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Simón Bolívar
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Libro electrónico193 páginas3 horas

Simón Bolívar

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Después de muchas luchas e intentos infructuosos, Simón Bolívar se asocia con Francisco de Paula Santander y José Antonio Paéz, y conforma el ejército que en cinco años dará la independencia a cinco países de hoy: Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú, y Bolivia. Esta NO-NOVELA (un nuevo género) no es una ficción, pero tampoco un libro de historia, es algo que se mueve, con pinzas, por un delgado límite entre esos dos territorios. Esta obra permite al lector acompañar al ejército, paso a paso, sin que el autor invente qué piensan los personajes, que desean, ni que temen, cada parlamento está soportado en datos históricos y la minucia y rigor son las reglas principales de esta narración que se lee con facilidad porque no proviene de la pluma de un historiador sino de la de un novelista y ensayista.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 mar 2023
ISBN9798215917466
Simón Bolívar

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    Simón Bolívar - JUAN CARLOS Hoyos

    Bogotá

    2019

    Área de operaciones general: Venezuela y Nueva Granada (Colombia)

    I ENERO

    Por fin el insoportable sol de verano, de los Llanos Orientales, cae hasta tropezar con el horizonte pintando las nubes de granate y rosas y algo de brisa mueve los pastizales al final de ese 15 de enero de 1819. En medio del verde infinito resalta una multitud de personas que ha comenzado a detenerse. Detrás viene una larga columna sincronizada con una banda de guerra que con sus tambores y trompetas toca un tan ta tatan tanti tata que hace más llevadera la marcha. La gruesa fila de más de un kilómetro de largo, son soldados de infantería que avanzan con sus lanzas y fusiles, de caballería en sus corceles y los de artillería arrastrando sus cañones, en las filas se mezclan llaneros venezolanos, neogranadinos, irlandeses, ingleses, alemanes, haitianos, indígenas, y esclavos que buscan su libertad sirviendo a la causa, como se los ha prometido Simón Bolívar, además vienen cientos de porteadores la mayoría indígenas, los batallones de apoyo como el de mujeres, los encargados de los caballos, los indios flecheros, incluso los civiles desplazados por la violencia que prefieren marchar a la sombra protectora del ejército que a solas por caminos desolados en época de guerra y bandoleros, de indígenas fieles al rey que los cazarían, de los africanos de Boves que aprovechan el desorden de la guerra para decapitar blancos, desplazados sin opción que marchando con el ejército hacen del destino de este el suyo propio.

    También llegan los caballos de repuesto, la mulas con baúles que llevan la pólvora, las piedras de chispa, la sal, la carne seca en tiras, la yuca, la arracacha y el maíz, los bártulos de los médicos que no son más que maletas y baúles de madera y cuero llenas de frascos con menjurjes para dar de tomar y hacer emplastos y herramientas de barbero y carnicero para actuar como cirujanos. Los baúles también traen enseres personales, los necesarios para que los frailes oficien misa, sillas, mesas, hasta el tintero y la delicada pluma para que escriban las órdenes los oficiales que son de los poquitos que saben leer y escribir y que los reclutas llaneros llaman soldados de pluma. Atrás de este ejército algunos jinetes arrean cientos de reses que constituyen el alimento principal de esta División.

