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El Coleccionista De Memorias
El Coleccionista De Memorias
El Coleccionista De Memorias
Libro electrónico237 páginas3 horas

El Coleccionista De Memorias

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Información de este libro electrónico

Jos Alex Mata Ordoez, ecuatoriano de nacimiento, dejo su Patria a temprana edad. Viajando por el mundo, trabajando en lo que encontraba, haciendo amistades de todas las etnias y de todos los niveles sociales. Su vida gitana talvez sin darse cuenta siquiera, tena un enfoque hacia algn aprendizaje espiritual, que lo ayudo a formar su mente, su personalidad y sus creencias.

Su padre, escritor reconocido, del cual aprendi el arte de imaginar, de mirar ms all de lo normal, y de saciar la curiosidad de lo desconocido a travs de la lectura.

De sus viajes hizo un diario, en el cual escribi las ancdotas ms interesantes que aprenda de sus nuevas amistades. Con ellas ha creado un libro, usando a su abuelo como carcter principal.

El Coleccionista de Memorias, ser su primer intento en lanzar un libro.

IdiomaEspañol
EditorialiUniverse
Fecha de lanzamiento21 nov 2014
ISBN9781491753538
El Coleccionista De Memorias
Autor

José Alex Mata Ordoñez

José Alex Mata Ordoñez, ecuatoriano de nacimiento, dejo su Patria a temprana edad. Viajando por el mundo, trabajando en lo que encontraba, haciendo amistades de todas las etnias y de todos los niveles sociales. Su vida ¨gitana¨ talvez sin darse cuenta siquiera, tenía un enfoque hacia algún aprendizaje espiritual, que lo ayudo a formar su mente, su personalidad y sus creencias. Su padre, escritor reconocido, del cual aprendió el arte de imaginar, de mirar más allá de lo normal, y de saciar la curiosidad de lo desconocido a través de la lectura. De sus viajes hizo un diario, en el cual escribió las anécdotas más interesantes que aprendía de sus nuevas amistades. Con ellas ha creado un libro, usando a su abuelo como carácter principal. El Coleccionista de Memorias, será su primer intento en lanzar un libro.

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    El Coleccionista De Memorias - José Alex Mata Ordoñez

    Prefacio

    Recuerdo esos pasados años, en mis tiempos de muchacho, cuando mi ser todavía poseía conciencia divina y se peleaba por no aceptar esta irreal conciencia mundana; cuando todo me parecía pequeño y, al mismo tiempo, me perdía en los callejones de la nada, haciendo que mi corazón latiera cual gitano encarcelado; cuando mi mente aún era dueña de libertad, gracias a mi ignorancia e inocencia de niño; cuando trataba de formar mi mundo basándome en preguntas, incógnitas y dudas. Mi escape de todo este laberinto de sentimientos incoherentes, dudosos y frustrantes que ocuparon gran parte de mi adolescencia consistía en buscar, rebuscar y husmear los tesoros antiguos de casa, que por haber llegado a viejos los tildaban de inservibles, eran descartados y escondidos en un cuarto al final de la huerta. El único propósito de esta bodega era almacenar todas esas reliquias, esos tesoros, esas prendas personales jueces de un pasado, testigos de una vida. Si tan solo esas cosas pudiesen hablar, qué novela tan bella nos relatarían.

    Pero en mi mente de niño estas reliquias me hablaban, me contaban hechos y verdades escondidas. Los secretos familiares y las desdichas hogareñas las fui descubriendo lentamente; desarrollé ese instinto ya olvidado de oler las cosas (todos tenemos nuestro olor propio y personal; las cosas también; el olor de las personas penetra en los objetos y se mantiene ahí por mucho tiempo). Por el olor creía saber a quién había pertenecido algún artefacto. Otro de los instintos que desarrollé fue el de sentir la vibración que los seres dejan saturados en estos tesoros; no digo que las cosas se muevan ni que tengan vida, pero sí tienen su vibración y su ritmo. Había veces en que sentía la presencia de alguien, cuando estaba husmeando y abnegado en mis intentos de descubrir algo nuevo, no me refiero a fantasmas o a algo parecido. Me refiero a la vibración de las cosas, o tal vez a la vibración de los seres que usaron estas reliquias y se marcharon dejando impregnadas en sus vientres.

