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Doctor Rata
Doctor Rata
Doctor Rata
Libro electrónico177 páginas2 horas

Doctor Rata

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Información de este libro electrónico

Gregorio Cándido quiere crear una súper-criatura y elige hacer con una rata. Años de experimentos absurdos y selección artificial le permiten crear un engendro del tamaño de un cerdo. Gregorio cree que la ratota lo ve como a su madre, como a su creador, pero no es así, la rata lo devora y escapa del laboratorio para someter 50 millones de ratas que habitan la Bogotá de 1993. Ahora las ratas están en pie de guerra y tienen una ratota inteligente dirigiéndolas como un atinado general. Los habitantes de Bogotá no están preparados para esto y una guerra sucia y cruel da comienzo.

Hay que cazar a la ratota que cada noche mata, por gusto, a una mujer, siempre parecidas entre ellas. Nadie mejor que Conan Fuentes, el desrratizador escarnizador, el más efectivo enemigo de las ratas, para enfrentar a la ratota, pero ¿será capaz Conan contra semejante engendro?

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 mar 2023
ISBN9798215981061
Doctor Rata

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    Doctor Rata - JUAN CARLOS Hoyos

    Doctor

    RATA

    Por

    JUAN CARLOS HOYOS

    © 2022

    Esclavo Despierto Producciones

    Todos los derechos reservados

    Doctor

    RATA

    Tabla de contenido

    1  La Ratota mata a su primera mujer

    2  La ratota escapa

    3  El laboratorio sin Gregorio Cándido

    4  Hora de almuerzo

    5  Cae la noche

    6  Fin de un dia rutinario

    7  Cerca de la medianoche

    8  Día dos en el laboratorio

    9  Noticias extrañas

    10  Anochece

    11  Gregorio, la madre de la ratota

    12 Nuevo ataque de las ratas

    13 Las cifras asustan

    14  Ratas en los baños y cocinas

    15  Jueves

    16  Viernes

    17 El río

    18 Vuelven los periodistas

    19  La ratota un arca de Noé

    20  Los experimentos de Cándido

    21  La ratota es una reina

    22  La ratota en la iglesia

    23  Tribulaciones de la ratota

    24  Sábado

    25  Domingo

    26  Noche del lunes

    27  A la mañana siguiente

    28  El solaz de la ratota

    29  Pancho y Danilo descubren pistas

    30  Recompensa por la ratota

    31 Otro sábado de guerra

    32  Domingo

    33 Conan Fuentes

    34  La ratota se mete hasta en la psique

    35  Conan desrratizador

    36  ¿Cómo ser hombre frente a la rata?

    37  Cacería nocturna: temporada de ratas

    38  Conan sigue a la ratota

    39  Cálculos

    Erigimos estatuas,

    que bien cagan la palomas,

    de héroes capaces de la mayor crueldad.

    1

    La Ratota mata a su primera mujer

    Parecía que se iba pero se devolvió. Abiertamente, ni iba ni venía, era como si no se decidiera a nada. Se detuvo cerca a la pared y levantó sus patas delanteras en el aire, elevó sus ojos y buscó la luna. Lentamente fue apoyando su espalda contra la pared y se quedó vaciada sobre el satélite. En esa posición la rata no trasmitía un asomo religioso, sus ojos no estaban entornados a un más allá. Parecía que identificara una esfera con un sexto del volumen del planeta, que lo reconociera como algo de la vecindad, como el patio trasero, como una frontera que pudiera pisar en el lapso de su vida.

    Un sonido de pasos la arrancó de sus pensamientos de cerebro aplastado. Tomó tierra con sus cuatro patas. Levantó sus orejas y ubicó la fuente del taconeo, que se acercaba, y comenzó a moverse con sigilo de cazador.

    Caminó hacia la esquina previendo el encuentro perpendicular. El taconeo puntilloso martillaba el silencio de esa calle vacía y oscura. El animal se detuvo. Dobló un poco sus extremidades, concentró sus movimientos, arqueó el principio de sus vértebras, erizó un poco sus pelos, entreabrió las fauces, y se quedó inmóvil, congelada, mimetizada entre el gris de los paredones.

    Sin verla, dando miradas desconfiadas a su espalda, ella, una joven mujer, dio vuelta en la esquina con premura y a ciegas entró en el círculo de muerte que la rata le había preparado. Traía los nervios sobre la punta de sus tacones y a la primera vista se sobresaltó. Pero aún no sabía qué había visto.

    Al darse cuenta que aunque tenía el tamaño de un cerdo era una rata tuvo una fuerte impresión, un atávico escrúpulo de especie, desde el fondo más oscuro de su estómago la invadió como una inflamación. Lo más propio en ella se borró, su gesto se hizo por primera vez, su mente arrasada por el terror sólo le ordenaba quedar ahí de pie congelada fuera del tiempo y sin reacción.

