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Matías valdés y el regalo de la mentira: Matías valdés y el regalo de la mentira
Matías valdés y el regalo de la mentira: Matías valdés y el regalo de la mentira
Matías valdés y el regalo de la mentira: Matías valdés y el regalo de la mentira
Libro electrónico210 páginas2 horas

Matías valdés y el regalo de la mentira: Matías valdés y el regalo de la mentira

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Información de este libro electrónico

Luego del polémico lanzamiento de su primer libro, Matías Valdés decide publicar la segunda parte de sus relatos, aunque esto le traiga un millón de problemas.
Nuevo año, nuevas aventuras. Matías sigue tan enamoradizo y desubicado como siempre, aunque en esta ocasión le toca lidiar con las canciones que tanto le gustan: el desamor toca a su puerta. Nuestro protagonista se enfrenta al rechazo de Camila, por lo que intenta superarla conociendo a otras personas. Un clavo saca a otro clavo, dicen las malas lenguas.
Acompaña a Matías en su segundo año de liceo. Descubre todo lo que duerme en el corazón de un adolescente del 2009 en Concepción. Fiestas con lentos, partidos de fútbol que se vuelven cada vez más serios, los primeros encuentros sexuales y hasta una experiencia alucinógena.
Esta entrega es pura comedia, pasión por la vida y amor del bueno, ese que crece y se forja a fuego lento.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 dic 2022
ISBN9789564063652
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    Matías valdés y el regalo de la mentira - Nicolás Barriga

    Matías Valdés

    Y el regalo de mentira

    © 2023, Nicolás Barriga

    ISBN: 978-956-406-156-6

    eISBN: 978-956-406-268-6

    Primera edición: Marzo 2023

    Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en todo ni en parte, tampoco registrada o trasmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mediante mecanismo fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo escrito por el autor.

    Imprenta: Donnebaum

    Impreso en Chile/Printed in Chile

    A Paulina,

    me demostraste que la motivación

    es una enfermedad muy contagiosa.

    El amor es algo íntimo. No es necesario que

    el mundo conozca todos los detalles.

    Muchas veces, el amor queda entre los que

    se aman, y no tiene por qué enterarse

    todo el mundo.

    —Dan Brown.

    Prólogo

    —Exacto, sí. Yo creo que la próxima semana puede ser. No, no es necesario. Oka, quedamos en eso entonces. Sí, si está todo escrito, solo son algunos detalles que afinaremos esta semana. Bueno, cuídate. Estamos al habla. Chao.

    Corto el teléfono, aprovechando de mirar la hora.

    —¿Qué te decía Paula? —me pregunta mi esposa, con quien voy tomado de la mano, caminando por fuera de la Pinacoteca Concepción.

    —Nada. Que me envió la propuesta para la portada del libro, y que la otra semana nos juntaremos con la directora de la editorial.

    Vuelvo a sacar mi teléfono, pero esta vez sí me percato de qué hora es. Las cuatro y media de la tarde.

    —¿Tendrás que viajar entonces? —pregunta algo preocupada.

    —Sí —le digo acomodándome la mascarilla.

    —¿Y no puede ser por Zoom? Hoy en día todos están haciendo reuniones por Zoom.

    —Sí sé, pero ya sabes cómo es Ángela. Quiere ver unos detalles y no le gusta mucho eso de las reuniones no presenciales.

    —Qué anticuada —dice mirando hacia otro lado.

    —Es verdad. Lo siento.

    —No, si no es tu culpa, pero no me gusta que viajes, aún es peligroso.

    —Prometo cuidarme —le digo mirándola a los ojos mientras la abrazo.

    Seguimos caminando por el foro de la Universidad de Concepción, nos dirigimos a los pastos a pasear un rato a nuestro perro.

    Creí que la universidad estaría desierta; aún estamos en cuarentena en Conce, pero con esto del carnet verde por las dos vacunas, la gente piensa que la pandemia terminó. La ciudad está con un clima bastante agradable, ni mucho calor ni mucho frío, como es costumbre en un día nublado de un verano penquista, por lo que el sol no quema demasiado.

    Nos sentamos con mi pareja debajo de la sombra que ofrece un árbol. Bueno, ella se ubica más a un costado, intentando acaparar los pocos rayos de sol que salen a ratos. A mí me gusta estar a la sombra.

    —¿Estás seguro de esto, Mati? —Me mira atenta.

    —Claro. ¿Por qué no lo estaría? Ya lo hice una vez. —Le sonrío.

    —No lo sé. Tus amigos y cercanos no están muy contentos.

    —No todos, al Julián le gustó el libro. Además, lo único que me importaba era que a ti no te molestara. ¿De verdad no te molesta?

    —No. Cómo me va a molestar, si son tus diarios. Solo me preocupa que las personas que aparecen en el libro estén enojadas contigo.

    —No están enojados —le insisto—, algunos aún me hablan. —Río disimuladamente.