    Fue una tarea sumamente intrigante la que me propuse, por el hecho de que sólo por las noches podía hacer mis investigaciones. Los mayores no entienden la necesidad de la curiosidad de los niños; son muy celosos con sus pertenencias, aunque éstas estén cubiertas por el polvo del abandono: era prohibido, bajo castigo, ir al cuarto del final de la huerta, y esto lo hacía más interesante para mis tareas de investigador. Pasada la media noche, cuando todos dormían, en el silencio de la oscuridad, en puntillas, con vela en mano, me deslizaba como el viento a través de la casa, por una ventana que sólo yo sabía cómo abrir. Penetraba a mi mundo, a ese mundo intrigante de recuerdos olvidados, de reliquias pasajeras y de prendas del pasado, donde vibraban las memorias de generaciones pasadas. Había cosas pertenecientes a todos mis antepasados, objetos traídos de extrañas tierras, artefactos rarísimos que a veces me demoraba días en dar con la respuesta de para qué servían; cajones y más cajones de papeles, libros escritos en raras lenguas, fotos de personajes incógnitos y olvidados. Me parecía una biblioteca desordenada y demente, ya que la mayoría de mis lecturas se perdía en la confusión del no saber de qué se trataba; por ejemplo, cuando leía una carta de amor de algún amante incógnito de mi abuela. Todo aquello me fascinaba, me sentía en la gloria, y me perdía en los sueños y recuerdos que mi mente fabricaba.

    Aún ahora tengo el problema de no poder saber por qué suceden algunas cosas. Entonces tampoco supe por qué el baúl grande del abuelo, ese cofre con tantos sellos de puertos y de aduanas con el que viajaba, lo dejé para el último. Hasta ahora no lo sé pero agradezco que haya sucedido así. Ese baúl, mi más grande tesoro, el más valioso y el más apasionado de todos mis hallazgos, me llevó a un mundo al que sólo los niños saben llegar, pues los mayores están muy ocupados en la tarea de envejecer y de esconder la verdad del pasado.

    Era bastante grande aquel baúl. Fabricado de madera, cuero y cobre, tenía una cerradura en forma de bisagra, aparentemente muy segura, sobre la cual mi curiosa insistencia triunfó y logró falsear. Aún recuerdo el olor que emergió cuando la gran tapa fue abierta; era el olor del abuelo, olor de tiempo y espacio, olores de tierras extrañas por donde él había caminado; olores de recuerdos y sueños, olores de pasiones, sentimientos y desengaños. La vida del abuelo estaba comprimida en ese baúl; sus secretos y anhelos estaban en ese cofre; en él se encontraban todos sus sueños e ilusiones; sus memorias estaban grabadas en él. Lo que tenía frente a mí era el abuelo, lo único diferente era su forma. La primera sensación de su aliento me estremeció, mi corazón se apresuró con su palpitar pero me sentía seguro y protegido bajo la tutela de su amor. Muy dentro de mí sabía que él quería esto, que el abuelo quería compartir su vida conmigo, que yo estaba tomando posesión de su herencia.

    Lo único que sabía del abuelo era lo que me habían contado, ya que no disfruté la dicha de conocerlo, hasta ahora. Me decían que era un hombre alto, musculoso, con prosa deslumbrante y rostro penetrante; que había sido mujeriego y un tanto bohemio, que viajaba demasiado, que tenía espíritu gitano. Dicen que nunca en su vida había trabajado, por haber nacido en una familia adinerada para la cual, en esos tiempos, el trabajo era denigrante. Ya me lo imagino, guapo, bohemio y con dinero. Qué bella debe haber sido su vida. Otra cosa que me contaban de él es que había sido inventor, y siempre estaba tratando de hacer cosas extrañas y novedosas. El atrapamoscas era uno de sus inventos.

