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Emigrantes
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Libro electrónico310 páginas5 horas

Emigrantes

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1882 una Italia dividida con pobreza, recién comienza la unificación de la península. Las familias del Veneto sufren ese mismo año con un devastador invierno, que trae consigo la pérdida de patrimonios, y vidas por las inundaciones. Las familias no saben que hacer, surge en cada pueblo una invitación de un país muy lejano y desconocido para ellos, México, lugar lleno de misterio y fantasías. Mientras en México el presidente Porfirio Díaz hace un tratado para traer gente del norte de Italia a aportar sus conocimientos en agricultura y ganadería. En el período de Manuel González llegan esas personas con la esperanza de formar un nuevo hogar lejos del terruño querido. Al mismo tiempo en el Alto Adigio y Trento (Segunda Parte del libro ) que es dominado por el imperio Austro-Hungaro, surge un movimiento de la Italia irredenta para separarse del Imperio Austro-Húngaro, los protagonistas se ven inmiscuidos y uno de ellos es encarcelado. Esto hace tomar la decisión de salir junto con otros hacia México. Durante la travesía, este grupo tiene una serie de peripecias donde mueren muchos de ellos, al llegar a Tampico son traicionados por un coronel, son secuestrados en Cerritos y tienen que ser muy valientes para llegar a su destino, escapando a San Luis Potosí. Del Veneto el viaje es más tranquilo, pero cuando llegan a Chipiloc la tierra no es lo que esperaban, la buena tierra prometida había sido comprada por políticos, y tienen que trabajar y trabajar para resurgir en lo que se convirtio este pequeño pueblo del estado de Puebla. El personaje es Antonio un pequeño que tiene un duende el Mazzarol que lo acompaña desde muy pequeño haciéndole travesuras, y lo despide desde el puerto de Genova en su nueva aventura. Este personaje va creciendo siempre con la herencia principal de los Emigrantes, honradez y trabajo. Hasta la fecha, toda la descendencia regada por todo México y Estados Unidos, seguimos con ese orgullo de nuestros antepasados con la honradez y el trabajo.

IdiomaEspañol
EditorialGRP
Fecha de lanzamiento1 jun 2016
ISBN9786078466139
Emigrantes

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    Emigrantes - Marco Antonio Vanzzini

    © Marco Antonio Vanzzini Castellanos

    © Grupo Rodrigo Porrúa Ediciones, S.A. de C.V.

    Rio Tiber No. 99, interior 103, Col. Cuauhtémoc

    C.P. 06500, Del. Cuauhtémoc

    México, Distrito Federal

    (55) 6638 6857

    5293 0170

    direccion@rodrigoporrua.com

    1a. Edición, junio 2016

    ISBN: 978-607-8466-13-9

    Impreso en México - Printed in Mexico

    Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio

    sin autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

    Características tipográficas y de edición

    Todos los derechos conforme a la ley

    Responsable de la edición: Rodrigo Porrúa del Villar

    Corrección ortotipográfica y de estilo: Graciela de la Luz Frisbie y Rodriguez /

    Rodolfo Perea Monroy

    Diseño de portada: Alberto Sebastián Gómez Ortiz

    Diseño editorial: Grupo Rodrigo Porrúa

    "Los únicos goces puros y sin mezcla de tristeza que le

    han sido dados sobre la tierra al hombre, son los goces

    de la familia".

    Giuseppe Mazzini

    La vida es una sonrisa, el amor es un rayo fecundo

    Gabriele d’Annunzio

    Dedicado a :

    Coni, Marco Antonio y Cristina, Marco y Cris, Oscar y

    Emiliano, Claudia y Oscar

    Gracias Especiales:

    Rocío Arenas y Juan Barrera Rodríguez.