    Entre los que van llegando con la retaguardia y las mulas, viene Bolívar. Su caballo, cansado, aminora la marcha y cambia el paso, Bolívar tensa la rienda y aprieta los talones, exigiéndole a la bestia que dé todo lo que tenga, que camine con orgullo y el caballo recupera el paso con sus últimas fuerzas, resopla, le suda el cuello donde le rozan las riendas y bajo la silla de montar, el calor es inclemente, el exigido trote levanta el reseco polvo. Bolívar sobresale entre un ejército blanco de llaneros que visten camisa, pantalón debajo de la rodilla y sombrero de paja. La pechera de intenso rojo de la chaquetilla azul rey de Bolívar se adorna con hojas de laurel doradas que fulguran bajo el rabioso sol de la llanura ecuatorial. El cuello alto de la chaquetilla, también con laureles dorados, sostiene su orgullosa cabeza y en sus hombros brillan áureas las charreteras de las que cuelgan borlas. Usa su sombrero triangular y achatado adornado con plumas conocido como bicornio por sus dos puntas. Su pantalón blanco armiño ajustado va metido dentro de sus altas botas negras y poco lo protegen del roce de la montura. El interior de sus muslos y sus posaderas vienen ardidas y llagadas. Sus pistolas son armas de presentación, un adorno de gala más que una defensa, Bolívar es soldado de espada y empuña la que se usó para dar libertad a los negros haitianos y que Petión le entregó para que rompiera los lazos de la esclavitud en Suramérica. El atuendo es bastante inapropiado para esos parajes y Bolívar suda bajo sus ropajes pero mantiene la dignidad.

    Los vivaces ojos negros de Bolívar brillan y se nota que el general viene preocupado, él sabe que sin los lanceros de Páez no podrá romper el cerco con el que Morillo lo ha arrinconado en el oriente de los llanos pero teme que Páez no esté dispuesto a obedecerle. No hace mucho que el coronel Wilson conspiró para nombrar a Páez comandante en jefe de los ejércitos en remplazo de Bolívar. Por fortuna Páez no aceptó y Wilson fue remitido a Bolívar para que lo juzgara.

    Bolívar, serio, desmonta de su corcel. Uno de los reclutas, encargado de los caballos, lo toma del cabestro y se lo lleva por entre los soldados que han comenzado a poner el ligero campamento para vivaquear esa noche. Otros han prendido fogatas, otros han sacrificado las primeras reses y con experticia llanera las han abierto para ponerlas sobre las brasas. De las reses que van quedando asadas cada soldado corta el pedazo que prefiere, una tira, con su machete. La dieta, casi sólo de carne, se le hace difícil a los que no son llaneros pero para ellos la carne y el plátano es su comida de todos los días y no perdonan el café y el tabaco. Otros soldados matan el tiempo cantando, unos música llanera, otros contradanzas, los negros sus cantos africanos, los indígenas de esas naciones de los llanos los suyos, otros juegan a las cartas y apuestan el tabaco o cualquier cosa que tengan en esta escasez. El joven recluta desensilla el caballo y lo lleva hacia una quebrada para lavarlo y dejarlo pacer donde bien pueda pues los pastos están resecos y la cantidad de caballos, mulas y reses que lleva el ejército agotan los que encuentran en pocas horas. Al caballo se le marcan los huesos pero se deja llevar con paso fatigado casi al ritmo marcial desacompasado de la banda que ensaya nuevos tamboreros.

    Bolívar se sacude el polvo de su chaquetilla y sus botas y entra en un humilde rancho con techo de paja que se ha dispuesto como Cuartel General para esa noche. Al caminar, siente sus muslos ardidos y le duelen sus callos en las nalgas de tanto cabalgar.  Se quita el bicornio y siente el fresco de la sombra. José Palacios despacha a los porteadores que han traído una mesa y una silla, la pluma, el tintero y el papel.

    Palacios es el asistente de Bolívar y lo conoce bien, sabe que no viene de buen humor. Bolívar se siente como un tigre atrapado, Morillo le sigue ganando la guerra. Un año antes, cuando se alió con Páez, estaba seguro que retomaría Caracas, su ciudad natal, la ciudad de su amor, pero los ejércitos realistas los vencieron y sólo Páez logró algunos éxitos.

    Bolívar sabe que su imagen como líder está maltrecha, que Páez ha ganado respeto entre las tropas y que ahora, después de la desastrosa campaña de 1818, en enero de este 1819, el ejército revolucionario está diezmado, tiene su caballería agotada, pocas armas y municiones, y el alimento para las tropas se ha convertido en una prioridad diaria. Los ejércitos del rey Fernando VII no están en mejores condiciones pero tienen su vanguardia en Barinas y Calabozo y así protegen el norte de Venezuela y Caracas y el ingreso a la Nueva Granada por Cúcuta y mantienen su línea de suministros abierta y conectada hasta Santafé de Bogotá y más allá hasta Quito. Bolívar está pensativo mientras se sienta a la mesa y acomoda sus enseres para escribir, los tambores siguen ensayando ponerse al unísono pero hacen más ruido que música.