    Eso era todo lo que sabía del abuelo, hasta el momento en que me disponía a escarbar el vientre del baúl. La mayoría de los baúles antiguos, los que se utilizaban para viajar, tienen cantidades de compartimentos, cajones y cajoncitos secretos, pero el baúl del abuelo me pareció que tenía demasiados: dentro de uno había otro, y dentro de ese otro y otro más. Sacarlos me resultó fácil pero volver a colocarlos en su posición original me parecía tratar de armar un complicado rompecabezas. El abuelo había sido muy ordenado: todo calzaba pulgada a pulgada en el lugar que cada objeto debía ocupar, de lo contrario no entraba una caja en la otra, ni esa en otra y así sucesivamente.

    En cada cosa que palpaba vibraba algún recuerdo, sensación o pasión; cada cosa tenía escrita un lugar, un nombre y una anécdota cíclica. Yo viajaba con el abuelo en ese mundo al que solo los niños saben llegar. De todos esos viajes y experiencias sólo quedara la incógnita, pues la pasión de aquellos momentos la guardaremos, con egoísta secreto, en ese baúl de los sueños del recuerdo.

    Al fondo del baúl, en una tapa secreta incrustada en el piso y muy difícil de notar, encontré otro cajón. Dentro de él había un libro largo y voluminoso, todo forrado con cuero, con cintas también de cuero para atar sus pastas y no perder su contenido. Con cautela las desaté, y fue entonces cuando hallé lo que sería el más valioso objeto heredado por mí: era el diario secreto de los viajes del abuelo. Temblé de emoción y tras consumirse la vela que portaba y quedar a oscuras, apreté el libro con tanta emoción que se fijó en mi pecho como si fuese un noble escapulario. Versos, bosquejos de sus inventos, planos de una ciudad que estaba planificando, leyendas y cuentos los dejé desparramados dentro del baúl mal cerrado. Salí y en puntillas retorné a mi alcoba, me encerré con llave y puse todos mis anhelos en el diario del abuelo.

    En la primera página decía: <>. A continuación su firma y tres puntos (pocos sabemos su significado). El papel estaba un tanto amarillento, probablemente por la pátina de los años. Cansado por el éxtasis de la emoción, dormí abrazando al diario, y soñé con el abuelo. Soñé que había publicado los recuerdos de sus viajes, para que otros sientan la misma emoción y el mismo placer que yo sentí en esos años de mi adolescencia, y para compartir mi felicidad al saber que tengo un abuelo.

    Los años han pasado. Yo también estoy ya en la difícil y aburrida tarea de envejecer, y creo que este es el momento para realizar el sueño que tuve.

    Imprimiré sus recuerdos. Tengo su permiso. Me lo dio en el sueño y ahora tengo la voluntad de hacerlo. Espero que todo aquel que lea este libro se encariñe con el abuelo como yo lo hice, ha sido un gran personaje.

    NOTA: Las traducciones de estas memorias a veces no son del todo precisas, porque el abuelo hablaba y escribía seis idiomas. Las fechas no las podría precisar pues él nunca marcó una. Nunca se preocupaba por el tiempo.

    Diario de los viajes de mi abuelo.

    Con Magir en Tíbet.

    Creo que desde que tuve uso de razón, desde que mi cerebro comenzó a pensar por sí solo, lo que más me ha intrigado es el mundo misterioso de lo oculto, ese mundo de magia e incógnita donde lo real se vuelve irreal y viceversa; donde pensamientos interrogantes flotan en la suspensión de la verdad, donde tiempo y espacio se transforman en una mera ilusión de la mente, donde se comprueba y se comprende que la única energía que mueve al mundo es el amor, ese mundo del que sólo los niños saben sacar provecho; ese mundo, mi fascinación, mi insomnio y mi desvelo.