    CAPÍTULO I

    EL VÉNETO

    El gallo cantó varias veces y el despertar fue lento, aún no había claridad. Hacía frío dentro del cuarto hecho de piedras unidas con cemento rudimentario. Tenía una pequeña ventana hacia el exterior con marco de madera y un vidrio plomizo que dejaba ver las montañas y la nieve que copaba sus cimas, pero las frazadas que la nonna¹ había tejido le proporcionaban un tibio confort y él se envolvía nuevamente en ellas para recibir ese calor agradable, ese calor de hogar, y por eso no quería levantarse. Era el principio del invierno, muchas hojas habían caído de las ramas de los árboles. El otoño quedaba atrás, las mañanas eran todavía oscuras y hacía un viento fresco que golpeaba las ventanas y se oía ese chiflidito de alguna ranura por donde se colaba.

    La pequeña casa estaba en medio de aquella arboleda, en la ladera de las grandes montañas cerca del río Piave que podía observarse desde allí, con su caudal como hilos de plata que surcaban el cauce surtiendo al mar, fundiendo su agua dulce con la salada. La casa tenía la cocina, una sala, dos recámaras y un anexo donde vivían las tías abuelas de Tonio. Cerca estaba el establo y unas corraletas para los animales que complementaban la reducida dotación de tierra que no pasaba de cinco y media hectáreas, además del silo para almacenar alimento para el ganado, y el granero donde guardaban algo de maíz, trigo, y las barricas de vino para la fabricación casera.

    Giovanni vivía con su esposa Dominga, su hijo mayor Pietro y Tonio, el hijo menor, también estaban sus tías Teresa y Luisa que siempre habían vivido con él. Ellas tenían sus labores diarias tanto en la casa como en el establo, en aquella comunidad donde todos ponían algo de sí para salir adelante.

    A esa hora empezaba a oírse el mugir de las vacas en el establo, tenían hambre y esperaban el heno matutino y la llegada del padre de Tonio que comenzaría a ordeñar el hato de ganado que les daba esa leche de donde sacarían una espesa crema, y harían unos exquisitos quesos para después añejarlos y comerlos con una buena rebanada de pan o con la polenta que las tías Luisa y Teresa hacían desde temprano. Colocaban la leña y colgaban un gran cazo de cobre, le agregaban la harina de maíz y agua, y comenzaban a calentar la mezcolanza en ese perol; añadían un poco de sal y luego un poco de mantequilla, cuando había. Una vez que el agua se evaporaba, la masa se hacía más dura. Entonces, tomaban el cazo con mucha fuerza y le daban grandes sacudidas para ir formando una pelota, la sacaban y aún caliente la partían con un hilo, rebanada por rebanada, lista para añadirle mermelada o algún guiso que hubiera en la cocina. Esa era comida que toda su vida estaría en su mente, era la polenta, alimento primordial en esa región de Italia.

    Tonio, en la cama, recibía esos olores agradables que hacían que ya no pudiera dormir; en ese momento llegaba su padre gritando:

    —¡Arriba flojos, el día ya comenzó. Hay mucho trabajo antes de que se vayan a la escuela!