    Simón Bolívar necesita la obediencia de Páez para arrebatarle Caracas a Morillo pero él y Páez son personas que han venido de mundos diferentes para encontrarse ahora en el mismo; el de la guerra en el llano contra el imperio del rey Fernando VII.

    Bolívar es hijo de una familia acaudalada de Caracas, bautizado en una capilla de propiedad de su familia, y aunque con la muerte de su madre pasó a manos de su abuelo y luego a las de su tío sin que nadie se ocupara mucho del niño, creció entre parientes influyentes y en un ambiente que era tan aristocrático como lo permitía estas lejanía de ultramar. En su colegio, en Caracas, tenía como profesor a Simón Rodríguez. El tío quería que Simón viviera con el profesor pero a Bolívar le aterró la idea y se refugió en casa de su hermana. El tío acudió a los tribunales y ganó. Un esclavo fue y cargo a la fuerza a Bolívar y lo llevó a casa de Simón Rodríguez. En casa del maestro vivían 20 personas hacinadas y Bolívar no lo soportaba y escapó varias veces pero la ley lo devolvía. A los 16 años fue enviado a terminar sus estudios a Madrid, vio coronarse emperador a Napoleón, en fin, es un americano con todos los privilegios, Páez, en cambio, nació en un ambiente rural, pobre, en una familia numerosa y tuvo muy poca educación, es un llanero de pura cepa y un jinete que parece parte de su caballo. Sin embargo, estos dos rivales tienen un carácter parecido, son líderes, hombres decididos a todo, no les tiembla la mano y no les gusta que se les contradiga, ambos han sacado a sus enemigos del camino.

    Bolívar levanta la vista, alguien entra y saluda, se trata del joven teniente coronel antioqueño José María Córdova que tiene 20 años y se ha colado al círculo de Bolívar. Córdova tiene la peor impresión de Paéz. Estuvo en sus filas bajo su mando pero cuando asesinaron a Serviez, uno de sus maestros, estuvo seguro que lo había mandado asesinar el propio Páez sólo por robarle sus pocas pertenencias. El crimen ocurrió en noviembre de 1816 apenas 14 meses atrás. Córdoba decidió desertar de las filas de Páez y pasarse a las de Bolívar pero fue capturado y sentenciado a muerte por Páez. Un grupo de oficiales, encabezados por Juan Nepomuceno convenció a Páez que no había traición si el plan de Córdova era reunirse con Bolívar. Desde 1817 Córdova se unió a las filas de Bolívar y comenzó a ganarse su confianza. Pero este joven idealista también vio cuando Bolívar fusiló al general Manuel Piar que tanto había hecho por la causa revolucionaria y que era uno de los principales rivales políticos de Bolívar y quien podía discutirle la supremacía. Córdova conoce el carácter indomable de estos dos generales que planean reunirse para buscar una alianza y entiende la tensión, no dice nada y se dirige a sus labores como miembro del Estado Mayor.

    Bolívar sabe que hacia el sur occidente, en Casanare, Santander cuenta con cerca de 2000 hombres que ha preparado pero también sabe que Francisco de Paula Santander ha sido subalterno de Castillo y quedó en medio del fuerte encuentro que tuvo Bolívar con el mencionado Castillo. Entonces Bolívar era hombre de Camilo Torres al igual que Castillo. El segundo tenía control de Cartagena y Camilo Torres le pidió que avanzara por el litoral norte hacia Santa Marta que aún estaba en manos de los realistas. A Bolívar ordenó que avanzara norte por el valle de Upar y que pasara por el lado oriental de la Sierra Nevada para caer contra Santa Marta en combinación con Castillo. En uno de los episodios más ridículos de la Patria Boba, Bolívar desobedeció y en vez sitió Cartagena, desde la Popa, pidiendo a Castillo que se plegara a su autoridad. El sitio se rompió cuando Bolívar se enteró que Morillo había desembarcado en Venezuela con la expedición de Costafirme y huyó al Caribe. Castillo recibió a Morillo en agosto y sostuvo el sitio aherrrojado del brazo de Fernando VII. El mando se diluye, aparece Jose Francisco Bermudez, un comandante curtido, que viene de perder batallas y asume el poder. Con el corsario Luis Aury, que dirigió la huida de los sobrevivientes por mar, y Mariano Montilla, ponen preso a Castillo y cuando deciden huir de la ciudad se lo prohíben. Es capturado por Morillo y fusilado en febrero de 1816.

