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Donde los viejos robles
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Libro electrónico156 páginas2 horas

Donde los viejos robles

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El placer de sucumbir a la tentación de añadir a la historia un poco de magia.

Corre el siglo I d. C. y la campaña expansionista de la Roma imperial, que pretende completar la conquista de Europa, lleva a dos de sus legiones hasta Britania para lidiar contra una insurrección popular. La II Adiutrix, acuartelada en Deva Victrix, es una de ellas y el joven Clavo, uno de sus soldados. A pesar de ser uno más del cuerpo de tropa, se convertirá en protagonista de una de las confrontaciones militares más increíbles de la historia, entrará en contacto con la magia celta y con el poder de los druidas, y conocerá el amor en su forma más salvaje y exótica.

Donde los viejos robles está destinada, pues, a todos los públicos: para los amantes del género bélico, de lo sobrenatural, del romanticismo. Es una novela que nos muestra, sirviéndose de la figura del legionario Clavo, lo que sucedió a la sombra de lo más conocido históricamente, y lo hace de una manera ágil, amena, vibrante.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento7 jun 2016
ISBN9788491125600
Donde los viejos robles
Autor

Jorge de Juan Miñana

Jorge de Juan Miñana nos muestra, además, la importancia de virtudes como el valor, el amor, la camaradería, la amistad, la lealtad,valores universales que trascienden cualquier frontera de espacio y tiempo.

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    Donde los viejos robles - Jorge de Juan Miñana

    DONDE LOS

    VIEJOS ROBLES

    JORGE DE JUAN MIÑANA

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    Título original: Donde los viejos robles

    Ilustraciones de Cruz Eduardo Andres

    Primera edición: Junio 2016

    © 2016, Jorge de Juan Miñana

    © 2016, megustaescribir

              Ctra. Nacional II, Km 599,7. 08780 Pallejà (Barcelona) España

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a Thinkstock, (http://www.thinkstock.com) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    CONTENIDO

    Introducción

    Comentario Del Escritor

    Prólogo

    Donde Los Árboles Habitan

    Donde Los Arboles Rugen

    Donde Los Árboles Marchitan

    Sobre El Autor

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    INTRODUCCIÓN

    Muchas y bien conocidas son las grandes historias escritas sobre la legendaria Roma, la ciudad que dominó el mundo antiguo. Grandes emperadores, cónsules, senadores, filósofos, estadistas y poetas, todos elevados a la categoría de inmortales por los brazos de la Historia. Pero la Historia es caprichosa y a veces no se escribe sobre grandes hombres o gloriosas batallas. En ocasiones, se encapricha de hombres comunes, empujándolos a un destino increíble, para después, de nuevo, arrojarlos al olvido.

    Ahora, leeréis una de esas historias, creerla o no ya es cosa vuestra…

    COMENTARIO DEL ESCRITOR

    Esta pequeña novela la escribí pensando en poder llegar a ese público que «a veces» no termina esas grandes y extensas novelas de ochocientas páginas. Los nuevos entretenimientos más fáciles de disfrutar y, por desgracia, más económicos nos afectan a todos por igual. Esta es una obra que me gusta considerar fácil de leer, con un poco de todo y que se puede leer en un sitio público sin perderse en multitud de personajes, bastas descripciones o argumentos complicados. Una obra apta también para aquellos que se inician o reinician en la lectura, ese novio/a, esposo/a, hijo/a, sobrino/a… que no ha terminado nunca un libro o que no tiene en sus manos uno desde hace mucho. Asimismo, también está destinada a todo aquel que, como yo, disfrute con obras amenas y distendidas.

    PRÓLOGO

    Roma domina el mundo, desde Arabia hasta Britania, desde Lusitania hasta Mesopotamia, pero ya no gobierna como república, sino como imperio. Después de siglos de poder, no ha sido un enemigo extranjero, sino su propia corrupción y decadencia la que la ha hecho caer. Ahora, se esfuerza por mantener su autoridad en el mundo, algo cada vez más complicado. Muchos son los enemigos de Roma y ninguno desaprovechará el mínimo atisbo de debilidad.

