaron y toda la manada se dejó caer montaña abajo, despavorida, porque no está acostumbrada a ver al ser humano por estas latitudes. Yo me sentí culpable por haberles molestado en su hábitat, ya que era el intruso en sus dominios. De haber sabido que estaban allí, hubiese dado un amplio rodeo para no molestarlas, yo también me sobresalté, porque no esperaba encontrar aquella manada de cabras allí.

    Pronto comenzará a anochecer, el sol ya está llegando al recorrido final de su jornada, desapareciendo en el horizonte, con su color rojizo oscuro. Muy pronto será de noche, el cielo se cubrirá con su manto de estrellas, con su luz parpadeante en el infinito del espacio cósmico.

    El día había sido muy caluroso y, al entrar en las profundidades de la montaña, poco a poco, el calor se hizo más llevadero, las sombras de los pinos amortiguaban el intenso calor dentro del bosque, sentía el perfume de las diferentes clases de árboles como la encina, carrasca, cedro, pino y el alcornoque y los diferentes tipos de plantas aromáticas que suelen crecer en las altas montañas de la península ibérica.

    Ya era de noche, el sol ya hacía rato que se había puesto por el horizonte de las lejanas montañas que quedaban al sur. Al anochecer, yo tenía que buscar algo de cobijo, ya que, en las altas montañas, por la noche la temperatura baja bastante y debía protegerme para pasar la noche. De mi amigo Onit, que en todo el día no había abierto la boca, pensé: «Esto de que te acompañe un inseparable amigo invisible tendrá que ser así». Mientras buscaba dónde pasar la noche, mis ojos se fueron adaptando a la luz de las estrellas, poco a poco tenía que ir acostumbrándome a las noches venideras, porque no siempre iba a encontrar una cueva para pasar la noche, tenía que ir adaptándome a las noches bajo las estrellas mirando el espacio infinito.

    Esto me recordaría mi niñez, cuando tantas y tantas noches dormía mirando las estrellas, cuidando una gran piara de cerdos desde las diez de la noche hasta las seis de la mañana; tenía que dormir en el restrojo donde pastaban los cerdos. Ahora era diferente: tenía mi saco de dormir y estoy mejor equipado que en aquella época, no tengo la responsabilidad de que los cerdos no se salgan del restrojo.

    Al final, encontré un refugio de unos pastores que, en los largos inviernos, se refugiaban en unas cuevas donde podían encender fuego para poder pasar la noche al calor de la candela y allí me refugié. Aunque era otoño, por las noches bajaban bastante las temperaturas. Dentro de aquella cueva había una especie de cama hecha de esparto y juncos, lo que me sirvió para poder descansar. La cena fueron unas cuantas frutas silvestres que había recogido durante el día.

    Miguel Hernández

    «Dime desde allá abajo

    La palabra te quiero.

    ¿Hablas bajo la tierra?

    Hablo con el silencio.

    ¿Quieres bajo la tierra?

    Bajo la tierra quiero

    porque hacia donde corras

    quiero correr mi cuerpo.

    Ardo desde allí abajo

    y alumbro tus recuerdos».

    Miguel Hernández

    «Déjame que me vaya,

    madre, a la guerra.

    Déjame, blanca hermana,

    novia morena.

    Déjame.

    Y, después de dejarme

    junto a las balas,

    mándame a la trinchera

    besos y cartas.

    Mándame».

    «Tú eres fatal ante la muerte.

    Yo soy fatal ante la vida

    Yo siempre en pie quisiera verte.

    ¿Tú quieres verte siempre hundida?».

    Así, me quedé profundamente dormido recordando esos maravillosos poemas de Miguel Hernández.