    Durante esa eternidad, la rata le mantuvo una mirada fija, hambrienta, extraordinariamente expresiva. Las amplias órbitas de sus ojos delataban una excitante felicidad, una emoción, un prurito por saciar un deseo, vida, hambre, concentración y momento para matar. Levantó las patas delanteras del piso unos centímetros y otra vez se detuvo por completo. En esa pose más parecía que se había agachado para saltar y no que estuviera irguiéndose de su naturaleza cuadrúpeda.  Sobre ese total silencio terrorífico llegaron las primeras olas trepidantes del ruido de una motocicleta. La enorme rata no parpadeó. El haz de luz del biciclo alumbró, en un ramalazo, la escena. Se detuvo el vehículo, tosió, el montado, débilmente y azarado dio vuelta a su aparato. La rata desconectó su mirada prepotente de ella y observó al intruso. El brillo rojo de la bombilla trasera le ensangrentó los ojos al animal, mientras ella iba cayendo desplomada. Entonces, como un relámpago la rata dio vuelta sobre la escena inicial, saltó sobre la mujer, y de un solo mordisco la dejó sin cabeza. Así cayó el cuerpo de ella, manando abundante sangre por el cuello.

    Ya las explosiones del motor se escuchaban débilmente y fulgían y refulgían según el capricho del viento. Bajaron las revoluciones, se detuvo el hombre sin apagar el motor, y acá, con delicadeza y delicia, la rata se acercó al cuerpo, al cuello que manaba el líquido tibio, y lo lamió con gentil placer.

    2

    La ratota escapa

    HACÍA MENOS DE 24 HORAS que Gregorio Cándido probaba con ligereza la clave del candado que aseguraba la jaula que contenía al engendro. En esas estaba cuando entraron al laboratorio sus ayudantes. El científico, de bata blanca, cerró el candado que acababa de abrir, se puso frente a sus auxiliares, y les ordenó: váyanse todos ya, que voy a dar comienzo al experimento.

    Ninguno se movió para admitir la orden, por el contrario todos se mostraron de alguna manera porfiadamente desobedientes. Lo notó Gregorio con disgusto. Los otros se apoyaron en Pancho Sánchez, quien tenía la confianza y el aprecio de su jefe, y esperaron a que éste hablara por todos. Insistió, argumentó de todas las formas, intentó razonar con su maestro, pero éste consideró todas sus preocupaciones un exceso de paranoia. Pero doctor, ¿no se da cuenta del riesgo que corre si libera al animal en esta casa? El edificio no está preparado para ella, mire esa ventana, ese animal la puede romper con sus bigotes.

    Pero el doctor Cándido sólo meneaba su mano frente a él, tratando de desvirtuar todas las posibilidades y sonreía. Tiene garras de bandicut, continuó Pancho, si una ratica normal de veinticinco centímetros puede atravesar el hormigón, ¿qué podemos esperar de este monstruo que pesa más de cien kilos? ¡Ya basta! gritó Cándido, no apelando a su autoridad, sino sentido en algo profundo. No llevo toda una vida profesional al estudio de estos animales, no he creado este ejemplar formidable para que ahora se le compare con una rata común. Ella no es una rata común, ella es mi... mi creación, mi hija, yo soy dios para ella, soy la mano que le da la comida, su soplo de vida, su maestro. Esta rata y yo somos un solo ente, un solo proyecto de ser.

    Gregorio cándido apeló a su reloj de pulso, y mientras martillaba su mica con el dedo índice, ordenó: son las 7:48, tienen diez minutos para salir y dos para alejarse de aquí, porque el experimento dará comienzo a las ocho en punto. Pancho enfrentó a sus compañeros, se encogió de hombros e inició la retirada. Cándido volvió a acercarse a la jaula murmurando sandeces para bebe a la rata que lo miraba con paciencia.

    3

    El laboratorio sin Gregorio Cándido

    A LAS NUEVE DE LA MAÑANA llegó Pancho Sánchez, la secretaria y los dos ayudantes esperaban en la puerta. ¿Qué pasa que no entran? Hemos timbrado insistentemente y nadie contesta. Pancho extrajo su copia personal y entraron. Al interior todo parecía normal sólo que la cantidad de ratas experimentales, traídas de todos los rincones del mundo, chillaban y se mostraban más agitadas que de costumbre.

    En el laboratorio todo se encontraba intacto, cada ejemplar en su jaula excepto la enorme rata del tamaño de un cerdo. Pancho pasó un batazo de adrenalina y advertido buscó alrededor. ¡Cuidado! advirtió, la rata gigante está suelta. Javier salió inmediatamente del salón laboratorio y Pancho, tras él, lo pasó y trepo al segundo piso por la escalera hasta la habitación en la que el doctor Cándido dormía. La puerta estaba abierta, la cama hecha y lo demás en orden.