    Al norte del Imperio, en las últimas tierras anexionadas de Britania, la Legión II Adriutix acampa en las verdes praderas entre las regiones que más tarde se conocerían como Britania Prima y Flavia Caesarensis. Pocos meses atrás había partido de Germania, donde había sofocado un levantamiento rebelde. Uno más.

    En Britania, otro conato de insurrección apoyado por los focos de resistencia brigantes del norte de la isla ha obligado a los bien pertrechados y entrenados legionarios de la Segunda a establecer un fuerte al que han llamado Deva Victrix. Desde este punto, los duros y aguerridos soldados harán frente durante años a las tribus bárbaras de la zona.

    Britania había sido para Roma una tierra de tantos brillantes éxitos como fulgurantes fracasos, desde las expediciones realizadas por el mismísimo Julio César sobre los años 55 y 54 a. C. estas recónditas tierras han sido fuertemente influenciadas por la cultura y el comercio romano.

    Pese a ello, no fue hasta el año 43 d. C., bajo el gobierno de Claudio, cuando se inició la invasión de la isla aprovechando la inestabilidad de las tribus que la habitaban. Exitosa campaña, pues desde entonces las fronteras del Imperio no han dejado de extenderse hacia el norte.

    Tan solo cabría resaltar, y me siento obligado a hacerlo, la gran revuelta encabezada hacia el año 61 por la reina de los icenos, Boudica, una mujer que podría presumir de tener más agallas y arrojo que la mayoría de los hombres, gran señora de la que os recomiendo encarecidamente que os informéis si no lo habéis hecho ya. Pese a todo ello, esta apasionada líder fue derrotada ese mismo año.

    Expuestos ya los antecedentes más próximos, nos encontramos de nuevo en esta rica tierra, junto a una nueva tentativa de Roma por extender sus dominios. Como siempre bajo algún pretexto, pues los brigantes, una importante tribu, se ve dividida: la reina Cartimandua que, aliada con Roma, se enfrenta a su marido Venutio, quien encabeza la resistencia frente a la ocupación romana contando con el apoyo tanto de su pueblo como de diversas tribus del norte.

    El encargado de tal empresa no es otro que Quinto Petilio Cerial, un curtido general y político romano de buena familia, historial modélico y lealtad hacia el emperador claramente incuestionable. Podemos destacar muchas cosas de este ejemplar militar romano, pues siendo legado ya se enfrentó a las fuerzas rebeldes de la misma Boudica. Más tarde, sumidos en la guerra civil, participó activamente a favor de su pariente y ahora emperador Vespasiano, siendo uno de los comandantes de caballería que tomarían para este la mismísima Roma, poniendo así fin al conflicto.

    Ahora, cerca del cénit de su carrera política, gobernador de Britania, dispone el siguiente paso del Imperio en estas tierras. Para ello cuenta con el apoyo de dos legiones, la II Adiutrix, bajo su mando directo, y la XX Valeria Victrix comandada por el legado Cneo Julio Agrícola, el cual acampa aún más al norte.

    Entre los que componen la II Adiutrix, encontramos uno en particular llamado Clavo Lepidio, un legionario nacido en Mediolanum, al norte de Italia, que formaba parte de las filas romanas desde hacía ya seis años. Clavo no era el mejor guerrero, pero, como todo legionario, era un auténtico soldado magníficamente entrenado. No era el más listo, pero sabía leer y escribir; también conocía algunos dialectos extranjeros y tenía facilidad para el aprendizaje, algo poco común entre la soldadesca. No tenía grandes aspiraciones, pero sí un profundo sentido del honor y del deber por su nación. Su principal motivación, si la había, era reunir dinero para algún día retirarse y adquirir unas tierras de las que vivir junto a su hermano, tendero en su ciudad, y así evitar que sus hijos, si algún día los tenía, tuviesen que ganarse la vida como él, con su sangre.

    DONDE LOS ÁRBOLES HABITAN

    Clavo había terminado su guardia en la armería, una tarea sencilla y sin peligro pues el reciente fuerte romano estaba rodeado por una gran muralla de afilada madera; aun así, las órdenes eran las órdenes, y había que montar las guardias. Mejor eso que ser enviado a las patrullas, no eran paseos tranquilos: los bárbaros sedientos de sangre las asaltaban reiteradamente y mataban a muchos de sus compañeros de forma traicionera y desalmada o, al menos, así lo veían ellos.