    Al mirar el reloj de pulsera que llevaba, vi que eran las 7:35 de la mañana, ya de día, y el sol comenzaba a despuntar por lo alto de las colinas. Se veía que iba a hacer un día espléndido, ya me sentía como nuevo después de haber dormido casi ocho horas, desentumecí mi cuerpo haciendo unos cuantos ejercicios y en una fuentecilla que había al lado de la cueva me lavé la cara y algunas partes de mi cuerpo para comenzar el día fresco y limpio. El desayuno fueron unas moras silvestre y unos cuantos higos de una higuera que había junto a la fuente; ya desayunado, dormido y lavado, me puse a caminar de nuevo por las altas cumbres. Iba ascendiendo casi vertical por una ladera llena de pinos, aún me faltaba mucho hasta llegar a la cumbre que todavía estaba con algunas zonas nevadas desde el invierno pasado; el calor del verano no pudo deshacer tanta cantidad de nieve acumulada durante el invierno. De vez en cuando, yo me paraba para contemplar aquel maravilloso paisaje que iba dejando atrás y que, posiblemente, no volvería a presenciar nunca más. Eran unas vistas espectaculares, me sentía emocionado de ver tanta belleza…

    Yo miro con nostalgia hacia atrás, cuando era un niño. Tantas y tantas veces había acompañado a mi querido padre en aquellas sierras en busca de leña para tener caliente la casa en los fríos inviernos de Andalucía. Mi padre me contaba lo que había vivido y sufrido en la cruel guerra civil española, cuando cayó herido en el río Guadalope, en Alcañiz, un pueblo de la provincia de Teruel, allí lo dieron por muerto, pero gracias a un paisano y amigo suyo llamado Silverio, él vio dónde cayó herido mi padre y, haciendo caso omiso a las advertencias de su capitán para que no fuera a buscar a su amigo, Silverio lo fue a buscar.

    Cuando terminó la batalla y lo encontró en la orilla del río medio moribundo… este buen paisano y amigo llamado Silverio se lo echó a cuestas y lo llevó hasta el puesto de los camilleros, allí le harían las primeras curas y fue trasladado, en estado de coma, desde Teruel hasta Lorca, provincia de Murcia, en un tren llamado «el tren de la muerte» porque era muy difícil que los heridos que subían llegasen a su destino con vida. La gran mayoría de los heridos terminaba dejando su vida allí, en el maldito tren de la muerte, porque todo lo que llevaba eran seres humanos agonizantes y moribundos de los frentes de batalla donde miles de españoles perdieron la vida sin saber por qué… en una maldita guerra civil española, en la famosa batalla del Ebro y sus alrededores. En recuerdo a mi querido padre, leí este poema de

    Miguel Hernández, El tren de los heridos

    «¿El tren del silencio?

    Silencio que naufraga en el silencio

    de las bocas cerradas de la noche.

    No cesa de callar ni atravesando.

    Habla el lenguaje ahogado de los muertos.

    ¿Silencio?

    Abre caminos de algodón profundos,

    amordaza las ruedas de los relojes,

    detén la voz del mar, de la paloma:

    emocionada la noche de los sueños.

    ¿Silencio?

    El tren lluvioso de la sangre suelta,

    el frágil tren de los que se desangran,

    el silencio, el doloroso, el pálido,

    el tren callado de los sufrimientos.

    ¿Silencio?

    Tren de la palidez mortal que asciende:

    la palidez reviste las cabezas,

    El ¡ay! la voz, el corazón de los que malhirieron.

    ¿Silencio?

    Van derramando piernas, brazos, ojos.

    van arrojando por el tren pedazos.

    Pasan dejando rastro de amargura,

    otra vía láctea de estelares miembros.

    ¿Silencio?

    Ronco tren desmayado, enrojecido:

    agoniza el carbón, suspira el humo,

    y maternal la máquina

    suspira, avanza como un largo desaliento.

    ¿Silencio?

    Detenerse quisiera bajo un túnel

    la larga madre, sollozar tendida.

    No hay estaciones donde detenerse,

    si no es el hospital, si no es el pecho.

    Para vivir, con un pedazo basta:

    en un rincón de carne cabe un hombre.

    Un dedo solo, un trozo solo de ala

    alza el vuelo total de todo un cuerpo.

    ¿Silencio?

    Detened ese tren agonizante

    que nunca acaba de cruzar la noche.

    y se queda descalzo hasta el caballo,

    y enarena los cascos y el aliento.

    ¿Silencio?».

