Sobre las vías y La nieve
Por Alejandro Blanco
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Divididos en dos partes ("Sobre las vías" y "La nieve"), los relatos abordan, desde géneros tan aparentemente dispares como la fantasía, el drama o la novela psicológica, aspectos existenciales de la condición humana tratados en, por ejemplo, la espera de un ferroviario por conseguir su ansiada jubilación, los últimos días del sanguinario rey de un territorio inubicable en el tiempo y el espacio, o la sencilla tarea de un hombre que cava la tierra.
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Sobre las vías y La nieve - Alejandro Blanco
Sobre las vías y la nieve es una compilación de relatos de temática variada, escritos con un estilo distante y elaborado, que provoca la participación del lector, que lo aboca a replantearse el sentido último de los cuentos y que lo invita a la reflexión más allá de la propia trama.
Divididos en dos partes («Sobre las vías» y «La nieve»), los relatos abordan, desde géneros tan aparentemente dispares como la fantasía, el drama o la novela psicológica, aspectos existenciales de la condición humana tratados en, por ejemplo, la espera de un ferroviario por conseguir su ansiada jubilación, los últimos días del sanguinario rey de un territorio inubicable en el tiempo y el espacio, o la sencilla tarea de un hombre que cava la tierra.
Sobre las vías y La Nieve
Alejandro Blanco
www.edicionesoblicuas.com
Sobre las vías y La nieve
© 2013, Alejandro Blanco
© 2013, Ediciones Oblicuas
c/ Lluís Companys nº 3, 3º 2ª
08870 Sitges (Barcelona)
info@edicionesoblicuas.com
ISBN edición papel: 978-84-15824-40-4
ISBN edición ebook: 978-84-15824-41-1
Primera edición: octubre de 2013
Diseño y maquetación: Dondesea, servicios editoriales
Ilustración de cubierta: Violeta Begara
Queda prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, así como su almacenamiento, transmisión o tratamiento por ningún medio, sea electrónico, mecánico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el permiso previo por escrito de EDITORES DEL DESASTRE, S.L.
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SOBRE LAS VÍAS
Cavando
Marcos Benito dejó de hacer lo que estaba haciendo y se sentó sobre la piedra más próxima, se secó el sudor de la frente con un pañuelo blanco que sacó del bolsillo trasero del pantalón y lo frotó después contra su nariz, recogiendo así las gotas supinas que caían. Miró al cielo y el sol le quemó los ojos. Volvió a erguirse sobre las piernas y recogió la pala del suelo. Aquella con la que excavaba.
A fuerza de sacar tierra, alrededor del mástil, donde se junta la pala con el mango, se estaban ya agarrando las pequeñas raíces de los árboles y arbustos. Se enredaban como lo hacían los pelos que Marcos Benito tenía en el pecho al bañarse en el mar.
Todo lo largo de la mañana y parte de la tarde llevaba Marcos Benito cavando. Los hombres del pueblo se habían reído de él, así que alzó su palo sobre el hombro y cruzó el río dirección al norte para cavar al otro lado del bosque, en soledad, donde no pudieran verle y reírse.
Ya de noche, cuando la luna coronaba y sus estrellas pequeñas le hacían compañía, desenterró un palo de madera carcomido por la tierra y las termitas. Marcos Benito sabía que las estrellas eran pequeñas por distancia, por estar lejanas; antes eran mayores. Cogió el tronco, tan alto como él, y lo tendió en el suelo, se sentó al lado, se desabrochó la camisa y asió el palo con la mano derecha y el antebrazo extendido detrás de ella; y alzó, de nuevo, la vista al cielo.
De luna de miel
—Ayer no debiste hacer eso, Gloria.
—¿El qué? —respondió ella.
—Ayer, cuando no me escuchabas. Cuando traté de contarte cosas y no me hiciste caso.
—Vamos, Samuel, no empieces otra vez. No te lo tomes tan a pecho.
—No lo hago, Gloria. Pero ciertamente, no puedo evadirlo así como así.
Gloria elevó la vista por el parabrisas. No tenía ganas de volver sobre aquello. Su marido, Samuel Flores, seguía ofendido por la conversación. Ella no comprendía. Trataba de hacerlo, pero su marido Samuel desproporcionaba, con desmedida frecuencia, pequeñas irritaciones propias de una sensibilidad casi imperceptible, y Gloria había aprendido eso sin comprender.
Llevaban cuatro días conduciendo y de vacaciones. Se cambiaban los turnos cada dos horas, más o menos, pero los dos últimos días habían preferido conducir menos y caminar más. Todavía les quedaba una semana entera por delante y Samuel Flores quería ver el paisaje y pasear, comer, dormir y hacerle el amor a su esposa.
La carretera subía empinada entre las colinas. El asfalto ondulaba bajo las ruedas y, de poco en poco, veían ir cayendo hojas y ramas otoñales y castañas. Tenían un buen cesto lleno de castañas en el asiento de atrás del coche. El día anterior, antes de haber discutido, estuvieron recogiéndolas a lo largo de un arroyo que se extendía adentro en el bosque, desde el pie de la carretera, saliendo el río de debajo de ella.
—¿Te gustó coger castañas? —preguntó Samuel.
—No empieces otra vez.
—No lo hago. ¿Te gustó? ¿Lo pasaste bien?
Ella dejó de acariciarse los pies con las manos encima del salpicadero y abrió los ojos y volvió la cabeza, irguiéndola, hacia su marido. Samuel sonreía.
—Mucho —y le dio un beso en la mano.
Samuel la dispuso de nuevo sobre el volante, pisó el freno y paró. Sacó la llave y la guardó en el bolsillo del pantalón. Gloria esperaba. Él se bajó y fue a la puerta de su esposa con un cigarrillo encendido en la boca, la abrió y le tendió la mano. Dejando el coche a un lado de la carretera, en el lindero del bosque, se llevó a su esposa de la mano