    Nunca he perdido la oportunidad, cuando se me ha presentado alguna persona con poderes extraños y misteriosos, de acercarme a ella. En todos los países por los que he caminado, siempre he visitado a alguien que dice tener facultades extrasensoriales. He hablado con gurúes, magos, sufistas, monjes, clarividentes, hechiceros, brujos y, desde luego, con cientos de charlatanes y gitanos. De todos ellos he sacado provecho, pero al que más respeto es a un monje tibetano que supo aclarar mis pensamientos, confusos, inmaduros y que perturbaban mi paz mental.

    Su nombre es Magir, vestía túnica y sandalias. Era flaco como el soplo pero irradiaba una luz especial con su presencia. Con tan solo estar a su lado me sentía en paz y lleno de amor. Magir vivía en un hueco de una montaña, sin ninguna posesión ni pertenencia. Era él y nada más que él. No sé cómo pero nos encontramos y hablamos. Tampoco sé por qué pero me llevó a su hueco en la montaña, donde pasé algún tiempo. Recuerdo casi todo lo que me dijo y por eso será parte de mi diario. Trataré de describir toda mi experiencia con Magir, el monje ermitaño del Tíbet que supo acomodar las piezas flotantes de mis pensamientos, para que no se pierdan en el laberinto de la confusión y la duda, y para que encajen en los debidos agujeros de mi vida en formación. Gracias Magir por tu desinteresada enseñanza.

    -Mi querido hermano, siento que su búsqueda de respuestas a todas sus incógnitas se esté volviendo frustrante y peligra caer en el queimportismo y la desilusión.

    -¿Cómo sabe usted lo que busco?

    -Es muy sencillo. Yo veo su vibración y siento su energía. Ellas son las que me dicen las inquietudes de su alma y las ecuaciones que su mente formula.

    -Pero soy un ser tranquilo y hasta satisfecho, diría yo.

    -Apariencia, nada más que apariencia. Esa tranquilidad que Ud. quiere demostrar no es más que una máscara que tiene que usar para facilitarle su permanencia en el círculo de la sociedad en la que vive y hace su vivir. Pero Ud. sabe y no quiere aceptar que tan sólo es una ilusión pasajera. Lo que busca inconscientemente está más allá del tiempo y el espacio. Su búsqueda se ha transformado en viajes hipócritas que esconden el verdadero propósito de su encuesta.

    -Yo viajo porque me gusta ver nuevas tierras y descubrir mentes diferentes.

    -Otra máscara más en su vida. Ud. busca algo que lo inquieta, algo que lo llama, algo que no comprende. Por eso está aquí a mi lado, por eso ha visitado a tantos guías espirituales. Pero aún no encuentra su respuesta y es por eso que quiere cubrir esta búsqueda con la máscara del placer de los viajes.

    -Sí, es cierto que algo me llama muy dentro de mí ser, pero no sé qué es ni sé cómo encontrarlo, pues tampoco sé qué es lo que busco.

    -Es muy sencillo y bastante simple: Ud. ha estado buscando en los sitios errados, su búsqueda ha sido equivocada. No la encuentra por la sencilla razón de que lo que busca no se encuentra en donde ha buscado. Debe terminar su búsqueda encontrando lo buscado en el sitio correcto, donde siempre ha estado esperando ser buscado y encontrado.

    -Suena simple y sencillo. Me puede decir a dónde ir en su búsqueda.

    -Mi querido hermano, lugar, sitio o localidad donde se pueda decir que se encuentra la fuente de la verdad y de la sabiduría no existen en el universo. La Creación ha sido tan sabía que colocó esta fuente en cada uno de nosotros. Todos hemos tenido, desde el día en que fuimos creados, este manantial de sabiduría y abundancia. Lo llevamos dentro de nosotros, ha sido, es y será de nuestra pertenencia, para nuestro uso, desarrollo y progreso. Es una fuente que nunca se agotará porque no tiene ni comienzo ni final; existe sin existir, nos habla en silencio y así se manifiesta. No está ni aquí ni allá. Simplemente está, es de todos y al mismo tiempo no es de nadie. Es energía e información del Cosmos, presente a través de nosotros sin alarde ni vanidad; sencillamente lo hace porque es su deber y es su ley.