    Por fin he llegado a una de las colinas más altas, el mundo está bajo mis pies, el día es espléndido, no se ve ni una nube; el cielo esta azul como el mar, estoy en una meseta que se encuentra nevada y el blanco de la nieve hiere mis ojos; me los protejo con mis gafas de sol. La nieve se encuentra muy dura, es bastante difícil caminar porque se resbala. Al mirar aquel conjunto de belleza en plena naturaleza… me siento el hombre más feliz de la tierra. Busco una zona donde poder sentarme y contemplar aquella maravilla, aquel paisaje que yo nunca había visto en mi vida de aventurero. Cuando conseguí un sitio donde estar cómodo, me puse a comer algunas frutas que había cogido por el camino, los residuos de las pieles los tiré a la nieve y observando el paisaje, vi en el horizonte a unos cuantos buitres que se iban acercando cada vez más a donde yo me encontraba. Quise fotografiarlos y mi sorpresa fue, cuando lo vi, que estaban a muy pocos metros de mi cabeza. Yo, al ver aquellos pájaros tan inmensos volando a pocos metros de mí… desistí de hacer la foto y me puse a mover los brazos, gritándoles para que no me confundieran con comida. Los movimientos de mis brazos y mis gritos les hicieron remontar el vuelo y se perdieron en el horizonte. Yo me quedé sorprendido por la reacción de los buitres. Cuando me quedé mirando a la nieve y vi las pieles de las frutas que me había comido me di cuenta de por qué los buitres habían reaccionado así: ellos pensaron que las pieles de los frutos que yo había tirado eran comida para ellos, entonces me sentí triste porque había pensado mal de ellos al creer que me querían atacar, pero solo buscaban algo para comer y, desde las alturas, vieron comida en el suelo, confundiéndola con la pieles de la fruta.

    Pronto me di cuenta de que el tiempo pasaba y ya era mediodía, me había quedado tan entusiasmado con el paisaje que el tiempo avanzó sin darme cuenta de que tenía que seguir caminando y cogiendo dirección sureste. Emprendí la marcha por lo alto de las colinas nevadas, comencé a descender para dejar las zonas nevadas por lo difícil que era andar por la nieve congelada, me costaba trabajo dejar aquel paisaje tan hermoso, ya sería muy difícil volver a contemplarlo otra vez. Cuando ya estaba en zona más segura, mi caminar no era tan peligroso, cogí un sendero hecho por las cabras montesas y los ciervos y comencé a descender. Tenía que bajar porque en las zonas bajas por la noche no descendía tanto la temperatura y era más fácil de encontrar árboles frutales.

    Unamuno

    DESPUÉS DEL AMOR

    «No pudimos ser. La tierra

    no pudo tanto. No somos

    cuanto se propuso el sol

    en un anhelo remoto.

    Un pie se acerca a lo claro,

    en lo oscuro insiste el otro.

    ¿Por qué el amor no es perpetuo

    en nadie, ni en mí tampoco?

    El odio aguarda un instante

    dentro del carbón más hondo.

    Rojo es el odio y nutrido.

    El amor pálido y solo.

    Cansado de odiar, te amo.

    Cansado de amar, te odio.

    Llueve tiempo, llueve tiempo.

    Y un día triste entre todos,

    triste por toda la tierra,

    triste de mí hasta el lobo.

    Dormidos y despertamos

    con un tigre entre los ojos.

    Piedras, hombres como piedras,

    duros y plenos de encono,

    chocan en el aire, donde

    chocan las piedras de pronto.

    Soledades que hoy rechazan

    y ayer juntaban sus rostros

    soledades que en el beso

    Guardan el rugido sordo.

    Soledades para siempre.

    Soledades sin apoyo.

    Cuerpos como un mar voraz,

    entrechocando, furioso.

    Solitariamente atados

    por el amor, por el odio.

    Por las venas surgen hombres.

    Cruzan las ciudades, sordos.

    En el corazón arraiga.

    Solitariamente todo.

    Huellas sin campaña quedan

    como en el agua en el fondo.

    Solo una voz a lo lejos,

    siempre a lo lejos la oigo,

    acompaña y hace ir

    igual que el cuello a los hombros.

    Solo una voz me arrebata

    este armazón espinoso

    de bello retrocedido

    y erizado que me pongo.

    Los secos vientos no pueden

    sacar los mares jugosos.

    Y el corazón permanece

    fresco en su cárcel de agosto.

    Porque esa voz es el alma

    más tierna de los arroyos.

    Mi fiel: me acuerdo de ti

    después del sol y del polvo,

    antes de la misma luna,

    tumba de un sueño amoroso.