    —Sí, pero es porque al libro le ha ido bien, y quieren sacar provecho de eso —dice entre risas—. Tú sabes cómo son tus amigos.

    —Yo haría lo mismo. —Río con ella.

    —¡Tonto! —Hace una pausa—. Igual valiente.

    —¿Qué cosa?

    —Publicar tu vida.

    —No es nada. Además, los diarios ya estaban escritos, solo los estoy publicando.

    —Bueno, quién sabe, quizás algún día yo escriba el mío. —Me arquea las cejas.

    —¿Ah sí? —La miro desafiante, acercándome a ella de modo juguetón, dándole varios besos, lanzándonos al pasto.

    Se levanta para ir a buscar a Jako, que está ladrándole a unos muchachos haciendo trucos en skate cerca de la Facultad de Química de la universidad. Mientras estoy solo, saco mi celular para revisar los correos que me han llegado; efectivamente, hay uno de Paula Santos, la encargada de la publicación de mi libro, con una imagen adjunta en donde se puede leer Matías Valdés y el regalo de mentira como título, por arriba de un muchacho tocando la guitarra junto al campanil de la Universidad de Concepción, el mismo campanil que estoy viendo en este momento de fondo.

    —Oye —me habla mi esposa, sentándose a mi lado con Jako en los brazos.

    —¿Sí? —le digo, mostrándole la pantalla de mi teléfono.

    —¡Wow, está genial!

    —¿Te gusta? —le pregunto entusiasta.

    —¡Sí! Aunque me gusta más la del primero.

    —Ah, pero es que yo tuve la idea de esa portada ps.

    —¿Y esta no te gusta? —me pregunta un poco desanimada.

    —No lo sé. Está buena, pero no me convence del todo.

    —Bueno, ahí tienes que hablarlo con esa tal Paula.

    —¡Ay qué celosa! —comienzo a molestarla—. Ya oh, ¿qué era lo que me querías decir?

    —Ah, pensaba que podríamos llevar al Tommy al circo el fin de semana.

    —¿Al circo?

    —Sí. Nunca ha ido, y yo creo que le va a gustar.

    —Sí, igual puede ser.

    —Llegó un circo al costado del mall. Voy a averiguar a cuánto está la entrada.

    —Yo creo que eres tú la que quiere ir al circo. —Le entrecierro los ojos.

    —¡Nada que ver! —dice de forma sarcástica—. Si sabes que me encantan los circos pu. —Me besa.

    —Ya, vamos oh. Me dio frío.

    El frío ya se ha apoderado de la ciudad penquista, levantándose viento, como suele ocurrir en las tardes de días nublados.

    —Bueno. ¿Debes seguir trabajando? —me dice, cabizbaja.

    —Sí, y más tarde seguiré con la edición del libro. —Le hago un puchero, dándole a entender que debo hacerlo, aunque igual quiero compartir más con ella.

    —Uy, su segundo libro —me dice mientras se ríe—. ¿Qué le deparará el futuro a Matías Valdés?

    Le doy un beso antes de levantarla del suelo, ella se cuelga de mi cuello.

    —Tú lo sabes muy bien.

    1

    No podía sacarme de la cabeza las palabras de Cristóbal, cuando me decía que no le entregara la carta a Camila. Quizás debí hacerle caso a mi primo y haberme declarado en persona. Como dijo él: ¿quién chucha se declara con una carta de amor hoy en día? Ya no estamos en el siglo XX.

    Los patos de la laguna nadaban todos en pareja, a ratos les lanzaba migas de un trozo de pan que traje desde mi casa. Me encontraba sentado en el pasto junto a mi guitarra, bajo la sombra que me brindaba un árbol en la orilla.

    La Laguna Redonda de Concepción se ubicaba en el sector de Lorenzo Arenas, al límite entre Hualpén y la ciudad penquista; tenía una especie de bomba de agua ubicada en su centro, la que eternamente lanzaba agua hacia los aires, a unos cuatro metros de altura. Por lo general andaban patos nadando en busca de algo de comida. Cuando era niño, existían esas especies de bicicletas acuáticas en las cuales uno andaba en la laguna sentado y pedaleando, y si querías podías ir con un acompañante a tu lado; hoy eso ya no existía, pero, eso sí, estaba mucho más bonito que antes, lleno de verde, entre pasto y árboles que bordeaban la laguna circular. El sitio era perfecto para sacar a pasear a tu mascota, venir a pololear, andar en bicicleta o simplemente contemplar la tranquilidad del agua.

    Tal como lo hacía yo en esos momentos.

    Era genial tener ese espacio en medio de toda la urbe, la ciudad. A los lados estaban las torres de departamentos, y aledaña a la laguna, la avenida Veintiuno de Mayo, que unía a Concepción con Hualpén. Por el lado norte estaba la línea férrea, por la cual pasaban los principales trenes de carga de la región, desde y hacia Talcahuano, además de ser por donde pasaba el Biotrén, medio de transporte ferroviario que unía las comunas de Talcahuano, Hualpén, Chiguayante, Hualqui, San Pedro y por supuesto que la capital penquista.

