El limes romano, en latín limites para el plural, era, en principio, cualquier vía o camino que estuviese vigilado, correspondiéndose con las zonas del Imperio en contacto con territorios genéricamente conocidos como tierras de bárbaros o gentes que, según decían los griegos, «balbuceaban incomprensiblemente», aunque con este término único se referían a un número de pueblos singulares, con sus características propias.
Hasta la llegada al poder del emperador Adriano en 117, las fronteras del Imperio romano se controlaban mediante patrullas y torres de vigilancia de madera, desde las que se podían hacer señales por medio de banderas o columnas de humo durante el día y de antorchas y hogueras durante la noche. Pero el emperador hispano diseñó un sistema de empalizadas que cerraron las fronteras en algunas partes y en otras, como en la provincia de Britania, construyó verdaderas murallas de piedra. El famoso Muro que lleva su nombre, construido a partir del año 122, se alargaba de costa a costa con una longitud de 76 millas romanas (112,6 km), una altura de cinco metros y tres de ancho, y cubría Inglaterra, Gales y el sur de Escocia. Sin embargo, la mayor parte de la frontera estaba constituida por fuertes de madera o piedra.
Los límites del Imperio en su máxima extensión estuvieron formados por los llamados Muro de Adriano y Muro de Antonino en Britania, el en Centroeuropa y el que seguía el río Danubio hasta el En Rumanía y Moldavia, el se extendía hasta la costa del Mar Negro, integrando el Muro de Constantino en Valaquia. En el sur, el marcaba los territorios de las tribus bereberes en el Sáhara y la cordillera del Atlas en Mauritania. Hacia el este, el una cadena de fuertes corría a lo largo del río Eúfrates, en la frontera con los partos y luego los sasánidas.