    Amor: aleja mi ser

    de sus primeros escombros,

    y edificándome, dicta

    una verdad con un soplo.

    Después del amor, la tierra.

    Después de la tierra, todo».

    Siguiendo mí camino entre bosques de pinos, carrascas y algunos enebros, el silencio era absoluto, a mi paso salían corriendo algunas ardillas con su silencioso caminar y su rapidez para trepar por los árboles para confundirse entre las ramas de los pinos. De vez en cuando también se oían algunas grajillas y cuervos; el silencio era roto por el zumbar del viento en las ramas de los pinos. El sendero me llevó a una especie de cañón, como un desfiladero, por donde el agua procedente del deshielo de la nieve se precipitaba desde lo alto de las colinas hasta despeñarse por los acantilados y, cuando el agua se dejaba caer hacia el fondo, se formaba un hermoso arcoíris… Hasta que, poco a poco, se iba formando un riachuelo de aguas cristalinas. Siguiendo el margen del riachuelo, el sol ya estaba pasando el meridiano la tarde, pronto llegaría la noche, tenía que pararme a descasar un poquito porque llevaba varias horas caminando y cogiendo algunos frutos silvestres me dispuse a descansar y tomar algo de alimento. Me puse a observar el entorno que me rodeaba, era de una belleza sin igual, quería disfrutar de aquel ambiente, de naturaleza viva… allí pasaría la noche, quería dormir allí para que mis ojos, al despertar, lo primero que vieran fuese aquel entorno de naturaleza y belleza sin igual.

    Entusiasmado en mis recuerdos y mis pensamientos no me daba cuenta de que el sol se estaba poniendo por el horizonte, muy pronto sería de noche y no tenía claro dónde iba a dormir, parecía que iba a ser una noche fría por la humedad que se acumulaba en el río, que poco a poco se estaba haciendo más caudaloso por los numerosos afluentes, que ya era difícil de cruzar por la cantidad de agua que se iba acumulando.

    Así días y días, noche tras noche iba transcurriendo mi tiempo en plena naturaleza, donde yo disfrutaba de cada etapa de mi andadura con una belleza que llenaba mi espíritu, mi alma y mi corazón junto a mi querido amigo Onit. Sentía una gran satisfacción al ver que estaba haciendo algo que siempre me había preguntado: si yo sería capaz de sobrevivir en plena naturaleza, igual que lo hice en la primera década de mi vida, aunque entonces tenía la protección de mis queridos padres, yo sabía que ellos estaban lejos de mí, pero con su espíritu y su valentía hacían que, desde la distancia, yo me sintiera fuerte para afrentar las adversidades de mi destino en mi solitario caminar.

    Quedó el silencio, F. F. Gámez

    Como el sol se aleja,

    sin decir adiós te alejaste.

    En la distancia

    solo quedó el recuerdo.

    Las noches de insomnio quedaron,

    para siempre, en silencio.

    En la noche oscura, la luna se aleja.

    Entre penumbra, solo queda soledad.

    La espiga se queda esperando

    que un día cualquiera de julio,

    venga la guillotina

    cortando su vida sin piedad.

    Como al pino le llega el rayo.

    Como el sol se aleja.

    Sin preguntas, sin respuestas.

    Solo la distancia

    marcó el destino de una vida.

    Solo queda el recuerdo

    de un adiós.

    Solo queda la agonía

    de un bello recuerdo frustrado.

    Solo esperando en el

    silencio de la oscuridad.

    Las noches en soledad.

    Tus recuerdos viven

    en un amargo dulce olvido.

    No hay paz en un corazón solitario.

    Solo queda el silencio.

    Con el viento vuelan

    recuerdos rotos.

    Como veletas al viento sin tino,

    corazones van quedando

    heridos y rotos

    en el camino.

    Cuando el sol se aleja.

    Solo queda el silencio.

    La victoria, F. F. Gámez

    Abrumado en la soledad,

    buscando la palabra que llene

    mi alma vacía hasta lo más

    profundo de mi atormentado destino.

    El silencio sube por mi cuerpo,

    viendo que la victoria es suya.

    ¡Ya no se compadece!

    Soy su víctima, va saboreando mi

    anunciado fracaso.

    Como el mar embravecido,

    deja los desechos

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