    A pesar de sus escasos cinco años, él tenía que levantarse para ayudar en las tareas del establo y para dar de comer a las cuatro ovejas; les llevaba algo de pastura que había sido guardada en el silo y ellas la comían con mucho apetito dando balidos de gusto. Él y su hermano también alimentaban a las gallinas que cacaraqueaban como cantando por la mañana después de haber puesto un huevo. Les daban algo de granos y masa de la polenta que había quedado de días anteriores. Posteriormente recogían los huevos en una cesta grande donde cabían como veinte. Después los llevaban a la cocina y los dejaban sobre la mesa. Era una tarea diaria que tanto Pietro como Tonio estaban acostumbrados a hacer, y no les molestaba despertar temprano para ayudar en los quehaceres de su casa. Esas eran algunas de sus ocupaciones cotidianas, porque al terminar tenían que lavarse la cara y cambiarse de ropa, tomar el desayuno con aquella polenta y mermelada de durazno que las tías habían preparado, y a Tonio le gustaba añadirle algo de mantequilla y mermelada con un gran vaso de leche recién ordeñada. Una vez que terminaba, tomaba sus cuadernos y se iba caminando con Pietro. A Tonio le agradaba acudir a la escuela aunque por su edad no iba todos los días, pero ya empezaba a conocer las letras y le gustaba leer porque todo lo que veía lo deletreaba. Acudían a un rudimentario establecimiento que quedaba a unos cinco kilómetros de la casa, cerca de San Vito, y tenían que caminar entre los árboles de la montaña que separaba el pequeño terreno de la escuela. En casa se quedaban su madre, su padre y sus dos tías. Ellas atendían la casa con tareas como barrer, lavar la ropa, preparar la comida, además de colaborar con las actividades de la pequeñísima tierra que podían cultivar. En su mayoría estaba sembrada de vides, y en cada vendimia cosechaban las uvas y hacían un vino tierno que era consumido durante todo el año. En otra parte del terreno tenían algo de maíz, del cual podían sacar el grano para la polenta, y el resto estaba sembrado de alfalfa que ayudaba a mantener a las cuatro vacas y tres becerros, además de las ovejas.

    Un día por la tarde Giovanni llamó a Tonio:

    —Mañana temprano iremos a Venecia, el tío Enrico tiene una góndola y me ha dicho que puedo trabajarla el fin de semana. Hay que ganar un poco de dinero extra porque ya está entrando el invierno y debemos prepararnos.

    —Claro que sí, me encanta ir a Venecia, además desde la vez anterior que fuimos dejé muchos amigos, qué bueno que sea temprano.

    Tonio podía acompañar a su padre y quedarse con María, esposa de Enrico. Ella lo estaba cuidando porque estaba un poco enfermo, y Tonio con gusto cuidaría también de él. Debido a eso, Enrico le facilitaba la góndola a Giovanni para que pudiera conseguir algo de dinero extra. También aprovechaba para conseguir provisiones y cosas para la labranza que no podía encontrar en San Vito.

    Para Tonio era una verdadera alegría ir a la Ciudad de los canales y estar allí viendo pasar las góndolas. Le gustaba oír cantar a los gondolieri² y soñar que algún día él tendría su góndola para llevar a muchos turistas y cantarles bajo los puentes, donde el agua se mece y adormece las ilusiones de los viajeros. Disfrutaba acudir a la Plaza de San Marcos y ver aquellos bellos mosaicos de oro en la fachada de la catedral, ver a los leones alados que representan al evangelista, oír y ver a los moros del mazo tocar la campana indicando la hora. Soñaba dentro de sí, a pesar de su corta edad, con ahorrar algo de dinero y ayudar a su casa para tener una vida mejor. Soñaba despierto viendo las palomas volar y buscar comida, y así volaba también Tonio en un mundo de fantasía, de travesías que para él era ir de San Vito a Venecia; era su mundo, no anhelaba mucho más. Le gustaba la gente, le atraía ver todo tipo de facciones, de colores, de vestidos, de formas de hablar. Era fascinante, era un sueño verse con aquella camisa a rayas blancas y negras con cuello redondo, y aquel sombrero típico todo en negro, lo veía puesto sobre su cabeza; le alucinaban aquellas máscaras típicas del carnaval, soñaba que se las ponía y bailaba con la niña que más le gustaba de la fiesta. En fin, era su carnaval, era su Venecia, su Véneto querido. Era un sueño profundo de los que duran poco antes de despertar, pero parecía que llevaba toda una noche viviendo ese sueño tan hermoso, sin saber que Austria aún mandaba cerca de allí, que los grandes comerciantes y latifundios acaparaban la tierra. Era difícil y por eso el padre de Tonio tenía que ir a Venecia a trabajar.