    Quité la vista del tren de carga que iba pasando, para fijarme en la pareja de patos que ya se retiraban del lugar donde estaba yo. Ya se me había acabado la comida y no tenía nada para ofrecerles, quizás cantarles una canción con mi guitarra, pero no les gustaría.

    Más hacia mi derecha, una pareja de jóvenes universitarios tomaba sus papelillos y armaban dos pitos. Lo hacían a escondidas.

    Me dispuse a tocar nuevamente la guitarra, pero me detuve cuando la vi venir. Ya había avanzado varios metros desde el paradero que estaba al otro lado de la laguna, claramente tendría que bordear todo el lugar hasta encontrarme. Sentí que mi corazón se aceleraba. Me reía solo, no podía creer que había venido. Por un lado, quería que llegara luego, pero también que se demorara toda una eternidad.

    No sabía cómo empezar a hablarle.

    Miré mi reloj: las cinco con diez minutos.

    Qué puntual.

    Hasta se me olvidó la canción que iba a tocar, pero si se daba la ocasión le cantaría "Gotta Find You", justo ahí, en la orilla de la Laguna Redonda, tal como la escena de la película que vi hace unos meses.

    Ya estaba a punto de llegar. Me arreglé un poco la camisa, me peiné con mi mano derecha y la miré hacia arriba. Ella sonrió.

    —Sabía que vendrías.

    2

    —Hola —me respondió mientras yo seguía en el suelo.

    —¿No te vas a sentar? —le indiqué con mi mano el suelo, para que se sentara a mi lado—. Hace poco había unos patos aquí, pero se me acabó el pan que traje, así que se fueron.

    —Mati —me dijo, una vez sentada.

    —Por un momento creí que no vendrías, pero en el fondo sabía que tú sentías lo mismo que yo.

    —Mati.

    —Es extraño, lo sé, por cómo se dio todo, pero créeme que estoy feliz de que hayas venido —le dije, entusiasta.

    —¡Matías! —esta vez me gritó, abriendo los brazos.

    —¿Qué pasó? —le pregunté sin entender.

    —¡No vine por eso! —seguía hablando fuerte.

    —¿Cómo? —tartamudeé un poco—. ¿Entonces por qué viniste?

    —No vine porque tú me gustaras, o algo por el estilo —esta vez bajó el volumen de la voz.

    —Pero, ¿entonces para qué viniste? Te dije en la carta que vinieras solo si tú también sentías lo mismo.

    —Lo sé, lo sé, pero no te merecías que te dejara aquí solo, no creo que sea justo que te deje plantado pu.

    —Yo creí que tú sentías lo mismo por mí —miré al suelo.

    —Bucha Mati, si a ti te gusta la Javi.

    —¡No! ¡No me gusta! Lo de la Javi solo fue una ilusión nada más, un capricho.

    —¡Mentira, Matías! Hasta hace una semana me decíai que te gustaba —me retó.

    —Eso creía, pero este último tiempo he pensado en ti y en el beso que nos dimos.

    Era verdad, desde la fiesta del liceo, más que pensar en la Javiera, que fue por quien me agarré a combos, pensaba más en la Cami: la echaba de menos a ella y cuando me fue a visitar me puse súper feliz.

    —Ay Mati, fue solo un beso. No le pongas tanto color.

    —Creí que significó algo para ti.

    —No. No significó nada.

    —¿De verdad?

    —Sí. —Hizo una pausa, mirando a la laguna—. Estuvo rico. —Sonrió.

    —¿Nada más?

    —No. Nada más. —Agachó la mirada.

    —Ah, bueno. Eso explica todo.

    —Bucha Mati, lo siento, de verdad, pero yo aún creo que la chica a la que deberías buscar es a la Javi y no a mí.

    —Eso es algo que yo veré, gracias —fui pesado.

    —Ya, pero no te enojes conmigo, si de verdad a mí me gustaría que siguiéramos siendo amigos.

    —¿Amigos?

    —Sí, amigos.

    —¿Por qué quieres eso? Si te acabo de decir que me gustas.

    —Porque no te creo, y aun así no quiero perderte. Tú también me gustas. —La miré atento—. Como persona… —Volví a mirar hacia la laguna—. Te encuentro la raja, pero eso no quiere decir que quiera que seamos algo más.

    —¿Y cómo crees que me hace sentir eso a mí?

    —No lo sé. Mal, supongo.

    —Exacto.

    —Bueno, no puedo ofrecerte nada más.

    Por un momento igual pensé que Camila tenía razón: no era culpa de ella que yo no le gustara, y por otra parte yo tampoco quería perderla en mi vida, pero aun así no soportaba la idea de verla con otra persona.

    —¿Te gusta alguien más?

    —¡¿Qué?! ¡Estai loco!

    —Bueno, no sé, es una probabilidad… y

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