Cuentos inadaptados: La era de la destrucción
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Cuentos inadaptados - Diana Beláustegui
Cuentos inadaptados
(La era de la destrucción)
Literaturas
Cuentos inadaptados
(La era de la destrucción)
Diana Beláustegui
Rector
Ing. Héctor Rubén Paz
Vicerrectora
Mg. María Mercedes Díaz
Subsecretaria de Comunicaciones
Lic. María Gabriela Moyano
Directora Editorial
Mg. Ester Nora Azubel
Diseño editorial y maquetación: Noelia Achával Montenegro
Diseño de tapa: María Eugenia Alonso y Noelia Achával Montenegro
Fotografía de tapa: Joaquín Vega
Edición: Eva Gardenal Crivisqui
© Diana Raquel Beláustegui, 2018
© EDUNSE, 2018
Av. Belgrano (s) 1912 - G4200ABT
Santiago del Estero, Argentina
email: infoedunse@gmail.com
www.edunse.unse.edu.ar
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Cualquier tipo de reproducción total o parcial de este libro, no autorizada por los editores, viola derechos reservados.
Hecho el depósito que marca la ley 11.723
Índice de contenido
Portada
Comienzo de lectura
Amigo imaginario
El cuco
Muñecas
NN
Barby
Barby Two
Compañeros de juego
La niña morena
La vecina
Letras
Marianito y los cuentos de terror
Mostacho
No es un cuento sobre fantasmas
Septiembre
Tic-Tac
Callejeros
Apariencias
Posesión
Instrucciones para escribir una novela sobre un asesino serial
Amigo imaginario
—Me habría gustado seguir con vos toda la vida, pero estás creciendo y sería raro que nos vieran juntos −el amigo imaginario le sostenía las manos. Hubiese querido decirle que no tenía que irse, pero cada vez que su novio visitaba el departamento, ella tenía que esconderlo en la azucarera, haciendo un esfuerzo por cerrar la tapa, empujándolo con el dedo índice cuando la masa corporal imaginaria del amigo imaginario se resistía a caber en el pequeño contenedor. Entonces él se quedaba estático, con la cara chata chocando el vidrio, y el colmillo de la mandíbula inferior rozando la punta de la nariz.
Se despidieron con besos, lamidas y llantitos.
Él se fue por el inodoro y ella se sintió más liviana, luego hinchada, al día siguiente: nauseosa, y al mes, un tanto dolorida y mareada.
Cuando tuvo su período se desangró por ocho días, cada vez que iba al baño miraba un largo rato el inodoro antes de sentarse, por miedo a no verlo salir y dejarlo embadurnado con orina y coágulos.
Cuando se sintió enferma, extrañó tenerlo a su lado dándole lamiditas en la lengua, y cuando se dispuso ir a la ecografía solicitada por el ginecólogo, imaginó que lo guardaba en la cartera, pero fue inútil el intento de atraerlo, cada vez que la abría solo veía papeles y algún que otro libro.
Esa noche cuando regresó al departamento con los resultados, se recostó a observar la imagen en negro y gris.
Biopsia, masa extraña, útero, pastillas, reposo, nueva consulta. Las palabras sueltas no le generaban una explicación a lo que sucedía, había prestado poca atención al monólogo de su ginecólogo, dejó de escucharlo cuando lo reconoció en la imagen distorsionada que le mostraba el informe, con su diminuto colmillo tocando la naricita, parecía estar con la boca abierta, comiéndosela desde adentro.
El cuco
Nunca logró superar el miedo al cuco. Cada vez que entraba a la pieza y tenía que revisar diez veces el ropero, levantando prenda por prenda y haciendo a un lado las perchas, renegaba de su madre por haberle creado ese miedo. Ni qué hablar cuando eran las tres de la mañana y ante el mínimo crujido del colchón tenía que mirar debajo de la cama.
Solía soñar que el monstruo le respiraba en la cara y el aliento era pestilente.
Ir a dormir, todas las noches, era una tortura. El psicólogo aconsejó una terapia alternativa con el psiquiatra para ser medicada y la muchacha se desvivió por conseguir las pastillitas y tomarlas obedientemente con la esperanza de superar su fobia. Nada hizo efecto.
Quería dormir como el resto de la gente. Cerrar los ojos y olvidar el mundo.
Se había acostumbrado a tomar pequeñas siestas durante las horas de oficina y un par de noches intentó dormir sentada en el inodoro, apoyada en el bidet, pero la espalda le pedía a gritos una zona de confort para evitar dolores y calambres.
Tenía 25 años cuando decidió que debía tener una habitación especial. Pensó en hacerla adosada al resto de la casa, pero no quería que se colaran crujidos ni sonidos extraños, así que mandó a hacerla en el centro del patio. Medía exactamente 1,90 x 2,30 m². Fue exigente en el cumplimiento de las medidas, debía entrar sólo su cama, la puerta se abriría hacia afuera y no