    -Me es un tanto complicado entender esto que existe sin existir, que está y no está, que es de todos y de nadie al mismo tiempo, que habla en silencio, que se manifiesta sin manifestarse.

    -Vamos juntos a descifrarlo y entenderlo. La clave para comprender cualquier pensamiento confuso es la atención. Los humanos no ponemos mucha atención a las cosas de la Creación, y es por eso que hemos olvidado sus leyes y no podemos sacar provecho de ellas. Ponga atención a su cuerpo y a todo lo que le rodea. Comencemos con el sol. Este es energía e información, está ahí sin estar, simplemente está haciendo su deber y es su ley, es de todos y de nadie al mismo tiempo, da sin recibir y no hace alarde de su poder; tan sólo es lo que ha sido, es y será; lo mismo pasa con las estrellas, los planetas, el cosmos en general. Ahora preste atención al aire que respira: Ud. vive de él, es suyo sin que le pertenezca, es de todos y de nadie al mismo tiempo. Ud. sabe que está ahí pero no lo puede ver, acariciarlo ni guardarlo; tan sólo es oxígeno y nitrógeno; fue, es y será, es su función y es su ley, hace su trabaja sin interrupción, nunca se acabará ya que nunca tuvo comienzo, siempre fue lo que es y siempre será lo que ha sido.

    Mira la función de la naturaleza: llueve cuando tiene que llover, cambia de estaciones cuanto tiene que cambiar, el agua sigue su curso por donde tiene que seguir, las plantas crecen cuando tienen que crecer y dan sus frutos cuando los tienen que dar; todo es una ley, esto es inteligencia, y para que exista inteligencia debe haber información. Por eso es que el Cosmos es una combinación de energía e información; lo mismo pasa con su cuerpo. Ponga atención a cada una de las funciones de su cuerpo: cada órgano hace su trabajo y para hacerlo necesita energía e información; cada órgano funciona por su cuenta y al mismo tiempo unido a los demás, con el mismo ritmo, con la misma tenacidad, hasta hacer que su persona sea cuerpo en manifestación. Lo mismo sucede con el Universo, todo trabaja ajustado a una ley, a una inteligencia e información, y todo separado funciona junto en un mismo campo, produciendo la manifestación material que sale de ese campo. Si Ud. pone atención a todo lo creado se dará cuenta de que todo es uno y ese uno es todo; no existe diferencia entre dos cosas ni entre los seres, todo es igual, todos estamos compuestos de los mismos elementos; lo único que difiere es el estado de vibración. Los humanos prestamos más atención a los disfraces y a las máscaras que a la misma esencia de la Creación. En Unos es unidad y la unidad es el Uno; todo llega a su punto de información y energía pues nada tiene comienzo ni final.

    Todo lo que ve es de todos y este todo no pertenece a nadie; todo es una manifestación de lo desconocido, porque antes de que se manifiesta existía ya en forma de información. Todos nuestros pensamientos salen de lo desconocido pero no son desconocidos pues emergen de una fuente que está más allá de lo desconocido, y la información que sale de esa fuente la podemos encontrar si prestamos atención al silencio de la nada que se encuentra encerrada en nosotros; y, al mismo tiempo, prestando atención al hecho de que todo es unión, de que unión es el Uno, y de que el Uno está en nosotros.

    -Todo esto se está volviendo un caos en mi cerebro. Creo que me está confundiendo.

    -Fantástico. Esto quiere decir que lo está asimilando.

    -¿Cómo puede llamar fantástico a toda esta confusión en mi mente?

    -Desde luego que es fantástico. Ahora sé que no estoy hablando al aire, aunque a veces sí converso con él. Escuche, amigo, todo lo que aparentemente nos parece un caos o un desorden, en la realidad no es más que una de las

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