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ROMA NO PAGA TRAIDORES (¿O SÍ?)

Traición! ¡Traición! —¡Por los dioses! ¿Qué ha pasado? ¿Viriato?

Así imaginaba el escritor portugués João Aguiar el momento en que los lusitanos encontraban en su lecho el cuerpo sin vida de su líder, Viriato. Corría el año 139 antes de nuestra era y el jefe lusitano estaba al mando de la ofensiva que, desde la península ibérica, se oponía al creciente expansionismo de la República romana. Representado, en un relato que mezcla los hechos históricos con la épica de los grandes mitos, como un pastor que rozó la gloria del trono gracias a su valentía, Viriato cayó víctima de la traición de sus propios hombres y de la corrupción romana. Fueron tres de sus lugartenientes, Audax, Ditalcos y Minuros quienes degollaron al líder: cortaron el cuello porque era la única parte expuesta del cuerpo de Viriato, que dormía siempre con su armadura.

Viriato los había enviado a negociar la paz con Quinto Servilio Cepión, el procónsul romano del momento. Pero Cepión los sobornó ofreciéndoles una recompensa a cambio de acabar con la vida de su jefe. Cuando, tras cumplir su promesa, acudieron a recoger su premio, el cónsul habría respondido con una célebre frase: esto es: «Roma no paga traidores». La expresión, ampliamente usada hoy día, se tiene por quería subrayarlo.

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