    Su mejor amigo y camarada de centuria, el veterano y rollizo Mauro, de pelo castaño y facciones duras, compañero de Clavo desde su alistamiento, le preguntó junto al crepitante fuego mientras cenaban:

    —Clavo, buen amigo, ¿qué tal esa fulgurante guardia? —preguntó con sarcasmo, pues sabía que su compañero era un hombre inquieto y las guardias crispaban sus nervios.

    —Larga, aburrida, y tengo los pies mojados… No me acostumbro a esta humedad, ojalá nos destinen pronto a otro sitio más cálido. Y tú, ¿dónde estabas hoy? ¿Patrullando por las tiendas de las rameras nativas? —le reprochó el joven legionario frunciendo sus frondosas pero elegantes cejas.

    —¡Ojalá! De guardia en la puerta norte, como estatua guardando un templo de Plutón, todo el día mirando ese maldito bosque… No creo que pueda dormir tranquilo. Parece como si los ojos del bosque nos vigilasen, muchos dicen que está encantado.

    —¡Bah, tonterías! Es un bosque como otro cualquiera, crédulos, pero que nos observen tras las hojas no es tan descabellado, yo lo haría —replicó Clavo, siempre escéptico con aquel tipo de cosas.

    —¡Por Júpiter que ese bosque está encantado! Una vieja bruja de un poblado cercano nos lo dijo hace dos semanas —intervino Lucio, otro de los compañeros de la centuria de Clavo.

    —Brujas, falsos dioses y bosques encantados… son todo tonterías. —Aquellas palabras sobre los dioses molestaron a algunos soldados que se encontraban en las inmediaciones.

    —Pero ¿qué dices, Clavo? ¿Quieres que los dioses nos traigan infortunios? —preguntó alarmado Mauro mientras miraba temeroso a su alrededor, como quien espera la caída de un rayo fulminador.

    Un oficial que casualmente pasaba por allí escuchó el comentario de Clavo y se acercó a la fogata. Rápidamente todos se incorporaron y saludaron a su superior, como evidenciaba a todas luces su atuendo: su armadura de láminas cargada de condecoraciones y adornos, su túnica y pantalones rojos como la sangre, y la inequívoca cresta que cruzaba lateralmente su reluciente casco. Era un centurión, no aquel que estaba a cargo de la centuria de Clavo y Mauro, pero un centurión al fin y al cabo.

    —Dime tu nombre, legionario. —Se acercó hasta estar a dos palmos de la cara de Clavo.

    —Clavo Lepido, señor —contestó sereno y firme.

    —Bien, veo que no tienes miedo a esa clase de «cosas»; por tanto, a partir de mañana y durante cuarenta días vas a conseguir madera junto con los auxiliares y trabajadores. Espero que contagies de tu «incredulidad» a los demás. ¿Entendido?

    —Sí, señor.

    Dicho esto, el oficial volvió a marcharse dejando a los legionarios relajarse y continuar con las raciones.

    —¿Ves? ¿Qué te dije? Has hablado mal de los dioses y ellos te castigan —comentó satisfecho Mauro.

    —Mala suerte, nada más, aun así, prefiero talar madera que patrullar, no está tan mal después de todo —contestó Clavo ocultando de manera efectiva su malestar.

    —Deja de tentar a los dioses —lo reprendió otro legionario al escucharlo.

    La oscuridad ya había inundado todo aquel valle; solo los braseros y antorchas en su titilar intentaban contener su penumbra, algo costoso aquella noche, pues el cielo estaba cubierto y no se veía una sola estrella.

    Una tenue brisa recorría el campamento de lado a lado, fresca y húmeda a causa del cercano río y las continuas lloviznas que regaban aquellas tierras. Arrastraba el olor habitual en un campamento romano: a barro revuelto, el hedor de las monturas que descansaban en las cuadras, el tostado aroma que procedía de las muchísimas hogueras que los hombres prendían para mantener los huesos calientes y secos… También llegaba desde el exterior la inconfundible fragancia de la vegetación, frondosa y rica en toda la región. Para los hombres venidos de tierras más secas y áridas,

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