    Santander puede no aceptar las órdenes de Bolívar, el general de Cúcuta siempre ha sido primero un neogranadino. Bolívar necesita que siga sus órdenes y acepte la línea de mando que él propone, una en que él es el jefe supremo y se hace exactamente lo que él ordena, o se le fusilará. Bolívar no quiere calcular cuánta sangre pueda costar reunir todos los ejércitos bajo su único mando.

    Ni siquiera las noticias de las guerrillas subversivas que operan por su cuenta contra el ejército del rey son alentadoras, acciones menores en Cartagena, en el sur del país, en el llano y en todo el trayecto hasta Santafé de Bogotá, han salido mal. Nada molesta más a Simón Bolívar que ver frustrados sus planes, dilatados, él quiere la acción ya, y la gloria. José Palacios le trae algo para tomar y tiras de carne asada. El general se bebe el refresco en tres sorbos pero hace caso omiso de la carne, en vez, moja la pluma en el tintero. Palacios trata de convencerlo para que coma la carne, le dice que no es seca y salada como ha sido mientras avanzan, que está es fresca, y asada, pero Bolívar tiene su cabeza en otra cosa y está hasta la coronilla de una dieta que básicamente es de carne. Entra el general Urdaneta, un venezolano de 31 años que ya es el segundo al mando después de Bolívar en remplazo de Soublette que ha quedado enfermo en Angostura. Lo acompaña un irlandés afecto a la causa que aunque es mayor, 49 años, es apenas coronel, su nombre es James Rooke. El irlandés, con las debidas formalidades militares, informa a Bolívar que la Legión Británica está lista para que le pase revista. A lo lejos se oye un toque de corneta. Bolívar agradece a Rooke el tener listos a sus hombres, han pasado 2 años y medio desde que ese entusiasta irlandés le propuso crear esa Legión Extranjera a Bolívar cuando este llegó de Haití a Ocumare, pero se disculpa aduciendo que debe escribir una correspondencia urgente. Con algunas órdenes rutinarias despacha a los dos oficiales y vuelve sobre su carta. Bolívar dedica varias horas diarias a escribir correspondencia para coordinar los distintos ejércitos repartidos por el territorio de Venezuela y el Casanare colombiano. Como todas las cartas la cierra con el acostumbrado Dios guarde a usted y demás, entrega la carta a al joven Córdova pidiéndole que la haga llegar con la mayor premura. Vuelve a la mesa y comienza a escribir otra carta. Las órdenes que reparte a los distintos puntos del ejército son su plan para reunir el ejército y tener fuerza suficiente para sacar a Morillo del norte de Venezuela y tomarse Caracas que tan distante y usurpada le parece ahora que está en manos de los ejércitos del rey. En medio de este llano silvestre es difícil imaginar que las lanzas y machetes puedan herir al rey Fernando VII que está del otro lado del Atlántico en España. Puede darse jaque si se vence a Morillo, comandante de la expedición de Costafirme que ha hecho la reconquista echando al traste la independencia del florero de Llorente que desgraciaron Antonio Nariño y Camilo Torres con su enfrentamiento en una Patria Boba.

    Jaque mate puede hacerse si se vence al superior de Morillo, al virrey Sámano, pero este está resguardado en el techo de la Cordillera Oriental en Santafé de Bogotá y las puertas para llegar a ahí, que es el corazón del

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