    Tonio seguía soñando, nada lo hacía despertar. Muy temprano llegó Giovanni a despertarlo; estaba muy cobijado por el frío que hacía en esa temporada. Tenía una sonrisa en los

    labios, tal vez esperando en la profundidad de su sueño a que llegara su padre por la mañana para despabilarse. Su padre le decía que se vistiera porque iban de salida, aun cuando estaba oscuro. Las estrellas brillaban en el firmamento y la luna redonda comenzaba a recostarse sobre las montañas lejanas; el cuadro era idílico, bucólico, lo hacía suspirar dentro de su sueño.

    Las cosas más importantes salían de ese mundo mágico. Seguía ese gran desfile de máscaras por los canales de la gran ciudad, las góndolas ataviadas para la fiesta eran de un negro lustroso, con ese vaivén que las hacía bailar un vals cadencioso al ritmo de las pequeñas olas. El palacio del ducado con grandes candelas lucía majestuoso, y cerca de la Plaza de San Marcos se podía ver la iglesia de Santa María de la Salud. El Ponte di Rialto era un encanto. Tonio corría hacia las placitas que se hallaban cerca, disfrutaba las pequeñas callejuelas por las que andaba escondiéndose y riendo; finalmente tomaba una lancha que lo podía llevar a las islas de Murano o Burano, y aún más lejos a Torcello. En Murano, era un espectáculo observar a aquellos artistas soplar el vidrio, hacer maravillas con esa masa incandescente que con un juego de malabares formaban verdaderas obras de arte de color y figuras inigualables. Dentro de ese sueño observó a lo lejos una pequeña cruz con filones incrustados de oro que le llamaron mucho la atención. Los turistas veían estos objetos con asombro, y compraban aquellas ricas formas de vidrio para llevarlas a sus países de origen.

    Aparte de lo que Tonio había visto antes, su imaginación lo llevaba a conocer lugares de los que sólo había oído hablar a los adultos; dentro de su frenesí por conocer y saberse útil en la vida, tenía esa avidez por hacer, por saber lo que estuviera a su alcance, pero todo era un sueño, un sueño del que no quería desprender cada mañana, y sentía otra vez los ruiditos como si alguien desde el exterior le hablara. Cuando volteaba hacia la ventana, una figura pasaba rápidamente como un pequeño fantasma rojo, con su larga cola y sus patas de chivo. Pensaba: otra vez tú despertándome, ya sé que me tengo que levantar ya voy, ya voy, pero se volvía a acomodar en su tibia cama, hasta que nuevamente era llamado y no le quedaba más remedio que levantarse. Él comenzó a conocerlo, sería su amigo secreto durante mucho tiempo.

    Una vez que Tonio despertó esa mañana, se vistió rápidamente y vio que su padre ya lo estaba esperando. Giovanni lo tomó de la mano, ya tenía lista su pequeña bolsa con las mudas que podría necesitar porque no sabían exactamente cuántos días estarían en Venecia. Se despidieron de su madre y de las tías que le entregaron a Giovanni una lista de las prioridades de las compras que debería hacer. Le dieron algo de dinero para que comprase los encargos que habían escrito en la lista que no era muy larga porque el dinero tampoco era mucho. Sólo tenía que comprar lo necesario para el invierno como telas, comida y sal. Después recibieron la bendición y salieron presurosos para llegar de San Vito a Treviso y en ese lugar tomar el tren que los llevaría a Venecia. Llegaron a tiempo y Tonio estuvo muy tranquilo durante el viaje, sólo pensaba que iría nuevamente a la ciudad que lo había impresionado tanto el año anterior. Hizo algunas preguntas de niño curioso que circulaban en su mente:

    —Papá, ¿por qué en Venecia no hay calles y existen calles llenas de agua?

    —La historia es muy larga, pero recuerda que Venecia es una isla que en un tiempo iba a ser conquistada por extranjeros, y ellos se refugiaron en ese lugar pantanoso, construyendo sus casas sobre pilotes de madera, llamados palafitos, de esta manera se defendían de las invasiones de los hunos y longobardos.