    En el laboratorio, la exacta ventana que Pancho había indicado como débil estaba rota. La ratota debía estar fuera del laboratorio. Lo que los tranquilizó. ¿Y el doctor Cándido? Debe haber pasado una larga noche tratando de recuperar al animal.

    Sin que nadie lo dijera, el mando recayó sobre Pancho que no dudo en repetir las ordenes que acostumbraba el doctor Cándido. ¿Cómo está el programa hoy? ¡Javier, alimente esos animales a ver si dejan de chillar que me están reventando los nervios! ¡Y usted, María Isabel, conteste el teléfono que está sonando!

    Pancho se acercó a la jaula de una rata goliat de noventa centímetros, incluida su cola, que había sido conectada a las cinco de la tarde del día anterior y que debía haberse desconectado a las nueve de la noche. Aún permanecía con los cátodos fijos a su corteza cerebral. El experimento que se llevaba a cabo con este animal consistía en imprimirle impulsos eléctricos a las zonas del cerebro que producían placer, no un orgasmo, no un placer físico, no uno metafísico, sólo placer puro inexplicable y desconocido para Pancho. La rata se auto administraba los impulsos espichando un interruptor. Parecía epiléptica, Pancho contó tres presiones de la rata sobre el interruptor por segundo. Desconectó la fuente eléctrica y el animal se desplomó exangüe.

    Danilo traiga la rata goliat que vamos a inyectarle las hormonas. Javier traiga los registros de natalidad, y los especímenes de la última generación, ordenó Pancho por costumbre.

    Cuaderno en mano Pancho comenzó la revisión de las ratas. Una rata natal había parido veinte crías, peladas y rosaditas, todas con perfecta salud se disputaban los dieciocho pares de mamas de su madre, una rata comerciante seis. A la derecha, tres bandicuts, prontas a parir, bufan como gatos, y su olor a cerdo perturba el ambiente. ¿Por qué están tan ansiosos los animales? Preguntó Pancho y ordenó, Javier, aliméntelas.

    Danilo, a su espalda, tomaba los registros ambientales cumpliendo su rutina diaria; temperatura, humedad relativa, cantidad de luz, niveles de ruido, etc.

    María Isabel entró al laboratorio y dijo: acaba de llamar mi mamá, dice que en la radio están dando noticias sobre las ratas en Bogotá.

    - ¿Qué dicen?

    - Ella me dijo cosas tan raras.

    - Prenda el radio.

    Durante el resto de ese martes los noticieros radiales continuaron el seguimiento del evento. La población de ratas calculada para la ciudad era alrededor de sesenta millones.

    Desde ayer el comportamiento de esta inmensa población ha cambiado. A la madrugada de hoy, ratas de las galerías de alcantarillas que acceden a la intersección de la avenida al aeropuerto a la altura de la carrera diecisiete, salieron, atemorizadas y agresivas, por alcantarillas y sifones, algunas malheridas, a las calles y edificios que rodean ese cruce, emergiendo del alcantarillado a decenas de laboratorios médicos, hubo un estrépito general de cristales rotos en ese barrio, reventándose millares de contenedores de muestras de sangre humana y orina.

    Emergieron a una improvisada y clandestina sala de abortos, en mal momento, y fueron tantas que se hicieron prioritarias. Al mismo tiempo entraron a dos hospitales enormes, grandes cantidades, en columnas, que agitaron los corredores, que no perdonaron sala ni ducto, y a un inmenso colegio vacío.

    Las ratas producían unos ruidos silbantes y chirridos como si se llamaran unas a otras. Del fondo del instrumento timpánico, del mandala de ductos del alcantarillado, se oía un tamborileo, agitado, retumbante, una autoritaria orden de huir.

    Las ratas en el laboratorio de Gregorio, a tres cuadras de ahí, se sacudieron en sus jaulas pero a la casa de la ratota no entró ninguna rata.

    Pocos minutos más tarde, a la altura de la carrera veintiocho, otra horda se desbandó fuera de las alcantarillas. Igualmente aterrorizadas y agresivas, muchas malheridas. Un grupo bastante grande y apremiado entró a una iglesia católica, de tres naves, con dramáticas señales de lucha feroz. No dejaron de pisar nada, lo lamieron todo, y las sangrantes dejaron un urdido de rastros agónicos. Estas, como las primeras, no volvieron al alcantarillado hasta que fueron obligadas.

    Más tarde, siguiendo la línea de la avenida hacia el aeropuerto, ocho carreras más abajo, se repitió el mismo

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