    —¿Y de dónde viene el agua?

    —Recuerda que Venecia es un puerto en el mar Adriático y está situado en el delta de varios ríos.

    ¿Y por qué es tan hermosa la Catedral de San Marcos?

    Venecia floreció gracias al comercio marítimo, y hubo mucho dinero, y los Dux hicieron grandes obras de arte, entre ellas la catedral.

    —Me gusta mucho, ¿no podemos vivir allí?

    —Nuestra casa está en San Vito, ahí está nuestra familia, nuestro trabajo, y nunca sabremos dónde terminaremos en un futuro; el destino nos marca algo que no sabemos y que sólo el tiempo determinará.

    Tonio se quedó pensativo, tratando de entender lo que su padre le decía, para él era muy fácil cambiarse a vivir a Venecia, pero el futuro juega muchos cambios y uno tiene que adaptarse y aceptar ese devenir para no padecer.

    En la estación de Venecia tomaron el vaporetto que los acercó al centro de la ciudad y de allí llegaron caminando a la casa de la tía María que ya los esperaba con un buen desayuno; el tío Enrico estaba dormido y prefirieron no despertarlo en ese momento. Después de comer algo, Giovanni preguntó si podía ir por la góndola para trabajar desde temprano, ya que cuando llegaron vieron que había bullicio en la ciudad porque había mucho turismo. Ya con la bendición de la tía María, Giovanni salió de la casa y se dirigió al lugar donde estaba la góndola esperando para comenzar a trabajar. La gente del embarcadero lo conocía, él los saludó en el dialecto véneto y después de una breve plática tomó la góndola y salió a trabajar. En la casa de la tía se había vestido como lo hacen los gondolieri, con su sombrero negro y su camisa a rayas blancas y negras.

    Tonio le pidió permiso a su tía para salir un rato a recorrer las estrechas calles de Venecia, que a pesar de su corta edad conocía más o menos bien, ya que no era la primera vez que estaba en esa ciudad; incluso conocía algunas de las personas, como otros gondolieri y comerciantes que vendían souvenirs. Su tía María le advirtió:

    —Está bien pero no te alejes de la casa y no hagas travesuras, porque si no obedeces, el Mazarol³ puede jalarte las orejas.

    Entre un poco de miedo y de risa el chiquillo pensó en aquel diablillo, pues vivía jalándole las orejas y lo despertaba a diario. Salió de la casa y se dirigió al Gran Canal, los tíos vivían cerca del Ponte di Rialto en una calleja de las del macizo de tierra que formaba la isla de la ciudad. En el puente estaban los comerciantes que vendían toda clase objetos a los turistas; era uno de los sitios más concurridos de Venecia, así que Tonio caminó solo por algunos callejones y llegó a su destino. Desde la primera vez que había estado ahí se había grabado muy bien los lugares a donde quería ir, y parecía que él era de esa ciudad, allí era feliz viendo a los comerciantes vender máscaras de carnaval, banderas, tazas, algo de vidrio con figuras que hacían en la isla de Murano, y cuando pasaba por alguno de los puestos la gente lo reconocía y lo saludaba:

    —¡Tonio! ¿Cómo vas? ¿Cuándo llegaste? ¿Cómo está tu padre? ¿Cómo sigue tu tío Enrico?

    —Bien, gracias a Dios, sólo venimos el fin de semana a trabajar un poco, porque mi padre dice que por allá la situación es difícil y necesita dinero para comprar algunas cosas. El tío Enrico está un poco enfermo.

    —Sí, tu tío se veía mal la última vez que lo vi, ¿cómo está ahora?

    —Yo creo que mejor, cuando salí de casa estaba dormido. Pero mi padre no quiere perder tiempo, dice que no alcanza con el trabajo de la tierra, porque hay que pagar algo que llaman impuestos.

    —Pues sí, hemos oído que han aumentado los impuestos, y los terratenientes cada vez hacen de las suyas y presionan más a la gente pobre —dijo otro de los encargados de los puestos haciendo comentarios entre ellos—, además la separación del imperio austriaco del Trento ha complicado las cosas.

    —Pero mira Tonio, si quieres trabajar un poco, toma una pieza y trata de venderla, allí vienen aquellas señoras pomposas a ver si te la compran.

    Tonio tomó una figura de vidrio soplado de color dorado y verde, verdaderamente preciosa, la cogió con sus pequeñas manos y corrió al encuentro de las señoras que platicaban en otro idioma. Cuando Tonio se acercó, hizo cara de ¿ahora qué le digo? frunciendo el ceño, pero para suerte de él una de ellas hablaba italiano:

    Signora hermosa, vea usted qué bella pieza traída directamente de Murano, cómprela porque el día de hoy no se puede ir porque las marejadas están muy fuertes y las lanchas no la van a llevar y debe tener un recuerdo de su viaje —dijo esto haciendo un guiño con sus ojos verdes.

    La señora esbozó una sonrisa y le hizo un comentario a su amiga.

    —A ver pequeño, ¿cuánto vale esta pieza?

    —Por ser para usted bella señora, la pieza vale quinientas liras, una ganga.

    Los comerciantes que estaban cerca voltearon a ver a Tonio con cara de sorpresa y con una sonrisa pícara; simplemente observaron aquella maniobra comercial que el niño de la montaña estaba realizando.

    —¿No crees que es un poco cara? Vamos a ver, te daré cuatrocientas liras por ella ¿te parece bien?

    Tonio hizo cara de déjeme pensarlo, cerró los ojos, hizo cuentas con los dedos como contando el valor de aquel recuerdo, abrió los ojos dando un suspiro y con voz baja dijo resignado:

    —Está bien, ya veré qué le digo a mi patrón, a ver si no me regaña —y tomó el dinero con un dejo de satisfacción por la primera venta del día, lo guardó en el bolsillo de su chaqueta. Él sabía que esa pieza costaba doscientas liras solamente—, muchas gracias señora, ha adquirido un lindo recuerdo.

    Dio media vuelta y se dirigió con el dueño de la pieza que lo veía con asombro, y una sonrisa que se dibujaba en sus labios. Con la emoción de su venta y con el fresco que hacía, Tonio se dirigió hacia el Rialto, pero quiso tomar otra vía entre callejones más estrechos. Cuando iba a mitad del camino, sintió ganas de ir al baño, pero sólo había casas y estaban cerradas las puertas, las ganas fueron en aumento y como la necesidad era demasiada, quiso esconderse entre unas casas que hacían un hueco. Caminaba cruzando las piernas para que el líquido amarillo no se derramara entre sus pantalones; comenzó a desabrocharse los botones del pantalón, pero entre los nervios de que lo vieran y las ganas, no podía hacerlo; estaba tan agobiado que casi llegaba al llanto. En ese momento, del hueco de la casa, apareció un personaje pequeño vestido de rojo; veía al niño con una sonrisa burlona y se reía a carcajadas, entonces le habló:

    —A ver jovencito, ¿por qué te fuiste por este callejón si tú ibas al Rialto? ¿Querías ver los mostradores de dulces y pastelillos, verdad? Pero te ganó la curiosidad de ver cosas nuevas —dijo el duendecillo rojo o Mazarol—, te mereces un jalón de orejas.

    —No, no por favor, no necesito un jalón de orejas, lo que necesito es que me ayuden a desabrochar estos botones —dijo Tonio que no había tomado conciencia de quién era el personaje con quién hablaba, no se dio cuenta en ese momento de impaciencia—, por favor amigo, ayúdame a quitar estos botones que me hago.

    El personaje se acercó riendo, se divertía al ver las caras de Tonio y la manera en que entornaba los ojos. Por fin cuando pudo respirar, se acercó al niño y lo ayudó a desabrochar el botón que no permitía la salida del objeto que debía de desaguar su vejiga. Cuando lo hizo, algunos temblores sacudieron su cuerpo y se escuchó un suspiro de alivio. El Mazarol seguía riendo, pero cuando Tonio lo buscó para agradecer su ayuda, ya se había ido, pero antes de abrir los ojos sintió un jalón de orejas y dio un pequeño grito de dolor. Entonces Tonio gritó muy fuerte un gracias que se oyó en todo el callejón. Sólo se escuchó a lo lejos una carcajada bulliciosa. Cuando todo estuvo tranquilo, Tonio se dirigió hacia el puente con una sonrisa por haber superado ese escollo y además por la sensación de su vejiga vacía. Caminó unos cuantos metros más hasta llegar a donde se encontraban los comerciantes que daban gritos anunciando su mercancía y alegaban entre ellos; llegó con el que le había proporcionado la mercancía y le dijo:

    —Gracias, Francesco, ¿cuánto debo pagarte?

    —Son sólo doscientas liras, has hecho una buena venta, espero que la señora no pregunte por allí el precio, en fin, Tonio —y recibió el dinero de la pieza—, si quieres puedes intentarlo otra vez, toma lo que quieras de algún puesto y véndelo, sólo no lo rompas y primero pregunta cuánto cuesta porque si lo vendes por debajo del precio, entonces saldrás mal y tus ganancias disminuirán.

    Esos dos días, Tonio hizo su labor de venta por las mañanas, además de ir a la Plaza de San Marcos y ver aquellas edificaciones que tanto le gustaban.

    El primer día, ya entrada la noche, Giovanni fue a buscar al tío Enrico, recordaba cómo habían sido las jornadas, había trabajado mucho. Cuando llegó con la tía María, ella le preguntó cómo le había ido, si tenía hambre, a lo que él contestó:

    —Claro que sí, han sido unos días muy largos, ayer desde temprano nos levantamos para tomar el tren a Treviso y después a Venecia, cuando llegamos tomamos el vaporetto, y luego caminando atravesamos el Ponte di Rialto para llegar a tu casa, y después fui con el salvaguarda para que me permitiera tomar la góndola y comenzar a recibir a los muchos turistas, así que fue muy productivo.

    Giovanni sacó un fajo de billetes, de allí tomó unos cuantos y se los entregó a la tía María que con gusto los tomó.

    —Debes estar muy cansado y hambriento —dijo la tía María—, hay mucha gente en estos días, aprovechando el buen clima. Además la gente está tomando como una tradición venir a Venecia en el fin de semana.

    —Sí, ha venido mucha gente de Austria, y ya ves los problemas que están surgiendo entre nuestras naciones, pero esta gente parece tener mucho dinero por las propinas que nos dan. Uno de ellos comentó que venía de Trento pero que él se consideraba italiano y no austriaco. Dijo que debía de ser hora de que el Véneto se adjudique toda esa parte que aún pertenece al imperio austrohúngaro. Con la integración de toda Italia, se deberá hacer una república fuerte y ya no tener tantas divisiones entre la población. Garibaldi y Víctor Manuel II han luchado mucho por este propósito.

    —Ojalá no haya guerra —dijo con sobresalto la tía—, porque sólo traería más penurias y pobreza al pueblo que tan necesitado está de trabajo y de paz.

    Una vez dicho esto, la tía María entró a ver al tío Enrico que dormía tranquilo en la habitación contigua, se aseguró de que estuviera bien y se dirigió a la cocina para servirle la cena a Giovanni. Tomó dos piernas de pollo y polenta que calentó sobre una hornilla donde había leña. Llegó con el plato humeante en una mano y con una copa en la otra. Puso el plato sobre la mesa, tomó una botella y le escanció en su copa el vino que él mismo había producido. Giovanni comenzó a comer, saboreando el magnífico sabor del guisado, tomando

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